Es una tarde de Mayo, salgo a la calle
con algunos resabios de turbación, como para intentarle un contrapunto a la desazón
que signa todo aquello que pudiéramos asumir por patria, esa ilusión sobre la
que tantos se desviven infiltrados por el más absoluto de los desengaños.
Aunque para arribar al puerto del desengaño,
hay que haber vivido la experiencia de caer embelesados ante un engaño. Y la sensación
que comunica la tribu, en general, es la de no reconocer (o, al menos, la de no
desear reconocer) que ha vivido a la sombra de un engaño. Su engaño.
Entonces la realidad encabalga un invisible
potro, pasa como una sombra sobre las gentes, sobre esa farsa de idea que se
tiene del todo. Y, sin excepción, nuestros días, esas joyas de resplandor y
sombra que colman los aires con jeroglíficos celestes, se escabullen en sucesión,
dichosos de poder librarse del ahogo que signa el acontecer humano, tan saturado
de morbidez y tan empeñado en vivir al son de la arritmia de un corazón postizo.
Como es usual, antes de salir por esos
desendiosados rumbos, tomé la precaución de agregar algún libro distinto a la breve
comparsa que siempre me acompaña por las calles, para esos apartes en que solemos
entablar diálogo con las páginas y voces que en ellas se atesoran, en medio del
bullicio, y muy probablemente en una taberna de insurrectos ante el duelo o el silencio.
En un ínterin del transitar, me siento
en un rincón citadino. Tomo el libro advenedizo, el que se ha colado entre el
grupo de viajeros, y me topo con una descarnada, dolorida y, sin embargo, ecuánime
disertación. Viene de la mano de Leonardo Da Vinci, cuyos fragmentos y
reflexiones, son reunidos bajo el título de Aforismos.
Aquí la dejo, sin más, pues no se me hace difícil aceptar que es poco lo que podría nadie agregar.
Aquí la dejo, sin más, pues no se me hace difícil aceptar que es poco lo que podría nadie agregar.
Salud!
lacl
"...No me parece que los hombres groseros,
de costumbres bajas y de poco ingenio, merezcan tan bello organismo ni tal
variedad de ropajes como los hombres especulativos y de talento. Los primeros
no son más que un saco a donde entra y de donde sale lo que comen, pues nada me
prueba que participen de la naturaleza humana, salvo en la voz y en la figura;
en todo lo demás son bastante semejantes a las bestias. Debiera llamárseles
fabricantes de estiércol y rellenadores de letrinas, porque no es otro su
oficio en el mundo. Ninguna virtud ponen en práctica. Letrinas llenas, es todo
lo que queda de su paso por la tierra..."
Leonardo Da Vinci, Aforismos.
Otro aforismo:
¡Oh, miseria humana, a cuantas cosas
te sometes por dinero!
Guarida de los músicos: La Odisea de Orfeo /
Leonardo inventor...
7 comentarios:
Leonardo siempre fue un visionario: su definición aplica muy bien para estos, nuestros tiempos de "cambalaches". Salud..!
Gracias, América. Es tan duro y tan apropiado a la hora actual, que me pareció estar leyendo el "Diccionario del Diablo", de Ambroise Bierce...
Salud!
Gracias, América. Es tan duro y tan apropiado a la hora actual, que me pareció estar leyendo el "Diccionario del Diablo", de Ambroise Bierce...
Salud!
Los libros te acompañan en tus travesías, Luis Alejandro. Tú no los eliges, ellos te eligen a ti, para acompañar ese sentimiento intenso de que se nos acaban las palabras para recoger la dimensión de este estiércol. Y Leonardo habla por nosotros, como lo ha hecho desde siempre. Y tú lo ofrendas como un amanecer pródigo. Abrazos.
Tienes toda la razón, querida Mery. Uno no los elije, son ellos los que nos llaman a sottovoce; pues tienen una palabra guardada para nosotros y de alguna forma nos la van anticipando, nos aguijonean para que extendamos la mano y tomemos ese libro. No sólo eso, nos exigen que abramos la página perfecta, la que nos aguarda, la que tiene un legado que lanzar al aire como paloma mensajera. Es curioso que, a pesar de la dureza con que Leonardo juzga al hombre, sintamos todavía y muy patentemente esa aspiración suya a hacer o esperar del hombre una mejor persona… Lo hace por la vía mordaz, pero no dudo que ese acicate tenga ese fin último.
Otro abrazo!
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