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domingo, 25 de enero de 2015

Días de bruma - Apuntes y fragmentos de vida, amor y muerte de un amanuense griego al servicio del Imperio



Apuntes y fragmentos de vida, amor y muerte
de un amanuense griego al servicio del Imperio

Simónides Románico
(Roma - Circa 248 DC - ¿ ?)
(Hermes Alejandrino, custodio) 


La imagen del escriba es carátula de un cuaderno que compré en Bogotá hace unos años, con la vaga idea de esbozar algo en sus páginas un día. Estaba escrito que en ese cuaderno serían borroneadas unas letras de las que para nada imaginaba yo cual podría ser su tema.

Así lo sentí, así lo presentí.

Ya en Caracas y como al año de haber portado ese cuaderno durante meses en el bolsillo de mis chaquetas, me hallé un día transitando una particular predisposición del ánimo, cual el de un silente mar de fondo; y, por decir así, secuestrado por un vago presentimiento, me senté en una arepera y, a pesar de que no llevaba el cuaderno conmigo, sabía que tendría que pergeñar algo para sus páginas.

Al unísono, recibí la llamada de mi hermano Reinaldo, quien luego de muchas dudas sobre algunas contingencias acaecidas con su estado de salud, tomó la decisión de venirse a Caracas, ya -inexorablemente- para no volver más a su casa en un pueblito de nuestro Oriente venezolano. No sospechaba él (o acaso quiso ocultárselo a sí mismo) que el mal que le aquejaba le devoraría en apenas dos o tres meses. Yo, no sé cuál sea la razón, ya intuía el fátum rondando nuestra casa, poniendo un cerco a la familia.

Acto seguido, le pedí una libreta a uno de los mesoneros, quien no tuvo problemas en entregarme algunas hojas sueltas, pues nos conocíamos desde hace muchos años. Y comenzó a hablar el escriba. No era yo. Era el escriba. Era el 278 D. C. y años subsiguientes. Escribí desaforadamente, tomado por los dictados de esa voz. En unas cuantas hojas de esa libreta se estampó un memorial, como un legado o mandato del por qué alguien, dieciocho siglos atrás, se atrevía a tomar un pergamino y moldear algunos rasgos que no podrían ser mostrados a nadie, so pena de ser sojuzgado. Tal dictado resultaría ser el texto de pórtico de una serie de notas, adagios, retazos, conatos de poema, visiones, vigilias y ensueños que buscarían juntarse en las noches venideras.

No he de contar aquí lo que acaeció en los días siguientes con el padecimiento de mi hermano. Sería como ponerle sellos al dolor, que ya de por sí había dejado su stigmata en nuestras almas. Pero también nos dejó la stigmata del amor.

Sólo agregaré que, por las noches, cuando acompañaba a Reinaldo en las camas de hospital o en la de la casa de nuestra madre, el escriba siguió dictando, y que nos dejó más de un legado, el cual, en veces, repetía en el oído de Reinaldo. Él se nos fue en Abril de 2010 y el dictado que comenzara en medio del bullicio de un concurrido comedero, durante el mes de Febrero de ese año, siguió elucubrándose hasta el mes de Junio, cuando di por cerrada, no sin algo de nostalgia, mis labores de copista de un copista...

Y fue gracias a los cielos y gracias, también, a la intuición de una amiga que me inquirió sobre el porqué tanto insistir sobre la imagen del escriba en mi perfil, que pude, una vez más, desandar horas serviles y atender el alma.

Salud!
LA

Notas: Me veo impulsado a compartir algunos fragmentos más allegados a la fatalidad que al sosiego... Lamento no poder mostrar un tono más esperanzador en la ofrenda.

Esta glosa y su asunto andan relacionados con estas otras del blog:


(31 de marzo de 2010)

http://letrascontraletras.blogspot.com/2010/03/blog-post.html



(07 de Septiembre de 2010)




* * * * *
Palabras finales que aparecen en la edicion en papel. 

Sobre el manuscrito.

Un sueño ha dictado este sueño; y en él se ha revelado que estas tiras (o, más probablemente, trizas) de pergamino yacen sepultas en algún paraje del Asia Menor, esperando ser exhumadas. Yo tan sólo me he limitado a ser lo más justo posible al transcribir lo que enunciara esa brumal ensoñación o, no lo sé, quizás, brumoso insomnio.
lacl

20 de febrero / 20 de Junio 2010



* * * * * * * 
 




Los cielos
se han detenido,
sus luces no
resplandecen
ni dialogan
con sus observadores,
las aguas
no brotan
de los manantiales,
los vientos son
un río lento,
cenagoso e impalpable
que satura
la arboleda
de nuestros pulmones.
Los pobladores
presienten que
deberían huir,
mas no saben hacia adonde.
Un hedor
pareciera brotar
de sus vientres y
nadie logra discernir el por qué.
Pero la náusea colectiva no es
fruto de la ingesta de rancios
alimentos, sino que es pena
enquistada en nuestros
pechos y nadie sabe
cómo extirparla
sin masacrar
su corazón.

* * * * * * *

"Los investidos"

En ellos sólo cuenta
el porvenir de su presente y
el ardido canto a la sincronía
de sus bruñidos métodos,
no existe otra cosa.
Y no hay salida para
los inquietantes movimientos
de diástole y sístole
del corazón de la tierra.

Llevan prescritos todos
los impuestos a lugar,
todo está debidamente sentenciado,
nada se escapa a sus dictámenes,
decretos y sentencias.

Edictos, mandatos,
constituciones, preceptos;
dictados, dictados
y no otra cosa que dictados;
impartición de un fervor del extravío,
del empeño, del error y una condena
del mirar sin vestimentas.

Todo lo reducen a mendrugos,
todo hilo desenhebran,
toda apuesta al origen la cercenan.

Aborrecen lo desposeído,
como las justicias sin tasa.

Y entre sus manos la pasión
es una insignia
cuyo coste y cuantía
ha de tranzarse
entre bárbaros celestes
y salvajes pudientes,
entre crédulos e inescrupulosos
predicadores de un edén
de desconsuelos,
cimentado en una enconada
veracidad de los hechos.

Son los develadores
de crueldades axiomáticas
que tanto conmueven
los pechos de los hombres.

Son los ilustrados del poder,
refinados, pulidos, instruidos
y educados señores,
luchando por salvaguardarse
de una terrenal agonía
perpetuamente sucumbiendo
en sus entrañas.

* * * * * * *

Una extraña quietud
vibra en el aire,
aparejada a un silencio
hondo y oscuro,
como un lento atardecer
de otoño,
luego de un funeral.

Los engranajes
del inframundo
se han detenido.

Por orden de Hefestos
(en connivencia con Ares)
los brazos de los demonios
no hacen ya gemir
las muescas de los ejes
que movieran al mundo y,
como por arte de magia,
los pájaros del cielo
se han venido al suelo
y los vientos y los árboles
han dejado de entonar sus dúos.

Por un instante inmensurable,
el río del tiempo
ha dejado de nacer
de sus afluentes
y se ha trocado
en negra laguna,
sin vestigios
de huérfana vida
en el fondo de su lecho.

Hombres y mujeres
perciben el misterio.
Niños y viejos lanzan
escrutadoras miradas
a la médula del aire.

Pero no obtienen
respuestas al adagio.

Sólo los salva un rubor.

En todos mana la sangre,
con su murmuración imperceptible.
Y el velado soliloquio
de toda voz interior,
a cada uno corrobora
que el vivir no se ha evadido.

Sin embargo,
algunos pocos presagian
que tal quietud
no se aviene con el solaz
de los poetas que,
rendidos, invocan
a la madre de las musas,
sino que aguardan el momento
en que las trompetas
de la muerte hagan
crujir los cielos,
se abran fisuras en el aire
y se desate la hecatombe.

* * * * * * *

La urbe es un jolgorio
tras cada nueva
conquista de sus
afamadas milicias,
más bruñidas que
un denario de oro.
La poblada toma
las plazas y ríe como
hienas en manada
disputándose un ciervo,
mientras lanzan
sus ropas al aire
y se entregan a la
lujuria y el desenfreno,
cual poseídas bacantes.
En medio del frenesí
muchos derrochan
lo que no tienen.
Y otros se desmiembran
entre sí por tomar alguna
moneda de las que lanzan
los senadores a la arena
para excitar la embriaguez
de la victoria.
Eso sí, sus hijos se desmoronan
ante la más leve adversidad
de sus tropas o por cualquier
calamidad que les prescriban
los hados.
Y, entonces, es llegada la hora
de los chivos expiatorios.
Cuánta razón tuvo Heráclito
cuando dijo que Baccus
y Hades son uno y el mismo.

* * * * * * *

Marcado,
condenado a vivir
entre los hombres
y al margen
de los hombres,
tácitamente sentenciado
por no amañarme
a la doctrina
de los inmisericordes,
ello no me ha llevado
a aborrecer el vivir.

Debo trajear
ajenas ropas,
fingir que pertenezco
a la tribu,
si bien a ella alcanzo
en mis afectos.
Mas no puedo
apartar la mirada
de los quebrantos
que padece;
las locuras que
se erigen a diario
en su seno,
como torres
de Babel;
las heridas
que se infligen,
unos a otros, en
nombre de oráculos
salpicados de orgullo.

Y no dejan de arrobarme
los pequeños bellos gestos,
fortuitos, medularmente
insignificantes,
colosalmente cargados
de amoroso anonimato.
No puedo apartar
del suelo la aurícula
de mi corazón,
no puedo apartarla
del ajeno sufrimiento,
ni de la hojarasca
conmovedoramente
arrastrada por el viento.
Soy todas las cosas y
todas las cosas me son.




* * * * *



El alba se anuncia

y, tal como ayer,

comienza a tejerse
el extraño canto
del ave que ha hecho
nido en la alameda.
Sus voces,
una cuarteta de tonos
graves y modulados
semejando una cruz
en el aura,
luego rematadas
de dos agudos dejos
en el centro,
en medio del silencio
y la penumbra,
son puntadas que
en el aire hilvanan
una impecable rosa.


* * * * * * *

De "Días de bruma", lacl, BID&CO Editor, Caracas, 2013.















https://www.youtube.com/watch?v=ONRbg2BNu0U

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