La idea del
Imperio
es una bruma,
un misterio,
una apariencia.
Mapa ilusorio
que se desvanece
bajo los azotes
del inflexible Cronos.
Los agudos
estadistas
se esmeran por
fijar
el tinglado de
“nuestros
dominios” y por
delimitar
los linderos en
los
confines de una tierra
que ondula como
una
despedazada
bandera.
Hasta esos confines
despedimos
legiones
de pretorianos
-compuestas por
gentes de la más
diversa ralea-
para sofocar
fuegos,
amaestrar
pueblos,
civilizar
bárbaros.
Y nadie se atrevería
a preguntar cuál
es la dosis de
sangre
necesaria para
juntar
la argamasa que
une
las piedras con
que se
erigen nuestros
templos.
Tomado
de Días de bruma, Apunte y fragmentos de
vida, amor y muerte de una amanuense griego al servicio del imperio. BID&CO
Editor, Caracas, 2013
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