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Un agente secreto: Joseph Conrad.
Se trata de El agente secreto.
Se trata de Joseph Conrad y el ejercicio del puntillismo psicológico o, si se quiere, anímico en el arte de narrar una historia o componer un relato.
Es una novela triste, modernamente triste, y quiero decir que lo es porque prefigura el generalizado desarraigo de nuestra hora actual con una precisión de relojero suizo. Desnuda, con inmisericorde escalpelo, la triste alienación que signa lo que, acaso erróneamente, entendemos por modernidad, esa abstracta hora actual que palpita en la psique colectiva, esa hora heteróclita que corre, justo ahora, a las 2:50 a m de una fecha de octubre de 2025. Conrad la escribió en los albores del siglo XX, en el borderline entre el "mundo de ayer" y sus farolas de gas, y el resbaladizo futurismo científico de un mañana ilusionista, un mañana que no llega, aunque en todos los recovecos del orbe se eleven himnos ante su admonición.
Si pudiéramos convenir en que uno de los rasgos que definen a la humanidad es su casi infinita predisposición para cultivar una implacable impiedad, quizás tendríamos que convenir también, en que la humanidad ha sido siempre muy "moderna". Conrad ha cambiado, para esta obra, de escenario. Ya no son los mares del sur o una jungla del Congo. Ya no se trata del choque de una cultura de "progreso" con una cultura "salvaje", términos que entrecomillo por ser perfectamente intercambiables, sino que decide internarse en la jungla citadina de una capital de Occidente, Londres, la urbe donde reside.
No voy a cometer la imprudencia de contar una novela, pero sí deseo resaltar algunos rasgos en los que Conrad ha sido un maestro. Lo fue en el arte de develar las incongruencias de una humanidad atascada en su propia lucha por avanzar como civilización, mientras cultiva la más refinada de las barbaries. Y a la hora de narrar es un maestro en otro arte: el de no tomar partido por las personas (personajes) o las situaciones sobre las que se levantan los cimientos de sus obras. Ese trabajo se lo deja al hipotético lector de sus obras. Y es una condición humana propia de su psique la que le lleva a trabajar bajo tales parámetros. Me parece que debo puntualizar: cuando afirmaba que esta obra es "modernamente triste", es porque así la ha preconcebido el autor. En toda la obra no hay una sola persona que no se guíe por el cálculo y la especulación psicológica sobre el entorno, seres que no conocen la candidez, seres que permanentemente se encuentran cavilando sobre los pros y los contras con respecto al resto de seres con los que conviven o tratan...
Bueno, no todos (y esta será la única y exclusiva vez en que haré referencia a un pasaje de la obra), porque habría que anotar la significativa excepción de un ser desvalido, un joven cuya particularidad es la de ser una persona que no es tomada por "normal". Pues bien, el único personaje de la obra que muestra signos de cándida humanidad es precisamente el joven Steve, un ser mentalmente discapacitado.
Una escena del relato nos induce a rememorar aquel suceso en el que se prescribió la pérdida de la razón por parte de un hombre como Friedrich Nietzsche. Se dice que el filósofo alemán jamás pudo recobrar la razón luego de que contemplara una escena de crueldad de un cochero hacia su caballo. Tal acto de vileza le causó una conmoción tan fuerte en su sensibilidad, que nunca más recuperaría su razón. El joven al que aludo en esta novela de Conrad, presencia un acto de crueldad por parte de un cochero hacia su caballo, y esa experiencia le sume en una crisis emotiva tan fuerte que salta del coche en el que se traslada con su familia, suscitando una situación de caos entre el cochero y su familia, ante el angustioso rechazo y repugnancia que le causa la crueldad de que ha sido testigo.
Y en la humilde opinión de un servidor es éste el tipo de rasgos que hay que tomar en cuenta cuando se lee esta obra o cualquiera otra de las creaciones de un afamado y, quizás, poco leído escritor, nacido en Polonia y que eligió la lengua inglesa a la hora de tomar la pluma...
Como punto final, cabría recordar, y es para tomarlo en cuenta, que el padre de nuestro escritor (tan polaco como su hijo) pasó su buen tiempo en Siberia, cual lo indica la añeja tradición rusa. Que Conrad quedó tempranamente huérfano. Y que estos han de haber sido algunos de los ocultos móviles de esta novela, la cual trata de un doble agente que trabajando para un "imperio del hemisferio oriental", es, a la vez, confidente del jefe de la policía inglesa.
(lacl)
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