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viernes, 26 de octubre de 2007

Inciso en torno a Una carta desde Caracas, pequeña Venecia…



Inciso en torno a Una carta desde Caracas, pequeña Venecia…

La crónica que verán más abajo fue escrita en la madrugada del 25 de Octubre. No tenía en mente el publicarla en este blog. En la tarde del mismo día le di una revisión y algunos retoques con el fin de enviarla a algunas revistas virtuales de Colombia, Argentina, Canadá y Venezuela, que no sé si van a publicar. Puntualizo: no persigo afán alguno de exportar las medianías del venezolano; medianías que, a primera vista, lucen como el producto de una crisis político-social, cuando son, preponderantemente, el residuo de una bancarrota ético-espiritual. Lo que me ha animado a difundir lo que acá sucede (y mi opinión al respecto) es mi presunción de que el nuestro es un mal que aqueja a muchos otros pueblos del mundo, aunque en muchos de ellos no se haya llegado a un grado tan agudo y crítico como el que se ha alcanzado aquí. Venezuela es una olla de presión a fuego medio y permanente.

Ante tal hervor, algunos ciudadanos se han sentido responsables por el riesgo que implica un estallido social que, como todo acto de violencia, no habrá de sustentarse sobre bases razonables; mas no han conseguido la forma de abrir una válvula de escape que evite una explosión que promete ser apoteósica. Acaso sean insuficientes las voces de quienes tratan de alertar a nuestros congéneres del peligro que implica el forcejear a las orillas de un risco, tal como lo viene haciendo una parte del colectivo nacional, en su papel de actores de reparto de una comedia en la que a los actores principales se les subió el humo a la cabeza. Acaso las voces de quienes quieren evitar una hecatombe están siendo desoídas o tomadas por el grueso de la nación como unas plañideras exclamaciones de Casandra, aquella adivinadora cuya desgracia consistía en que, pudiendo ver el futuro, al predecirlo no conseguía que nadie le creyera; su más grave videncia fue la de anticipar la caída y destrucción de la ciudad de Troya.

En contraparte, quienes profesan la violencia, los apasionados de la desdicha, al decir de Cioran, no hallan la hora de que reviente el volcán, llevándose a propios y extraños. ¿Por qué escribo esto? ¿Qué me mueve a incluir este blog entre los destinatarios de la misiva? Que durante la noche del 25, al ver los noticieros, no salía yo de mi asombro, ante las manifestaciones de violencia, intolerancia y perversidad que ejercieron algunos estudiantes del Instituto Pedagógico, adeptos al gobierno, en un foro sobre la reforma constitucional que se pretendía llevar a cabo con la presencia, entre otros, del veterano y avezado Pompeyo Márquez (una de las pocas voces sensatas que quedan en el país) y el estudiante Jon Goicoechea, una de las pocas voces que claman por el libre albedrío como un derecho irrenunciable de todo individuo. Los falangistas de gobierno no se quedaron tranquilos hasta que lograron consumar su planificado acto de sabotaje, amén de romperle la nariz a Goicoechea. Pero nunca creí que vería algo como lo que vi luego: el gesto más detestable y rastrero del que tenga yo conciencia, aquel que fungió un joven de psique derrotada en su papel de falangista, el que babosa y desconsideradamente casi rozaba con su rostro el rostro de Pompeyo Márquez, mientras le recitaba estos sonsonetes: “agente de la CÍA, agente de la CÍA, agente de la CÍA…” y luego: “Intolerante! Intolerante! Intolerante!” Si ese joven desconoce la trayectoria de Pompeyo, eso ya sería una vergüenza, pero si la conoce, entonces, lo que es, es una perversidad. Así pues, me veo en la forzosa necesidad de abrirle paso a la carta que, inicialmente, no tenía como encargo la de ser depositada en el buzón de esta posada. Agrego la carta y una copia scanner de la foto a que se hace referencia. El resto de las fotos son obra de los reporteros de El Universal.

Salud!
lacl
¿Revolución o re-involución? Carta desde Caracas, pequeña Venecia…

Fuera de mi país hay mucha desinformación con respecto a lo que aquí sucede. El maniqueísmo, hoy imperante en buena parte del globo terráqueo, está acabando con los lienzos de la vestimenta cultural del venezolano, ya de por sí, bastante mancillada a lo largo de centurias por la proliferación de caudillos de todo cuño, bien secundados por unos siempre puntuales doctores de levita con bolsillos de tahúr. Son en el fondo, los mismos vende-suelos de siempre, quienes medran y ascienden reptantes por las volutas del poder. Aun cuando el demagogo de la hora se disfrace de omnipresente demiurgo, de justiciero pater famili o de Santo Quijote desprendido, no logrará lavar el cerebro y, menos, el corazón de quienes sólo tienen que abrir ojos y prestar oídos para percatarse de que tienen ante sí a un títere al servicio de una mollera quebrantada. Con teteros de fanatismo no se llegará nunca a buen puerto.

Cuando yo era un muchacho padecí el hegeliano mal de sacrificar idealmente a la parte por el todo, esto es, al individuo por la masa: como si la mano derecha no fuera parte del mismo cuerpo del que lo es la mano izquierda. Marx y Engels fueron víctimas de excepción de tal padecimiento. Abogaba yo, con toda la malsana candidez de que puede engalanarse un imberbe, por un mundo más humano, en el que se diera predominancia a las tesis políticas de izquierda, sin tomar en cuenta el hecho de que, para lograr tal cometido, muy probablemente tendrían que cometerse algunas injusticias.

Pero no hubo de pasar mucho tiempo para que me percatara del engaño que encarnan las figuras políticas, no importa la toga que vistan. Todos hablan de democracia, todos juran querer el bien del prójimo, pero tóquele usted a cualquiera de estos bellos ejemplares ese sagrado recinto en el que compilan sus emolumentos y verá usted a la verdadera bestia que alienta bajo la sotana. Todos predican el amor, todos la bienaventuranza, todos elevan rezos en pro de la igualdad entre los hombres, mas ninguno duda en llevar a las mazmorras a quienes, a su juicio, han mantenido una actitud equivocada con respecto a su benefactor mensaje de esperanza. Pobres, a veces, se ven forzados a aplicar la mano dura, en bien de sus hijos. Hay sotanas cristianas y hay sotanas marxianas. Y digo esto sin entrar a tocar a fondo el tema de aquellos que son esclavos de sus propias manías, pues son los más dispuestos a derribar su casa con tal de acabar con los mosquitos.

Yo lamento que al día de hoy (y me importa un comino el nuevo milenio) millares de personas estén deseosas de dejar la piel en las aceras con tal de defender algún extremismo, pues ningún extremismo deja de ser una mentira. Y porque la mentira es la única verdad que identifica a esos políticos de oficio que suelen ser, innegablemente, los más avezados extremistas. Lo siento mucho por mis politizados amigos, sean de izquierdas o de derechas. Para mí son brazos de un mismo cuerpo. Y el corazón bombea sangre para ambas extremidades, sin discriminaciones.

Tengo amigos chavistas, algunos entrañables (por cierto, cuán descabellado me luce ese mote, jamás me imaginaría fundando una secta contrerista, por muy bellos ideales que se predicaran en su seno). Nunca pude convencer a uno de ellos, sempiterno defensor de Stalin y de Lenin, de que la “solución final” de Hitler y sus Nazis fue un crimen atroz. Pues según su inveterada opinión, los judíos no son sino usureros deseosos de extraer el hígado de quienes no honran sus deudas; así que no le pareció criminal que en la URSS se cultivara el antisemitismo, entre otras liberalidades. Que habrá gente mala entre los judíos, pues ¿a qué dudarlo, si hay gente de miserable corazón en cualquier rincón del mundo? Pero justificar el asesinato en masa por la hegeliana tesis de sacrificar a la parte por el todo, al individuo por la masa, no puede ser signo de otra cosa que no sea la más desparramada de las locuras. Así pues, lo siento por mi amigo, tengo que decirle que él no está menos loco que yo, que he defendido siempre la posibilidad de que el hombre no aliente nunca fe alguna en los gobiernos; que creo, con Thoreau, que el mejor gobierno es el que no gobierna nada; que he afirmado que los políticos son una plaga y los primeros para quienes debería crearse un sistema policial de vigilancia continua, pues no pueden quedarse solos durante tres segundos y medio sin que, de inmediato, pergeñen la tesis de una próxima canallada. Máxime si consiguen unos cuantos compañeros de marras. 
















Deseo refrendar, con una imagen fotográfica, lo dicho en ocasión de las manifestaciones estudiantiles acaecidas entre Mayo y Junio de este año*. Se trata de una expresiva imagen captada por Nicola Rocco (enmienda al texto: el viernes 02 de Noviembre, he recibido una nota de Nicola Roco, advirtiendo que la foto es obra de su amigo Marcel Cifuentes, dando pie a una interesante conversa digital) para El Universal, durante la marcha de los estudiantes universitarios a la Asamblea Nacional del día 23/10/07, en reclamo al golpe constitucional que se fragua a la vista de todos. La gráfica muestra a una señora que porta una pancarta. A su lado se encuentra un agitado joven que abuchea al estudiantado. Nótese el ex abrupto de las palabras plasmadas en el cartel: “Hijos de inmigrantes de mierda / fuera de la patria de Bolívar / Sus malditas raíces están en Europa / Basuras son”. No sé por qué tengo la impresión de que esa pancarta va dirigida, entre otros, al líder estudiantil Jon Goicoechea, pues evidente es el ascendente vasco de su apellido. Es realmente lastimoso el presenciar escenas como ésta en nuestras calles, pues el pueblo venezolano es corolario del cruce de múltiples razas. Y si nos acogiéramos a los manipulados lemas de los extremismos, todos los venezolanos tendríamos que profesar la expatriación de los restos de Bolívar al país Vasco. Un último gesto de nuestro drama histórico que estaría por cumplirse.

Luis Alejandro Contreras

* Vientos auspiciosos, publicado en www.elmeollo.net, el 03/07/07 y en el blog www.letrascontraletras.blogspot.com, el 17/07/07).


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