El sentido poético
Mario Amengual
I
Aún
prevalece la creencia de que la poesía es el arte de escribir versos. A ello
contribuye, en buena parte, la usual arrogancia de quienes se dan a la tarea de
escribirlos. Consideran de su exclusivo patrimonio la “república de la poesía”.
El vulgo, por lo demás, le guarda reverencia al que, con o sin rima, florea sus
palabras; y a los que escriben adrede arrítmica y herméticamente, muy a su
pesar, también los considera poetas.
Lo
cierto es que la poesía queda limitada a la palabra, sobre todo a la impresa.
Como sólo en las palabras vive la poesía, entonces se impone un dogma: no hay
poesía sin libros.
De vez
en cuando se habla de actitudes poéticas. Es el caso de algunos bohemios, gente
desprendida, poco afecta a los bienes materiales y, supuestamente, menos
agobiada por los prejuicios comunes. “Fulano es poeta porque bebe y conversa
hasta el amanecer y duerme donde lo agarre el sueño”.
Creo
que la poesía, para bien de algunos descaminados, muchas veces se presenta en
los poemas. ¿Quién se atreve a negar su presencia en la portentosa voz de Walt
Whitman, en la travesía infernal de Arthur Rimbaud, en la vieja sabiduría del
Tao Te King, en las sentidas coplas de Jorge Manrique, en las conversaciones de
Hölderlin con los dioses? Pero me parece que la poesía es más que una de las
artes y es más que palabras, aunque a veces sólo ellas la reivindican.
Lautreamont
afirmó para siempre que la poesía debe ser hecha por todos. Y vale agregar: si
no hecha por todos, al menos vivida por muchos. Creo en una fuerza, don o
privilegio del ser humano, y como me veo forzado a darle un nombre, lo llamaré
“sentido poético”. No es un concepto, no es un fenómeno constatable en un
laboratorio, no es una deducción después de largos análisis, no es una
cualidad física ni un punto determinado
del cuerpo humano, no es algo explicable ni que requiere convertirse en materia
de estudio. Pese a nuestro empeño en parcelar el conocimiento y ponderar el que
se basa en el método científico, el sentido poético es la principal forma de
conocimiento; aún más, es el saber los saberes.
Nadie
en este mundo, sea cual fuere su profesión u oficio, dará pasos ciertos si el
sentido poético no lo acompaña. Sin él, la humanidad puede concebir
maravillosas obras, pero ellas jamás exhalarán ese aliento que hace enmudecer
con reverencia. El sentido poético es la única genialidad común en nuestra
especie. Quien, de pronto, se halla invadido de sentido poético, comprende y
reconoce su justo lugar en el mundo y no contraviene los misteriosos
designios del Ser; sabe sin elucubraciones, habla sin pretensiones de
imponer criterios, actúa sin querer dominar, toca sin querer conquistar.
Sin
sentido poético, las ciencias, la tecnología, la política, las religiones, las
artes, los oficios, todo el mundo humano se restringe a meras fórmulas, a
inflexiones de la pura apariencia. Sin sentido poético, la realidad humana es
apenas la deplorable sucesión de luchas por tener, destruir y avasallar. Por
eso, en estos días de exaltadas confusiones y alteraciones, de renovadas ansias
de encontrar un destino seguro (¿acaso el destino puede y debe ser seguro?),
ahora, cuando todas las formas de política, convivencia y conocimiento son
esencialmente cuestionables y marginalmente cuestionadas, el hallazgo del
preterido sentido poético es, tal vez, la única manera de conjugar nuestros
aciertos y nuestros desatinos. Recobrar
el sentido poético no sería, me atrevo a decir, alcanzar la esperada redención,
porque no estamos ni al principio ni al final de la Historia. Vivimos un
episodio de ella, tan estremecedor como cualquier otro, pero una vez más
estamos en el punto de sentirnos humanos a cabalidad, para saber, con cordial
certidumbre, que somos más de lo que creemos y menos de lo que pensamos.
II
Por más
que algunos entendidos, a los que se ha convenido en llamárseles futurólogos,
celebren el fin de la masificación y el comienzo de una época de extraordinaria
diversidad, basada en los últimos prodigios de la tecnología, hay quienes
seguimos viendo en el mundo esa uniformidad que tanto alarmó a Stefan Zweig. No
dudo que hoy, más que nunca, el ser humano dispone de una inmensa variedad de
artificios que consagran su condición de "animal racional”.
Depende
como se vea. Nuestra capacidad inventiva sirve, generalmente, al afán de poder
y lucro, al mero placer de la rivalidad. ¿No está visto que la misma ciencia, negando sus
fronteras, se empeña en dominar la naturaleza, dando por sentado que su
manipulador está al margen de ella? Hay,
visto así, monotonía de las intenciones humanas, cualesquiera sean sus métodos
y sus formas.
Es en
este punto donde creo que la poesía puede cumplir una función, inusitada en la
Historia. Le corresponde a la poesía ser contraste, porque en su terreno se
descubre que el éxito y el fracaso son antípodas de una misma trampa; le
corresponde ser contraste por lo que diga y por lo que calle, por el
reconocimiento, sin disfraces, de nuestras limitaciones. En toda esta novela a
trancos, a la poesía le corresponde ser la mala conciencia de la época.
Después de todo, el mundo no está
esperando que los poetas salgan al foro entre luces de colores.
Si
antes el mapa estaba dividido en dos bloques y “las mejores inteligencias” se
ubicaban de uno u otro lado para defender el suyo y despotricar del otro, ahora
(pese a algunas deplorables parodias) poco asusta el espantajo del comunismo.
Y aunque muchos fanatismos están más vivos que nunca, quizás ha ganado el buen discernimiento para
quienes perciben la falsedad de los dilemas. Y allí aparece nuevamente la
poesía (o el sentido poético) en plena disposición para quienes estamos hartos
de iglesias e ideologías.
¿No
parece obvio que el libre mercado y la libre competencia entre los individuos y
entre las naciones (o corporaciones) se consolidan como justificación de peores
avasallamientos y expoliaciones? Al menos yo no estoy convencido de las
bondades de la sociedad actual: pienso y siento que le falta espíritu, alma y
corazón. Insisto en la modesta y acallada combatividad de la poesía, en el
sereno y sosegado saber que no es la desesperación por conocer o poseer
información.
Es
tarea ardua, sin prescripciones ni fórmulas, pero al poeta, no su disfraz o
estereotipo (y puede trajearse como mejor le parezca), ha de ser el
protagonista del contraste. No para envanecerse o arrogarse privilegios; de esa
manera sólo sirve a la causa de su propio ego. Es otra su tarea: tal vez
novísima y necesaria. No será dando golpes de martillo o de sable, ni
resguardando los bienes de la cultura en una isla lejana, como quiso alguna vez
Valéry. No se trata, según veo, de un cambio de escenario o de una convulsión
estética; me refiero a un sustento menos ampuloso y elaborado. Comenzaría, por
ejemplo, con un verso de Goethe: “para asombrarme existo”; o con una declaración del mismo Goethe: “lo
más alto a que puede llegar el hombre es el asombro”; o con este verso de
Pavese: “estoy vivo y he sorprendido en el alba a las estrellas”; o como en el Ars poética de Cadenas: “que cada palabra lleve lo que dice, que
sea como el temblor que la sostiene”; o con el sabor de la existencia en la
comisura de los labios.
En una
sociedad que presume de amplitud y diversidad de pensamiento, pero que a simple
vista muestra su uniformidad de conductas y pareceres, sólo la poesía puede
devolvernos el asombroso milagro de la cotidianidad y librarnos de esa
insensibilidad triunfante que todo lo encuentra evidente, comprensible por sí
mismo.
Con el
asombro como aliento y el vivir como propósito fundamental, el poeta (no su
parodia) se halla casi obligado a buscar puesto en la sociedad. Si ha de
escribir, que sea como Don Quijote le dijo al Caballero del Verde Gabán: “la
pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se
engendraren, tales serán sus escritos”.
La foto de Mario y un servidor, corresponde a la ocasión (Noviembre de 2013) en que presentáramos algunos títulos juntos, en la Librería El Buscón, con el sello BID&CO Editor, de Bernardo Infante, con palabras introductorias de Sael Ibañez y presentación de Rafael Cadenas, todo un honor para nosotros. Agregamos otra panorámica de esa noche y, debajo, una galería de autores o textos convocados.
GALERÍA DE CONVOCADOS
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