Este sueño, cuya aparición debemos agradecerle a nuestra amiga
Maria Gogni, quien tan gentilmente lo ha transcrito y enviado por medio de
estas redes virtuales es, como suele suceder con la poética de Ramos Sucre, una
inédita visión, un cuadro sorprendente sobre el ser y la nada o el ser y el
todo.
No es mera ficción aunque se apoye en la imaginación. Es, a
nuestro juicio, espléndido ejemplo de lo que en el poeta llega a haber de
visionario o anticipador de mundos.
Sólo una palabra o, mejor, expresión, se sale del contexto,
me parece, para dar una clave personal. Y es esa frase final de la “voz
desesperada de confinado”. Hasta ese momento uno podría anticipar que el lugar
que refiere el poeta o el visionario -a pesar de ser un vivo (o, más bien,
inerte) cuadro de un “no hay lugar”-, no es la prisión para un confinado, sino
la maravillosa posibilidad de aventurarse de volar hacia parajes más allá del
universo. Eso, a un servidor, no lo ahoga, al contrario le mueve o invita a esa
maravillosa y posible aventura del ser en otras instancias.
Pero la vida del admirado Ramos Sucre no fue un jardín plagado
de rosas y laureles. De allí, presumo yo, ha de haber nacido aquella frase
final que, en lugar de parangonarlo con el Dante en el Purgatorio, le parangona
con el condenado a una ignota versión del averno.
Esto es, esa frase final, punzante,
desoladora, transforma la visión en una pesadilla.
Salud!
lacl
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Sueño
Mi vida había cesado en la morada sin luz, un retiro desierto, al cabo de los suburbios. El esplendor débil, polvoroso de las estrellas, más subidas que antes, abocetaba apenas el contorno de la ciudad, sumida en una sombra de tinte horrendo. Yo había muerto al mediar la noche, en trance repentino, a la hora designada en el presagio. Viajaba después en dirección ineluctable, entre figuras tenues, abandono a las ondulaciones de un aire gozoso, indiferente a los rumores lejanos de la tierra.
Llegaba a una costa silenciosa, bruscamente, sin darme
cuenta del tiempo veloz. Posaba en el suelo de arena blanca, marginado por
bosques empinados, de cimas perdidas en la altura infinita. Delante de mí
callaba eternamente un mar inmóvil y cristalino. Una luz muerta de aurora
boreal, nacida debajo del horizonte, iluminaba con intensidad fija el cielo
sereno y sin astros. Aquel paraje estaba fuera del universo y yo solo lo
animaba con mi voz desesperada de confinado.
José Antonio Ramos Sucre
La torre de Timón
La torre de Timón
VERONAL, vida y obra del poeta José Antonio Ramos Sucre
El Signo Secreto Itinerario de José Antonio Ramos Sucre
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