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sábado, 12 de octubre de 2024

Misterio de Navidad, un retablo de nuestra memoria. lacl.


Este Misterio de Navidad es un hermoso y emotivo regalo que recibo de manos de mi prima Natalia. La música es de nuestro tío Antonio y la letra de Manuel Alfredo Rodríguez. Ojalá y pudieran hacerse todos los registros a lugar de una ingente suma de composiciones de nuestro terruño, las cuales esperan salir a la luz y a la escucha. No he escuchado esta versión en el más deseable de los dispositivos disponibles para ello. Lo he escuchado en el móvil. Luego le escuché incorporando unos buenos parlantes a este aparatito. Volveré a hacerlo con más detenimiento.

Sin embargo, algo me queda de esta escucha. Y es que musicalmente es una pieza que capto como modernamente incidental, tanto en la introducción como en su desarrollo; ello, hasta el momento en que irrumpen las maracas y se abre un villancico, El Ángel tuvo razón, con el aire típico de nuestras melodías vernáculas, caracterizadas por ese sentimiento desbordado que suele asomar en nuestras voces de manera espontánea. Mi madre siempre decía que era uno de los más bellos villancicos que haya escuchado. Y desde que tuve uso de gusto y razón, siempre le he acompañado en ese juicio. A ese ángel que tuvo razón lo escuchamos desde muy chicos y llegamos a cantarle innumerables veces en nuestras parrandas navideñas, en las que afloraban los cantos tradicionales de aguinaldos y villancicos alternando con otros aires, como el de la fulía oriental o el de la gaita zuliana. En fin, les dejo este enlace en ofrenda, con la alegría de saber que se están rescatando esas composiciones musicales del repertorio de quienes dedicaron sus vidas a componerle una melodía al alma del colectivo...

Salud, lacl. 

Dejo aquí el enlace:

https://youtu.be/t9xV0hu6Bl8?si=i1uNy7fbUZRAY43z








viernes, 4 de octubre de 2024

El Whitman de Borges. Prólogo de Borges a Hojas de hierba . / Walt Whitman, poemas.




Dejemos de lado, en principio, todas las consideraciones críticas o biográficas sobre un hombre que ha dado tanto de qué hablar como lo ha sido Walt Whitman. Ya su nombre había sonado mucho en mis oídos en mis años de adolescencia y pubertad, mucho antes de leer cualquiera línea suya. Lo cual no deja de ser de importancia, toda vez que su figura cobró el perfil mitológico de seres imaginarios pero también reales, como la de Don Quijote y su otro yo, el de Don Miguel de Cervantes. 

Puedo decir que le leí temprano, en ediciones prestadas que circularon en casa. Y que le leí con sigilo y prudencia, pues revelaba un ser que en cierta forma ya se dibujaba no sólo en mi fuero interior, puesto que sentía que ese ser se dibujaba en todo ser humano. Y pensé que no estaba preparado para eso, así que, repito, le leí con mucho tiento, paso a paso, deteniéndome en cada estancia, como si caminara sobre un piso mojado. Eran aguas sobre las que poco habíamos navegado, aunque sí presentido. 

Ya recién inaugurada la adultez, mi hermana Maruja me regaló la traducción de Borges y luego me hice con sus obras completas, cuya traducción el propio Borges encomiara y comencé a leerle igualmente de manera tranquila, ocasional pero consuetudinaria, detenida y, si se me permite, extática, como muchos de sus versos. 

Años después, cuando entablé amistosa hermandad con mi compadre Mario Amengual, la obra de Whitman estuvo siempre salpimentando nuestras luengas y gratas tertulias. Mario ya era un fiel lector del viejo Walt cuando le conocí y le había leído en las mismas traducciones que un servidor. Recuerdo mucho algo sobre lo que yo le insistía en esas innumerables tertulias mantenidas en alguna barra o mesa caraqueña. Solía apuntarle que me parecía que había cierto fervor vivencialista de parte de Borges hacia la existencia (excusándome ante la evidente redundancia) y que tal fervor era tan intenso, puro y entregado como el de Henry Miller. No soy del gusto de encasillar nada ni a nadie, pero quizás estemos de acuerdo en que a Borges le podemos situar más cercano al culto de un arte apolíneo que dionisíaco, tanto como a Miller podemos imaginarle más relajado y complacido ante las apariciones de Dionisio entre sus páginas.

Y es en esa minucia donde se centra la paradoja. Borges, un ser gobernado por el pudor, sentía tanto fervor -como el que más- por la defensa de todos aquellos dones que se representan en el regalo de vivir. El hecho de que fuese un escritor ganado por el recato no impide que fuera un amante defensor de los dones connaturales a toda humana vida. No ha de extrañarnos entonces, la fascinación que causaran los versos del viejo Walt en las horas de desvelo de Don Jorge Luis. 

El prólogo de Borges a la obra de Whitman es una joya de introducción, como suelen serlo las suyas. Y apunta en breves páginas lo esencial que hay que destacar en la poética del bardo de Manhattan. Quizás en otra ocasión podríamos hacer alusión a sus palabras, pero ya me he extendido lo suficiente sobre el asunto de su estilo, engañosamente apolíneo. 
Sin más el prólogo de Borges y alguna de sus traducciones. 

Salud, lacl.

Prólogo de Jorge Luis Borges a Hojas de hierba, de Walt Whitman.   

Quienes pasan del deslumbramiento y del vértigo de Hojas de hierba a la laboriosa lectura de las piadosas biografías del escritor, se sienten siempre defraudados. En las grisáceas y mediocres páginas que he mencionado, buscan al vagabundo semidivino que les revelaron los versos y les asombra no encontrarlo. Tal, por lo menos, ha sido mi experiencia personal y la de todos mis amigos. Uno de los propósitos de este prólogo es explicar, o intentar una explicación, de esa desconcertante discordia. 

Dos libros memorables aparecieron en Nueva York el año 1855, ambos de índole experimental, ambos muy distintos. El primero, inmediatamente famoso y ahora relegado a las antologías escolares o a la curiosidad de los eruditos y de los niños, fue el Hiawatha de Longfellow. Este quiso donar a los pieles rojas que habían habitado New England una epopeya profética y mitológica en lengua inglesa. En pos de un metro que no recordara los habituales y que pudiera parecer aborigen, recurrió al Kalevala finlandés que había forjado —o reconstruido— Elías Lönnrot. El otro libro, entonces ignorado y ahora inmortalizado, fue Hojas de hierba. 

He escrito que los dos eran distintos. Innegablemente lo son. Hiawatha es la obra meditada de un buen poeta que ha explorado las bibliotecas y que no carece de imaginación y de oído; Hojas de hierba, la inaudita revelación de un hombre de genio. Las diferencias son tan notorias que resulta increíble que ambos volúmenes fueran contemporáneos. Un hecho, sin embargo, los une: los dos son epopeyas americanas. 

América era entonces el símbolo famoso de un ideal, ahora un tanto gastado por el abuso de las urnas electorales y por los elocuentes excesos de la retórica, aunque millones de hombres le hayan dado, y sigan dándole, su sangre. El orbe entero tenía puestos los ojos en América y en su «atlética democracia». Entre los testimonios innumerables, básteme ahora recordar al lector uno de los epígrafes de Goethe (Amerika, du hast es besser…). Bajo el influjo de Emerson, que de algún modo siempre fue su maestro, Whitman se impuso la escritura de una epopeya de ese acontecimiento histórico nuevo: la democracia americana. No olvidemos que la primera de las revoluciones de nuestro tiempo, la que inspiró la revolución francesa y las nuestras, fue la de América y que la democracia fue su doctrina. 

¡Cómo cantar de un modo condigno esa nueva fe de los hombres! Había una respuesta evidente; la que hubiera elegido, tentado por las facilidades de la retórica o por la mera inercia, casi cualquier otro escritor. Urdir laboriosamente una oda o tal vez una alegoría, no desprovista de interjecciones vocativas y de letras mayúsculas. Whitman, felizmente, la rechazó. 

Pensó que la democracia era un hecho nuevo y que su exaltación requería un procedimiento no menos nuevo. 

He hablado de epopeya. En cada uno de los modelos ilustres que el joven Whitman conocía y que llamó feudales, hay un personaje central —Aquiles, Ulises, Eneas, Rolando, El Cid, Sigfrido, Cristo— cuya estatura resulta superior a la de los otros, que están supeditados a él. Esta primacía, se dijo Whitman, corresponde a un mundo abolido o que aspiramos a abolir, el de la aristocracia. Mi epopeya no puede ser así; tiene que ser plural, tiene que declarar o presuponer la incomparable y absoluta igualdad de todos los hombres. Semejante necesidad parece conducir fatalmente a un mero fárrago de la acumulación y del caos; Whitman, que era un hombre de genio, sorteó prodigiosamente ese riesgo. Ejecutó con felicidad el experimento más audaz y más vasto que la historia de la literatura registra. 

Hablar de experimentos literarios es hablar de ejercicios que han fracasado de una manera más o menos brillante, como las Soledades de Góngora o la obra de Joyce. El experimento de Whitman salió tan bien que propendemos a olvidar que fue un experimento. 

En algún verso de su libro, Whitman recuerda telas medievales con muchos personajes, algunos aureolados y preeminentes, y declara que se propone pintar una tela infinita, poblada de infinitos personajes, todos con us aureolas. ¿Cómo ejecutar semejante hazaña? Whitman, increíblemente, lo hizo. 

Necesitaba, como Byron, un héroe, pero el suyo, símbolo de la populosa democracia, tenía que ser innumerable y ubicuo, como el disperso dios de los panteístas. Elaboró una extraña criatura que no hemos acabado de entender y le dio el nombre de Walt Whitman. Esa criatura es de naturaleza biforme; es el modesto periodista Walter Whitman, oriundo de Long Island, que algún amigo apresurado saludaría en las aceras de Manhattan, y es, asimismo, el otro que el primero quería ser y no fue, un hombre de aventura y de amor, indolente, animoso, despreocupado, recorredor de América. Así, en alguna página de la obra, Whitman nace en Long Island; en otras en el Sur. Así, en una de las piezas más auténticas del Canto de mí mismo, refiere un episodio heroico de la guerra de México y dice haberlo oído contar en Texas, donde no estuvo nunca. Así, declara haber sido testigo de la ejecución del abolicionista John Brown. Los ejemplos podrían multiplicarse abrumadoramente; casi no hay página en que no se confundan el Whitman de su mera biografía y el Whitman que anhelaba ser y que ahora es, en la imaginación y en el afecto de las generaciones humanas. 

Whitman ya era plural; el autor resolvió que fuera infinito. Hizo del héroe de Hojas de hierba una trinidad; le sumó un tercer personaje, el lector, el cambiante y sucesivo lector. Este ha tendido siempre a identificarse con el protagonista de la obra; leer Macbeth es de algún modo ser Macbeth. Walt Whitman, que sepamos, fue el primero en aprovechar hasta el fin, hasta el interminable y complejo fin, esa identificación momentánea. Al principio recurrió al diálogo; el lector conversa con el poeta y le pregunta qué oye y qué ve o le confía la tristeza que siente por no haberlo conocido y querido. 

Whitman responde a sus preguntas: 

«Veo al gaucho que cruza la llanura, veo al incomparable jinete de caballos con el lazo en la mano, veo sobre las pampas la persecución de la hacienda brava.» 

Y también: 

«Estos son en verdad los pensamientos de todos los hombres en todas las épocas y países; no son originales míos. 

Si no son tan tuyos como míos, son nada o casi nada, 

Si no son el enigma y la solución del enigma, son nada, 

Si no son tan cercanos como lejanos, son nada. 

Esta es la hierba que crece donde hay tierra y hay agua, 

Este es el aire común que baña el planeta». 

Innumerables son los que han imitado, con éxito diverso, la entonación de Whitman: Sandbourg, Lee Masters, Maiakovski, Neruda… Nadie, salvo el autor del inextricable y ciertamente ilegible Finnegans Wake, ha vuelto a acometer la creación de un personaje múltiple. Whitman, insisto, es el modesto hombre que fue desde 1819 hasta 1892 y el que hubiera querido ser y no acabó de ser y también cada uno de nosotros y de quienes poblarán el planeta. 

Mi conjetura de un triple Whitman, héroe de su epopeya, no se propone insensatamente anular, o de algún modo disminuir, lo prodigioso de sus 

páginas. Antes bien, se propone su exaltación. Tramar un personaje doble y triple y a la larga infinito, pudo haber sido la ambición de un hombre de letras meramente ingenioso; llevar a feliz término ese propósito es la proeza no igualada de Whitman. En una polémica de café sobre la genealogía del arte, sobre los diversos influjos de la educación, de la raza y del medio ambiente, el pintor Whistler se limitó a decir: Art happens (El arte sucede), lo cual equivale a admitir que el hecho estético es, por esencia, inexplicable. Así lo comprendieron los hebreos, que hablaban del Espíritu; así los griegos, que invocaban la musa. 

En cuanto a la traducción… Paul Valéry ha dejado escrito que nadie como el ejecutor de una obra conoce a fondo sus deficiencias; pese a la superstición comercial de que el traductor más reciente siempre ha dejado muy atrás a sus ineptos predecesores, no me atreveré a declarar que una traducción aventaje a las otras. No las he descuidado, por lo demás; he consultado con provecho la de Francisco Alexander (Quito, 1956), que sigue pareciéndome la mejor, aunque suele incurrir en excesos de literalidad, que podemos atribuir a la reverencia o tal vez a un abuso del diccionario inglés-español. 

El idioma de Whitman es un idioma contemporáneo; centenares de años pasarán antes que sea una lengua muerta. Entonces podremos traducirlo y 

recrearlo con plena libertad, como Jáuregui lo hizo con la Farsalia, o Chapman, Pop y Lawrence con la Odisea. Mientras tanto, no entreveo otra posibilidad que la de una versión como la mía, que oscila entre la interpretación personal y el rigor resignado. 

Un hecho me conforta. Recuerdo haber asistido hace muchos años a una representación de Macbeth; la traducción era no menos deleznable que los actores y que el pintarrajeado escenario, pero salí a la calle deshecho de pasión trágica. Shakespeare se había abierto camino; Whitman también lo hará. 

JORGE LUIS BORGES 

Buenos Aires, 19 de junio de 1969.


*** *** ***


Los portones del granero están abiertos de par en par, 

El pasto seco de la cosecha carga el pesado carro, 

La clara luz juega sobre los vaivenes del verde, del pardo y del gris, 

Las brazadas colman el granero repleto. 

Estoy ahí, trabajo, he venido tendido sobre la carga, 

He sentido las mansas sacudidas, una pierna sobre la otra, 

Salto de las lanzas y tomo a manos llenas el trébol y la alfalfa, 

Y doy vueltas de carnero y el pasto se enreda en mi cabello. 


Walt Whitman, traducción de Jorge Luis Borges.


Ser en cualquier forma, ¿qué es eso? 

(Giramos y giramos para volver al mismo punto, todos nosotros, sin fin), 

Si no hubiera nada más evolucionado que la almeja en su insensible valva, 

eso bastaría. 

Mi valva no es insensible, 

Tengo instantáneos conductores que recorren mi cuerpo, en el movimiento o 

en la inquietud, 

Se apoderan de cada cosa y hacen que sin dolor entren en mí. 

Me basta remover, apretar, sentir con los dedos para ser feliz. 

Apenas puedo resistir el roce de mi cuerpo o el de otro. 


Walt Whitman, traducción de Jorge Luis Borges







miércoles, 2 de octubre de 2024

Friedrich Nietzsche, Fragmentos póstumos sobre política. /. Texto en edición...



(  Vendrán otros fragmentos, texto en edición.  )

Friedrich Nietzsche. Unas dosis de su pensamiento suelen actuar como revulsivo contra tanto malestar generado por una imperante y secular sociopatía. Acaso sirvan esas lecturas -eso alberga mi esperanza- para corregir el abuso de las tergiversaciones en que tantos sociópatas han sumido su pensamiento. 

Salud, lacl. 

***

Máxima: no tratar a ningún hombre que participe en la charlatanería mentirosa de las razas. 

(¡Cuánta mendacidad y agua pantanosa se necesita para agitar la cuestión racial del actual E‹uropa› mezclada!)


***

Cien profundas soledades construyen juntas la ciudad de Venecia: éste es su embrujo, una imagen para los hombres del futuro. 


***

El otro día me ha escrito un tal señor Theodor Fritsch de Leipzig. No hay banda más sinvergüenza y estúpida en Alemania que estos antisemitas. En agradecimiento, le he respondido por carta mandándole un puntapié conveniente. Esta chusma se atreve a mencionar el nombre de Zaratustra, ¡asco!, ¡asco!, ¡asco!


***

Friedrich Nietzsche, Escritos póstumos sobre política.


Friedrich Nietzsche,

Fragmentos póstumos sobre política (Verano de 1886 - Otoño de 1887)

Uno de mis libros preferidos...

Editorial Trotta, Madrid, 2004.





lunes, 30 de septiembre de 2024

Frances Yates, El arte de la memoria. Un fragmento, texto en edición)





(Un fragmento, texto en edición)


El arte de la memoria es un caso muy claro de materia marginal, a la que no se reconoce pertenezca a ninguna de las disciplinas normales, habiéndosela pasado por alto porque era asunto de nadie. 

Frances A. Yates,

EL ARTE DE LA MEMORIA. 

Taurus, Madrid, 1974







Memoria y visión / Sentido común, Anotaciones Android, lacl

 

El presente está cargado de futuro, pues siempre está viniendo. Pero tendríamos que convenir en algo, también está cargado de pasado, pues siempre se está yendo. La memoria, a veces difusa, a veces clara como solitario manantial, hunde las manos del mirar en ese flujo, buscando peces que quieren seguir su curso. Y un pensamiento anticipado busca echar la red hacia adelante, al observar aquello indefinido que se aviene. Memoria y visión son parte del corpus intangible que, como flama, aviva en nuestro corazón...


lacl, Anotaciones Android, 15 de septiembre 2024


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Qué diría hoy Bertrand Russell de su tan alabado sentido común? Lo llamaría común? Ante tal pérdida de equilibrio en lo que toca a razón, pareciera que ese sentido se ha "descomunizado". Pero no vamos a ir tan lejos. El sentido común pervive, sí, mas viviendo entre catacumbas.


lacl, anotaciones android, 30 de septiembre 2017




Fragmentarias... Cioran, Erasmo, Cage, Rumi, Stevens, Billón...




Llorar de admiración, única excusa de este universo, puesto que necesita una.

Emil Cioran


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“…Lamentar todo aquello que se deriva de la propia naturaleza es confundir los conceptos…”

Habla la locura o estulticia (en la sección de elogio de la ignorancia – la Edad de Oro, por boca de Easmo).




*** *** ***

Daniel Charles: - ¿Y en qué se convierte el compositor?

John Cage: - En oyente. Se pone a escuchar

.(Para los pájaros, John Cage – Conversaciones con Daniel Charles, Monte Avila Editores, Caracas, 1981)


*** *** ***

Quien ama de veras, sale de sí mismo. Quien sale de sí, se desnuda de sí.

Rumi


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La vida es más hermosa que las ideas.

Wallace Stevens


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Miserias hacen mal obrar a la gente

y el hambre hace salir al lobo del bosque.


Francois Villon, El testamento, XXI, estrofas finales 


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sábado, 28 de septiembre de 2024

Dicen que Pitágoras habló por boca de Filolao, DÍAS DE BRUMA. Fragmento / VERSOS DE ORO (Atribuidos a Pitágoras)

 



Dicen que Pitágoras habló 

por boca de Filolao; 

que Filolao y Sócrates 

lo hicieron por boca de Platón;

y que Homero lo hace 

por toda boca de griego. 

Sólo el industrioso orador 

político goza fama de ser 

siempre virgen u original. 



Días de bruma (Apuntes de vida, amor y muerte de un escriba griego al servicio del Imperio) - Simónides Románico.

lacl, Bid&Co Editor, Col. Poetas del Hispano Mundo. Caracas, 2013.



*** *** ***

VERSOS DE ORO
(Atribuidos a Pitágoras)

Honra, en primer lugar, y venera a los dioses inmortales,
a cada uno de acuerdo a su rango.
Respeta luego el juramento, y reverencia a los héroes ilustres,
y también a los genios subterráneos:
cumplirás así lo que las leyes mandan.
Honra luego a tus padres y a tus parientes de sangre.
Y de los demás, hazte amigo del que descuella en virtud.

Cede a las palabras gentiles y no te opongas a los actos provechosos.
No guardes rencor al amigo por una falta leve.

Estas cosas hazlas en la medida de tus fuerzas,
pues lo posible se encuentra junto a lo necesario.

Compenétrate en cumplir estos preceptos,
pero atente a dominar
ante todo las necesidades de tu estómago y de tu sueño,
después los arranques de tus apetitos y de tu ira.

No cometas nunca una acción vergonzosa,
Ni con nadie, ni a solas:
Por encima de todo, respétate a ti mismo.

Seguidamente ejércete en practicar la justicia, en palabras y en obras,
Aprende a no comportarte sin razón jamás.

Y sabiendo que morir es la ley fatal para todos,
que las riquezas, unas veces te plazca ganarlas y otras te plazca perderlas.

De los sufrimientos que caben a los mortales por divino designio,
la parte que a ti corresponde, sopórtala sin indignación;
pero es legítimo que le busques remedio en la medida de tus fuerzas;
porque no son tantas las desgracias que caen sobre los hombres buenos.

Muchas son las voces, unas indignas, otras nobles, que vienen a herir el oído:
Que no te turben ni tampoco te vuelvas para no oírlas.
Cuando oigas una mentira, sopórtalo con calma.

Pero lo que ahora voy a decirte
es preciso que lo cumplas siempre:
Que nadie, por sus dichos o por sus actos,
te conmueva para que hagas o digas nada que no sea lo mejor para ti.

Reflexiona antes de obrar para no cometer tonterías:
Obrar y hablar sin discernimiento es de pobres gentes.
Tú en cambio siempre harás lo que no pueda dañarte.

No entres en asuntos que ignoras,
mas aprende lo que es necesario:
tal es la norma de una vida agradable.

Tampoco descuides tu salud,
ten moderación en el comer o el beber,
y en la ejercitación del cuerpo.
Por moderación entiendo lo que no te haga daño.
Acostúmbrate a una vida sana sin molicie,
y guárdate de lo que pueda atraer la envidia.

No seas disipado en tus gastos
como hacen los que ignoran lo que es honradez,
pero no por ello dejes de ser generoso:
nada hay mejor que la mesura en todas las cosas.

Haz pues lo que no te dañe, y reflexiona antes de actuar.
Y no dejes que el dulce sueño se apodere de tus lánguidos ojos
sin antes haber repasado lo que has hecho en el día:
"¿En qué he fallado? ¿Qué he hecho? ¿Qué deber he dejado de cumplir?"
Comienza del comienzo y recórrelo todo,
y repróchate los errores y alégrente los aciertos.

Esto es lo que hay que hacer.
Estas cosas que hay que empeñarse en practicar,
Estas cosas hay que amar.
Por ellas ingresarás en la divina senda de la perfección.
¡Por quien trasmitió a nuestro entendimiento la Tetratkis,
la fuente de la perenne naturaleza. 

¡Adelante pues! ponte al trabajo,
no sin antes rogar a los dioses que lo conduzcan a la perfección.
Si observares estas cosas
conocerás el orden que reina entre los dioses inmortales y los hombres mortales,
en qué se separan las cosas y en qué se unen.

Y sabrás, como es justo, que la naturaleza es una y la misma en todas partes,
para que no esperes lo que no hay que esperar,
ni nada quede oculto a tus ojos. 

Conocerás a los hombres,
víctimas de los males que ellos mismos se imponen,
ciegos a los bienes que les rodean, que no oyen ni ven:
son pocos los que saben librarse de la desgracia.
Tal es el destino que estorba el espíritu de los mortales,
como cuentas infantiles ruedan de un lado a otro,
oprimidos por males innumerables:
porque sin advertirlo los castiga la Discordia,
su natural y triste compañera,
a la que no hay que provocar, sino cederle el paso y huir de ella.

¡Oh padre Zeus! ¡De cuántos males no librarías a los hombres
si tan sólo les hicieras ver a qué demonio obedecen!


Pero para ti, ten confianza,
porque de una divina raza están hechos los seres humanos,
y hay también la sagrada naturaleza que les muestra y les descubre todas reflexionalas cosas.
De todo lo cual, si tomas lo que te pertenece,
observarás mis mandamientos,
que serán tu remedio, y librarán tu alma de tales males.

Abstente en los alimentos como dijimos,
sea para las purificaciones, sea para la liberación del alma,
juzga y  de todas las cosas y de cada una,
alzando alto tu mente, que es la mejor de tus guías.

Si descuidas tu cuerpo para volar hasta los libres orbes del éter,
serás un dios inmortal, incorruptible,
ya no sujeto a la muerte.