DESDE EL TIEMPO HASTA LA ETERNIDAD
Alan Watts, Capítulo IV de La cultura de la contra cultura.
A san Agustín de Hipona le preguntaron: «¿qué es el tiempo?». «Sé lo que es, pero cuando me lo preguntas, no lo sé», respondió. Curiosamente, él fue quien tuvo más que ver con la idea del tiempo que prevalece en Occidente.
En Grecia y en la India se creía que el tiempo era un proceso circular. Cualquiera que mire un reloj, evidentemente verá que el tiempo transcurre de forma circular. Pero los hebreos y los cristianos pensaron que el tiempo era algo que iba en línea recta. Esa es una poderosa idea que influye a todo aquel que vive en Occidente.
Todos tenemos nuestras mitologías. Cuando utilizo la palabra mitología o mito, no me estoy refiriendo a algo que es falso. Quiero decir una idea o una imagen a través de la cual la gente encuentra sentido al mundo.
El mito occidental con el que hemos nutrido a nuestro sentido común durante muchos siglos, considera que el mundo comenzó en el año -4000. Este mito se presenta en la Biblia del rey Jaime, según la cual fue transmitido por un ángel en el año 1611. En este mito, Dios, como es natural, había existido siempre, desde tiempos inmemoriales. El mundo fue creado y un día se destruirá. En algún momento en medio del tiempo, la segunda persona de la Trinidad se encamó en la forma de Jesucristo para salvar a la humanidad y establecer la verdadera iglesia. En algún momento del futuro, el tiempo tocará a su fin. Habrá un día que será el último, entonces la segunda persona de la Trinidad —Dios Hijo— reaparecerá en la gloria con sus legiones de ángeles y tendrá lugar el Juicio Final. Los que se salven vivirán eternamente contemplando a la bendita Trinidad. Los que no se portaron bien se retorcerán para siempre en el infierno.
Según esta exposición, el tiempo es unidireccional. Cada acontecimiento solo sucede una vez y jamás se podrá repetir. Según san Agustín, cuando Dios Hijo se encarnó en este mundo, se sacrificó para el perdón de todos los pecados. Esto fue algo que solo podía suceder una vez.
No sé por qué pensó eso, pero seguro que lo creyó así. De ahí la idea de que el tiempo es una historia única que tuvo un principio definido y que tendrá un final igualmente definido y eso es todo. La mayoría de los occidentales ya no creemos en esa historia, aunque muchos consideran que deberíamos creer en ella. Pero aunque no crean en ella, todavía conservan parte de su forma de pensar, una visión lineal del tiempo que nos dice que vamos por una carretera de un solo sentido. Nunca volveremos a recorrer el mismo camino y a medida que avanzamos por él pensamos que, con el tiempo, las cosas mejorarán.
Esta versión del tiempo difiere de una forma muy extraña y fascinante de la que tienen en otras partes del mundo. Veamos la visión hinduista por ejemplo. Los hinduistas no tienen una mente tan cerrada y provinciana como para creer que el mundo fue creado en una fecha tan reciente como el -4000. Ellos calculan las eras del universo en unidades de cuatro millones trescientos veinte mil años. Esa es su unidad básica para contar y se denomina kalpa. Su visión del mundo difiere bastante de la nuestra.
En Occidente vemos el mundo como un artefacto hecho por un gran técnico, el Creador. Pero los hinduistas no creen que el mundo fuera creado. Lo ven como un drama, no como algo que ha sido creado, sino como algo donde se actúa. Ven a Dios, al actor supremo o lo que denominan el Espíritu Cósmico, interpretando simultáneamente todos los papeles. En otras palabras, nosotros, los pájaros, las abejas, las flores, las rocas y los astros somos todos un acto puesto en escena por Dios, que a través de las múltiples eternidades simula que es todas esas cosas para divertirse. Finge que es todos nosotros. Al fin y al cabo no es una idea tan descabellada. Si te pidiera que pensaras qué harías en el caso de que fueras Dios, puede que descubrieras que ser omnisciente, omnipotente y eterno resultara extraordinariamente aburrido. Al final estarías deseando tener una sorpresa.
¿Qué es lo que intentamos hacer con la tecnología? Intentamos controlar el mundo. Intentamos ser omnipotentes y omniscientes. Imagina la satisfacción última de ese deseo. Cuando tuviéramos el control de todo y grandes paneles donde con tan solo apretar un botón se cumplieran todos los deseos, ¿qué querríamos entonces? Al final querríamos tener un botón rojo especial etiquetado como «sorpresa». Aprieta ese botón y ¿qué ocurrirá? De pronto perderemos nuestro estado de conciencia normal y nos encontraremos en una situación mucho más parecida a la que nos hallamos ahora, donde sentimos que estamos un poco fuera de control, sujetos a sorpresas y a los caprichos de un universo impredecible.
Los hindúes creen que Dios aprieta el botón «sorpresa» muy a menudo. Es decir, durante un período de cuatro millones trescientos veinte mil años, Dios sabe quién es. Entonces se aburre y decide olvidar quién es durante otro período semejante. Se va a dormir y tiene un sueño; a este sueño le llaman manvantara. El período en el que se despierta y no sueña se denomina pralaya, un estado de beatitud total. Pero cuando se vuelve a dormir y sueña, Él manifiesta el mundo.
Esta manifestación del mundo está dividida en cuatro eras. Se las denomina según las cuatro tiradas de los dados indios. La primera se conoce como krita, que corresponde a la tirada del cuatro, la tirada perfecta. Krita-yuga, o la primera era, dura mucho tiempo.
En ese período de manifestación del mundo, todo es absolutamente delicioso. Sería lo mismo, por ejemplo, que si tuvieras el privilegio de tener el sueño que quisieras cuando fueras a dormir por la noche. Durante al menos un mes vivirías todos tus deseos en sueños. Disfrutarías de banquetes, música y de todo aquello que desearas.
Pero luego, al cabo de unas pocas semanas, dirías: «Esto es un poco aburrido. Vamos a tener una aventura. Vamos a buscar problemas». Está bien buscarse problemas en sueños porque sabes que al final te vas a despertar. Así que lucharías contra dragones, rescatarías princesas y harías todo ese tipo de cosas.
Al cabo de un tiempo, cuando volvieras a aburrirte, podrías ir cada vez más lejos. Podrías planear olvidarte de que estás soñando. Creerías que realmente estás en peligro y ¡qué sorpresa si entonces te despertaras! Luego, una de esas noches, cuando estuvieras soñando cualquiera de esos sueños, te encontrarías justo donde estás ahora, con todos tus problemas particulares, preocupaciones, lecturas y compromisos, leyendo estas palabras. ¿Cómo sabes que esto no es lo que está sucediendo?
Luego, tras Krita-yuga, en la que todo es perfecto, viene una época algo más breve denominada Treta-yuga, que adopta su nombre de la tirada del tres en los dados indios. En Treta-yuga las cosas son algo más inseguras.
Cuando termina esa era, llega una tercera: un período más corto denominado Dvapara-yuga, cuyo nombre deriva de dva, la tirada del dos. En este período, las fuerzas del bien y del mal están equilibradas.
Cuando esa era toca a su fin, viene una época aún más breve denominada Kali-yuga. Kali significa la tirada del uno, o la peor de todas. En este período las fuerzas de la negación y de la destrucción son las que triunfan.
Kali-yuga se supone que empezó poco antes del -3000. Todavía nos quedan otros cinco mil años[5]. En este período todo se desmorona y las cosas van de mal en peor, hasta que al final, el Señor aparece en su disfraz de Kali, la destructora. Kali es negra, tiene cuatro brazos y lleva un collar de calaveras. En una mano sostiene una espada ensangrentada. En otra mano sostiene por los cabellos una cabeza cortada. Una tercera mano permanece abierta, con los dedos extendidos hacia delante en el gesto de concesión de los deseos. La cuarta mano también está abierta, con los dedos mirando hacia arriba y la palma extendida en el gesto que significa «no temáis», todo es un gran teatro. Después, todo el cosmos se destruye con el fuego y el Señor despierta a todas las almas, les revela quién es Él y luego vive durante un pralaya de 4 320 000 años en un estado de beatitud absoluta.
Esta secuencia de las eras se repite eternamente. Son las inhalaciones y exhalaciones de Brahmá, el Espíritu Supremo. Y estas equivalen a los años de Brahmá, que cada uno de ellos equivale a 360 kalpas. Y estas a su vez equivalen a siglos y así sucesivamente. Pero nunca llega a aburrirse porque cada vez que empieza un manvantara, Dios se olvida de todo lo que ha sucedido antes y queda totalmente absorto en la representación, al igual que cuando naciste y abriste los ojos en el mundo pensaste que era la primera vez. Todo el mundo era maravilloso y extraño. Lo veías con los ojos claros de la infancia.
Por supuesto, a medida que vas creciendo te vas acostumbrando a las cosas. Has visto el sol muchas veces y piensas que siempre es el mismo sol. Ves los árboles hasta que al final piensas que son los mismos viejos árboles. Empiezas a aburrirte, a venirte abajo y a desintegrarte hasta morir, porque te has cansado de todo. Pero después de tu muerte nace otro bebé, que por supuesto eres tú, porque todo bebé se denomina a sí mismo «yo», lo ve todo desde una perspectiva totalmente nueva y siente una emoción sin límites. Con esta perfecta organización para que jamás exista un aburrimiento del todo intolerable va pasando el tiempo, una y otra vez, de forma circular.
Este mito hindú es uno de los grandes mitos en el mundo sobre el tiempo. Nosotros, en nuestra era y tiempo, hemos de considerarlo muy seriamente. Como civilización con una alta tecnología que ejerce un tremendo poder sobre la naturaleza, hemos de considerar seriamente el tiempo. Por lo tanto, me permitiré formular la misma pregunta que le hicieron a san Agustín: «¿qué es el tiempo?». No voy a daros su respuesta. Sé lo que es el tiempo y cuando me lo preguntéis os lo diré. El tiempo es una medida de energía, una medida de movimiento.
Hemos acordado internacionalmente la velocidad del reloj. De modo que quiero que penséis en los relojes durante un momento. Nosotros, como todos sabemos, somos sus esclavos. Observaréis que vuestro reloj tiene una esfera circular y que está calibrado. Cada minuto o segundo está señalado con una fina línea, dibujada lo más estrecha posible, pero que resulta visible. Cuando pensamos en lo que queremos decir con la palabra «ahora», pensamos en el instante más corto posible que está aquí y que inmediatamente ha pasado, porque ese momento corresponde con la imagen de las delgadas calibraciones del reloj.
A raíz de ello, somos personas que creemos que no tenemos ningún presente, porque pensamos que el presente siempre se desvanece al instante. Este es el problema del Fausto de Goethe. Consigue su gran momento y le dice: «¡oh, retrásate más, eres tan hermoso…!». Pero el momento nunca permanece. Siempre se disuelve en el pasado.
Por consiguiente tenemos la sensación de que nuestras vidas se nos están escapando a cada momento. Por eso tenemos ese sentido de urgencia: no se ha de perder el tiempo, el tiempo es oro. Debido a la tiranía de los relojes, creemos que tenemos un pasado y que sabemos quiénes éramos —nadie te puede decir quién es ahora, solo te puede decir quién era— también creemos que tenemos un futuro. Esa creencia es terriblemente importante, porque tenemos la ingenua esperanza de que el futuro nos deparará todo aquello que estamos buscando.
Si vives en un presente que es tan corto que en realidad no existe, siempre te sentirás algo frustrado. Cuando le preguntas a una persona: «¿qué hiciste ayer?», te explicará una sucesión histórica de una secuencia de acontecimientos. Te dirá: «Me desperté a eso de las siete de la mañana. Me levanté y me hice un café, luego me cepillé los dientes y me duché, me vestí, desayuné y me marché a la oficina». Te hace un resumen histórico del curso de los acontecimientos. La gente realmente piensa que eso es lo que ha hecho.
En realidad eso es solo una explicación esquemática de lo que hicieron. Las personas viven una vida mucho más rica que todo eso, pero no se dan cuenta de ello. Solo prestan atención a una pequeña parte de la información que reciben a través de sus cinco sentidos. Se olvidan de que al levantarse y prepararse el café, su mirada se dirigió a la ventana y vio los pájaros. Se olvidan de la luz en las hojas de los árboles y de que su nariz jugueteó con el aroma del café. Se olvidan porque no eran conscientes de ello. Porque tenían prisa. Se tomaron el café muy rápido para poder ir a la oficina a hacer algo que pensaban que era muy importante.
Quizás lo era, porque de algún modo les sirvió para producir dinero. Pero como estaban tan absortas en el futuro, no utilizaron el dinero que ganaron. No pudieron disfrutarlo. Quizás lo invirtieron para poder tener un futuro donde puede que algo llegue a sucederles, ese algo que siempre han estado buscando. Pero, como es natural, nunca les sucederá, porque el mañana nunca llega. La verdad del asunto es que el tiempo no existe. El tiempo es una alucinación. Solo existe el hoy. Nunca habrá otra cosa que el hoy y si no sabes cómo vivir hoy es que estás demente.
Este es el gran problema de la civilización occidental, de todas las civilizaciones. La civilización es un sistema muy complejo donde usamos símbolos —palabras, números, figuras y conceptos— para representar el verdadero mundo de la naturaleza. Empleamos el dinero como símbolo de riqueza. Utilizamos el reloj para representar el tiempo. Usamos los kilómetros y los centímetros para representar el espacio. Todas ellas son medidas muy útiles. Pero también puedes abusar de una cosa buena. Es fácil confundir la medida con lo que estás midiendo, al igual que confundir el dinero con la riqueza. Es como confundir el menú con la cena. Puedes quedarte tan embelesado con los símbolos que los confundas por completo con la realidad. Esta es la enfermedad que padecen casi todos los pueblos civilizados. Por lo tanto, nosotros nos encontramos en la situación de comernos el menú en lugar de la cena, de vivir en un mundo de símbolos y palabras. Esto hace que nos relacionemos mal con nuestro entorno material.
Los Estados Unidos de América, como el país más progresista de Occidente, es un gran ejemplo de esto. Somos un pueblo que nos consideramos grandes materialistas y nos avergonzamos un poco de ello. Pero esta reputación no nos la merecemos en absoluto. Un materialista es una persona a la que le gusta lo material y por lo tanto lo venera, respeta y disfruta. Nosotros no hacemos eso. Nosotros odiamos lo material. No dedicamos a abolir sus limitaciones. Queremos abolir las limitaciones del tiempo y del espacio. No queremos ir de San Francisco a Nueva York en algo que vaya por tierra y estamos procurando que así sea. No nos damos cuenta de que el resultado será que San Francisco y Nueva York serán lo mismo y que no valdrá la pena ir de un sitio a otro.
Cuando te vas de vacaciones quieres ir a un sitio que sea diferente. Puede que pienses en ir a Hawai, donde imaginas que habrá playas de arena, un maravilloso océano azul y arrecifes de coral. Pero los turistas cada vez preguntan más: «¿ya se ha estropeado el lugar?». Con esto quieren decir: «¿ya es exactamente como Dallas?». Y la respuesta es «sí». Entonces cuanto más rápido se pueda llegar desde Dallas a Honolulú, más pronto esta última será como la primera y menos razón habrá para hacer el viaje. Tokyo se ha vuelto como Los Ángeles. Cuanto más deprisa te desplazas de un lugar a otro del planeta, todos los lugares se vuelven lo mismo. Este es el resultado de abolir las limitaciones del tiempo y el espacio.
Tenemos prisa por hacer demasiadas cosas. Volviendo a mi resumen de lo que hace una persona durante el día: la persona se levanta por la mañana y se prepara café, supongo que sería un café instantáneo, porque tendría demasiada prisa como para preocuparse en preparar una deliciosa taza de café. El café instantáneo es un castigo para las personas que tienen demasiada prisa.
Eso pasa con todas las cosas instantáneas. Hay algo de farsa en todo ello. ¿Adónde corrías hacia el futuro? ¿Qué creías que el futuro te iba a aportar? En realidad no lo sabes. Siempre me había parecido una excelente idea asignar a los alumnos universitarios de primero la tarea de escribir una redacción sobre cómo les gustaría que fuese el cielo. Es decir, hacerles reflexionar sobre lo que realmente quieren en esa abstracción del futuro, puesto que la verdad del asunto —tal como ya he dicho— es que no existe el futuro. El tiempo es una abstracción, al igual que el dinero y que los centímetros.
Pensemos en la Gran Depresión. Un día todo iba bien —todo el mundo era bastante rico y tenía abundancia de alimentos— y, de pronto, al día siguiente, todos estaban en la pobreza. ¿Qué pasó? ¿Habían desaparecido las granjas? ¿Se desvanecieron las vacas en el aire? ¿Dejaron de existir los peces del mar? ¿Perdieron los seres humanos su energía, habilidades y cerebros? No, esto es lo que sucedió: una mañana, después del comienzo de la Depresión, un carpintero se fue a trabajar y su capataz le dijo: «Lo siento, chico, no puedes trabajar hoy. Ya no hay centímetros».
—¿Qué quieres decir con que no hay centímetros? —dijo el carpintero.
—Sí —dijo el capataz—. Tenemos tablas, tenemos metal, pero no tenemos centímetros.
—Estás loco —le respondió el carpintero.
—Tu problema es que no entiendes de negocios —replicó el capataz.
Lo que sucedió en la Gran Depresión es que los seres humanos confundieron el dinero con la riqueza. No se dieron cuenta de que el dinero es una medida de riqueza, del mismo modo que los centímetros son una medida de longitud. Creen que es algo valioso de por sí. A raíz de ello tienen increíbles problemas.
Del mismo modo, el tiempo no es otra cosa que una medida abstracta de movimiento. Pero seguimos contando el tiempo. Tenemos la sensación de que el tiempo se nos acaba y nos hacemos la vida imposible con esto. Supongamos que estás trabajando. ¿Estás mirando el reloj? Si es así, ¿a qué esperas? A que sea la hora, las cinco en punto. Ya te puedes ir a casa y divertirte. ¿Qué vas a hacer cuando llegues? ¿Divertirte o vas a mirar la televisión —que es una reproducción electrónica de la vida que ni siquiera huele a nada— y tomarás una cena típica de estar mirando la tele —que es una especie de basura recalentada como la de los aviones— hasta que te entre sueño y te vayas a dormir?
Este es nuestro problema. No estamos vivos. No estamos despiertos. No vivimos en el presente. Recibimos una educación. ¡Vaya trampa! De niño nos envían a una guardería. En la guardería nos dicen que te estás preparando para ir a la escuela de párvulos. Luego ya llega el primero, el segundo y el tercer grado. Te dicen que estás subiendo gradualmente la escalera, que estás progresando. Cuando llegas al final de la enseñanza básica, te dicen: «ya estás preparado para ir al instituto». En el instituto te dicen que ya estás preparado para ir a la universidad. En la universidad te dicen que ya estás preparado para meterte en el mundo de los negocios con tu traje y tu diploma. Después acudes a tu primera reunión comercial y te dicen: «ya puedes salir a la calle a vender». Te prometen que ascenderás por la escalera de los negocios si vendes y quizás tengas un ascenso. Si vendes te suben el sueldo. Al final, a eso de los cuarenta y cinco años, un día llegas a ser el vicepresidente de una compañía y te dices a ti mismo: «He llegado. Pero me han engañado. Falta algo. Ya no tengo un futuro». «No es así —te dice el agente de seguros—. Yo tengo un futuro para ti, esta póliza te permitirá retirarte cómodamente a los sesenta y cinco y ahora ya puedes pensar en eso». Estás encantado. Contratas el seguro y a los sesenta y cinco te jubilas, pensando que ese es el gran logro de tu vida. El problema es que tienes trastornos de próstata, dientes postizos y arrugas. Y eres un materialista, un fantasma, una abstracción. Estás en ninguna parte, porque nunca te dijeron y nunca te diste cuenta de que la eternidad es ahora. No existe el tiempo.
¿Qué harás entonces? ¿Puedes recuperar el sonido de un tapón de botella de champán que saltó la noche pasada? ¿Puedes darme un ejemplar del Dallas Morning Herald de mañana? Sencillamente todavía no está impreso. No existe el tiempo. El tiempo es una fantasía. Es una fantasía útil, al igual que las líneas de latitud y longitud. Pero en realidad no existen. Nunca vas a atar un paquete con la línea del ecuador. El ecuador y el tiempo son lo mismo, meramente abstracciones. El tiempo es una convención. Nos permite que podamos reunirnos en la esquina de tal sitio a las cuatro en punto. ¡Estupendo! Pero no nos dejemos engañar por la convención. No es real.
Para las personas que viven en el presente no tiene sentido hacer planes. Las personas que creen en el tiempo y que viven hacia el futuro hacen muchos planes. Pero cuando estos maduran, ya no están allí para disfrutarlos. Están planificando otra cosa. Son como burros corriendo detrás de una zanahoria que cuelga de un palo delante de su hocico. Nunca están en el momento presente. Nunca llegan a donde quieren ir. Nunca están vivas. Siempre están frustradas. Por lo tanto siempre están pensando, el futuro es su preocupación. Algún día pasará, piensan. Pero como nunca llega, se desesperan. Quieren más y más tiempo. Les aterra la muerte, porque esta detiene el futuro. Y nunca llegan a su meta, sea cual fuere. Siempre hay algo más al doblar la esquina.
Por favor, ¡despierta!
No te estoy diciendo que no seas previsor, que no debas contratar una póliza de seguros, que no te hayas de preocupar por cómo vas a pagar los estudios de tus hijos. Lo que quiero decir es que no tiene sentido enviar a tus hijos a la universidad y proporcionarles un futuro si no sabes cómo vivir en el presente, porque lo único que harás es enseñarles a no vivirlo. Acabarás arrastrándote por la vida alegando que lo haces en beneficio suyo, y estos a su vez se arrastrarán por la vida aburridamente alegando que lo hacen por sus hijos.
Todos nos cuidamos de todos tan maravillosamente que nadie se divierte en absoluto. Decimos de un loco que no está del todo aquí. Nuestra enfermedad colectiva es no estar del todo aquí.
Al principio del régimen comunista en Rusia, tenían un plan de cinco años, todo iba a ser estupendo al cabo de esos cinco años, salvo que cuando llegó la fecha, tuvieron que hacer otro plan de cinco años. Estaban transformando a los seres humanos en pistas de baile para la próxima generación. Pero, por supuesto, la siguiente generación no podría bailar; tendría que convertirse en la pista de baile de la siguiente generación y así sucesivamente. Cada generación sostiene la pista para la siguiente, pero nadie llega a bailar jamás.
Como veréis la filosofía comunista y la nuestra son idénticas. De hecho, nuestro sistema también es el suyo. Cada vez nos parecemos más, debido a nuestra mala interpretación de la realidad del tiempo. Estamos obsesionados con el tiempo. Siempre ha de llegar. Mao Tse-Tung puede decir a todos los chinos: «vivid una vida aburrida, llevad la misma ropa y un pequeño libro rojo, y un día, quizás todo será estupendo».
Nosotros nos encontramos en la misma situación. Somos el país más rico del mundo y la mayoría de nuestros ejecutivos van vestidos con trajes oscuros y parecen enterradores. Comemos «Wonder Bread» (una marca de pan), al que le han inyectado espuma de poliestireno con algunos productos químicos que se supone que son nutritivos. Ni siquiera sabemos comer. Dicho de otro modo, vivimos en lo abstracto, no en lo concreto. Trabajamos por dinero, no por la riqueza. Esperamos el futuro y no disfrutamos el hoy. Estamos destruyendo nuestro entorno. Estamos Los Angelizando el mundo, en lugar de civilizarlo. Estamos convirtiendo el aire en gases tóxicos y el agua en veneno. Estamos destruyendo la vegetación de las colinas. Y ¿para qué? Para imprimir periódicos.
En nuestras universidades valoramos más lo que ha sucedido que lo que está sucediendo. Los informes de la secretaría están en cajas fuertes bajo llave, pero los libros de la biblioteca no. Por supuesto, lo que hacemos es mucho más importante que lo que hemos hecho. No comprendemos esto. Nos vamos de merienda al campo y alguien dice: «Está haciendo un día maravilloso. ¡Qué pena que nadie haya traído una cámara!». La gente se va de viaje con sus pobres cajitas alrededor del cuello y, en lugar de vivir la escena, sea cual sea, empiezan a hacer clic, clic, clic con sus cajitas, para al llegar a casa poder enseñar las fotos a sus amigos y decir: «Mirad, eso es lo que pasó. Por supuesto, yo no estuve realmente allí, solo estaba haciendo fotos».
Cuando el registro se vuelve más importante que el acontecimiento, estamos remontando el río sin remos. De modo que la necesidad más grande de la civilización es vivir el presente. Piensa en todos los problemas que nos evitaríamos. Lo tranquilas que serían las cosas. No nos estaríamos interfiriendo mutuamente. No estaríamos haciendo el bien a todos, como el general que destruyó una aldea en Vietnam por la seguridad de la misma. Esta fue su explicación. «Deja que te ayude amablemente o perecerás —dijo el mono poniendo al pez a salvo en la copa de un árbol».
El ahora es el significado de la vida eterna. Jesús dijo: «yo soy, antes que Abraham». No dijo «yo fui», sino «yo soy». Llegar a esto, saber que eres y que no existe el tiempo salvo el presente, es alcanzar de pronto el sentido de la realidad.
La meta de la educación debería ser enseñar a la gente a vivir en el presente, a estar aquí. En su lugar, nuestro sistema educativo es bastante abstracto. Rechaza los fundamentos de la vida y en vez de ello nos enseña a ser burócratas, banqueros, contables y agentes de seguros. Descuida por completo nuestra relación con los cinco aspectos del mundo material: cosechar, cocinar, vestirse, tener un hogar y hacer el amor. Estos aspectos se pasan por alto. Por eso el Congreso de los Estados Unidos puede promulgar una ley que dicte una grave penalización para aquel que queme una bandera en público. Sin embargo esos congresistas mediante actos de comisión o de omisión son los responsables de quemar lo que representa la bandera y de la erosión de los recursos naturales de esta tierra. Aunque dicen que aman a nuestro país, no es verdad. Su país es una realidad. Ellos aman a su bandera, que es una abstracción. De modo que creo que es el momento de volver a la realidad, de regresar del tiempo a la eternidad, de volver al eterno ahora, que es lo que tenemos, lo que siempre hemos tenido y lo que en realidad siempre tendremos.
Alan Watts. Sobre el despertar.
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