hasta el vértice de la primera bifurcación.
En aquél desvelamiento
Penélope --casi como si se tratara de un divino saber--
pendulaba la cabalgadura del tiempo.
© María I. Saavedra - Aquello que un día nos hizo temblar de alegría – 2015
Y aquí dejo mis avatares…
Un sinfín de avatares
me ha tocado librar
en las recientes
estaciones.
A ello podría achacar
mis extravíos.
A ello, el antifaz y la
máscara;
el cambio de rostro
y hasta la pérdida de
cara.
No es asunto de andar
achacando culpas
a terceros ni a otredades.
Asumo mi desvarío
ante la perplejidad.
Pero, ¿qué más da,
si vivimos en un mundo
de seres humanos abolidos,
un mundo de inconfesadas
o mal disimuladas agonías?
Me regalan la náusea
y no voy a rechazarla.
Me ofrendan una aridez
que no me sacia.
Los días, con sus noches,
han pasado a ser hojas de
calendario
con notas al margen de la
vida
y una galería de sonrisas
que no desdibujan el
estigma.
Tiendo mi mano a la cúpula
celeste
y recojo galones de nada.
Y el silencio es un
derroche
capaz de incordiar a aquel
a quien se lo dones.
Quédate, pues, apacible,
y no mires a los lados.
Deja que la nada y su
música
colmen los ramajes de tu
respiración.
Si has de andar íngrimo o incierto,
al contraste de las soledades
del mundo
que sea, el nuevo vestigio,
un matrimonio consumado
ante el hallazgo de la noche.
(© lacl, 1ro. de Noviembre, 2014, mediodía, texto al
desgaire y, por supuesto, inédito.)
AVATARES
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