Un señor al que no conozco, amigo de amigos, ha
escrito en una publicación de un largo fragmento de Gurdjieff (tomado de Encuentro
con hombres notables) que subiera yo en una red social, que “…no
pudo leer ese texto, demasiada saliva…” Y yo lo primero que he pensado
fue: ¿y cuál es la necesidad del divulgar un comentario tan baladí y huero de sentido?
Y me ha dado pie para reflexionar lo siguiente.
Expresiones y salidas como la referida no son más que el producto de soberbias
engrandecidas, tal como se han multiplicado en nuestro terruño. Es gesto típico
del venezolano de hoy: hartarse de vana y vacía grandilocuencia para sojuzgar
aquello para lo que ni siquiera ha tenido la curiosa disposición de ánimo
necesario para poder hablar con algo de criterio. Me refiero a esa curiosa
disposición de ánimo que tanto extrañaba Ortega y Gasset, entre los hijos de su
patria, en sus “Estudios sobre el amor”. Hay una vital curiosidad que nadie
debe permitir que se le duerma ni, mucho menos, que otros se la aletarguen.
Este es un país poblado de seres omniscientes. Y
deambulan con esa vital curiosidad muerta y enterrada. Nulidades que andan, de
aquí para allá, derrochando una presumida inopia de ego inflado.
- Van a la casa de Fulano, por ejemplo, a quien no
conocen, pero se saben autorizados (dada su suprema soberbia que todos los dioses
-por supuesto- les aplauden), para saber que quienes allí viven son unos
papanatas.
Son omniscientes perdonavidas, que todo lo saben sobre
todas las cosas, pero que jamás han prestado oídos ni a Voltaire.
Y de allí que ni siquiera vaya yo a perder mi tiempo
en responder directamente a sandeces como la aludida. Simplemente, no entra más
a mi casa.
Mi padre siempre decía que no todo mundo tiene el
derecho de sentarse en nuestra cocina. Y yo comparto plenamente ese juicio.
.
.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario