La poesía no reside únicamente en el verso.- A propósito de "A la sombra de los destellos", de Mario Amengual.
La poesía no reside únicamente en el verso. Lo está en el ver, lo está en el habla y lo está en la mera conversa. Lo está en la desabrigada realidad, esa dama portentosa y subyugante a la que se suele dar por materia vista. Y lo está en lo que, de tan evidente, pasamos, minuto a minuto, por alto. Lo está en el vivir sin pretensiones, lo está en el vivir de los recuerdos.
La poesía no reside únicamente en el verso. Lo está en el ver, lo está en el habla y lo está en la mera conversa. Lo está en la desabrigada realidad, esa dama portentosa y subyugante a la que se suele dar por materia vista. Y lo está en lo que, de tan evidente, pasamos, minuto a minuto, por alto. Lo está en el vivir sin pretensiones, lo está en el vivir de los recuerdos.
Y es por ello que me doy a recordar,
una vez más, que si algo se recuerda es por influjo del corazón. Ri-cor-dare,
en italiano, Re-cor-dar en nuestra lengua. Es recobrar, con nuestro corazón,
aquello que se da o ha de darse. Esto es lo que, sin ampulosidades ni centelleos
literarios, se nos brinda en el acerado y desnudo decir poético de Mario
Amengual.
Una poesía que siempre me ha traído al oído (y,
más precisamente, al oído interno de que hablaba Graves) las resonancias de la
voz de otro poeta de la calle, un poeta que mira todo a su alrededor -y, no
sabemos si casualmente, también oriundo de la Gran Bretaña-, como lo es David Herbert Lawrence.
¿Por qué digo esto? Porque
mucho me ha llamado la atención, en los últimos años, cierta insistencia sobre
el requisito de vuelo de estilo en la palabra como condición indispensable para
que la poesía salga a flote. Como si la palabra no debiera tocar tierra. Y a un
servidor le parece que hay poesía en la tierra como en el cielo. Y que no debe jamás
nadie asumir un dogma en cuanto a nada. La poesía es tan libre que puede
cantarse y decantarse entre el enigma de la palabra elucubrada y la sorpresa de
la realeza desnuda que, como un fogonazo, destella o estalla ante nuestros ojos,
sin descomedidos adornos.
Pienso, ante todo, que como
seres en los que la vida vibra, basta con tener ojos, oídos y poros abiertos para
impregnarnos de poesía. Y eso es algo que va mucho más allá de modas o estilos.
Es algo que va mucho más allá del culto de las opiniones, esa enfermedad
sagrada, según el glosar de Heráclito. Y va, también, mucho más allá del
mudable asunto de las cofradías literarias.
En la palabra de Mario que -adrede-
no llamo poesía, vibra precisamente eso: la poesía.
Precisión es una palabra que me
viene a la garganta cuando escucho, con el oído interno alguna frase suya. Pero
no es precisión de relojería, sino del decir.
Dejo aquí los primeros bocetos que
se desnudan en A la sombra de los destellos, un ramillete de estampas que ha
de ser presentado mañana en una librería de Caracas.
A la sombra de los destellos
Mario
Amengual
*****
Me vino un olor
con su momento de mi infancia.
En la cumbre húmeda de Rancho
Grande
miraba yo unas matas precisas.
Mi padre, que estaba a mi lado,
dijo:
Helechos.
Y esa sola palabra
cortó la neblina
y se hizo múltiple verdor de
hojas rociadas.
*****
Esta otra mañana de infames
noticias,
tráfago mercantil y discursos
patrioteros,
la exalta una niña
que, tomada de la mano de su
abuela
y a cuyas rodillas apenas
llega,
lleva en su otra mano
una flor de cayena como una
ofrenda.
*****
No importaron
los días secos de la intransigencia,
allí
volvieron las gentilezas del corazón
y la fría serenidad del sueño.
*****
Tanta gente hundida
en los agobiantes problemas
domésticos
o del trabajo
(cuando no caen por el abismo
asfixiante del desempleo),
no ve
(¿cómo puede ver?)
el círculo del cielo que nos
ensalza.
*****
Las cosas nos poseen,
hablan por nosotros,
nos presentan,
dicen quiénes somos,
a quién pertenecemos,
revelan nuestros temores,
exponen nuestras creencias
y si intentamos librarnos de
ellas,
las cosas nos seducen y nos
halagan,
nos llevan por sus senderos
parciales,
nos obligan a perseguirlas
y a perder el sueño por ellas.
Las cosas nos compran y nos
venden,
aunque somos nosotros quienes
pagamos por ellas.
*****
Es el aire de esta noche
el aleteo de un murciélago agonizante.
De los rincones de la casa,
de la memoria indecisa,
se levantan voces
que me invitan a reconocerme.
No es cáscara repintada la
memoria,
no es vacío de honduras
ilustradas
sobre el lecho quebradizo de
aguas inquietas.
Algunas luces intranquilas
rompen la oscuridad encubridora
y la atención se divorcia del
pensamiento.
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P. S. Las fotos han sido (obviamente) agregadas a posteriori y son cortesía de Luis Perozo Cervantes. Salud!
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P. S. Las fotos han sido (obviamente) agregadas a posteriori y son cortesía de Luis Perozo Cervantes. Salud!
1 comentario:
Hermosa nota, LA. Contigo suscribo que lo que debe quedar a salvo es la palabra y allí se encontrará la poesía. Lo demás es un juego artificioso. L poesía no ñpuede salvarse como entidad sino a través del corazón del hombre. Y los versos de Mario están escritos desde ese ángulo y las palabras que llenan tus cuadernarios viene y se derraman de la misma vertiente. racias a ambos.
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