Esta madrugada no pude evitar la sensación de sentirme como un ser extrañamente anónimo, al constatar el casi insalvable distanciamiento que se tiende entre el mundo de ayer y el que nos hemos construido al día de hoy.
Agreguemos una precisión. Todas las civilizaciones que han surgido a lo largo de la historia humana distan mucho de ser perfectas. En todas ha prevalecido, de alguna u otra manera, el abuso del poder, la desigualdad entre las clases o la segregación de ciertos y determinados sectores de la sociedad. En ese aspecto acaso el mundo de ayer no se diferencie tanto del mundo de hoy.
La diferencia se establecería entonces en la categoría de los sueños y, quizás, en la tesitura de los anhelos y búsquedas de un libre pensamiento, ejercido por quienes se sienten corresponsables del mundo en el que viven.
El sueño anhelado de una sociedad perfecta o perfectible, acaso sea una utopía, pero ese añoro ha existido desde tiempos inmemoriales, el de alcanzar una sociedad instituida y constituida desde la templanza y una contemporización regida por la ética.
Quise revisar algunos parágrafos de ese libro sapiencial y sorprendente, escrito por una mano presumiblemente anónima, aunque la tradición historicista, cultivada en todos los rincones del mundo, haya determinado atribuir la autoría a un señor llamado Lao Tse. Por mi parte me siento conforme con la leyenda.
Si fue Lao Tse el autor del libro o el compilador de esos parágrafos recogidos y anotados en tablillas de bambú, como sostienen algunos estudiosos y eruditos, lo cierto es que su nombre hilado va al crisol de ese compendio fabuloso intitulado Tao-Te-Ching.
Lao Tse sería, entonces, un caso en cierta forma análogo al de Homero entre los griegos, pues tal como tan bellamente han sugerido autores como Friedrich Nietzsche o Jorge Luis Borges, Homero son todos los hombres que han narrado sus poemas épicos. Lao Tse vendría a ser el nombre de todos los hombres que, de alguna manera, apostillaron esos sucintos caracteres que nos han llegado desde un mundo de ayer, para hablarnos de un tempo y un saber que en nada se compadecen con esta era de vociferaciones y encumbradas nulidades.
A continuación dejo algunos parágrafos del Tao-Te-Ching.
Salud, lacl. 21 de diciembre de 2025, solsticio de invierno.
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El pueblo está hambriento. Porque sus gobernantes lo agobian de impuestos, está hambriento. El el pueblo es rebelde. Debido a la intromisión de sus gobernantes, es rebelde. El pueblo no teme a la muerte. Porque desea con ansia vivir, no teme a la muerte.
LXXV, TAO TE CHING
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Cuando el hombre está vivo, es tierno y flexible; cuando muere, duro y rígido. Animales y plantas cuando nacen son frágiles y tiernos, y al morir, quedan mustios y secos. Luego lo duro y lo rígido pertenecen a la muerte, lo tierno y lo flexible, a la vida. Por esto el soldado duro no vence en las batallas y el árbol rígido es quebrado por el viento. El lugar del fuerte y del grande es bajo, el del débil y tierno, alto.
LXXVI, TAO TE CHING
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El Tao del cielo, ¿No es como tender un arco? La parte superior baja y la inferior sube, disminuye la longitud y aumenta la anchura.
El Tao del cielo, así, arrebata a los que tienen demasiado y da a los que carecen de lo suficiente.
El Tao del hombre, por el contrario, toma del pobre para aumentar la fortuna del rico.
¿Quién teniendo lo suficiente lo pone al servicio del que no lo tiene? Solo el que posee a Tao. Luego el sabio no atesora.
Cuanto más ayuda a los demás, más se beneficia.
Cuanto más da, más tiene.
El Tao del cielo puede ayudar y nunca perjudica.
El Tao del sabio actúa, pero nunca contiende.
LXXVII, TAO TE CHING
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Las más débiles cosas del mundo pueden superar a las más fuertes.
Nada en el mundo puede compararse al agua por su naturaleza blanda y débil, pero cuando ataca a lo duro y lo fuerte, prueba ser más poderosa que éstos.
Esto puede ser comprobado.
Lo débil puede vencer a lo fuerte, y lo flexible a lo rígido.
Todos conocemos esta verdad y, sin embargo, parecemos ignorarla y no la practicamos.
Por esto, el sabio dice:
El que soporta todos los baldones o estigmas de un país, puede ser su jefe.
El que soporta todas las calamidades del país puede ser su rey.
Ciertas son estas palabras;
aunque parezcan paradójicas.
LXXVIII, TAO TE CHING
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A un gran odio debe corresponderse con amor.
De otro modo, aunque el odio cese, siempre dejará huella.
¿Puede terminar esto felizmente?
Por ello el sabio prefiere el lado izquierdo *, en un acuerdo y no le preocupa lo que hagan los demás.
El virtuoso acude al acuerdo;
El rencoroso acude a la exacción.
El Tao del cielo no tiene preferencias:
Se mantiene siempre al lado del que obra bien.
LXXIX, TAO TE CHING
* El lado de la derecha es el puesto principal. El sabio no desea ni añora un puesto de relevancia.
Fuente: Ediciones Morata, quinta edición. Traducción de Caridad Díaz Faes, sobre la traducción al inglés de Ch'u Ta-Kao, quien contó entre sus asesores a Alan Watts.
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Alan Watts, algunas charlas sobre taoísmo y Lao-Tse
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