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domingo, 15 de septiembre de 2024

Descubrirnos extranjeros... Homenaje a un gran músico y a una hermosa producción

 


"Descubrir"algo no significa siempre que uno se topa con alguien o algo por primera vez. A veces la vida o el mundo se nos descubre y no es que lo descubrimos. Basta que aparezcan las insospechadas curvas en el sendero del vivir para que uno, de pronto, vea el horizonte con colores, en apariencia, nunca vistos antes. 

Cuando por asuntos del azar extranjero en mis manos cayera de nuevo aquel regalo que precisamente se llama ESTRANGEIRO, fue como un renacer, y un redescubrir; incluso, un redescubrirme y, sobre todo, abrir los ojos a colores que, si bien siempre estuvieron allí, pues como que habían decolorado su gestión en el fuelle que palpita en todo pecho y que vibra en la respiración. Una de las piezas que componen el álbum de Caetano es ESTE AMOR. Y a la luz de tan hermosa letra y no menos hermosa melodía, ¿cómo no caer rendido a un nuevo horizonte, a una nueva gana o a una renovada gana de vivir?

Adjuntemos aquí la letra para cualquier oído desprevenido o descaminado que quiera entregarse a esta "luz da maravilla". 

¡Salud! lacl

*** *** ***

ESTE AMOR.

Se alguém pudesse ser um siboney

Boiando à flor do sol

Se alguém, seu arquipélago, seu rei

Seu golfo e seu farol

Captasse a cor das cores da razão do sal da vida

Talvez chegasse a ler o que este amor tem como lei

Se alguém, judeu, iorubá, nissei, bundo

Rei na diáspora

Abrisse as suas asas sobre o mundo

Sem ter nem precisar

E o mundo abrisse já, por sua vez

Asas e pétalas

Não é bem, talvez, em flor

Que se desvela o que este amor

(Tua boca brilhando, boca de mulher

Nem mel, nem mentira

O que ela me fez sofrer, o que ela me deu de prazer

O que de mim ninguém tira

Carne da palavra, carne do silêncio

Minha paz e minha ira

Boca, tua boca, boca, tua boca, cala minha boca)

Se alguém, cantasse mais do que ninguém

Do que o silêncio e o grito

Mais íntimo e remoto, perto além

Mais feio e mais bonito

Se alguém pudesse erguer o seu Gilgal em Bethania…

Que anjo exterminador tem como guia o deste amor?

Se alguém, nalgum bolero, nalgum som

Perdesse a máscara

E achasse verdadeiro e muito bom

O que não passará

Dindinha lua brilharia mais no céu da ilha

E a luz da maravilha

E a luz do amor

Sobre este amor


Enlace en la red YouTube:

Caetano Veloso, ESTE AMOR

https://youtu.be/v80HX7dGadA?si=_nC02vSlU2tij6UG



sábado, 14 de septiembre de 2024

Arte de la memoria, Izcaray, Celibidache, Sojo... Música y memoria, Re-cor-dar


Nota bene: Sigo confrontando algunos inconvenientes para agregar ilustraciones o contenidos musicales. Espero ir subsanando pronto esa deficiencia, pues no me gusta publicar texto sin imagen y contenido audiovisual... (lacl)

***

Música y memoria, Re-cor-dar

Lo he dicho en otras ocasiones, la palabra recordar lleva en el centro del fruto el corazón. Recoges con el corazón para dar lo recogido, Re-Cor-Dar...

Si algo ha de cultivar todo músico es la memoria, la memoria es parte de la música de manera tan profunda como en cualquier otra rama o expresión del saber y las artes. Pero no sólo se trata de una memoria musical que evidentemente tiene que ser parte del instrumental de todo músico pues, de otro modo, ¿como podría interpretar una pieza compuesta y que ha de leer e interpretar con ojos, alma y corazón? Pero está esa otra memoria que todo lo alimenta y que también nace del corazón, aquella que está conectada con el agradecer de cada día, con la salutación de la luz matutina o la inflexión de la luz cuando se despide cada tarde, la que agradece el legado heredado por los ancestros. 

Dejaremos aquí una semblanza del amado maestro Vicente Emilio Sojo, escrita por Sergiu Celibidache. La he recogido de la red Facebook, donde la divulgó otro maestro, el músico y director de orquesta Felipe y Izcaray, redactando una breve antesala en la que nos regala algunos pormenores de la redacción de dicha estampa por parte del maestro Celibidache y que aquí reproducimos antes de la misma. Su tributo a Celibidache y a Sojo es parte del arte de la memoria que agradece, que fecunda, y que da fe del camino trazado y del camino por andar.

La semblanza de Celibidache fue publicada en el diario El Nacional. Los datos, más abajo.

Salud, lacl

*** *** ***

Felipe Izcaray: 

MI AMIGO SOJO, artículo de Sergiu Celibidache.

En 1977 se conmemoraron los 90 años del nacimiento de Vicente Emilio Sojo (1887-1974), y se organizó un gran festival musical a tal efecto. Uno de los invitados especiales en esa ocasión fué el Maestro Sergiu Celibidache (1912-1996), quien vino en calidad de espectador de lujo de los distintos conciertos y actos. Celi solicitó un espacio en algún diario para publicar un artículo de su autoría, escrito a mano durante su estadía en Caracas. El Dr. Hugo Orozco, por entonces Director de Relaciones Públicas de La Electricidad de Caracas y amigo del director rumano, hizo las correcciones de lenguaje al original del Maestro, y el artículo se publicó en EL NACIONAL el 7 de Diciembre de 1977. 

(F. I.)


*******

MI AMIGO SOJO

Sergiu Celibidache

(Artículo para "El Nacional", 7/12/77)

Aún cuando el retrato del maestro Vicente Emilio Sojo es muy complejo y de una riqueza poco común, no creo yo que pueda revelar algo que los venezolanos no conozcan acerca de la vida y de la obra de este gran creador, quien con su voluntad, abnegación, su fe, sus ideales, su falta casi culpable de toda intención de autoafirmación, unido todo esto a sus sufrimientos y a sus desilusiones, escribió -sin duda- la historia musical de este país. Si repitiendo la misma oración el creyente encuentra la realidad trascendental de su fondo inagotable, es en el mismo sentido que nosotros, mirando retrospectivamente a su figura histórica descubriremos -sin añadir ni omitir algo- las mismas características esenciales, la misma dimensión de un personaje monumental, la auténtica grandeza de un héroe mitológico popular.

Este envidiable ser privilegiado, que con tanto orgullo puede mirar a los sentimientos que con respecto a él nos animan, puede considerarse como pasado, presente, en nuestro futuro.

Yo no puedo opinar sobre la obra musical de Vicente Emilio Sojo -la conozco muy poco- ni intento valorar con mis apreciaciones sus méritos creativos. Como toda obra del espíritu, ella tiene ya sus propios medios de persuasión, su lenguaje directo, irresistible, su indiscutible universalidad.

Tuve la suerte, hace muchos años, de encontrar al maestro Sojo en un período de mi vida de eufórico entusiasmo y de incansable dinamismo, cuando quería yo cambiar al mundo antes de conocerlo.

Como todos los jóvenes, yo también cultivaba aquél espíritu de apertura hacia lo nuevo, hacia lo moderno, hacia lo que significara un cambio, y buscaba el punto límite de la permeabilidad de la música frente a los factores exteriores característicos de la nueva generación.

En la agitada vida y confuso mundo de aquél joven explorador, la aparición del Maestro Sojo tuvo el efecto dramático de una gota de limón en un vaso de leche. El impacto, el choque con aquél otro saber, con la sabiduría del corazón, fue muy revelador. El credo glacial de la universidad encontraba el hosanna inocente de una hoja fresca salida de una tierra virgen.

Como por milagro, durante un concierto improvisado en la casa de Juan Bautista Plaza por el coro que Sojo inspiraba y dirigía, la visión de la relación irreversible entre la expresión y lo expresado, la orgánica correspondencia entre lo significante y lo significado, y en la forma directa que solo la música popular puede acertar, mi mundo musical se dividió en dos: de una parte, lo genuino; de la otra, el resto. De una parte, el ser humano independiente, obedeciendo solamente a su resonancia interior, el cristal; de la otra, la intensificación mecánica artificial, desde afuera, el mundo amorfo.

Yo debo a Sojo una buena parte de esta "Erkenntsiss", de este conocimiento que entonces me parecía esotérico: toda música, de cualquier forma y tipo, lleva en sí misma sus propias posibilidades potenciales, de persistir, de duración en el tiempo, literal y figuradamente hablando, y no puede evolucionar, cumplir con sus promesas, fuera de esas posibilidades.

Para alguien que pensaba que Schönberg y la Escuela de Viena (en el caso específico de la armonización de los Volkslieder, canciones populares), había abierto nuevas perspectivas, creando otro vocabulario y diferentes formas de intensificación de la expresión musical, eso fue una ducha fría. Ha sido un milagro el hecho de que a pesar de la vehemencia de mis reacciones rebeldes, como consecuencia de una vida de éxitos que siempre me daba la razón, yo haya aceptado las enseñanzas del inspirado maestro. ¿Cómo pudo ocurrir eso? Fue la fortuna de haber tenido un contacto directo con aquella roca de humanidad, aquella montaña Ávila sonriente, aquél samán eternamente protegido por la fe en sus antecedentes, que era Sojo.

Después de mi primer ensayo con la Orquesta Sinfónica Venezuela, reconocí en aquellos cordiales bigotes, en aquella inolvidable cara, todo lo que un joven músico podía desear: aceptación, correspondencia, admiración y, sobre todo, la incomparable satisfacción de encontrar inesperadamente, tan lejos de mi ambiente espiritual y del mundo de mis valores familiares, otro hermano.

Esa amistad sin principio, y como ustedes pueden comprobar, sin fin, ha sido -aunque no siempre elocuente y visible- mi compañera fiel en el combate contra la deshumanización de la música y la prostitución de la profesión.

La muerte de este gran hombre no ha cambiado nada para mí: el mundo de sus ideas quedó vivo y contagioso como era cuando lo conocí. ¿Qué hay más vivo que un ejemplo simbólico que uno quiere siempre hacerlo suyo, que uno quiere apropiárselo en todos sus detalles, que lo acompaña consciente e inconscientemente en todas sus acciones, que lo protege contra sus propias debilidades y lo estimula hacia ideales en los cuales cree?

En la semana de Sojo no conmemoramos la muerte del gran hombre. Al contrario, festejamos su nonagésimo cumpleaños y gozamos de la plenitud del incomparable sentimiento de encontrarlo a cada paso en las formas más reales, de oírlo, de sentirlo inconfundiblemente en cada rincón, de saberlo caminar vivo junto a nosotros.. Está vivo en los corazones que palpitan todavía y así se quedará el símbolo de la rectitud perfecta que nos ha dejado; está vivo y así quedará el concepto de la total integridad humana que con tanta perfección él realizó; está vivo y así quedará la visión del infinito amor por esta tierra que él pudo encarnar. Aquellos de nosotros que logren perpetuar su altísima enseñanza, el dinamismo generador de valores humanos del espejo Sojo en el cual se reconozcan, lo harán revivir.

En esta armonía en la cual he vivido junto a él, aunque separado por tantas aguas y vientos, hubo un solo punto sobre el cual no hemos terminado todavía de discutir en esta vida. Presos por la oposición entre lo que el desarrollo de la música en Venezuela debería ser y lo que ella podría ser, dialéctica inherente a toda evolución de una nación en busca de su identidad artística, los jóvenes discípulos de este Sócrates venezolano, usando el derecho supremo de intentar adivinar con los ojos cerrados lo que se podía ver con los ojos abiertos, empezaron a discutir, a apreciar e interpretar la influencia del maestro sobre el conservatorio, la Orquesta Sinfónica y la música en este país.

Yo, que pensaba en poder cambiar la reacción del maestro, que me parecía un tanto pasiva, tuve con él una discusión memorable que me reveló su lado que menos conocía: la humildad. Su idea central, después de haberme hecho entender sin sombra de pesar, con la fatalidad del campesino que no conoce la erosión de la duda era: "hay que dejar correr el agua hacia donde quiere correr", "hay que dejar a las cosas seguir su curso natural", "nadie en este mundo es insustituible".

Aceptar esa opinión del querido maestro, es aceptar la idea de que él hubiera podido no hacer lo que hizo. Y eso no lo creo. Creo, en cambio, todo lo contrario: nadie es sustituible y toda realización individual es en su calidad intrínseca como en su virtud de interacción contextual y en su ineluctable actualización, absoluta.

El hecho de que el organismo viva -este motor- es debido a la labor de tantas ruedas individuales diferentes, que determinan un solo movimiento posible. Otras ruedas darían otros movimientos. No hay una sola diminuta arteria en esta comunidad nacional, por capilar que sea, donde no se perciba, no se sienta hoy como entonces, la pulsación, el impulso de quien con tanto altruismo y sabiduría, con tanta fidelidad a su pueblo, sin jamás comprometerse en situaciones de comodidad política, haya despertado y guiado la vida musical de este país a la realidad de hoy. Pedir, querido ductor escondido, que otro hubiera podido hacer lo mismo, es como decirme a mí que otro hubiera podido ser mi padre. Y como dicen los neopitagóricos, es insustituible el impulso, insustituible su relación al efecto.

Lo que se renueva, lo que se repite, lo que es lo mismo aunque no sustituíble, es el inmenso respeto que ha logrado despertar en todos nosotros y la veneración que acompañará siempre la evocación de su imagen.

Sojo no ha sido un regalo caído casualmente desde arriba, una feliz materialización de las fuerzas ciegas de la naturaleza, una óptima fuerza de herencia y azar. Sojo es un sencillo y limpio fenómeno natural, una flor espontánea del campo criollo, una canción de las estrellas del cielo vernáculo, una sinfonía augural de esta tierra generosa, que de vez en cuando logra emanciparse de todas las influencias contradictorias y revela en una forma incontenible, por encima de toda interpretación subjetiva y fuera de toda contemporaneidad, su inconfundible identidad.

El maestro Sojo es Venezuela.

Ojalá que un buen día Venezuela fuera también el maestro Sojo.

Caracas, 7 de diciembre de 1977.

sábado, 7 de septiembre de 2024

Q. (Luna septembrina) Quiero decirles, hermanos, amigos míos...

 


Fuente a pie de página... (*)


Q. 

(luna septembrina)

A C., G. y F. 


Quiero decirles, hermanos, amigos míos,

que no puedo conciliar sueño con luna

después de tanta soledad con luna compartida

en el filo del sueño que vigila nuestros sueños.

Quiero decirles que cuando caminaba de regreso

de la tienda de abastos,

mientras ustedes conversaban,

me topé con una luna enorme, desafiante.

Me cautivó el llamado entendimiento,

reduciéndolo a escucha.

Por eso luego estuve de tan callados pareceres.

Quiero decirles, hermanos, amigos míos,

que esa hostia de silencio la acuesto

en el centro de mi lengua,

yo, tan ateo de golpes de pecho,

tan incautamente arrodillable.

Quiero decirles, muy queridos míos,

que este vino seco que ahora bebo solo,

ahora que se han ido,

tiene la virtud de mostrarme aquella otra virtud

de los rechazos barridos por el alado despliegue

del pan nuestro de cada día

y la venialidad floreciente de la clave secreta

que nos pasamos en silencio,

a la sombra de un rictus insufrible.

Quiero decirles tan sólo esto,

hermanos, amigos míos.

.


Este conato de la palabra poética corresponde a la letra Q de un pequeño cuaderno telefónico, en el cual se escribió lo que luego intitulé Cuadernario y que  fuera publicado en la Colección Los Conjurados de Común Presencia Editores, en 2007. Cupo la suerte de que tal cuaderno hubiera sido confeccionado con la particularidad de incluir, al menos, unas cuatro páginas por cada letra del alfabeto. Y una mañana, en la que una luminosidad asombrosamente excepcional comenzara a juguetear con una exaltación rumorosa de mi espíritu, acaeció que una voz me ordenara dar inicio a una escritura libre y desenfadada sobre las páginas de tal cuaderno. Lo lúdico y, si se quiere, lo curioso del mandato es que tal voz me imponía iniciar cada texto, nota o imagen con la letra correspondiente a la página en cuestión. Así escribí, en la letra A, un texto un tanto extravagante para lo que, al menos yo, pudiera considerar mi “estilo” personal. Otros textos se escribieron, uno tras otro, hasta la letra E o la F. Luego me tocó dejar en reposo el cuaderno, por varios meses, antes de volver a esbozar cualquier otro intento entre sus páginas. Esta operación se repitió en el transcurso de unos cinco o seis años y acaso a ello ha de atribuirse su aire de heterogeneidad. No había prisas. Nunca escribí nada que no necesitara escribir en él, y cuando lo hice fue siempre atendiendo al llamado inicial, esto es, principiando cada texto, nota o asomo poético, con la enunciación de la letra correspondiente a aquella página que quedaba libre en el cuaderno. No lo considero un libro trascendente. Acaso contenga algún que otro texto que tenga algún valor. Eso es lo que menos me importa, siempre ha sido así con todo lo que escribo. Creo que los seres humanos le damos una recargada importancia a nuestras huellas personales, olvidando otorgarle el justo prevalecer al anonimato del vivir. Podemos ser fidedignos a la hora de correr el velo de nuestro ser y de nuestras indagaciones; es más, es natural que deseemos serlo, dado que ello es expresión de un llamado ineludible, pero ¿será esa misión exteriorizadora la prenda última y más preciada en el íntimo decurso de una vida? De ello no estaría tan seguro. Con todo, debo admitir que tampoco estoy exento de esa necesidad de exteriorizar lo que podríamos calificar como mis angustias y aspiraciones. En fin de cuentas, es éste más un cuaderno de obsesiones que de poesía. Acaso pueda librarme el consuelo de que algunas de nuestras obsesiones sean parientes muy cercanas de la poesía.

(lacl)

(*) Cuadernario, Común Presencia Editores, Colección Los Conjurados, Bogotá 2007.

NOTA BENE: sigo confrontando algunos inconvenientes para agregar imágenes y contenidos audiovisuales a mis publicaciones pronto espero corregir esas lagunas. Para este servidor es esencial poder agregar imágenes visuales o audiovisuales estas publicaciones. ¡Salud¡ 

lacl

viernes, 6 de septiembre de 2024

Resplandor a la hora del pulmón, lacl. /

 


Resplandor 

Sales a la noche 

y de improviso 

te asalta el azul oscuro 

de la estrellada soledad 

y tu alma, ipso facto,

alada se eleva 

como con pecho imantado 

y a un tanto secuestrado 

de los furores de la Tierra

Tus pies siguen tocando suelo 

pero tu cuerpo se desgrana

y los ojos en alas se convierten 

y se achica tu estatura terrestre

sumida en el olvido

mientras con una mano 

transmutada en lengua 

te entregas 

a saborear tu lucero ...


lacl, 6 de septiembre 2024, hora del pulmón.


NOTA: Sigo confrontando algunos inconvenientes a la hora de querer agregar imágenes fotográficas o contenidos audiovisuales a estas publicaciones, como tanto me gusta hacerlo. Inconveniente que espero ir subsanando que espero ir subsanando. (lacl)

jueves, 5 de septiembre de 2024

Guarida de los poetas: Arnaldo Acosta Bello, en las memoriosas palabras de Rafael Cadenas. /

 


Evocación de Arnaldo Acosta Bello

Fuente: Papel Literario de EL NACIONAL.

julio 18, 2021

Arnaldo Acosta Abello

Arnaldo Acosta Bello / ©Vasco Szinetar


Por Rafael Cadenas

El texto que voy a leer fue anunciado como conferencia magistral, lo que me parece excesivo. A decir verdad, yo no sé qué es eso y no poseo dotes de conferencista. Tampoco he dado nunca una clase magistral. Además, fui muy amigo de Arnaldo como para inferirle una conferencia como la que promete semejante denominación. Ni se presta para ese tipo de disertaciones quien siempre fue bastante rebelde. No por acaso preparaba —me han dicho sus amigos de Barquisimeto— una charla sobre Albert Camus.

En estos meses se le han hecho varios homenajes que contrastan con el poco reconocimiento que tuvo en vida: una que otra nota periodística, un premio de la revista Poesía —proeza editorial que honra a Valencia— y un libro indispensable de Julio Miranda sobre él. Pero es que también las personas como Arnaldo son poco dadas a recibir homenajes. El mejor ahora es recoger su obra y publicarla. Ya está en marcha, creo, una antología a cargo de Igor Barreto.

Lo más que puedo intentar hoy es, pues, recordarlo ante ustedes, con ustedes, consciente de que la realidad es insustituible —la literatura solo es una segunda instancia—, y por más que me afane, mis palabras provisionales y fraternas no podrán reemplazar su presencia “discretamente deslumbrante”, al decir de alguien, no sé ya quien.

Procuré también que sea sobre todo el propio Arnaldo quien hable a través de sus textos. Permítanme que lo llame así, por su nombre y no por sus apellidos.

Ante todo, algunos datos sobre su vida.

Arnaldo nació en Camaguán, pueblo del llano. Se graduó de maestro rural en El Mácaro, escuela que ignoro si sobrevive, pero creo que ejerció muy poco esa profesión. Quizá era demasiado inquieto para dedicarse a ella. En el período de la dictadura —a la que combate frontalmente, sin capucha ni amparo de universidades— es detenido. Pasa un tiempo en la Cárcel Modelo; allí conoce a Darío Lancini, gran jugador de lenguaje, palindromista, a quien llama, en una entrevista que le hice para la revista Imagen, su “hermano siamés”. De la Modelo es trasladado al campo de concentración de Guasina y más tarde exilado a Panamá; de allí va a México donde residirá unos dos años hasta la caída de la dictadura en 1958, cuando regresa a Venezuela. Tanto él como Darío trabajan entonces como fiscales de mercado, Arnaldo en Coche y Darío en Guaicaipuro. Podemos imaginar estos dos halcones en las madrugadas caraqueñas a la caza de los pájaros que hacían trampas. Después trabajaría en la UCV. Era la época de “Tabla Redonda”, el grupo que formamos, además de ellos dos, Jesús Sanoja, Manuel Caballero, Jesús Guédez, José Fernández Doris, Ligia Olivieri y Sanuel Villegas. Nos acompañaban también otros amigos como Héctor Silva, su hermano Ludovico, Jacobo Borges y Jesús Alberto León. Entonces Caracas era una fiesta; pero no duró mucho. Volvió la represión. Arnaldo es encarcelado de nuevo. Al recobrar la libertad se radica en Cumaná donde pasó varios años. Se ocupa de la revista de la Universidad de Oriente; monta una boutique. Después vivirá en Mérida. Allí trabaja en la ULA. Pone un restaurante con su compañera Laura Cracco al que por supuesto le da, apropiándoselo, un nombre poético: “La Montaña mágica”. En este período se hizo muy amigo de la poeta y traductora Rowena Hill. A todo lo largo, escribe y viaja. Va a Polonia, recorre más tarde varios países europeos y tiempo después visita Grecia. Los últimos años los pasa en Barquisimeto. Poco antes de morir había entrado en contacto con un grupo de artesanos que tenía el proyecto de fundar una comunidad en un campo cerca de la ciudad. Con ellos realizó una toma de tierra. Había escogido su parcela, y muere en ese momento. Fue su última aventura.

Arnaldo hubiera podido hacer suyos estos versos de Czeslaw Milosz, citados por Octavio Paz:


Infeliz bajo la tiranía,

Infeliz bajo la república:

en una suspiraba por la libertad,

en otra por el fin de la corrupción.


¿Cómo era Arnaldo? Recordaré algunos de sus rasgos.

Manuel Caballero, escritor cedido en préstamo a la historia, ha señalado, entre otros, su entusiasmo: “Se apasionaba por todo: por su último libro (leído o escrito, para él era lo mismo), por una novedad política, literaria, ética, gastronómica o erótica. Como se entusiasmó en los en los sesenta, primero con nuestro grupo y revista Tabla Redonda, luego con las fracasadas aventuras revolucionarias” (El Universal, 14-4-96). Es cierto, pero su entusiasmo tenía un fondo melancólico. Como acaso es mejor, pues si no se trataría de un entusiasmo superficial y no entrañable. No habría un dios adentro, que eso quiere decir la palabra entusiasmo.

Algo que me impresionaba era su gusto por los objetos, tal vez porque yo no lo tengo en ese grado. El se emocionaba ante un cacharro, un frasco, una piedra, un mantel, una talla, lo que fuera, siempre que le viese belleza o algún valor, siempre que fuese de noble hechura.

También había en él mucha capacidad no aprendida de observación de la naturaleza, como lo revelan sus poemas.

Pero no se quedaba ahí: tenía un enorme interés en la gente. Cuántas veces me llamó para hablarme de alguna persona que había conocido y que despertaba su admiración. Porque esta era otra de sus notas: admiraba generosamente. Esto se trasluce en su libro autobiográfico La confusión del Rey Esmeralda, tan poblado por sus amigos.

En Arnaldo prevalecían las sensaciones, como se puede observar en todo lo que escribió. Su poesía y su prosa están llenas de imágenes. A cada paso de su escritura centellean sorprendiéndonos. Eran su forma privilegiada de expresarse. Hasta cuando le daba por filosofar lo hacía a fuerza de imágenes. Una anécdota que cuenta en el mismo artículo Manuel Caballero es muy reveladora. “Me escandalicé —dice, refiriéndose al trabajo de Arnaldo como fiscal de mercados libres— porque se tratase así a un gran escritor, maestro de profesión y una víctima de la tiranía. José Vicente Abreu me dijo: Tranquilo: nada puede gustarle más al poeta que estar en medio de esa explosión de colores, olores y sabores que es un mercado”.

“Durante un viaje entre Mérida y Barquisimeto, en verano —cuenta en la entrevista ya mencionada que le hice— recibí tal cantidad de imágenes que llegué aturdido y con todo el cuerpo dilatado. Supongo que mis pupilas se dilataban en extremo y absorbían con rapidez el mundo, lo hacían entrar, porque luego salieron como un río, pero antes pasaron por ese alambique que es uno”.

A propósito de la sensorialidad de Arnaldo he pensado en John Keats. En una de sus cartas, el poeta inglés exclama: “¡Cuánto mejor una vida de sensaciones que de pensamientos!” (Lord Houghton, Vida y cartas de John Keats, Ediciones Imán, pp. 66-67). Exalta a aquellos que “se deleitan en la sensación, antes que a los que sienten… hambre de verdad” (p. 67) como su amigo Bailey, a quien va dirigida la carta actualísima de Keats, pues hoy se valora como nunca antes la sensación, lo que es fácilmente explicable si se observa cierta corriente muy válida de este tiempo: la sensación es vía de escape del pasado y del futuro; nos sitúa en el ahora. “Por mi parte —dice Keats— apenas recuerdo haber contado jamás sobre alguna felicidad. No la espero nunca, como no sea en el momento presente. Nada me sorprende fuera de lo momentáneo. El sol que se pone me hará siempre bien, y si un gorrión se asoma a mi ventana, tomo parte en su existencia y picoteo en las arenillas”. (p. 68). También para Pessoa la sensación es esencial. “Leave your mind and come to your senses” solía repetir Fritz Perls, creador de la Terapia Gestalt. Deja tu mente y vuelve a tus sentidos, o quédate en tus sentidos, podría ser la traducción de este mandato curativo. Por su parte K.G. Durckheim afirma que más cerca de lo divino están las sensaciones que los pensamientos. Lástima que Descartes no dijera: Siento, luego existo. Tal vez seríamos animales menos cerebrales. Tal vez tendríamos menos temor a sentir. Tal vez no hubiéramos creado un mundo tan mental y al mismo tiempo tan poco pensante, tan colectivo, tan demencial. Pero estas son lucubraciones de alguien que aspira a sentir más, a ser sobre todo un sentidor. No sé si Arnaldo pensó en estos términos; en todo caso nunca hablamos sobre el tema, pero sí sé que su sensibilidad era cosa natural.

Tras su suavidad había también violencia, que se fue atemperando con los años y a medida que se desinteresaba de la política activa. Después de su estada en el Partido Comunista sus simpatías se dirigieron hacia el socialismo. De ahí su gran proximidad a Teodoro Petkoff, mucho antes de su reciente boga como ministro.

Su poesía también se distanció de la tendencia social de su primer libro, publicado en México, El canto elemental, al que apreciaba poco, aunque creo que tiene poemas no desdeñables. En la entrevista que he venido citando, dice Arnaldo: “Entonces yo pasaba todo el día con Miguel Hernández y es su eco el que oyes; esto ya fue señalado por Calzadilla”. La impronta del poeta español se siente solo en los poemas de corte tradicional, no en aquellos de verso libre, que siempre he apreciado; sobre todo el que da título al libro. Voy a leerles algunos pasajes de este poema:

Hoy he amado a grandes voces

todo lo que tenía:

el río,

la calle,

el aire,

mi estatura de once años

que metió tantas veces

el frío

por los ojos de los pájaros,

las cuatro esquinas de la voz

sobre las avenidas y las plazas,

la fruta vigilada

día a día,

el tiempo de su azúcar

y todo su sabor

calculado

hasta la hora del mordisco

y el placer egoísta.


He visto de nuevo

el ave

y su pequeño corazón violeta

traspasado

por mi honda, las piedras recogidas

para el crimen pequeño,

una a una contadas,

parecidas…


Un día llegó mi padre

con un libro en las manos,

y desde su sonrisa

desgranó el alfabeto.


Yo sabía que mi padre

andaba calle y calle,

casa y casa,

y regresaba lento

como un manso animal

o como un lago.


Yo amaba su sombrero,

su bastón,

su ropa siempre tibia,

Sudada,

con bolsillos inmensos

siempre, siempre

vacíos.


Y otro día mi madre

quitó de mis rodillas y mis uñas

y de las uñas y rodillas de mi hermano

la tierra de los juegos,

y me dejó en la escuela.

…..


V

He recordado hoy a grandes voces

mi casa,

mi casa y sus ladrillos,

el techo

de donde me asustaban

los murciélagos.


He recordado hoy

los patios,

los patios y su arena,

la arena

y sus pequeños

lagartos azulados.

…..

He recordado hoy

mi casa y mi portón,

por él salimos y dejamos,

dejamos la soledad cerrada.

Adiós.


¿Había un perro?

Sí,

había un perro…

le vi los ojos.

Adiós.


VI

Un día nos fuimos

y viajamos:

de sur a norte fuimos

…..

A grandes voces amo,

ahora y antes

y después,

amo.


El poema es más largo. Solo he querido ofrecerles una muestra muy breve donde ya el poeta asoma la cara. Estos fragmentos permiten también apreciar el salto hacia su poesía venidera. Arnaldo confiesa, no recuerdo dónde, que fue Jesús Sanoja quien le reveló todo su mundo poético. También yo tengo con este amigo una deuda parecida.

A El canto elemental siguió, años después, Hechos. Un lector poco avisado de este libro podría pensar que su autor era un perdonavidas. Dice que “se preparaba para una guerra”, que salía “vestido de guerrero”, que deseaba pelear, que endurecía su alma. Oigamos otros versos: “Me levanto a matar. Mis víctimas lloran… Les rallo los ojos… Manejo el hacha… La sangre florece en los muros”. Es como para asustar al lector. Incluso los poemas eróticos son violentos.

En el libro siguiente, Fuera del paraíso, subsiste, pero mucho más modulada, más de paso, más como en retirada, esa violencia.

Voy a leerles uno de los mejores poemas de este libro: “Discurso a media noche”.


He aprendido a rezar

sobre mi máquina de escribir/

a decir nombres

y tomar un chorrito de agua helada

cuando el reloj no es ni rojo ni azul

sino reloj

al lado de una tarjeta de control

mis huellas pulgares de tonto a sueldo/

vivo en los ascensores

donde respiro la señorita limpia

besada por mamá

y anemia de una herencia blanca

traslúcida

…..

¡ya está!

la madera del patio

me ha salvado mi sacapuntas

la regla de cuarto grado

la tabla de multiplicar/

mi maestro es un viejo enigma

de cuyo sueldo muere su familia/

por fin llegaste, amiga,

a tu costumbre/ me siento bien

dueño de mis faltas/tengo cinco días triste/

me sacan de una totalidad/

se han empeñado en asignarme amo

al que he de matar por repulsivo/

estrangulado con un triángulo en la nuca/

el horóscopo anuncia ganancias que no veo jamás/

fumo de madrugada/

sobre la tabla de mi cuarto patalea el amor/

conejo epiléptico al que ahogo en sábanas/

voy a la pared a matar zancudos/

doy brincos de loco/


Siguen otros libros: El alud y En vez de una balada. El primero es de poemas en prosa y el segundo posee la singularidad, muy rara en nuestra poesía, de alternar poemas y textos en prosa.

En su libro sobre Arnaldo, Las aventuras imaginarias, dice Julio Miranda: “En vez de una balada propondría una paradoja solo aparente: Acosta Bello ‘narra’ mejor en sus poemas —sean en verso, en prosa o combinen ambos— que en sus relatos. E, incluso, lo más narrativamente eficaz de estos relatos son los fragmentos líricos, venidos directamente del resto de la obra poética de nuestro autor, y ciertas atmósferas también asimilables a su poesía”. Es que estamos al frente de un poeta narrador. Así, La confusión del Rey Esmeralda pertenece de manera natural a la poesía. Es una caja de sorpresas llena de verdades y ficciones, hechos reales y hechos urdidos por la fantasía, cartas auténticas y cartas apócrifas, juegos con su identidad, poemas hallados en excavaciones que no eran tales —los había extraído de su propia tierra—, pero no sé si Julio Miranda conocía este libro.

Es probable que a Arnaldo lo fuera llevando al libro de memorias, a la novela, pues escribió una, la limitación de la poesía. Ella es reticente, exige, interpela, no permite tanto como la novela, más que género, continente donde todo cabe, hasta la poesía. Pero lo que esta pierde en amplitud lo gana en hondura, en trémula hondura.

Después de Los mapas del gran círculo aparece el Rey, ese personaje que quiere reemplazarlo. ¿Por qué esa insistencia de Arnaldo en semejante arquetipo? No hay en esta reiteración ninguna vanidad. Yo creo que todo hombre es un rey porque es —no hay rango mayor que el hecho de ser— y también es un mendigo. Como ser ostenta una realeza superior a la de cualquier monarca, como yo o ego la traiciona pero esa traición ha hecho la historia y tal vez sea inevitable. Oigamos a Arnaldo: “Contrariamente a lo que se piensa, los reyes son seres insignificantes”. (La confusión… del Rey Esmeralda p.11). Este es un rey demófilo, que debe ganarse la vida “como si esta no llegara facturada desde el principio, totalmente pagada”, (p.12) y que no sabe dónde está. Dice Arnaldo: “Debo ir al trabajo, pagar como ciudadano mi contribución al achantamiento de la vida… (p.54) quiero el último asiento de ese carro que se estrella en oficinas, en fábricas. Mi sitio son esos montes…”.

El poeta se encaminaba hacia su Sereno Rey, libro distinto, de poemas breves, susteros, sosegados. Aquí, dice Julio Miranda, “ha evacuado del poema la mayoría de las contradicciones —y el choque de discursos, lenguajes etc.— quedándose con el amor como vivencia casi mística.”

La Historia de un soldado de la guerra de Troya hace contraste con Hechos, ya veremos por qué.

De paso: tal vez sea el único libro trilingüe de poesía publicado en Venezuela (en Barquisimeto, para ser preciso): está en español, inglés y alemán.

Ya que debo hablar de él, voy a suspender la cura de silencio que, siguiendo la sugerencia de Salvador Pániker, le prometí a la palabra amor. Es que se habla tanto de él, como si supiéramos lo que significa.

En ese libro el héroe deja de serlo. Abandona las armas. Se vuelve amante. Opta por la locura amorosa en vez de la bélica, cuerda elección, también riesgosa. La clave del libro es este verso inusitado que el poeta pone en boca del soldado, del que para los cánones de un mundo cruento es un antihéroe: “Homero está loco”. Al menos en la Ilíada, porque la Odisea está dominada sobradamente por la otra locura.

Aquiles abandona la Ilíada y, harto de combates, se refugia en Barquisimeto, en el pequeño apartamento donde lo acogen Arnaldo y sus hijos. Eros derrota a Ares también en el alma del poeta. El libro tiene la aridez y el verdor de ese lugar, luz de yermo y sombra de vegetación. Le falta la mesurada exuberancia de sus otros libros. Está despojado de metáforas, posee poca adjetivación e imágenes que se parecen a la tierra de Lara. Por momentos soy un gustador de versos más que de poemas. He entresacado algunos de este libro.

“Mi nave está hecha para el amor”, afirma el exhéroe. “Tus aretes de oro pulido/se han enganchado en mi pecho”, le dice a Briseida. “Esta materia enamorada/ cavara en su alma la gruta/ de una diosa digna de ti”.

Oigamos algunos más:

“esta irrespirable flor del combate me aqueja”

“se llena de gritos mi alma como el mercado” (El mercado aparece mucho en sus poemas)

“que no alcen el vuelo esas carniceras ideas"

“salvando con un beso desesperado el amor”

“adios Héctor adiós Patroclo

Quiero escapar de la historia

Me orillo al amor.

¿No les recuerda el segundo verso aquello que decía un personaje de Joyce: La historia es una pesadilla de la cual estoy tratando de despertar? (este verso me encanta).

La falta de amor se llama locura, decía en una charla, si no recuerdo mal, Rafael López Pedraza; y quizá tenga razón Sam Keen cuando asienta estas palabras estremecedoras: la historia nos ha conducido a un punto de claridad y elección: amar o morir. Pero como soy un pesimista inveterado, creo, por los signos que observo —ojalá yerre— que a los seres humanos nos resulta difícil elegir bien.

Me interesa mucho tener este libro tan sustantivo, gobernado por una feliz idea poética, necesaria además en esta época en que Eros se encuentra lisiado, lo cual propicia la violencia que nos rodea y está también en nosotros.

El poeta que admiró en un tiempo a los héroes, ahora les da la espalda. ¿No fue Arnaldo, al igual que su personaje, alguien que dejo la guerra por su guerra? En él como en otros hombres de izquierda, ocurrió una interiorización. Esta levadura dio el pan que conocemos. Es posible que su efecto continúe en estos hombres y no sabemos qué trasmutaciones acarreará.

Mary Ferguson avizora una izquierda espiritual. He vacilado en emplear esta palabra, pues ha servido, sobre todo últimamente, de manto para cubrir toda clase de baratijas pseudomísticas como esas “metafísicas” que no lo son ni en el sentido occidental ni en el que esta palabra tiene en Oriente; o las burdas literalizaciones sobre los ángeles, tan de moda; o los cursos de milagros, como si ya la existencia no fuera el mayor de todos, y el más olvidado, especialmente por los que creen y se interesan en milagros. Cuando uso la palabra espiritual aludo a la tierra, a los sentidos, a la vida, al ahora, al cuerpo. La otredad es aquí.


De Adiós al Rey —de nuevo el Rey— no voy a hablar porque me he extendido demasiado para mis medidas, pero no puedo abstenerme de citar algunos de sus versos.

“Algo dice que el poema

es explicación, hay que limpiarlo para que la carne

de ese accidente viva sin pena en esta tierra

y en aquel cielo del cual lo único que sabemos

es que sangra como una matriz, y día y noche

cae sobre nosotros la vergüenza sin importarnos

mucho, solo que a veces cuando nos detenemos

en una sílaba, en un acento, notamos que algo

ha sido mal hecho y debemos romper las pruebas

comenzar de nuevo hasta anular la conciencia

para que el cansancio y la gloria respiren abrazadas

en el mismo lecho.

un pequeño error puede aproximarnos a Dios

más que una deslumbrante verdad”

(Un pequeño error)


la historia es una gota que encierra sangre,

no verdad, esta se escurre, penetra por la vida

hasta el paraíso donde expande su fuerza,

pero este paraíso casi siempre es una mujer

y esa mujer nunca deja de ser la cabeza de Dios.

(Nemosine)

¿Dónde se ha metido la vida?

(Como si no existiera)


Este verso, que es un clamor en el desierto moderno, parece también un reto para el lector.

Su último libro, aún sin publicarse, tiene un título que le envidio: Santa Palabra.

Si hubiera sabido que existía, le habría pedido que me lo regalara. Aunque seguramente no hubiera sabido qué hacer con él después.

El título apunta a lo sagrado de la palabra y al mismo tiempo significa punto final. De Santa palabra voy a leerles algunos poemas más tarde.

Freddy Castillo, otro de sus grandes amigos, me informa que Arnaldo dejó inédito El hombre de Arena —no sabemos si se trata de poema o libro— y que El próximo mundo, libro esperado por sus lectores, fue el nombre que tenía originalmente Adiós al Rey.

En Arnaldo hay, respecto a la poesía, una alta exigencia: “El poeta como intermediario de los dioses —dice, holderlinianamente—, derrama sobre el pueblo sus frutos, revelaciones del espíritu. Paga con su vida al consagrarse como eficiente de esa diosa, firma su propia sentencia de muerte. Morir como poeta”.

Sacrificio consciente, conocimiento de los límites necesarios para el viaje y el regreso; buscar la comprensión de lo humano a través de lo divino, y de lo divino a través de lo humano, hablar por el espíritu al dirigirse a los hombres…

Poeta es anarquista, quiere unirse con Dios sin quitar la vista de los hombres. Cosmovisión, amando y comprendiendo la vida común, las cosas comunes. El lenguaje, uno de esos bienes comunes, es de todos, pero el lenguaje del poeta (tú das belleza a las palabras, le dice Alcino a Ulises), el de los dioses, para ser de todos, necesita del sacrificio: únicamente la poesía con sangre vive y por consiguiente puede ser sacrificada. La poesía exangüe, más abundante, no abona la vida, si acaso crea momento de confusión por sus afeites, no resiste dos miradas, no soporta ser contemplada cara a cara.

El arte al ser sentido por las multitudes pone de manifiesto que cada persona es parte importante de la creación y también que el artista, desde un orden superior, crea para enseñar un lugar verdadero”. (La confusión del Rey Esmeralda, p.141).

Este texto sitúa a Arnaldo dentro de la corriente del gran romanticismo.

“Morir como poeta”, había dicho. Así murió, celebrando el pedazo de tierra que por fin poseía. Antes había escrito: “Este valle preñado de voces antiguas dirá la última palabra; la lengua dormida y pesada no puede moverse, hacerse sonora”

Tres días antes de que eso ocurriera lo encontramos, Milena y yo en lo suyo: visitando un abasto chino en busca de esos productos inusuales y exquisitos que él perseguía, pues siempre tuvo, en medio de su elegante pobreza, un lado sibarita, aunque discreto. Todo lo saboreaba finamente con morosidad y amorosidad juntas, algo que parece muy sencillo, pero ¿cuántas personas lo hacen en realidad?

Arnaldo fue maestro, héroe, preso, exilado, padre, oficinista, cocinero, transgresor, trikster, narrador, pero siempre, tras cada uno de esos papeles, poeta.

Solo me resta expresarles —confesarles— un pesar. Nunca le dije nada de esto a Arnaldo. Solemos ser muy parcos. Tal vez nos parece suficiente saber que nos queremos, pero seguramente eso no basta.