Hoy, primer día de febrero, es el cumpleaños de Gonzalo Márquez Cristo. Y hoy quiero recordarle así, en fecha de alumbramiento. No negamos que el cese de la vida, acto de desencarnación, no pueda sugerir, implicar o incluso significar otro acto de alumbramiento, pero es ése un alumbramiento del que, de este lado del espejo, nunca logramos tener claras y definitivas noticias. Así pues, opto por celebrar lo efímero, aquello eterno que late un instante en el suspiro. La vida, ¿quién no la ha pensado eterna, en algún momento de raptus mientras contempla el cielo? ¿Quién no ha sentido que es infinito aquello que vibra o pulsa en lo más hondo de su conciencia o de su corazón, cuando siente que orquestado va al flujo del firmamento?
Una cosa me unió grandemente a Gonzalo: su amor por la conversa. Cuántas veces tuvimos que cultivar nuestras conversaciones a distancia, vía telefónica. Pero cuando teníamos la oportunidad de vernos, que no fueron tantas como hubiéramos querido, pudimos explayarnos como alguien que se tiende bajo una palmera al sol en una playa, mientras intercambia susurros con el horizonte y los murmullos del mar. Gonzalo hablaba con una voz tenue y reposada pero cargada de fruición, es como si le animara un contenido impulso dionisíaco. Es decir, hablaba con mucho recato, casi que hacia adentro, a sottovoce, pero con una gran efusividad interior. Como si supiera que tenía que mantener las bridas del potro bajo control, no fuera cosa que el corcel se le desatara y echara a correr a rienda suelta y se le escapara. Pero bastaba que uno le mencionara un asunto que a él le subyugara para que inmediatamente cobrara vuelo el entusiasmo y se desatara a recordar necesidades enunciatorias. Entonces venía el gusto de la escucha, explayarse uno a la escucha de lo que él tenía que decir y contenerse uno en las ganas de colocar una cuña o introducir un inciso en la pared de la palabra alada y espontánea. En una de nuestras últimas conversaciones por teléfono me confió sobre DIAS DE BRUMA, uno de los más sentidos y francos acercamientos a ese libro, escrito por un heterónimo, un liberto del siglo III, y me insistía en su intención de publicarlo en la colección Los Conjurados de su amada editorial. Pero el recato es contagioso, por lo que me reservaré sus palabras para el afectuoso baúl de la memoria.
Este ha sido Gonzalo, más allá de nuestro unísono amor por la palabra, de nuestro culto a la diosa blanca, un ser tomado por el entusiasmo. Y no hay que olvidar que en la raíz etimológica de la palabra entusiasmo se inscribe y tatuada va la experiencia del endiosamiento.
Un abrazo Gonzalo, de tu amigo Luis Alejo, como cariñosamente me decías...
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Nota bene:
Estas palabras fueron escritas el día de ayer, en horas de la tarde, pero no pude redondearlas ni publicarlas, porque en casa, al igual que en toda seria embarcación, no manda marinero, sino capitán; aunque anticipando una agraciada salvedad, en casa quien manda es capitana, lo cual es cosa de agradecer, pues siempre será preferible atender órdenes y edictos (y hasta reprimendas) de capitana que cualquier estúpido berrinche de capitán... Lo cierto es que a estas horas he vuelto a recordar las palabras que le había escrito a Gonzalo y aquí he querido dejarlas, aunque sea ya pasada la hora y la fecha de su venida a estas moradas.
(lacl)
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Galería de Orfeo
La maravillosa Elis va de compañía...
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