Un par de pinceladas que le escribiera a mi hijo Sebastián en Diciembre pasado y las cuales se quedaron a modo de borrador, desde esas fechas, en los archivos de mi blog. Las comparto ahora.
Igualmente habíamos dejado en el borrador de Noviembre de 2013, una publicación con algunas fotos de la presentación de los libros: El abismo de los cocuyos, de Mario Amengual, Días de Bruma (Apuntes y fragmentos de vida, amor y muerte de un amanuense griego al servicio del Imperio)
avatares para versar sobre ellos esa noche. Todo ello, aunado a unas no planificadas palabras introductorias de Sael Ibáñez, un ser a quien nos liga ese mismo tipo de afecto que no necesita persignarse cada día.
A Sebastián
Hoy andaba por
la calle, pensando,
¿se puede
llorar de alegría?
¿puede nuestro
corazón andar
entre apretado
y expandido,
sentir que se
sale por la boca,
aunque se
case con el plexo?
¿o que navegue
por el aire
mientras
divagas por el suelo?
Se puede.
Hoy los astros me han bajado
por el cielo
de los pensamientos.
Mi mollera
estaba abierta de par en par.
Y me he
detenido en la calle a llorar y a reír
como un río
creciente,
como un niño
con sombra de río.
No estoy loco,
y poco me ha importado
lo que
pensaran los asombrados transeúntes.
.
05 /12 /2013.-
A Sebastián
Todo sana y todo se serena.
Cruzas el río
y eres otro,
siendo el
mismo.
Como bien
dijera Heráclito,
no te bañas
dos veces
en las mismas
aguas,
y, sin
embargo, sigues vadeando
el mismo río.
Todo pasa y
todo es.
Tu esencia
abierta está
y en abrazada
comunión
con el cosmos.
Una luz baja
del aire
y baña tu
aura.
Eres uno con
el cielo.
Y te iluminas,
cual una
mariposa,
danzando con
el viento.
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