¿Cuántas veces no me he topado yo, en los puestos de
remate, con libros que llevaban el sello de la Biblioteca Nacional u otras
oficiales, y en cuyas páginas podía uno ver la estampa de un sello húmedo con
una inscripción que anunciaba: “Colección Fulano de tal"?
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Una vez me topé con la Decadencia de Occidente, de Oswald
Spengler, proveniente de la “Colección Reyes Baena” creada por la mencionada
biblioteca. No puedo estar al tanto de si fue dado de baja por órdenes
superiores de la misma biblioteca, pues para nadie es un secreto que tales decisiones
se toman administrativamente con los libros viejos, amén de que el tomo de la
Decadencia de Occidente que perteneciera al señor Reyes Baena estaba colmada de
numerosísimas anotaciones personales, lo que dificultaría la lectura a un
lector que tan sólo deseara conocer el ideario de Spengler. Eso sí, me niego a
afirmar que ese libro estaba muerto, estaba muy vivo y en permanente relación
con su amparador, el señor Reyes.
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Por otra parte, creo que un libro no muere al ser leído, pues comienza vivir en nosotros. Lo que no le resta importancia al gesto de desprendimiento al regalarlo. Sin embargo, hay libros particularísimos que, me atrevo a decir, un lector se sentirá impedido para regalar, por el amor que nace entre ciertas y particulares señas del alma.
Por otra parte, creo que un libro no muere al ser leído, pues comienza vivir en nosotros. Lo que no le resta importancia al gesto de desprendimiento al regalarlo. Sin embargo, hay libros particularísimos que, me atrevo a decir, un lector se sentirá impedido para regalar, por el amor que nace entre ciertas y particulares señas del alma.
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Esto aparte, tampoco podremos saber si la aparición de esos libros en los remates de la Avenida Fuerzas Armadas, fue consumado por la mano de un empleado deseoso de ganarse algunos reales extra o que, como hubiera sido en el caso de este servidor, alguien se haya apiadado del destino que las bibliotecas le dan a algunos libros añejos, como lo es la hoguera. Lo cierto del caso es que Venezuela es una provincia sin memoria, pues ese libro, como tantos otros destinados al fuego, sería parte del ideario colectivo de este fingimiento que llamamos nación, enser de la memoria colectiva y del espíritu de la nación.
Esto aparte, tampoco podremos saber si la aparición de esos libros en los remates de la Avenida Fuerzas Armadas, fue consumado por la mano de un empleado deseoso de ganarse algunos reales extra o que, como hubiera sido en el caso de este servidor, alguien se haya apiadado del destino que las bibliotecas le dan a algunos libros añejos, como lo es la hoguera. Lo cierto del caso es que Venezuela es una provincia sin memoria, pues ese libro, como tantos otros destinados al fuego, sería parte del ideario colectivo de este fingimiento que llamamos nación, enser de la memoria colectiva y del espíritu de la nación.
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Prácticas como la referida nos sirven de indicio para repetir lo tantas veces dicho: el venezolano se ha caracterizado, secularmente, por ser un desmemoriado en lo que toca a culto de sus raíces y ha demostrado una sempiterna villanía ante sus valores humanos. Casi me atrevería a decir que el venezolano, grosso modo, se precia de su vileza ante todo lo que nos traiga aromas de pasado.
Prácticas como la referida nos sirven de indicio para repetir lo tantas veces dicho: el venezolano se ha caracterizado, secularmente, por ser un desmemoriado en lo que toca a culto de sus raíces y ha demostrado una sempiterna villanía ante sus valores humanos. Casi me atrevería a decir que el venezolano, grosso modo, se precia de su vileza ante todo lo que nos traiga aromas de pasado.
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Comentario aparte, una querida amiga me relató una vez que uno de nuestros más conocidos narradores, a quien no es necesario mencionar (dado que no lo conozco personalmente y uno debe respetar privacidades), ha optado desde hace varios años, por tener una biblioteca muy escueta, personal, de la que constantemente entran y salen títulos; un austero anaquel, que permanentemente se renueva. No crece ni decrece en número, sólo que sus títulos rotan. Cuando entra uno, ha de salir otro.
Comentario aparte, una querida amiga me relató una vez que uno de nuestros más conocidos narradores, a quien no es necesario mencionar (dado que no lo conozco personalmente y uno debe respetar privacidades), ha optado desde hace varios años, por tener una biblioteca muy escueta, personal, de la que constantemente entran y salen títulos; un austero anaquel, que permanentemente se renueva. No crece ni decrece en número, sólo que sus títulos rotan. Cuando entra uno, ha de salir otro.
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Un gesto de desprendimiento que no todo mundo estará dispuesto a arrostrar…
Un gesto de desprendimiento que no todo mundo estará dispuesto a arrostrar…
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Breves reflexiones ocasionadas por la lectura de una glosa divulgada por el grupo Promotores de Lectura (Susan Castro R)
Lamentablemente ya el enlace no se encuentra en la red:
Breves reflexiones ocasionadas por la lectura de una glosa divulgada por el grupo Promotores de Lectura (Susan Castro R)
Lamentablemente ya el enlace no se encuentra en la red:
21 de noviembre de 2013
Manuscrito de Francisco de Miranda.
Arriba, un manoseado tomo de Aldous Huxley, Ciencia, Libertad y Paz.
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