Ramos Sucre, maestro del tiempo pasado, escribe aquí en tiempo presente hasta que, en los dos últimos párrafos, vuelve a sumir la leyenda en una edad perdida...
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EL ARRIBO FORZOSO
La fragata divide el mar de las ballenas y suspende la correría en el
archipiélago de las aves. Los indígenas habitan cobertizos de madera y viven de
la pesca, bajo un cielo de hollín.
El mito resume el origen de la sociedad módica.
El cuervo de la aventura, par del lobo en el festín de la batalla,
dirige la nave del pirata ancestral, en una edad impía, y detiene el vuelo en
el monte desnudo, en la cima de vidrio.
Yo me propongo recorrer la isla de basalto, percibir el lienzo de
nieve.
Las olas de ritmo funeral mecen unos veleros de España en la rada
sombría.
Yo vuelvo la memoria a los mareantes vizcaínos, augures de la mitad del
orbe en un siglo ignaro, y los diviso atónitos delante de la aurora boreal, danza
de luces, asueto de corte en la soledad húmeda.
Visito la ciudad episcopal y sufro el ascendiente de la mujer súbita
en una calle gris, donde prevale el signo procero de la ojiva.
He descrito su efigie al pastor de almas, cuando me hospedé en su
vivienda ese mismo día. Una lámpara de tierra, abastecida del aceite de un pez
y dibujada conforme un arte secular, iluminaba la entrevista.
Señaló en el hallazgo fortuito un presente de la gracia. La faz
convenía a la reina de un pasado arcaico, devota del viacrucis. Los ojos
inspiraban el ansia de un mundo invisible y lucía, en realidad, el hábito de
una estatua yacente, sobre una tumba de hierro, en el país de la lluvia.
José Antonio
Ramos Sucre, El cielo de esmalte, 1929.
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