Cuando una persona siente que, de algún modo, ha sido
involuntariamente cargada o, al menos, rozada de culpa por actos cometidos por
terceros (sean allegados consanguíneos o no) -karma-, cuenta con el pleno
derecho de buscar una motivación de aquellos actos con miras a realizar una
expiación -catarsis- que obre no sólo por uno, sino por la humanidad
representada en ese uno. Y cobra, entonces, una importancia capital el trabajo
íntimo con la memoria y el espíritu que nos anima, cuando nos hemos decidido a
llevar a cabo un acto de purificación, el cual requiere de mucha valentía y un
corazón bien abonado a la compasión.
Probablemente se especule que hablo como un monje oriental
cuando menciono términos como karma, catarsis y compasión, pero lo hago dentro
del campo de una ética personal que -estimo- debiera albergar todo humano
corazón. Y ese es un valor ancestral que debiéramos rescatar de todo temple místico,
antes que las malsanas estupideces que imponen los fanatismos falsamente
religiosos y que son completamente contrapuestos a toda experiencia espiritual.
Dicho esto, sólo quisiera acotar lo siguiente. Me temo que todos
nosotros inconscientemente nos apoyamos, más de lo que debiéramos, en una sempiterna
labor eufemística pergeñada y concertada por terceros (hermanados en alguna u
otra cofradía) con el único fin de crear perversidades.
Llamamos, por ejemplo, inteligencia a una detestable bajeza
pergeñada únicamente con el fin de avasallar o mancillar a la persona humana
representada en el prójimo. Así, la noción de “inteligencia” se tiñe de
macabras connotaciones para operar de manera contrapuesta a lo que entendemos
por una humanista inteligencia. La jerga del poder se ha inventado luego la
“contra-inteligencia”. Los mecanismos de represión orquestados por todos los
sistemas totalitarios (y que, por desgracia, también suelen ser ejercidos como coercitivo
método por sociedades que se definen a ellas mismas como democráticas) utilizan
los fríos recursos de la “inteligencia” para contravenir los dictados que
suponemos como sustento de la inteligencia o, por lo menos, de una inteligencia
superior. Y así, prácticamente todo lo concerniente a la noción de lo “policial”,
en cuya génesis y etimología descansó el interés por los asuntos de lo
colectivo, así como su sano proceder, ha terminado por convertirse en una
noción antagónica, despojada semánticamente de su componente ético, para erigirse
en la imagen de un “institucionalizado” símbolo en el que se alojan unos mortíferos
enemigos de la polis (la ciudad); tanto,
como lo inteligente se ha convertido en un mortal enemigo de la inteligencia y,
por ende, de la humanidad.
(lacl, 21 de Mayo de 2019 – Extracto
depurado de una nota a un amigo…)
Enmendado el 04 de Enero, 2021
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