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lunes, 24 de abril de 2017

Una observación astral. Hermes-Mercurio, triunfar alegremente, con liviandad y goce para el mero respirar. / Jordi Savall - Mare Adriaticum

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Una observación astral. 
Hermes-Mercurio, triunfar alegremente, con liviandad y goce para el mero respirar.


Una observación astral que me descubre desde hace muchos años un pajarito. ¿Por qué será que, si no siempre, casi siempre, quienes pretenden socavar las bases dictatoriales que se han convertido en statu quo, lo intentan en fechas en que Mercurio se halla ausente? Bueno, quizás será porque no creen en astros, brujas ni pócimas. 

Pero sobre lo que deseo hacer hincapié no es en nuestras creencias o no en prestidigitaciones o albures, sino en nuestra pérdida de tono lúdico para con el diario respirar. Ya no hay aptitud siquiera para el juego de la imaginación, una imaginación antiguamente conectada a una suerte de panteísmo sentimental o sensitivo. Ahora todo tiene una aburrida explicación. Y ya no sabemos jugar. En la antigüedad, los hombres jugaban a querellarse con gigantes, ciclopes y centauros, la luna era la madre rectora de los presentimientos, los planetas representaban los bríos y siluetas de los dioses y su franca ascendencia en los asuntos humanos... porque, siendo dioses, afinidad con lo humano tenían. 

La ausencia o retrogradación de un dios representaba un período en el cual los conceptos asociados al planeta se inhibían. ¿Pero quién es Mercurio, si no Hermes? ¿Quién es Mercurio, si no un mago, un pícaro, un ladrón retozón, es decir, aquel que roba bufoneando, aquel que se divierte cuando todo lo enreda como un demiurgo comediante, el que convierte las burlas en cifrado acertijo? 

Por haber perdido a nuestro Mercurio interior es que hemos perdido el gusto de triunfar alegremente. No se trata de hacer del triunfo una meta, sino hacer de él toda una chanza; no triunfar por lograr el rígido y casi muerto propósito de vencer ni, mucho menos, para disfrutarlo con hierática tristeza o por demostrar que mi brazo es el que tiene más músculos, sino triunfar, sencillamente, porque se vive con alegría, con liviandad y goce para el mero respirar. 

En el momento en que el ser humano de estas tierras o las de allende los mares recupere instintivamente, en cada ser, a su íntimo Mercurio-Hermes, será acaso capaz de triunfar alegremente.

Y créanme, la felicidad no radicará en la victoria contra unos desdichados que no saben vivir de otra manera que para pregonar y propagar sus desdichas, sino en nuestra comprensión de que todo triunfo sobre el orden terrestre de las cosas, no es más que otra humilde cosa, breve y fugaz, como la alegría. 


A los quince minutos del 19 de Abril de 2017…

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Post Scriptum, 19 de abril de 2024.

Deseo agregar un comentario surgido un año después de haber publicado "Una observación astral". Tal comentario vino al caso para responder a los maravillosos aportes y comentarios de amigos y contactos;  palabras, expresiones e impresiones a las que no pude responder de inmediato, sino un año después, cuando me reencontrara con aquella publicación en la red social de Facebook. Estas palabras adicionales nacieron, entonces, como una necesidad, un imperioso impulso: el de redondear un tanto más mis pensamientos respecto a un asunto que colectivamente pareciera que hemos dejado olvidado en un desván de antigüedades.
(lacl, 19 / 04 / 2024)

CITO:
(19 DE ABRIL DE 2018)

Disculpen amigos, mi hermética desaparición. Sírvame de justificación la vivencia de días tan anegados, por una parte, de humana podredumbre y, por la otra, de valeroso y reconfortante pundonor. Y tómese nota del momento (y la hora) en que en que aquellas heterodoxas líneas se tejieran. Despuntaba el 19 de Abril, fecha cargada de significaciones para los venezolanos. Me temía que ocurriría lo que ha ocurrido. Y quise llamar la atención sobre algunos rasgos de Hermes, pues considero que, como tantas deidades legadas por el tesoro de la mitología clásica y un antiguo saber legado por el mundo de ayer, sus rasgos no me parecen estar, para nada, desligados de ciertas manifestaciones y gestiones que brotan de suyo en nuestras individualidades. Quise rescatar a un señor que siento muy ligado a ciertas tendencias joviales que me parecen connaturales a la humana criatura que comienza a despuntar en la vida. 

Mis más lejanos recuerdos de niñez, no pueden separar el goce de un jugar nacido bajo el estímulo de, precisamente, añorar el simple goce que produce el hacer algo. Y esto acaece cuando ese algo se cumple sin ningún tipo de objetivo o meta que alcanzar. Es decir, a mí los fines (como niño que fui, entregado a su niñez) me tenían sin cuidado. Fueron los años y unos cuantos  centímetros alcanzados en la tabla de medición, los que me enseñaron que detrás del juego podía existir la posibilidad de vencer. Mi corazón se resistió siempre a eso, aun cuando debo reconocer el influjo que en mi ser causara el recién descubierto gusto por la competitividad, y el hecho de, por ejemplo, poder constatar que, en ciertas y determinadas actividades, lograba despuntar sobre los adversarios. 

Descubrí, por mis propios e incipientes medios, el enorme peso que tiene aquello que Huizinga definiera alguna vez como nuestro temperamento agonal, cuando se refiere al ser humano en general. Lo hizo en un libro genial, titulado precisamente “Homo ludens”. Y, como si hubiera sido herido por una ponzoña, desde esos días quedó sembrada en mi alma la disyuntiva sobre qué podría ser más caro a mi alma: si hacer las cosas por mero goce y/o necesario deleite, o si debía hacerlas por sometimiento a alguna norma o por el mero hecho de concursar con otros. 

Mi conclusión, con los años, ha sido la que he intentado sugerir en la glosa original que acompaña a esta imagen del dios Hermes. Creo que hemos perdido el goce de hacer las cosas por el gusto de hacerlas. Creo que se nos ha ido el tiempo (y me refiero a tiempo del ser humano como especie, un tiempo no cuantificable para la vida de una persona) en intentar, más de la cuenta, imponer nuestras voluntades sobre el flujo de la vida. Y en ello nos hemos derrotado a nosotros mismos. A muchos se nos va la vida, como un suspiro, tratando de enmendar lo que otros causan como mal. Y está bien que lo intentemos, no todos los seres humanos, por desgracia, gozan de las mismas cualidades. No todos ven ni, mucho menos, son capaces de sentir las indulgencias que se alojan en la compasión, por ejemplo. Pero lo que me parece que abona más el camino para nuestras derrotas contra la barbarie radica, precisamente, en que no sabemos combatir con la ligereza que nos confiere el goce de jugar. Un ser empecinado poco puede hacer ante quien acomete como un espadachín que no se deja tocar fácilmente. Mientras que el pícaro siempre saca de sus casillas al ser que vive crispado entre los patrones que le esclavizan, patrones de autoridad (o, mejor, de autoritarismo), patrones de miedo (miedo a vivir o a reconocer alguna indefensión), patrones de soberbia, patrones de crueldad y pare uno de contar… 

En fin, la extraña glosa, que seguramente puede parecer algo romántica o alejada de la realidad, lo que ha pretendido, me parece, es despertar al pícaro que llevamos dentro, sea que se llame Hermes o Lazarillo. Y son varias las  razones que me impulsaron a intentarla. Uno, no concibo permisible, por nuestra parte, que terceros vengan a entristecernos la vida sólo porque a ellos les da la gana. Cierto es que no podemos evitar que los enfermos del alma se comporten como se comportan, pero ello no es razón para que nosotros desatendamos nuestros propios jardines interiores. Dos, si el pícaro despierta en cada uno de nosotros, los seres de a pie, pues que se cuiden aquellos que tanto se relamen en ejercer esa estupidez que mientan “principio de autoridad”, pues ellos no están preparados para lidiar con la jovialidad. Y, tres, porque cuando el pícaro está despierto surgen muchas ideas geniales que ni se asoman cuando éste se halla dormido…

Pido mil perdones por la extensión de mi respuesta, más la he sentido necesaria. De hecho, quisiera agregar algunas cosas más, pero ya está bueno. Debo herméticamente desaparecer. 
Salud y gracias a todos. A Mónica, Salvador, Carmen Cristina, Fina, Mery, Juan David, Maria, Hector, Myrian Alejandra, Adriana, Rau Raúl. Moises y amigos...
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(CIERRO CITA)







Jordi Savall - Mare Adriaticum



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