Caracas, 25 de octubre de 1929
Señor Lorenzo Ramos Sucre,
agente del Banco de Venezuela
Maracay
Fiel Lorenzo:
Empiezo por decirte que Federico está pensionado
por el Estado Sucre y que él no se aplica a los estudios. Es un hombre de
sociedad y nada vulgar. Un joven tan alegre no habría surgido jamás en el
presidio de casa. Observa la diferencia. Luisa puede ser hostil con los
extraños, pero no desespera a sus hijos y lo ves en los casamientos de sus
hijos. Por otra parte, la presencia bonancible de Ramón neutraliza la
melancolía y severidad que pueda haber en Luisa. Yo no creo en severidad, mal
humor, irascibilidad; yo no señalo sino crueldad y vulgaridad.
Tú sabes que la escasa resistencia que ofrezco a
las enfermedades no viene sino de un sistema nervioso destruido por los
infinitos desagrados, discusiones, maldiciones, desesperaciones y
estrangulaciones que me afligieron.
Carúpano fue un encierro. El padre Ramos ignoraba
por completo el miramiento que se debe a un niño. Incurría en una severidad
estúpida por causas baladíes. De allí el ningún afecto que siento por él. Yo
pasaba días y días sin salir a la calle y me asaltaban entonces accesos de
desesperación y permanecía horas llorando y riendo al mismo tiempo. Yo odio a
las personas encargadas de criarme. No acudí a papá por miedo. El P. Ramos era
una eminencia y yo no era nadie, sino un niño mal humorado. La humanidad
bestial no veía que el mal humor venía de la desesperación del encierro y de no
tener a quién acudir. Yo temía a papá, quien era atento con Trinita y no conmigo.
Ya ves cómo se vino elaborando mi desgracia. Suponte que yo era regañado por el
Padre Ramos y regañado por la plasta de mierda de Martínez Mata porque retozaba
con los niños de mi edad, a los once años, en la plaza de Santa Rosa. Es decir,
yo era regañado por un acto impuesto por la pedagogía anglosajona hace tres
siglos y defendido celosamente por la policía anglosajona. Habla con personas
que conozcan a Inglaterra y los Estados Unidos.
Al salir de ese presidio de Carúpano, circuito
del infierno dantesco, pude salir a la calle, pero la tiranía era más severa
aunque de nueva forma. Incurría en el enojo de Rita Sucre por actos de falta de
atención o de fatiga de la atención y estas escenas eran tremendas y duraban
meses. No podía aplacarla a pesar de mi docilidad nativa. Yo me creía obligado
a dar el ejemplo de la honestidad y sólo conseguí ser un hipócrita, un
mentiroso.
Creo en la potencia de mi facultad lírica. Sé muy
bien que he creado una obra inmortal y que siquiera el triste consuelo de la
gloria me recompensará de tantos dolores.
Tú supondrás si con tales antecedentes puedo yo
resistir una infección imperecedera como la amibiasis. El desequilibrio de mis
nervios es un horror y sólo el miedo me ha detenido en el umbral del suicidio.
Uno no hace lo que quiere sino lo que le permiten las circunstancias de
herencia, educación, salud o enfermedad corporal, etc. Nuestros actos son
involuntarios y hasta irreflexivos.
Ahora, yo observo que yo era más vivo que mis
contemporáneos y que ellos sólo me superaban en tener hogar sedante y
tolerante. Yo he sido querido, admirado, compadecido por bellísimas mujeres.
Naturalmente, no he abusado de su bondad. María del Rosario Arias habló conmigo
una sola vez, antes de venirme para Caracas y me recordaba afectuosamente por
ese único motivo. Se asombró de mi humanidad y amenidad al conocerme.
Yo no recuerdo a José Antonio Yépez. Salúdalo con
mucha cordialidad en mi nombre. Dolores Emilia está muy satisfecha de ti y de
tu gente.
Los juicios acerca de mis dos libros han sido muy
superficiales. No es fácil escribir un buen juicio sobre dos libros tan
acendrados o refinados. Se requieren en el crítico los conocimientos que yo
atesoré en el antro de mis dolores. Y todo el mundo no ha tenido una vida tan
excepcional. Solamente Leopardi, el poeta de la amargura. Alguien ha apuntado
ya mi semejanza con el lírico y filósofo italiano. Lírico es el que habla de
sus propias emociones.
Conserva tu salud y compra una casa en Caracas.
Te abraza tu hermano,
J. A. R. S.
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