Un poema incontestable, que no necesita presentación. Al final, dejamos un par de documentos fílmicos.
Salud!
(lacl)
.
Luis Cernuda
ESCRITO
EN
EL
AGUA
(Ocnos)
Desde niño,
tan lejos como vaya mi recuerdo, he buscado siempre lo que no cambia, he
deseado la eternidad. Todo contribuía alrededor mío, durante mis primeros años,
a mantener en mí la ilusión y la creencia en lo permanente: la casa familiar
inmutable, los accidentes idénticos de mi vida. Si algo cambiaba, era para
volver más tarde a lo acostumbrado, sucediéndose todo como las estaciones en el
ciclo del año, y tras la diversidad aparente siempre se traslucía la unidad
íntima.
Pero terminó
la niñez y caí en el mundo. Las gentes morían en torno mío y las casas se
arruinaban. Como entonces me poseía el delirio del amor, no tuve una mirada
siquiera para aquellos testimonios de la caducidad humana. Si había descubierto
el secreto de la eternidad, si yo poseía la eternidad en mi espíritu, ¿qué me
importaba lo demás? Mas apenas me acercaba a estrechar un cuerpo contra el mío,
cuando con mi deseo creía infundirle permanencia, huía de mis brazos dejándolos
vacíos.
Después amé
los animales, los árboles (he amado un chopo, he amado un álamo blanco), la
tierra. Todo desaparecía, poniendo en mi soledad el sentimiento amargo de lo
efímero. Yo solo parecía duradero entre la fuga de las cosas. Y entonces, fija
y cruel, surgió en mí la idea de mi propia desaparición, de cómo también yo me
partiría un día de mí.
¡Dios!,
exclamé entonces: dame la eternidad. Dios era ya para mí el amor no conseguido
en este mundo, el amor nunca roto, triunfante sobre la astucia bicorne del
tiempo y de la muerte. Y amé a Dios como al amigo incomparable y perfecto.
Fue un sueño
más, porque Dios no existe. Me lo dijo la hoja seca caída, que un pie deshace
al pasar. Me lo dijo el pájaro muerto, inerte sobre la tierra el ala rota y
podrida. Me lo dijo la conciencia, que un día ha de perderse en la vastedad del
no ser. Y si Dios no existe, ¿cómo puedo existir yo? Yo no existo ni aun ahora,
que como una sombra me arrastro entre el delirio de sombras, respirando estas
palabras desalentadas, testimonio (¿de quién y para quién?) absurdo de mi
existencia.
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