Fragmento de
"Encuentro con hombres notables", de G. I. Gurdjieff, magnífico
ejemplo de lo que es un cuento dentro de un cuento... ¡Y vaya cuento! ¡no deja
piedra sobre piedra! Una mirada que parte desde un desusado punto de perspectiva.
Me adelanto a comentar que subo esta glosa sin ningún
fin proselitista, sino por los asuntos que se tratan en la misma. Yo podo y tomo lo que considero bueno para mi alma, sin que ello
signifique que me estoy dejando “amaestrar”. Tal es lo que, considero yo, puede
uno hallar en muchos pasajes de este libro. La razón de este comentario es para anticiparme a aquellos juicios de valor originados por lo que Heráclito calificó como una Sagrada Enfermedad: la de la opinión. El ser humano, por regla general, suele dictar sentencia sobre aquello que no conoce. Y no son pocas las veces en que este proceder se origina en una creencia o en el culto u observancia de una fe. Y cuando las creencias se transforman en dogma, se convierten también en un obstáculo para el mirar desprevenido y atento a lo que el mundo pueda depararnos.
(lacl)
P. D. No consigo mi viejo volumen de este libro, similar a la reproducida arriba. En lo que aparezca dejo los datos de su edición.
P. S. Edición: LIBRERÍA HACHETE S. A. Buenos Aires 1980
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Entre los que más hablaron ese día se hallaba el viejo intelectual persa
al que aludí antes —intelectual no en el sentido europeo de la palabra, sino en
el sentido que se le da en el continente de Asia, es decir, no sólo por el
saber sino por el ser. Era también muy instruido y tenía un conocimiento
profundo de la cultura europea.
Entre otras cosas dijo:
—Es muy
lamentable que el período actual de la cultura -eso que denominamos y que será,
por supuesto, también denominado por las generaciones por venir «la
civilización europea»— sea, en el proceso general del perfeccionamiento humano,
por así decirlo, un intervalo vacío y estéril. Y esto es así, porque con
respecto al desarrollo de la mente -ese motor esencial del perfeccionamiento de
sí- los representantes de nuestra civilización no pueden legar nada valioso a
sus descendientes.
»Así, uno de
los principales medios de desarrollo de la inteligencia es la literatura.
»Pero ¿para qué
puede servir la literatura de la civilización contemporánea? Absolutamente para
nada, sino para la propagación de la palabra prostituida.
»La razón
fundamental de esta corrupción de la literatura contemporánea se debe, en mi
opinión, a que toda la atención se concentró poco a poco, por sí misma, no ya
sobre la calidad del pensamiento ni tampoco sobre la exactitud de su
transmisión, sino solamente sobre una tendencia a la caricia exterior, en otros
términos a la belleza del estilo, para dar a fin de cuentas lo que llamé la
palabra prostituida.
»Y, de hecho,
le sucede a cualquiera pasarse un día entero en leer un grueso volumen sin
saber lo que el autor quiere decir y descubrir sólo hacia el final, tras haber
perdido un tiempo precioso, ya demasiado breve para hacer frente a las
obligaciones de la vida, que toda esta música descansaba sobre una ínfima idea,
nula por así decir.
»Toda la
literatura contemporánea puede ser repartida, según su contenido, en tres
categorías: la primera abarca lo que se llama el dominio científico, la segunda
consiste en relatos, y la tercera, en descripciones.
»En los libros
científicos se desarrollan largas consideraciones sobre toda clase de viejas
hipótesis conocidas por todos desde hace mucho tiempo, pero combinadas cada vez
y luego expuestas y comentadas de manera un tanto diferente.
»En los
relatos, o como también se dice en las novelas, que llenan volúmenes enteros,
se nos cuenta, la mayoría de las veces sin perdonarnos un detalle, cómo un tal
Pedro Pérez y una tal Juana Sánchez han llegado por fin a satisfacer su amor
-este sentimiento sagrado que ha degenerado poco a poco en los hombres a causa
de su debilidad y de su falta de voluntad, hasta llegar a ser un vicio
definitivo en nuestros contemporáneos, mientras que la posibilidad de una
manifestación natural de este sentimiento nos había sido dada por el Creador
para la salvación de nuestras almas y el sostén moral recíproco que requiere
una existencia colectiva más o menos feliz.
»En cuanto a
los libros de la tercera categoría, nos ofrecen descripciones de la naturaleza,
de animales, de viajes y aventuras en los países más diversos. Las obras de
este género están generalmente escritas por personas que nunca han ido a
ninguna parte, y por consiguiente nunca han visto nada real, en fin, gente que,
como se dice, no ha salido nunca de su gabinete. Salvo raras excepciones, dejan
simplemente las riendas sueltas a su imaginación, o bien transcriben diversos
fragmentos, también muy fantasiosos, tomados de los libros de sus antecesores.
«Reducidos a
esta miserable comprensión de la responsabilidad y del alcance real de la obra
literaria, los escritores actuales, en su persecución exclusiva de la belleza
del estilo, se libran a veces a increíbles elucubraciones, con el solo fin de
obtener la exquisita sonoridad de la rima, como ellos dicen, acabando así por
destruir el sentido, ya bien débil de por sí, de todo cuanto habían escrito.
»Pero por
extraño que pueda parecerles, nada daña tanto a la literatura contemporánea
como las gramáticas —digo las gramáticas particulares de cada pueblo que toman
parte en lo que llamaré el concierto general catastrófico de la civilización
contemporánea.
»Estas
gramáticas, en la mayoría de los casos, están artificialmente constituidas y
los que las inventaron, así como los que siguen modificándolas, pertenecen a
una categoría de hombres completamente ignaros en cuanto a la comprensión de la
vida real y del lenguaje que de allí proviene para las relaciones mutuas.
»Por el
contrario, en los pueblos de las épocas pretéritas, la verdadera gramática,
como nos lo demuestra muy claramente la historia, se formó poco a poco, por la
vida misma, conforme con las diversas fases de su desarrollo, con las
condiciones climáticas de su principal lugar de existencia y con las formas predominantes
que tomaba en ellos la búsqueda de la comida.
»En el mundo
contemporáneo, la gramática de ciertos idiomas ha llegado a desnaturalizar
hasta tal punto el verdadero sentido de lo que uno desea expresar, que el
lector de las obras literarias de hoy -sobre todo si es extranjero- se ve
privado de las últimas posibilidades de captar aunque sólo fueran las
minúsculas ideas que puedan encontrarse allí todavía, las que, expuestas en
otra forma, es decir, sin aplicación de esta gramática, quizá habrían permanecido
comprensibles.
»A fin de
aclarar lo que acabo de decir —prosiguió el viejo letrado persa-, tomaré como
ejemplo un episodio de mi propia vida.
»Como ustedes
saben, de todos mis allegados por la sangre no me quedó sino un sobrino que,
por haber heredado hace algunos años una explotación de petróleo en los
alrededores de Bakú, se vio forzado a ir a vivir allá.
»Yo mismo voy
de vez en cuando a esa ciudad, porque, dedicado a sus numerosos negocios, mi
sobrino casi no puede ausentarse para venir a ver a su viejo tío al país que
nos vio nacer a los dos.
»El distrito de
Bakú, donde se encuentra dicha explotación, se halla actualmente bajo la
dependencia de los rusos, que constituyen una de las grandes naciones de la
civilización contemporánea y, como tales, producen abundante literatura.
»Pero la
mayoría de los habitantes de Bakú y de sus alrededores pertenecen a tribus que
no tienen nada en común con los rusos; en su vida familiar emplean el dialecto
materno, pero para sus relaciones exteriores se ven obligados a usar el idioma
ruso.
»En el curso de
mis estancias allí, tuve que relacionarme con toda clase de gente por diversas
razones personales, y resolví aprender ese idioma.
»Ya había
tenido que estudiar muchos idiomas en mi vida, y estaba, pues, muy adiestrado.
Por eso el estudio del ruso no presentaba para mí ninguna dificultad; fui
rápidamente capaz de hablarlo corrientemente, pero, claro está, a la manera de
los habitantes de la región, con un acento y giros un poco rústicos.
«Puesto que he
llegado a ser en cierta forma un lingüista, encuentro necesario observar aquí
que es imposible pensar en un idioma extranjero, aun conociéndolo a la
perfección, mientras uno sigue hablando su idioma materno o un idioma en el
cual se acostumbró a pensar.
»Por consiguiente,
a partir del momento en que pude hablar ruso, siguiendo a la vez pensando en
persa, me puse a buscar en mi cabeza las palabras rusas correspondientes a mis
pensamientos persas.
»Y
encontrándome a veces en la imposibilidad de expresar exactamente en ruso los
más sencillos y los más cotidianos de nuestros pensamientos, fui sorprendido
por ciertos absurdos al principio inexplicables en este idioma civilizado
contemporáneo.
»Esta
comprobación me interesó, y como entonces estaba libre de cualquier obligación,
emprendí el estudio de la gramática rusa, y después de la gramática de otros
idiomas en uso entre los diferentes pueblos contemporáneos.
»Así comprendí
la verdadera razón de los absurdos que había notado, y pronto adquirí, como
acabo de decirlo, la firme convicción de que las gramáticas de los idiomas
empleados por la literatura contemporánea fueron totalmente inventadas por
gente que, en cuanto a sus conocimientos reales, estaban muy por debajo del
nivel de los hombres comunes.
»Para ilustrar
en forma más concreta lo que acabo de explicar, citaré, entre las numerosas
incoherencias que me habían llamado la atención desde el principio en este
idioma civilizado, la que me determinó a estudiar a fondo este asunto.
»Un día que
hablaba ruso, y traducía como de costumbre mis pensamientos por giros de
palabras a la manera persa, tuve necesidad de una expresión que nosotros los
persas empleamos a menudo en la conversación, la de mian-diaram, que en
castellano se traduce por yo digo y en inglés por / say. Pero a pesar de todos
mis esfuerzos para descubrir en mi memoria alguna palabra que le correspondiera
en ruso, no pude encontrar una sola, a pesar de que ya conocía y era capaz de
pronunciar fácilmente casi todas las palabras de este idioma, utilizadas sea en
la literatura, sea en las relaciones ordinarias, por hombres de todos los
niveles intelectuales.
»A1 no
encontrar la expresión correspondiente a estas sencillísimas palabras, tan a
menudo empleadas por nosotros, creí primeramente, claro está, que no la conocía
aún, y me puse a buscar en mis numerosos diccionarios, luego a preguntar a
diferentes personas que se tenían por competentes, la palabra rusa que
tradujera mi pensamiento persa, pero resultó que no existía y que en su lugar
se usaba una expresión cuyo sentido es el de nuestro mian-soií-yaram, que
equivale al castellano yo hablo o al inglés I speak; o sea, ia govoriú.
»A ustedes, que
son persas, y que, para digerir el sentido contenido en las palabras, tienen
una forma de pensamiento muy parecida a la mía, les pregunto ahora: ¿será
posible a un persa, leyendo en ruso una obra de literatura contemporánea, no
sentirse instintivamente indignado cuando, al encontrar una palabra que expresa
el sentido contenido en soií-yaram, se da cuenta de que debe darle el sentido
que corresponde a diaram? Es evidentemente imposible: soil-yaram y diaram, o en
castellano hablar y decir, son dos actos sentidos de manera completamente
diferente.
»Este pequeño
ejemplo es muy característico de los miles de absurdos que se encuentran en los
idiomas de esos pueblos que representan lo que se llama la flor de la
civilización contemporánea. Y son estos absurdos los que impiden a la
literatura actual ser uno de los principales medios de desarrollo de la
inteligencia en los pueblos civilizados —así como también en otros pueblos que
por ciertas razones (que toda persona con sentido común olfatea ya) están
privados de la dicha de ser considerados como civilizados, e incluso son, la
historia lo atestigua, tratados corrientemente de atrasados.
«Como
consecuencia de numerosas incoherencias del idioma empleado por los literatos
contemporáneos, todo hombre que lee u oye una palabra empleada de manera
incorrecta, como en el ejemplo que acabo de dar, si está dotado de un pensar
más o menos normal y sabe dar a las palabras su verdadero significado -y sobre
todo si pertenece a uno de esos pueblos excluidos de entre los que representan
la civilización actual percibirá inevitablemente el sentido general de la frase
de acuerdo con esta palabra impropia y, para terminar, comprenderá algo
completamente distinto de lo que la frase quería expresar.
»A pesar de que
la facultad de captar el sentido contenido en las palabras difiere según los
pueblos, los datos que permiten percibir las experiencias repetidas que forman
la trama de la existencia están constituidos en todos los hombres en forma
idéntica por la vida misma.
»La ausencia en
este idioma civilizado de una palabra que exprese exactamente el sentido de la
palabra persa diaram, que tomé como ejemplo, confirma más mi convicción, en
apariencia infundada, de que los advenedizos iletrados de hoy, que se titulan
letrados, y para colmo son considerados como tales por quienes los rodean, han
llegado a transformar en un ersatz alemán incluso el idioma elaborado por la
vida.
»Es necesario
decirles que después de haber emprendido el estudio de este idioma civilizado
contemporáneo, así como de varios otros, para hallar la causa de las numerosas
incoherencias que en ellos se encontraban, resolví, como tenía inclinación por
la filología, estudiar igualmente la historia de la formación y del desarrollo
del idioma ruso.
»Ahora bien,
estas investigaciones históricas me proporcionaron la prueba de que este idioma
otrora había poseído, también, para cada una de las experiencias ya fijadas en
el proceso de la vida de los hombres, una
palabra
exactamente correspondiente, pero que después de haber alcanzado en el curso de
los siglos un alto grado de desarrollo, se tornó a su vez en objeto apenas
bueno para afilar el pico de los cuervos, es decir, un tema escogido para las
sofisticaciones de diversos advenedizos iletrados.
Tanto fue así
que numerosas palabras fueron deformadas, o incluso terminaron por caer en el
olvido, porque no correspondían a las exigencias de la gramática civilizada.
Entre estas últimas se encontraba justamente la palabra correspondiente a
nuestro diaram, y que se pronunciaba skazivaiu.
»Es interesante
notar que esta palabra se ha conservado incluso hasta nuestros días, pero sólo
la emplea, y en su exacto sentido, gente que a pesar de pertenecer a la misma
nación se había encontrado por casualidad aislada de la influencia de la
civilización contemporánea, o dicho de otro modo, los habitantes de algunas
aldeas alejadas de todo centro de cultura.
»Esta gramática
artificialmente inventada, cuyo estudio es impuesto por todas partes a las
jóvenes generaciones, es una de las principales causas de que en los europeos
actuales se desarrolle uno solo de los tres datos indispensables para la
adquisición de una sana inteligencia, el pensamiento, que tiende a tomar el
primer puesto en la individualidad. Ahora bien, como todo hombre capaz de
reflexionar normalmente debe saberlo, sin el sentimiento y el instinto, la
verdadera comprensión accesible al hombre no podría constituirse.
»Para resumir
lo que se acaba de decir sobre la literatura de la civilización contemporánea,
no puedo hallar definición mejor que la siguiente: carece de alma.
»La
civilización contemporánea ha destruido el alma de la literatura, como la de
toda cosa a la cual dedicó su benevolente atención.
»Mi crítica
despiadada de este resultado de la civilización contemporánea se justifica
tanto más cuanto que, si se cree en los datos históricos más seguros que nos
han llegado de la más remota antigüedad,
la literatura
de las antiguas civilizaciones poseía realmente todo lo necesario para
favorecer el desarrollo de la inteligencia humana, hasta el punto de que su
influencia todavía se hace sentir sobre las generaciones actuales.
»En mi opinión,
se puede perfectamente transmitir la quintaesencia de una idea por medio de
anécdotas y de refranes elaborados por la vida misma.
»Así pues me
serviré, para expresar la diferencia entre la literatura de las civilizaciones
de antaño y la de hoy, de una anécdota muy conocida entre nosotros, en Persia,
con el nombre de Conversación de dos gorriones.
»Se cuenta que
un día, sobre la cornisa de una alta casa, se hallaban dos gorriones, uno
viejo, el otro joven.
«Discutían un
acontecimiento que se había hecho para los gorriones la cuestión candente del
día: el ecónomo del Mulaj había tirado por la ventana, en el lugar donde los
gorriones se juntaban para jugar, algo semejante a residuos de avena, pero que
en realidad sólo era corcho desmenuzado, y algunos jóvenes inexpertos, que se
habían abalanzado sobre él, casi habían reventado.
«Mientras
hablaba, el viejo gorrión se erizó de repente, y, con una mueca dolorosa, se
puso a buscar bajo su ala a los piojos que lo torturaban -esos piojos que
invaden a los gorriones cuando no comen lo suficiente-; luego, tras haber
atrapado uno, dijo con un profundo suspiro: «¡Así es!, los tiempos han
cambiado, la vida es dura hoy para nuestros hermanos. En otros tiempos, te
posabas en cualquier parte sobre un techo, como nosotros en este momento, y dormitabas,
muy tranquilo, cuando de repente un ruido se levantaba en la calle, un
estrépito, unos crujidos, y no tardaba en esparcirse un olor que te llenaba de
alegría, pues podías estar seguro de que volando a los lugares donde todo eso
se había producido, encontrarías con qué satisfacer tu necesidad más esencial.
»Hoy, ruido,
crujidos, estrépito, por cierto no es lo que falta, y a cada instante también
se expande un olor, pero esta vez un olor casi imposible de soportar, y si por
azar uno toma vuelo, por vieja costumbre, en los momentos de calma, en busca de
algo sustancial, por más que busque y tienda su atención no encuentra más que
trazas nauseabundas de aceite quemado.»
»Este relato
alude, como seguramente lo habrá advertido usted, a los antiguos coches con sus
caballos, y a los automóviles actuales, los cuales, como decía el viejo
gorrión, producen chirridos, escándalo y olor, e incluso más que antes, pero
todo eso sin ninguna utilidad para la comida de los gorriones.
»Y, sin comer,
admitirá usted que es difícil incluso para un gorrión engendrar una
descendencia sana.
»Esta anécdota
ilustra de manera ideal la diferencia que he querido hacer resaltar entre la
civilización contemporánea y las civilizaciones de épocas pasadas.
»La
civilización moderna, al igual que las antiguas, dispone de la literatura para
servir al perfeccionamiento de la humanidad, pero hoy, en este dominio como en
todos los demás, no hay nada utilizable para esa meta esencial. Todo no es sino
exterior. Todo no es, como decía el viejo gorrión, sino ruido, escándalo y olor
nauseabundo.
»Para todo
hombre imparcial, esta vista sobre la literatura actual puede ser confirmada de
manera indiscutible por el hecho de que existe una diferencia evidente en el
grado de desarrollo del sentimiento en la gente que ha nacido en el continente
de Asia y ha pasado allí toda su vida, y en los que, nacidos en Europa, han
sido educados allí, en las condiciones de la civilización contemporánea.
»De hecho, como
lo han comprobado numerosos contemporáneos, en los hombres que viven hoy en el
continente asiático, y quienes debido a diversas condiciones, geográficas y de
otras clases, están aislados de la influencia de la civilización actual, el
sentimiento conoce un desarrollo muy superior al de los pueblos de Europa; y
dado que el sentimiento es la base misma del sentido común, estos hombres, a
pesar de tener menos conocimientos generales, tienen un concepto más justo del
objeto al cual prestan su atención que aquellos que representan la flor y nata
de la civilización moderna.
»En un europeo,
la comprensión del objeto observado no puede hacerse si no posee al respecto
una información matemática completa, mientras que la mayoría de los asiáticos
capta por así decir la esencia del objeto observado, a veces con su solo sentimiento,
y otras veces incluso con su solo instinto».
En este punto
de su discurso, el viejo letrado persa abordó un asunto por el cual se interesa
hoy en día la mayoría de los europeos preocupados en instruir e ilustrar al
pueblo.
Dijo:
—Durante algún
tiempo los pueblos de Asia fueron cautivados por la literatura europea, pero no
tardaron en sentir la nulidad de su contenido y poco a poco dejaron de
prestarle interés. Hoy, ya casi no se la lee.
»Nada
contribuyó más, según mi opinión, a esta creciente indiferencia, que la especie
de literatura que ha tomado el nombre de novela.
«Estas famosas
novelas consisten, como dije antes, en descripciones interminables de las
diversas formas de evolución de una enfermedad que se declara en nuestros
contemporáneos y se prolonga bastante tiempo a causa de su debilidad y de su
falta de voluntad.
»Los asiáticos,
que todavía no se han alejado mucho de la madre Naturaleza, consideran en su
consciente que ese estado psíquico que aparece en las personas de los dos sexos
es un estado vicioso, indigno del hombre en general, y particularmente
envilecedor para el sexo masculino, y por instinto lo miran con desprecio.
»En cuanto a
las obras pertenecientes a las ramas científicas y descriptivas de la
literatura europea, o a toda otra forma de pensamiento didáctico, el oriental,
menos disminuido en su facultad de sentir, es decir, al haber permanecido más
cerca de la Naturaleza, experimenta medio conscientemente y siente
instintivamente la ausencia completa en su autor de todo conocimiento de lo
real y de toda comprensión verdadera del objeto de que trata en sus obras.
»Tales son las
razones por las cuales los pueblos de Asia, tras haber manifestado gran interés
por la literatura europea, han dejado poco a poco de concederle la menor
atención, hasta el punto de que hoy no le reservan ya lugar alguno; mientras
que en Europa, en las bibliotecas privadas y públicas y en las librerías, los
anaqueles se desploman bajo el número creciente de los libros diariamente
editados.
»Pero sin duda debe
usted preguntarse cómo es posible conciliar lo que acabo de decir con el hecho
de que actualmente los asiáticos, en su inmensa mayoría, son, propiamente
hablando, simples iletrados.
»A esto le
responderé que la razón esencial de la falta de interés suscitada por la
literatura contemporánea reside en sus propios defectos.
»Yo mismo he
visto cómo centenares de iletrados se agrupan alrededor de un solo letrado para
escuchar la lectura de las Santas Escrituras o la de las Mil y una noches.
«Naturalmente, usted
me objetará que los cuentos que escuchan están sacados de su misma vida, y que
eso los hace comprensibles e interesantes para ellos. Pero allí no está la
cosa: esos textos, y los cuentos en particular, son verdaderas obras literarias
en toda la acepción de la palabra.
«Quienquiera
que los lea o los escuche siente que todo allí es pura fantasía, pero fantasía
conforme con la verdad, a pesar de que los diferentes episodios sean
inverosímiles con relación a las condiciones ordinarias de la vida de los hombres.
El interés se despierta en el lector o en el oyente: maravillado por la
sutileza con que el autor comprende el psiquismo de los hombres de toda casta a
su alrededor, sigue con intensa curiosidad la forma en la cual su cuento se
construye poco a poco a partir de pequeños acontecimientos de la vida real.
»Las exigencias
de la civilización contemporánea han engendrado además una forma muy específica
de la literatura, llamada periodismo.
»No puedo dejar de hablar de esa nueva forma literaria, porque, aparte
del hecho de que no trae absolutamente nada bueno para el desarrollo de la
inteligencia, se convirtió, según mi opinión, en el mal de este tiempo, en el
sentido de que ejerce la influencia más funesta sobre las relaciones mutuas de
los hombres.
»Esta especie de literatura se ha difundido mucho en estos últimos
tiempos, y tengo la firme convicción de que es así porque corresponde, en la
mejor forma posible, a las debilidades y a las exigencias que determina en los
hombres su creciente falta de voluntad. Termina así por atrofiar la última
posibilidad de adquirir los datos que les permitían hasta entonces tomar más o
menos conciencia de su individualidad real -único medio de llegar al recuerdo
de sí, factor éste absolutamente indispensable para el proceso de
perfeccionamiento de sí.
»Para decirlo todo, esta literatura cotidiana, sin principios, aísla
completamente el pensamiento de los hombres de su individualidad, de manera que
la conciencia moral, que todavía aparecía en ellos de vez en cuando, deja ahora
de tomar parte en su pensamiento. Y desde ese momento están privados de los
datos que hasta entonces les habían asegurado una existencia más o menos
soportable, aunque sólo fuera en el dominio de las relaciones recíprocas.
»Para desdicha de todos, esta clase de literatura, que invade cada año
más la vida corriente de los hombres, hace sufrir a su inteligencia, ya
bastante debilitada, un debilitamiento todavía peor, pues la entrega sin
resistencia a toda clase de engaños y errores los hace perderse a cada paso,
los desvía de cualquier modo de pensar, mal que bien fundado, y en vez de un
juicio sano, estimula y fija en ellos ciertas tendencias indignas tales como:
incredulidad, rebelión, miedo, falsa vergüenza, disimulo, orgullo, y así
sucesivamente.
»A fin de describirle sumariamente todo el daño que hace al hombre esta
nueva forma de literatura, le contaré varios acontecimientos desencadenados por
la lectura de los periódicos, y de cuya realidad no tengo duda, ya que el azar
quiso que yo participara en ellos.
»En Teherán, uno de mis amigos íntimos, un armenio, me había designado
al morir como su ejecutor testamentario.
»Tenía un hijo, ya de alguna edad, que se veía obligado por sus negocios
a vivir con su numerosa familia en una gran ciudad europea.
»Ahora bien, al día siguiente de una comida fatal, fueron hallados todos
muertos, él y todos los miembros de su familia. En calidad de albacea
testamentario, tuve que ir inmediatamente al lugar de este horrible
acontecimiento.
»Supe que, en los días anteriores, el padre de esta desdichada familia,
había leído en uno de los periódicos que recibía un largo reportaje sobre una
chacinería modelo, donde se preparaba con una limpieza sin igual unas
salchichas hechas, según decían, a base de productos garantizados como
verdaderos.
»Al mismo tiempo, él no podía abrir ese periódico, al igual que
cualquier otro, sin encontrarse con anuncios que recomendaban esa nueva
chacinería.
»Por fin, la tentación se hizo irresistible, y a pesar de que no le
gustaban mucho las salchichas —como tampoco a ninguno de los suyos, porque
habían sido educados en Armenia, donde no se come chacinería— no pudo impedirse
comprarlas. La misma noche cenaron con ellas y se envenenaron todos.
»Sorprendido por este extraordinario acontecimiento, logré luego, con
ayuda de un agente de la policía secreta, descubrir lo siguiente:
«Cierta firma importante había adquirido a muy bajo precio un enorme
lote de salchichas destinadas al extranjero, las que, a causa de un atraso en
la expedición, no habían sido aceptadas. Para deshacerse lo más pronto posible
de esas existencias, dicha firma no había escatimado el dinero a los reporteros
a quienes había confiado el cuidado de esa maléfica campaña en los periódicos.
»Otro ejemplo:
»En el curso de una de mis estancias en Bakú, yo mismo leí, varios días
seguidos, en la prensa local que recibía mi sobrino, largos artículos cuyas
columnas ocupaban por lo menos la mitad del periódico, y que se extasiaban con
muchos detalles sobre los méritos y las proezas de una célebre actriz.
»Se hablaba de ella con tanta insistencia y exaltación, que incluso yo,
hombre viejo, me inflamé, y una noche, dejando de lado todos mis negocios y
renunciando a mis hábitos, fui al teatro para verla.
»¿Y qué cree usted que vi? ¿Algo que respondiera más o menos a lo que se
escribía sobre ella en esos artículos que llenaban la mitad del periódico...?
»Nada semejante.
»En el curso de mi vida había encontrado numerosos representantes de
este arte, malos y buenos, y puedo decir sin exagerar que hacía mucho tiempo
que se me consideraba como experto en la materia.
»Pues, incluso sin ostentar mis conceptos personales sobre el arte, sino
situándome en un sencillo punto de vista ordinario, debo reconocer que no había
visto nunca nada comparable con esta celebridad... en cuanto a la ausencia de
talento y la falta de las más elementales nociones sobre la
manera de interpretar un papel.
»En todas sus manifestaciones sobre el escenario había una falta tal de
presencia, como se dice, que personalmente, incluso en un impulso altruista, no
hubiese confiado a esa estrella el papel de ayudante de cocina en mi casa.
«Como lo supe luego, cierto industrial de Bakú —el tipo mismo del gran refinador de petróleo, accidentalmente
enriquecido- había dado a varios reporteros una buena suma, prometiendo
duplicarla si lograban hacer una celebridad de su amada, hasta entonces
camarera en casa de un ingeniero ruso, y a la cual dicho industrial había
seducido en ocasión de sus visitas de negocios.
»Otro ejemplo más:
»Leía de vez en cuando, en un periódico alemán muy conocido, largos
panegíricos a la gloria de un pintor, y ellos me hicieron pensar que dicho
artista era una especie de fenómeno en el arte contemporáneo.
»Como mi sobrino se había hecho construir una casa en la ciudad de Bakú,
y había decidido, en vista de su matrimonio, hacerse arreglar un interior
suntuoso, le aconsejé no cicatear y hacer venir a ese famoso artista para
dirigir los trabajos de decoración y pintar algunos frescos. (No ignoraba que
ese año él había tenido la gran suerte de perforar varios pozos petrolíferos de
gran producción, que permitían esperar un rendimiento aún mejor.) Así, de sus
enormes gastos, por lo menos sus descendientes aprovecharían, ya que recibirían
en herencia los frescos y otras obras de aquel incomparable maestro.
»Eso fue lo que hizo mi sobrino. Él mismo salió a buscar a ese ilustre
artista europeo. Y llegó de pronto el gran pintor, arrastrando consigo toda una
comitiva de asistentes y obreros y, según me parece, incluso su propio harén
-en el sentido europeo de la palabra, claro está. Y, sin apresurarse, puso
manos a la obra.
»El resultado del trabajo de esta celebridad contemporánea fue que,
primeramente, la boda se aplazó, y en segundo lugar tuvieron que gastar
bastante dinero para poner todo en buen estado y luego hacer pintar y decorar
las paredes de una manera más conforme a la verdadera pintura,
por simples artesanos, persas esta vez.
»En el caso presente, hay que hacer justicia a los periodistas: de manera
casi desinteresada ayudaron a ese pintorcillo a hacer su carrera, por simple
camaradería, como modestos escritorzuelos que eran.
»Como último ejemplo les contaré una sombría historia cuyo responsable
es uno de los pontífices de esta especie particularmente perniciosa de
literatura contemporánea.
»Cuando vivía en la ciudad de Jorasán, encontré un día, en casa de un
amigo común, a dos recién casados europeos, y entablé amistad con ellos.
»Se detuvieron varias veces en Jorasán, pero siempre por muy poco
tiempo.
»Viajando acompañado por su joven mujer, mi nuevo amigo reunía
observaciones y se dedicaba a análisis para determinar los efectos de la
nicotina de diversos tabacos sobre el organismo y el psiquismo de los hombres.
»Al reunir en varios países de Asia todas las informaciones que
necesitaba, regresó a Europa con su esposa, y se puso a escribir una importante
obra en la que exponía las conclusiones de sus investigaciones.
»Pero, falta de experiencia, la joven esposa todavía no había aprendido
a vislumbrar la eventualidad de los «días negros», y durante esos viajes había
agotado todos sus recursos. Así, se vio obligada, para permitir a su esposo
terminar su libro, a trabajar como mecanógrafa en una gran casa editorial.
»Esa casa era frecuentada por cierto crítico literario, el cual la
encontraba allí a menudo. Se enamoró de ella, como se dice, o sencillamente
deseoso de satisfacer su concupiscencia, trató de entablar relaciones con ella.
Pero ella, mujer honesta y que conocía su deber, no cedió a sus insinuaciones.
»Mientras en esta fiel esposa de un marido europeo triunfaba la moral,
este típico individuo contemporáneo, sucio en todos los sentidos, nutría, con
tanta mayor fuerza cuanto que su concupiscencia quedaba insatisfecha, el deseo
de venganza habitual en esa gente, hasta tal punto
que llegó, por sus intrigas, a hacerle perder su trabajo sin el menor
motivo. Luego, cuando el esposo hubo terminado y publicado su libro, este
crítico se puso a escribir, por rencor, en los periódicos donde colaboraba e
incluso en otros periódicos y revistas, toda una serie de artículos en los que
daba del libro una interpretación completamente falsa. En suma, lo desacreditó,
hasta tal punto que fue un fracaso rotundo, es decir, que nadie se interesó por
el libro ni lo compró.
»Las intrigas de uno de esos malévolos representantes de una literatura
sin principios tuvieron esta vez como resultado empujar a un honrado
investigador a poner fin a sus días. Cuando hubo agotado todos los recursos y
no tuvo ni con qué comprar pan para él y su querida esposa... después de
ponerse de acuerdo, ambos se ahorcaron.
»Por la influencia que les otorga su autoridad de escritores sobre la
masa de hombres ingenuos y fáciles de sugestionar, los críticos literarios son,
en mi opinión, mil veces más nocivos que todos esos granujas babosos de
reporteros.
»Por ejemplo: yo conocía a un crítico musical que en toda su vida no
había tocado un solo instrumento de música y que, por consiguiente, no tenía
ninguna comprensión práctica de la música, ni sabía lo que es un sonido, ni la
diferencia que hay entre las notas do y re. Sin embargo, las anomalías
inherentes a la civilización contemporánea le habían permitido ocupar el puesto
responsable de crítico musical y llegar a ser una autoridad para los lectores
de un periódico en plena prosperidad y cuya difusión era considerable. Sus
juicios completamente ignaros terminaron por inocular a los lectores opiniones
definitivas, cuando la música hubiera podido ser para ellos lo que es en
realidad: una fuente de comprensión correcta de uno de los aspectos del
conocimiento.
»El público nunca sabe quién escribe. Sólo conoce el periódico, el cual
pertenece a un grupo de negociantes experimentados.
»¿Qué saben en realidad los que escriben en esos periódicos, y qué pasa
entre los bastidores de la redacción? El lector lo ignora por completo. Por eso
toma todo lo que encuentra en los periódicos por dinero efectivo.
»Mi convicción se reforzó a este respecto, estos últimos tiempos, hasta
hacerse más sólida que una roca —y todo hombre capaz de pensar de manera más o
menos imparcial puede hacer la misma comprobación: los que se esfuerzan en
desarrollarse con los medios que les ofrece la civilización contemporánea
adquieren, a lo sumo, una facultad de pensar digna del primer invento de
Edison, y no desarrollan dentro de sí mismos, en cuanto a sensibilidad, sino lo
que Mulaj Nassr Eddin hubiera llamado la sutileza de sentimiento de una vaca.
»Los representantes de la civilización contemporánea, hallándose en un
grado muy inferior de desarrollo moral y psíquico, son, como los niños que
juegan con el fuego, incapaces de medir la fuerza con la cual se ejerce la
influencia de la literatura sobre la masa de la gente.
»Si puedo creer en la impresión que saqué del estudio de la historia
antigua, las élites de las civilizaciones de antaño nunca hubieran permitido
que semejante anomalía siguiera tanto tiempo.
»Lo que digo puede ser, por otra parte, confirmado por informaciones que
nos han llegado sobre el interés que tenían por la literatura cotidiana los
dirigentes de nuestro país, no hace aún mucho tiempo, en la época en que nos
contábamos entre las grandes potencias, es decir, la época en que Babilonia nos
pertenecía y era sobre la tierra el único centro de cultura unánimemente
reconocido.
«Según esas informaciones, también existía allí una prensa cotidiana, en
forma de papiros impresos, en cantidad limitada, claro está. Pero en esos
órganos literarios no podían colaborar sino hombres de edad y calificados,
conocidos de todos por sus méritos auténticos y su vida honrada. Incluso
existía una regla según la cual esos hombres no eran admitidos para cumplir con
su cargo sino después de prestar juramento. Llevaban entonces el título de
«colaboradores juramentados», como existen hoy en día jurados, expertos
juramentados, etc.
»En nuestros días, por el contrario, cualquier boquirrubio puede hacerse
reportero, con tal de que sepa expresarse lindamente y, como se dice,
literariamente.
»He aprendido pues a conocer bien el psiquismo de estos productos de la
civilización contemporánea que inundan con sus elucubraciones esos periódicos y
revistas, y pude evaluar su ser porque durante tres o cuatro meses tuve ocasión
de estar junto a ellos todos los días en la ciudad de Bakú, y tener con ellos
frecuentes conversaciones.
»Me encontraba en Bakú, pasando el invierno en casa de mi sobrino. Un
día, varios jóvenes vinieron a pedirle una de las grandes salas de la planta
baja de su casa —donde anteriormente había tenido la intención de establecer un
restaurante— para celebrar allí las reuniones de su Nueva Sociedad de Literatos
y Periodistas.
»Mi sobrino aceptó al instante esta petición y, a partir del día
siguiente, esos jóvenes se reunieron todas las noches en su casa para realizar
lo que llamaban sus asambleas generales y sus debates científicos.
»Los extranjeros eran admitidos en ellos, y como yo no tenía nada que
hacer por las noches y mi cuarto estaba junto a la sala de reuniones, iba con
frecuencia a escuchar sus discursos. Al poco tiempo varios de ellos me
dirigieron la palabra y poco a poco se establecieron entre nosotros amistosas relaciones.
»La mayoría de ellos, aún muy jóvenes, eran débiles y afeminados. En
algunos los rasgos fisonómicos revelaban que sus padres probablemente se habían
dedicado al alcoholismo u otras pasiones debidas a la falta de voluntad, o bien
que se entregaban a malos hábitos ocultos.
»A pesar de que Bakú sea una ciudad pequeña, comparada con la mayoría de
las grandes ciudades de la civilización contemporánea, y que las muestras de
humanidad que allí se reunían no eran sino «aves de bajo vuelo», no tengo
ningún escrúpulo en generalizar poniendo a todos sus colegas en el mismo saco.
»Y me siento con derecho a ello porque más tarde, durante mis viajes por
Europa, a menudo encontré representantes de esta literatura contemporánea y
siempre me produjeron la misma impresión: la de asemejarse entre sí como dos
gotas de agua.
»No diferían sino por su grado de importancia, que dependía del órgano
literario en que colaboraban, es decir, del renombre y de la difusión del
periódico o de la revista que publicaba sus elucubraciones, o bien de la
solidez de la firma comercial a la que pertenecía dicho órgano, con todos sus
obreros literarios.
«Muchos se titulaban, no se sabe por qué, «poetas». Hoy en día, en
Europa, cualquiera que escriba un breve absurdo de este tipo:
Verde mimosa azul
es la rosa
la divina pose de Lisa
es como el llanto de la acacia
recibe de quienes lo rodean el título de poeta y no faltan los que
hacen figurar este título en sus tarjetas de visita.
»En estos obreros del periodismo y de la literatura contemporánea, el
esprit de corps está muy desarrollado: se apoyan mutuamente y se alaban en toda
ocasión en forma inmoderada.
«Incluso me parece que este rasgo es la causa principal de su
proliferación, de su falsa autoridad sobre la masa y de la adulación
inconsciente y servil que manifiesta la multitud por quienes podrían ser
calificados, con la conciencia tranquila, de perfectas nulidades.
»En estas asambleas, uno de ellos subía a la tarima para leer, por
ejemplo, algo en el estilo de los versos que acabo de citar; o bien para
examinar por qué el ministro de tal o cual estado, en el curso de un banquete,
se había expresado sobre algún asunto de tal manera y no de tal otra. Luego el
orador terminaba casi siempre su discurso con una declaración de este tipo:
Cedo la palabra a esta incomparable luz de la ciencia de nuestro tiempo,
Fulano de Tal, llamado a nuestra ciudad por un asunto de suma importancia, y
que tuvo la amabilidad de querer asistir a nuestra asamblea. Tendremos ahora la
dicha de oír su adorable voz.
»Y cuando, a su turno, esta celebridad subía a la tarima, tomaba la
palabra en los siguientes términos:
Señoras, señores: Mi colega fue tan modesto como para llamarme una
celebridad... (Dicho sea de paso no había podido oír lo que decía su colega
puesto que venía del cuarto vecino cuya puerta estaba cerrada.) A decir verdad,
comparado con él no soy digno ni de sentarme en su presencia. No soy yo la luz,
sino él: no solamente es conocido en nuestra gran Rusia sino en el mundo
civilizado en su totalidad. Su nombre será pronunciado con exaltación por
nuestros descendientes, y nadie olvidará nunca lo que hizo por la ciencia y el
bien de la humanidad. Si este dios de la verdad vive hoy en esta ciudad
insignificante, no es por azar, según parece, sino por razones importantes, que
sólo él conoce. Su verdadero lugar no está entre nosotros, está al lado de las
antiguas divinidades del Olimpo...
»Y sólo después de este preámbulo la nueva celebridad pronunciaba
algunos absurdos, sobre un tema como éste: por qué los sirikitsi declararon la
guerra a los parnakalpi.
«Después de estas asambleas científicas, había siempre una cena regada
con vino barato. Muchos introducían rápidamente en sus bolsillos algunos
entremeses -uno una rueda de salchicha, otro un arenque con un pedazo de pan— y
si por casualidad alguien era sorprendido, decía negligentemente: «Es para mi
perro: el pícaro tiene sus costumbres, siempre espera su parte cuando regreso
tarde a casa».
»AI día siguiente se podía leer en todos los periódicos locales el
resumen de la velada y de los discursos, redactado en un estilo increíblemente
ampuloso, sin que se mencionara, claro está, la modestia de la cena ni el hurto
de los trozos de salchichón... para el perro...
»Y esa gente es la que escribe en los periódicos sobre toda clase de
verdades y de descubrimientos científicos. El lector ingenuo, que no ve a los
escritores ni conoce su modo de vivir, se forja una opinión sobre los
acontecimientos y las ideas conforme a las chocheras de esos literatos que no
son ni más ni menos que hombres enfermos e inexpertos, completamente ignorantes
del verdadero sentido de la vida.
«Salvo muy raras excepciones, en todas las ciudades de Europa, los que
escriben libros o artículos en los periódicos son precisamente estos jóvenes
botarates que se hicieron tales a causa de su herencia y de sus debilidades
específicas.
»Para mí, no cabe sombra de duda: entre todas las causas de las
anomalías de la civilización contemporánea, la más evidente, la que ocupa el
lugar predominante, es precisamente esta literatura periodística, por la acción
desmoralizante y perniciosa que ejerce sobre el psiquismo de los hombres. Por
otra parte, estoy profundamente asombrado de que nunca ningún «detentador de
poder» lo haya advertido, y de que cada estado consagre quizá más de la mitad
de su presupuesto a mantener una policía, prisiones, ayuntamientos, iglesias,
hospitales, etc., así como a pagar innumerables funcionarios, sacerdotes,
médicos, agentes de propaganda, etc. con el solo fin de salvaguardar la
integridad física y moral de sus ciudadanos, y no gasta ni un céntimo ni
emprende cosa alguna para destruir hasta sus raíces esta causa evidente de toda
suerte de crímenes y de 'malentendidos.»
Así terminaba el discurso del viejo letrado persa. Ahora bien, valiente
lector (que sin duda ya no sabe muy bien sobre qué pie bailar), después de
transcribir este discurso —y si lo hice es porque expresa, a mi parecer, una
idea muy instructiva e incluso provechosa para la mayoría de nuestros
contemporáneos que tienen la ingenuidad de considerar la civilización moderna
incomparablemente superior a las precedentes en lo que atañe al desarrollo de
la razón humana — me veo al fin libre para termina r esta introducción y pasar
a la revisión del material destinado a la presente serie de mis obras.
https://www.youtube.com/watch?v=Rasho1zv-co https://www.youtube.com/watch?v=FuBQe2Y1mt0
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