UN VENEZOLANO DESTRUYE UN HOGAR INGLES, Andrés Eloy Blanco.
Casualmente, mientras el ex ministro inglés Sir Samuel Hoare, socio de Laval en la negociación que acabó con tantos hogares abisinios, se dirigía a Venezuela, un "mulato, de Puerto Cabello, el músico venezolano Edmundo Ross, destruía un hogar en Londres.
Parece ser que la distinguida señora Mabel Valery Fellowes, esposa del capitán Thomas P. Fellowes, enamorada primeramente de los ruidos suramericanos y luego, del autor de los ruidos, o sea, de Edmundo Ross, se decidió dejarse de malos ruidos y prendió una brega de película, hasta el punto de visitar repetidamente al venezolano en su residencia privada. Y enterado de eso el capitán Fellowes, plantó demanda de divorcio contra su esposa y reclamó daños y perjuicios al músico.
-¡La música! -gritó el porteño cuando le participaron que el Capitán sabía todo.
Pero luego se enteró de que el Capitán se limitaba a justipreciar la tranquilidad del hogar. Y que esa tranquilidad era evaluada por el juez en mil libras. Caviloso, el venezolano, reflexionaba así:
-¿Por qué no me enamoraría de la esposa de un general? Porque, sin duda, los capitanes son ahora más caros. Y menos mal que no se trata de un teniente porque la cosa sería peor.
Pero lo cierto de todo esto es que el capitán Felowes no debe ser el autor del jarabe de Felowes, ya que no resulta tan amargo; y en cambio el músico ha sido el autor de un jarabe tapatío que escandaliza a los habitantes de Londres. Y si continúa en esa manía de conseguir amores a mil libras, es mucho el merengue que va a tener que cantar. Porque si Ross es un rompehogar, mil libras son rompe-manzanas.
La actitud del capitán Felowes nos parece edificante. Y conduce a reflexiones de profundo cálculo económico. Porque con diez matrimonios, diez porteños y diez divorcios, se llega a la cantidad de diez mil libras esterlinas, o sea, alrededor de cuarenta mil y pico de bolívares, que es muy suficiente para retirarse a la vida privada. Y hasta para casarse.
Pero otras consideraciones se nos ocurren: Cuando se piensa en un capitán inglés, que ha peleado en África, que estuvo en Dunkerque, que cruzó, de combate en combate hasta Berlín, se necesita mucho guáramo para enamorarle a la mujer. Y cuando, después de los hechos consumados se llega al momento en que el inglés, con gran filosofía, nos cobra mil libras esterlinas por el asuntico, nos provoca exclamar:
-¡Pero si esa mujer está botada!
Y sin embargo, da tristeza pensar en que todavía hay venezolanos, como Pedro Berrizbeitia, que serían capaces de pedirle una rebajita al Capitán.
Pero, sin hacer más comentarios, nosotros como venezolanos y recordando El Alamein, Tobruk, Cherburgo, etc, etc, y la amargura del Jarabe de Fellowes, saludamos a un porteño legítimo, como el chaparro porteño, que se cimbra, pero no se quiebra, al venezolanito muy digno de apellido Ross: chiquito pero cumplidor.
Y en cuanto a la dama del cuento o de la aventura, la consideramos en su desgracia. Que le sirva de consuelo alguna tía buena, que se vaya por la calle y se encuentre a una amiga y le pregunte:
-Dime un cosa, vieja, ¿qué es de Mabel, que hace tiempo que no la veo?
Y ella responda:
-Ay, mijita, si la pobre Mabel ha sido muy desgraciada en su matrimonio!
-¿Cómo va a ser, niña? ¿Qué me cuentas?
-¡Sí, mijita, la pobre! ¡Figúrate que el marido le salió cornudo!
Andrés Eloy Blanco, 25/05/46 Humorismo, Ediciones Centauro, Caracas,1976.
amor en todas partes,
Andrés Eloy Blanco.
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