Letras contra Letras
En
la anterior edición de Letras contra Letras, el fortuito encuentro de algunas
lecturas dispersas, nos llevaron a un glosar sin rumbo anticipado o, si se
prefiere, a un ensayar a la vieja usanza, navegando sin afanes exegéticos por
las abiertas aguas del mar de las palabras. Eso sí, impulsados por la
confluencia de vientos de distinto origen, pero confabulados en un mismo soplo,
para convencernos de arrellanarnos en la barca, olvidarnos del timón y permitir
que fueran ellos quienes nos mostraran horizontes.
Tales
vientos fueron gestados en la dicción poética de María Calcaño y los asomos de
vida y poesía en otros textos de Katherine Mansfield y David Herbert Lawrence,
éstos de tono memorioso y ensayístico respectivamente, como puede verse en la
entrada del 30 de Octubre en este blog...
Siempre
he defendido la tesis de que la poesía surge donde quiere y como quiere: se
levanta, como espiga, “a pesar de” y “donde quiera que” se le niega entrada;
borda en el más mínimo gesto creado para enaltecer el humano vivir, pero
también lo hace en toda aquella creación que excede nuestra desamparada
identidad. Y, claro está, borda en todo lo creado conforme a las honras que les
debemos al cosmos, si es que todavía cupiera esperar que los hombres alberguen
una piadosa reverencia hacia su entorno.
No
negamos que, acaso, conformen una inmensa mayoría quienes ligeramente piensan
que cielos y estrellas muy poco tienen que ver o hacer en nuestras obras, no
sólo en las nacidas por una necesidad de canto, de adoración, de mística
inquisición o de, incluso, rebelde
clamor ante ese ávido e inmensurable temblor que nos sobrepasa (llámesele
noche, caos, cosmos o universo), sino en las que se tienen por más apegadas al
diario vivir, las de la “cosa práctica y taxativa”. Es más cómodo y seguro
ensalzar todas aquellas creaciones o invenciones que elevan nuestra psique a la
altura de “dioses” (quizás, el único momento en que luzca natural hablar de lo
sobrenatural) y enfilar todas las baterías en pos del triunfo de un henchido
ego.
Pero
la poesía resplandece no sólo donde se la pretende con el humilde o rendido
tesón de la palabra enamorada, sino donde menos se la espera: en el callejero
azar, en una frase captada en el aire o en la más detallista de todas las sagas
del contar... Y nace allí para que nos estrujemos los ojos ante el asombro,
nace por doquier para poner la arrogancia del yo en el lugar que le
corresponde: el del soterrado silencio de nuestra voz para la comunión con el
cosmos. Siempre he creído en la existencia de alguna sinonimia entre el alma y
el cosmos. Pues si el alma es inasible e infinita, cuasi incuantificable sin
dejar de gozar de orden y estructura, no puede negarse que luzca ella como un
espejo del cosmos, que goza de las mismas cualidades…
En
varias oportunidades he escuchado (y creo que también he leído) a Rafael
Cadenas atestiguar que la más alta poesía de algunos de los más excelsos
poetas, se encuentra es en sus glosas, en sus anotaciones, en sus ensayos o,
incluso, en sus cartas. Impresión que yo comparto. No lo hace por aminorar lo
obra de tales poetas. Nada más lejos de eso. Lo hace porque resulta ser una
pura y límpida verdad. Es en el trazo no buscado, en el des-intencionado
abocetar, donde surgen, sin bridas, las más hondas y libres resonancias de motivos
que abren, por arte de magia, nuevos mundos, lúdicas exploraciones, impensados
horizontes, que no destellan con igual diafanidad en el intento poético en sí
mismo.
Cuando,
noches atrás, leyera yo la apretada lindeza en las letras de un poema de María
Calcaño, plagado de sutil moderación y verdad; lectura luego seguida de algunas
ensayísticas y memoriosas líneas de D. H. Lawrence y Katherine Mansfield (en
ese orden), vino a mi mente ese asunto que nunca deja de estar presente. El
asunto de la vida sencilla y (¿por qué no?) de la vida poética, como real
alternativa a esa celada de masa y locura que se nos procura imponer como un
derrotado paraíso.
Pero
la sencillez nombrada en ese poema de María hizo juego con la sencilla
aspiración de una “vida plenamente vivida”, tal como fuera emplazada en las
palabras de Katherine y David. Pero no voy a repetir nada de lo allí dicho,
cuando eso está tan a la mano, si alguien sintiese buena gana de leerlo.
Días
más tarde, abrí nuevamente al azar el tomito antológico de poesías de María
Calcaño (1) y recibí otro regalo más hermoso aún, el poema que aparece en la
página 95, intitulado Piedras preciosas.
Remedaré
lo que expresara yo en otra plaza: sin querer caer en el riesgo de sonar
altisonante, me atrevo a decir que Piedras preciosas es uno de los poemas
breves más hermosos de la lengua castellana, donde se consuma un erotismo
místico con el cosmos, nada más, nada menos.
Y
acá lo dejo para cerrar, por el momento, estas notas. Ojalá y venga a pasearse algún ojo curioso para su
disfrute. En verdad no creo que haya pérdida en su lectura…
Piedras
preciosas
¡Qué
manto augusto de piedras blancas,
de
luces regias mi colcha cubre,
cuando
de noche,
sola
en el cuarto, yo me desnudo
junto
a la cama sencilla y pobre!
Como
en mi vida
nunca
he llevado piedras preciosas,
tiemblo
de gozo
cuando
me tiendo...
Entra
en el cuarto,
en
bocanadas de luz, el cielo,
y
en mi cuerpo, clave de ensueño,
se
abren las alas de las estrellas
como
luciérnagas maravillosas.
1. María Calcaño, Editorial de la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela, 1983.
P.S. Los últimos tres días he estado acompañando a mi madre, pues cayó víctima de una peste de las que tumban al más pintado. Sírvame de excusa por no haber agregado algunas notas adicionales de los diarios de Mansfield y los ensayos de Lawrence, ambos libros verdaderamente apreciables, pues he estado como un gitano dejando mis libros en su casa cuando he venido a dar una vuelta por la mía…
P.S. Los últimos tres días he estado acompañando a mi madre, pues cayó víctima de una peste de las que tumban al más pintado. Sírvame de excusa por no haber agregado algunas notas adicionales de los diarios de Mansfield y los ensayos de Lawrence, ambos libros verdaderamente apreciables, pues he estado como un gitano dejando mis libros en su casa cuando he venido a dar una vuelta por la mía…
María Calcaño, poema.
2 comentarios:
realmente hermoso ese poema de piedras preciosas, una lección delicada para las voces de este siglo xxi
Gracias, María Antonieta. Totalmente de acuerdo. Y gracias por la visita. De haberlo sabido, te hubiera tendido una copa de buen tinto...
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