Más profundo que el amor, David
Herbert Lawrence, traducido por Hanni Ossott
Yo le doy gracias al cielo porque este poema fue
escrito y encomendado a mi persona, particularmente recreado para empapar la
sed y silueta de mi alma. ¿Qué? Dirán las gentes cuando escuchen tamaña
apropiación, ¿qué le pasa a este insensato? ¿está ciego? ¿es un Narciso? ¿o
será que se cree ombligo del mundo? Y yo lamento tener que desdecirles, pues
así fue, fue escrito para mí y sólo para mí.
Porque mi alma estaba permeable a esa voz y entonación cuando, en mis ojos y oídos, brazos de mi corazón, cayeran sus rezos en forma de palabras. Porque mi alma se hallaba sedienta y deseosa de hallar una palabra que la iluminara, un espejo en el cual reconocerse.
Porque mi alma estaba permeable a esa voz y entonación cuando, en mis ojos y oídos, brazos de mi corazón, cayeran sus rezos en forma de palabras. Porque mi alma se hallaba sedienta y deseosa de hallar una palabra que la iluminara, un espejo en el cual reconocerse.
Y entonces ella se dijo (pues se dio cuenta de que
esa palabra clave había sido traducida y liberada para aliviar su sed
infinita): gracias, providencia, no sé de dónde vienes, pero gracias.
Y tuvo que tragar grueso. Y dar las gracias
nuevamente. Y decirse: mira tú, tan altanera, tan engreída en creer que tenías
a ese pobre y paupérrimo dios agarrado por las barbas. Pero resulta que todo
era espejismo.
Y allí estaban esos poetas labrando -lenta y
meticulosamente- la palabra para hacer ecos en las grutas de tu corazón. Ella,
afanosamente legando y revelando, cifrando y descifrando, y él, afortunadamente
siendo acogido por otro corazón de atentísima y amorosa escucha.
Así como hay momentos en la vida que se
manifiestan como revelación, lo mismo ha de suceder y sucede con la palabra
dada. Es dardo que sólo puede ser lanzado en el lugar y el momento precisos, la
milagrosa hora en que se alinearon los astros para todo despertar.
lacl
Nota: La selección de poemas de Lawrence traducidos por Hanni Ossott, fue editada inicialmente en las prensas de la editorial universitaria de la ULA (Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela), una joya que aún agradecemos. No tengo el libro a la mano, luego dejo los datos de la edición. BID&CO Editor luego editaría las obras completas de Hanni, dato que igualmente agregaré en lo que haga las pesquisas entre los anaqueles.
I.
Más profundo que el amor
Hay amor y es una cosa profunda
pero hay cosas más profundas que el amor.
Al principio y al final, el hombre está solo.
El hombre nació solo y muere solo
y está solo mientras vive en su más profundo sí mismo.
El amor, como las flores, es vida, creciendo.
Pero debajo están las profundas rocas, la roca viva
que vive sola
y más profundamente aún, el fuego desconocido, desconocido
y pesado,
pesado y solo.
El amor es cosa de dos.
Pero debajo de cualquier pareja, el hombre está solo.
Y bajo las grandes y turbulentas emociones del amor, el
pasto violento,
descansa la roca viviente del orgullo de una simple
criatura,
el oscuro, el ingenuo orgullo.
Y más profundamente aún que el lecho del orgullo
yace el pesado fuego de la vida desnuda
con su extraña conciencia primordial de justicia
y su primordial conciencia de conexión,
conexión a un fuego vital más profundo aún, aún más terrible
y con la antigua, antigua y última verdad de la vida.
El amor es cosa de dos, y es amable
como la vida viviente sobre la tierra
pero bajo todas las raíces del amor yace el lecho
rocoso del desnudo orgullo, subterráneo,
y más profundo que el lecho rocoso del orgullo está el
fuego primordial del centro
que reposa en conexión con el más distante y para
siempre desconocido fuego de todas las cosas
y que se mece con un sentido de conexión, de
religión
y tiembla con un sentido de verdad, de conciencia
primordial
y es silencioso con un sentido de justicia, el
ardiente imperativo primordial.
Todo esto es más profundo que el amor
más profundo que el amor.
II.
Más profundo que el amor
Oh, el amor es una cosa profunda
pero hay cosas más profundas que el amor.
Al principio y al final, el hombre está solo.
nace solo, muere solo
vive mientras vive la mayor parte de su tiempo solo
y en su más profundo sí mismo, nunca deja de estar
solo.
La vida sería una vida desnuda sin amor,
el cual viste nuestra desnudez como la hierba a las
llanuras y los arboles a las colinas
y convierte nuestra descubierta pluralidad en unidad.
Pero en el fondo el hombre está solo, cada uno una
roca para sí mismo.
Bajo el verde herboso unísono de toda nuestra amistad,
bajo el florecer estival de todas las rosas del amor
y las raíces del gran árbol de familia y el bosque de
la nación,
bajo todo ello,
está la roca
y cada hombre una roca en sí mismo
petrificado en su propio orgullo primordial
orgullo prístino y más profundo que la conciencia, el
nativo orgullo de un hombre.
Y la roca desciende, más profundamente, de lo frio al calor
y el mayor calor hacia el fuego más pesado y ardiente
que ninguna otra cosa conocida,
y éste es el centro de un hombre.
Fuego primordial y central de un alma, más pesado que
el hierro
tan pesadamente central, más pesado y ardiente que
ninguna otra cosa conocida.
Y también solo
y sin embargo
ovillándose en conexión,
pesado con la pesadez del equilibrio,
equilibrio con el otro, el vasto fuego incognoscible
que centra y equilibra todas las cosas.
Fuego primordial y central del alma, más pesado que el
hierro
tan pesadamente central, apoyando sin embargo su peso
contra
el más vasto fuego,
apoyándose en la inclinación masiva e inconsciente que
llamamos religión
como se apoya la tierra en el sol.
Fuego primordial y central del alma que se apoya y
desea,
se convulsiona y tiembla de nuevo en correspondencia
con la vida total
que se enrosca y desenrosca sensible a la vida, y
consciente de la verdad,
y equilibrado con un sentido de justicia como
equilibrados están los mundos.
Oh, debajo de todo amor combatiente yace la silente
roca del orgullo
que tan a menudo vemos desnuda
y bajo la roca, mientras más descendamos, sentimos el
oscuro fuego del alma
pesado y hundido más abajo del conocer, hundiéndose masivo
en el ardor
y dando otra respuesta,
respondiendo, no a nosotros, ni a cosa alguna conocida
de nosotros, sin embrago respondiendo desde la profundidad, a la mayor
profundidad en la oscura llamada religiosa.
La ardiente y oscura llamada del alma entre la
oscuridad, lejos de nosotros
lejos de nosotros
hacia no sabemos qué oscura vida masiva en lo
incognoscible,
es ésta nuestra desvalida religiosidad que en última
instancia nos doblega enteramente.
Y en el cerrado fuego que llama y es respondido desde
la oscuridad
corren vibraciones de sentido, sentido que tiembla despierto
por primera vez
en la dirección del llegar de la vida, del pasar de la
vida
el primer darse cuenta del alma:
e inmediatamente la distinción entre los dos, que es
el sentido de verdad.
Oh, mucho antes que el amor sea posible
la pasión se ha levantado en el alma
la pasión primordial de la verdad
está despierta, la pasión por la vida, y la pasión de
estar consciente de la vida.
Pues la verdad, el más antiguo misterio del saber
interior, es apasionada consciencia de la vida.
Y la pasión gemela, mucho, mucho antes de la
posibilidad del amor
es la pasión del equilibrio entre el ardiente sí mismo
y el fuego mayor
el pasión de la verdad equilibrada
la pasión de la justicia
que es en el alma lo que el gran equilibrio de la
tierra en el universo.
En la profundidad del alma humana
el ardiente deseo va hacia el más vasto fuego
prehumano
y las primeras pasiones ardientes agitan la viviente
alma fundida
en apasionada conciencia de vida que entra y sale, que
es verdad,
en apasionado esfuerzo de equilibro entre el entrar y
el salir
que es justicia realizándose en nuestros verdaderos orígenes.
Nosotros somos más viejos que el amor.
Somos tan viejos como la verdad
tan viejos como la justicia
tan viejos como la vida y la respuesta a la vida.
Aun cuando en la edad de carbón no hubo amor,
¿quién podría conectar el ictiosaurio al amor?
Sin embargo el ictiosaurio no está exento de verdad
en su propia justicia
se equilibró a sí mismo
y fue consciente de la vida, gritó en la oscuridad de
las oscuridades.
.
Nota: Las pinturas son de D. H Lawrence.
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