lacl.
Como Ronsard, aquí mi nombre grabo, Francisco Pérez Perdomo
Como sirgas,
tiran de mí los sueños.
No sentía el pasar del tiempo.
Turbulentos, éramos
más bien nosotros
quienes ya corríamos detrás de él
para alcanzarlo.
Pero lento y acerbo,
sin embargo,
en nosotros pasaba.
¿Qué ha sido de tu vida?
¿Te acuerdas? A la hora vespertina
jugábamos los dos a los trompos
en el atrio de la iglesia. Pasmado,
te observaba en silencio.
Veía tus piernas torneadas y ligeras
casi volar aquella tarde.
Ya la edad del amor se aproximaba.
Sin decir nada, te alzabas de repente
y te alejabas, soñadora, de mi lado.
Por un atajo te ibas perdiendo
entre los hirsutos pajonales.
Diríase que te raptaba el horizonte,
Yo me quedaba solo. Largo rato
miraba tu figura a lo lejos
hasta que un remolino de polvo
te hacía desaparecer en la distancia.
Yo me quedaba solo y meditando.
Después te busqué muchas veces
y nunca pude encontrarte.
Vagabas interminable
por los bosques, mas, de fijo,
tus huellas se borraban
acariciadas por el viento
y la música celestial
de los maizales. Los idílicos
campos se abrían hacia la infinitud. En lontananza,
a la hora de siempre
te soñaba recogiendo flores,
silvestre, entre bucólicas
brisas que ondulando
en las colinas despeinaban tu pelo.
Tus pies resplandecían en el césped.
A tus espaldas murmuraba una fuente.
De seguro no te vería más.
En la corteza de este árbol solitario,
hoy, apartado del mundo,
para que tal vez un día me recuerdes
en tu errancia eterna,
como Ronsard, aquí mi nombre grabo.
(del libro: La casa de la
noche, 2001)
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