A
Héctor Berenguer
Hace meses me viene rondando una
palabra inexistente (aunque ella hizo irrupción en el silencioso pensamiento de
mi niñez).
Es contristura.
Y no existe porque lo que tenemos es el verbo contristar, no un sustantivo que enunciemos como "contristura". Tenemos “contristado”, pero nada que ver con los desasosiegos del alma que se me arrimaban más a un término que nunca supe de dónde vino, el referido “contristura”. Sin embargo siento plenitud de derecho en ese vocablo inexistente para el vulgo, pero muy vívido para un servidor. Y presiento que esa voz tiene derecho a respirar por el mero hecho de que el verbo contristar se ha transformado en una cosa, en un objeto, o mejor, en un estado de las cosas que navegan en el alma. Y aunque tal verbo es de poco uso hoy en día, no es palabra arcaica. Puede muy bien usarse, de sol a sol y en cualquier contexto, para significar los reveses que el ser humano acarrea sobre su propia humanidad.
Es contristura.
Y no existe porque lo que tenemos es el verbo contristar, no un sustantivo que enunciemos como "contristura". Tenemos “contristado”, pero nada que ver con los desasosiegos del alma que se me arrimaban más a un término que nunca supe de dónde vino, el referido “contristura”. Sin embargo siento plenitud de derecho en ese vocablo inexistente para el vulgo, pero muy vívido para un servidor. Y presiento que esa voz tiene derecho a respirar por el mero hecho de que el verbo contristar se ha transformado en una cosa, en un objeto, o mejor, en un estado de las cosas que navegan en el alma. Y aunque tal verbo es de poco uso hoy en día, no es palabra arcaica. Puede muy bien usarse, de sol a sol y en cualquier contexto, para significar los reveses que el ser humano acarrea sobre su propia humanidad.
Yo tengo ese verbo muy presente
gracias (una vez más) al buen hablar de mi padre, que entonaba unas palabras
que yo no le escuchaba a nadie más, a no ser -muy esporádicamente- en alguna
persona mayor, como lo fueran mi tíos Rafael Melo, Martín Matos, Antonio Lauro
u Oscar Loynaz o algún viejo amigo suyo, como el poeta José Parra, entre otros. La otra
alternativa se me presentaba al encontrar la extraña palabra en algún texto… Y
entonces me decía: estaba en lo cierto mi padre, esa palabra anónima e inaudita
para mis oídos, ya vivía antes de que yo se la escuchara en esas hermosas
piezas de oratoria que eran sus salutaciones.
Tengo un hermano celeste que siempre
me ha dicho: “Yo no he conocido a nadie que brindara más y por cualquier razón
que tu papá”... Y acaso ésa sea la causa de que yo siempre cierre mis esquelas
con un agradecido ¡Salud! Es gracias a
Luis Amado.
Hace pocos días, esto último que he
dicho se vio refrendado en las palabras de una querida amiga de la infancia que
nos encontramos en la calle. Ella me dijo: “Tu papá sí hablaba bonito. Siempre
recuerdo esos momentos en que tomaba la palabra. Es que sus palabras le daban
cauce a la emoción…” Y ese recuerdo suyo, esa manera de plasmarlo en una frase,
me colmó de iluminación… Un abrazo para Marisol, por el tiempo recobrado.
Y vuelvo, pues, a cerrar con una
simple y desnuda palabra: ¡salud!
(esta tarde, al llegar a casa, 05 de
Septiembre de 2014)
Galería de la vieja guardia...
Fotos: Mi padre, Luis Amado Contreras Quintero, el gran conversador. Marianella, mi hermana, primero con mi tío Rafael Melo, poeta, bohemio, librepensador y con mi tío Oscar Loynaz Sucre, acucioso escudriñador de la historia. Un abuelo de la cuadra: el poeta Jose Parra, gran conocedor de la cábala y alquimia. El sobre de una carta del tío Martín Matos Arreaza a mi tía María Luisa Contreras de Lauro. Y el tío Antonio Lauro disponiéndose a tocar con Natalia y Leonardo.
Antonio Lauro: Valses venezolanos y otras composiciones.
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