Solo una cosa puedo decir por mí: no quiero a la gente que no quiere a la gente.
lacl, 20 o 21 de diciembre de 2020
Post scriptum:
Yo recuerdo que, de niño, muy, pero muy niño, me quedaba pensando en la cama, antes de quedarme dormido, en las estrellas y en la humanidad. Para ese niño, los seres humanos eran estrellas que estaban en la tierra, pero cada uno podía tener su espejo en el cielo, en cada lucero que asomaba a la noche. Pensaba que todos podíamos hacer una cadena virtual, pero no imaginaria, sino muy real, de algún tipo de efluvio que nos conectara a todos y nos conectara con el cielo. Esa fue la forma en que crecí amando a la gente. Cuando escribo una antítesis tan fuerte (a mí, al menos, me lo parece) de esos orígenes amatorios, no dejo de sorprenderme conmigo mismo. Claro, algo hay de esa mirada prístina que se cae como un velo con el paso de los años. Yo no he dejado de amar a la humanidad, en general, no he dejado de amar al prójimo, pero he visto tanta maldad, he visto tantas bajezas, he visto tanta impiedad, cinismo y putrefacción. He sido testigo de tantos absurdos de la insensibilidad, de tanta inflexibilidad del corazón, que no me sorprende llegar a decir, en un momento, una expresión tan fuerte como esa, una expresión que nunca hubiera dicho algunas décadas atrás. Y que acaso, no vuelva a decir nunca más... Con todo y desengaño.
lacl, 20 o 21 de diciembre de 2021
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