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En muchos, demasiados
rincones del mundo se practica el amedrentamiento, la persecución, el
aislamiento, la reclusión, el avasallamiento, la expoliación, el arrebato (o
intento de arrebato) de la dignidad humana. En algunos lugares se practica con
sangrienta saña y en otros con disimulado rencor, pues en estos últimos edenes
la sangre mana de los inocentes como por obra de la providencia.
Lo cierto es que
“manejar” un país como un establo es una de las preferencias de los amantes del
principio autoritario. Los autoritarios son seres sumamente endebles y
desamparados, vistos desde una perspectiva anímica. Son seres en estado amorfo,
en los que los procesos de metamorfosis están negados, impedidos, vedados. Para
tales seres no hay esperanza de renacimiento en los jardines del alma, porque
portan un alma muerta; no saben qué es lo que les duele, como una vieja y
sangrante herida supurando miasmas desde el inicio de los tiempos. De allí que
su única respuesta posible de cara al mundo, para expresar ese karmático (y,
para ellos, incomprensible) dolor, sea una impostura. Se transforman en
impostores, son seres con pies de barro simulando ser hijos de Atlas. Son los
hombres que ocultamente se dicen: “Si no puedo acarrear mis yerros, dolores y
máculas debo, buscar la forma de que otros carguen ese peso.” Son prédicas que
el fuero interior les canta, pero ellos hacen como que no escuchan. Pasan por
desatentos a ese llamado, aunque siguen sus dictados al pie de la letra. Y
cualquier catecismo les servirá de excusa para armar sus odas a la desazón.
Tener siempre la razón es algo que -intuyen- les viene por obra de los hados,
pero saben ocultarse que esa condición de inequívoca perfección de la que se
adornan, no es más que vana apariencia, pues nace de los hedores de almas
putrefactas, cuyas mortajas no pueden permitirse mostrar a nadie. Es como si en
una celda de su casa, celda oscura de la que sólo ellos poseen la llave,
mantuvieran sus propios autorretratos, ante los que el propio Dorian Gray
palidecería.
Y nunca, jamás de los
jamases, podrán comprender a los hombres que se contentan con simplemente
contemplar un rojo atardecer o a quienes, en sus pensamientos diarios, no les
cabe otra cosa que un amor que no pide nada tangible a cambio. Nunca podrán
comprender la razón del por qué aquellos, a quienes consideran infelices, no
tengan desmesuradas aspiraciones pecuniarias y sean capaces de portar una
sonrisa en la cara, cada vez que se topan con sus seres amados, sea un gato, un
perro, un hijo o una esposa o esposo o un amigo; ni, mucho menos, que los
viejos villancicos sirvan para colmar sus almas en fechas cuando el orden
económico ha dado al traste con todo y no hay pan suficiente en la mesa para calmar
los llantos de la caja torácica. Porque hay alimentos que los seres de a pie
conocen y que no se pueden obtener con gruesas billeteras. Y ellos, seres de a
pie, mujeres y hombres de la calle que no se doblegan al llamado de las almas
putrefactas, saben muy bien lo que las “autoridades” pueden hacer con las
riquezas nacidas como producto de una sempiterna expoliación.
lacl, 25 de diciembre
de 2016
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Una obra magnífica: EL Oratorio de Navidad
de
Johann Sebastian Bach.
https://www.youtube.com/watch?v=98UjjwzJBFE&t=399s
https://www.youtube.com/watch?v=5SHDTNy_rUM&t=881s
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