Walt Whitman decía en uno de sus
prólogos a las Hojas de hierba (*):
“…El disfrute de la belleza no es un
azar desatinado…; es ineluctable como la vida…; es exacto y a plomo como la
gravedad. De la vista procede otra vista y del oído procede otro oído y de la
voz procede otra voz eternamente curiosos de la armonía de las cosas con el
hombre…”
Con razón Borges tanto le admirara.
Una admiración sustentada en ese valor conferido a lo intasable y caro al alma:
no sólo la experiencia de contemplar la belleza, sino la de su disfrute y
revelación en nosotros.
Me gustaría subrayar la palabra ‘armonía’ del retazo
del viejo Walt aquí citado. Que de la vista proceda otra vista, aquella que, al
contemplar, ilumina; o del oído proceda otro oído, aquel que escucha lo
inaudible porque escucha con el corazón; o que de la voz surja la
voz que dicta sin disimulos, pero sin aprehensiones lo que
asombrosamente nos pone en comunión con el concierto de la naturaleza, eso es el
verdadero hallazgo del ser: la armonía.
Revelar belleza, diría luego Borges (lo
leí en la solapa de un libro, cara revelación). Y luego agregó: pero sólo se puede revelar belleza que se siente. Y allí entra en clara comunión con el
disfrute de la belleza de que hablara Whitman. Pues no hay disfrute cuando no
hay sentir.
Un breve recordatorio del por qué
marcha el mundo humano como marcha: hacia su destrucción.
.
(*) Fue en el último de sus prólogos,1988. La
traducción es de Francisco Alexander.
Breve nota para el cuaderno
Inscripciones en el dolmen.
Walt Whitman: poeta de eternidad, registro audiovisual
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