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sábado, 19 de noviembre de 2011

El único sonido de la noche


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El único sonido de la noche
que se despide
es el de un río crecido.
Es la lluvia persistente, generosa,
donando desde sus altas enramadas
sus cargados racimos
sobre nuestros suelos y techos.
Nos olvidamos, por un momento,
de la ley de gravedad,
de que la lluvia cae gracias a Newton,
hacemos abstracción de nuestro cuerpo
tendido en una cama,
de las insinuantes sombras en el cuarto,
de los cálculos, senos y cosenos
que hicieron posible
levantar nuestra morada,
nuestra crisálida que,
aunque no ha desaparecido,
ya no es la misma de la víspera.
Es cualquier recodo del mundo,
una morada extramuros
en el confín de la tierra,
con un río de aguas estentóreas
que pasa muy cerca lavándonos
el alma mientras anochece


4:50 AM
Enviado desde un móvil o celular, para algo tiene que servir... Me pegó como modorra levantarme de la cama a rasguñar estas líneas...

© lacl, es decir, un servidor.
(19 / 11 / 2011)








Letras contra Letras - TIEMPO DE VENDIMIA, Chino Valera Mora


Letras contra Letras


TIEMPO DE VENDIMIA 


Me llevo bajo el brazo todos los poemas del Chino. El cielo pronostica lluvia, una lluvia morosa para tocar a la puerta. Ella, las nubes y yo lo sabemos; lo hemos conversado previamente.

Excusa suficiente para el alargue de mi partida.

Contra toda apuesta, logro emprender mi camino bajo nubes presagiosamente plomizas.

A medio camino, en un paraje lujuriosamente verde para una ciudad que fervientemente acalla los dislates de la savia y bajo un cielo ennegrecido, me detengo y abro el libro...

Me regala un poema de palabra justa, precisa, irremplazable; por cierto, sin acentos, gesto que agradece quien escribe desde un instrumento que nada pareciera saber de su existencia. Claro, en contrapeso, el Chino ha colocado un par de voces con enhe ...

Pero apartando estas minucias, el poema es todo un regalo para estas turbias soledades que semejan jornadas alumbradas por faros de luz sin alma ni calor...

Al leerlo casi puedo decir que siento una jovial y luminosa envidia. Puede haber algo tan pertinente para el pecho como un aguardado tiempo de vendimia ?


TIEMPO DE VENDIMIA

Bajas como gaviota en celo
En el primer peldanho de la escalera
nos besamos hasta manhana
Luego subes cuidadosamente
para no tropezar con la luna


(Escrito desde mi celular, para algo tiene que servir... Pido excusas si se presenta un desliz...)

* Ed. de Fundarte, 1994.



Fotografía de Vasco Szinetar

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Letras contra Letras / LA VIDA CANTADA (II) María Calcaño, Piedras preciosas. / Es usted terriblemente poeta, Andrés Eloy Blanco. / María Calcaño, poema.




Letras contra Letras


LA VIDA CANTADA (II)

En la anterior edición de Letras contra Letras, el fortuito encuentro de algunas lecturas dispersas, nos llevaron a un glosar sin rumbo anticipado o, si se prefiere, a un ensayar a la vieja usanza, navegando sin afanes exegéticos por las abiertas aguas del mar de las palabras. Eso sí, impulsados por la confluencia de vientos de distinto origen, pero confabulados en un mismo soplo, para convencernos de arrellanarnos en la barca, olvidarnos del timón y permitir que fueran ellos quienes nos mostraran horizontes.

Tales vientos fueron gestados en la dicción poética de María Calcaño y los asomos de vida y poesía en otros textos de Katherine Mansfield y David Herbert Lawrence, éstos de tono memorioso y ensayístico respectivamente, como puede verse en la entrada del 30 de Octubre en este blog...

Siempre he defendido la tesis de que la poesía surge donde quiere y como quiere: se levanta, como espiga, “a pesar de” y “donde quiera que” se le niega entrada; borda en el más mínimo gesto creado para enaltecer el humano vivir, pero también lo hace en toda aquella creación que excede nuestra desamparada identidad. Y, claro está, borda en todo lo creado conforme a las honras que les debemos al cosmos, si es que todavía cupiera esperar que los hombres alberguen una piadosa reverencia hacia su entorno.

No negamos que, acaso, conformen una inmensa mayoría quienes ligeramente piensan que cielos y estrellas muy poco tienen que ver o hacer en nuestras obras, no sólo en las nacidas por una necesidad de canto, de adoración, de mística inquisición o de,  incluso, rebelde clamor ante ese ávido e inmensurable temblor que nos sobrepasa (llámesele noche, caos, cosmos o universo), sino en las que se tienen por más apegadas al diario vivir, las de la “cosa práctica y taxativa”. Es más cómodo y seguro ensalzar todas aquellas creaciones o invenciones que elevan nuestra psique a la altura de “dioses” (quizás, el único momento en que luzca natural hablar de lo sobrenatural) y enfilar todas las baterías en pos del triunfo de un henchido ego.

Pero la poesía resplandece no sólo donde se la pretende con el humilde o rendido tesón de la palabra enamorada, sino donde menos se la espera: en el callejero azar, en una frase captada en el aire o en la más detallista de todas las sagas del contar... Y nace allí para que nos estrujemos los ojos ante el asombro, nace por doquier para poner la arrogancia del yo en el lugar que le corresponde: el del soterrado silencio de nuestra voz para la comunión con el cosmos. Siempre he creído en la existencia de alguna sinonimia entre el alma y el cosmos. Pues si el alma es inasible e infinita, cuasi incuantificable sin dejar de gozar de orden y estructura, no puede negarse que luzca ella como un espejo del cosmos, que goza de las mismas cualidades…

En varias oportunidades he escuchado (y creo que también he leído) a Rafael Cadenas atestiguar que la más alta poesía de algunos de los más excelsos poetas, se encuentra es en sus glosas, en sus anotaciones, en sus ensayos o, incluso, en sus cartas. Impresión que yo comparto. No lo hace por aminorar lo obra de tales poetas. Nada más lejos de eso. Lo hace porque resulta ser una pura y límpida verdad. Es en el trazo no buscado, en el des-intencionado abocetar, donde surgen, sin bridas, las más hondas y libres resonancias de motivos que abren, por arte de magia, nuevos mundos, lúdicas exploraciones, impensados horizontes, que no destellan con igual diafanidad en el intento poético en sí mismo. 

Cuando, noches atrás, leyera yo la apretada lindeza en las letras de un poema de María Calcaño, plagado de sutil moderación y verdad; lectura luego seguida de algunas ensayísticas y memoriosas líneas de D. H. Lawrence y Katherine Mansfield (en ese orden), vino a mi mente ese asunto que nunca deja de estar presente. El asunto de la vida sencilla y (¿por qué no?) de la vida poética, como real alternativa a esa celada de masa y locura que se nos procura imponer como un derrotado paraíso.

Pero la sencillez nombrada en ese poema de María hizo juego con la sencilla aspiración de una “vida plenamente vivida”, tal como fuera emplazada en las palabras de Katherine y David. Pero no voy a repetir nada de lo allí dicho, cuando eso está tan a la mano, si alguien sintiese buena gana de leerlo.

Días más tarde, abrí nuevamente al azar el tomito antológico de poesías de María Calcaño (1) y recibí otro regalo más hermoso aún, el poema que aparece en la página 95, intitulado Piedras preciosas.

Remedaré lo que expresara yo en otra plaza: sin querer caer en el riesgo de sonar altisonante, me atrevo a decir que Piedras preciosas es uno de los poemas breves más hermosos de la lengua castellana, donde se consuma un erotismo místico con el cosmos, nada más, nada menos.

Y acá lo dejo para cerrar, por el momento, estas notas. Ojalá  y venga a pasearse algún ojo curioso para su disfrute. En verdad no creo que haya pérdida en su lectura…


Piedras preciosas

¡Qué manto augusto de piedras blancas,
de luces regias mi colcha cubre,
cuando de noche,
sola en el cuarto, yo me desnudo
junto a la cama sencilla y pobre!

Como en mi vida
nunca he llevado piedras preciosas,
tiemblo de gozo
cuando me tiendo...
Entra en el cuarto,
en bocanadas de luz, el cielo,
y en mi cuerpo, clave de ensueño,
se abren las alas de las estrellas
como luciérnagas maravillosas.


1. María Calcaño, Editorial de la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela, 1983.

***

Carta de Andrés Eloy Blanco a María Calcaño.

La impresión que un poeta cabal puede dejar en otro poeta cabal. Se trata de una carta de Andrés Eloy Blanco dirigida a María Calcaño, luego de leer sus poemas, ante los cuales no pudo evitar su admiración. Y le escribe con esa imaginería propia de Andrés Eloy, tan jovial como hermosa y fidedigna. Aquí la dejamos... 
(¡Salud! lacl)


Admirada María Calcaño:

Estuve unos días fuera de Caracas y es hoy cuando puedo escribirle. Excúseme.

Se abre el libro, y se enciende como yesquero. Se cierra, se apaga, pero queda uno chamuscado.

Todos los poemas del libro me gustan. Todos. Es usted terriblemente poeta, y es intrépida y honda: "hasta no saberle el tamaño". ¿Vive usted en Maracaibo definitivamente? ¿Cómo fue eso de publicar en Chile? Yo quisiera saber cosas de usted, María. ¿Quiere contarme como recibieron su libro?

¿Y que edad dice usted que tiene?

Lo que sé de usted es que es una gran poeta y un admirable y tierno corazón de diablo. Y que hace arder las manos. Le admira mucho su agradecido

Andrés Eloy Blanco

Mi dirección: quinta San Luis, El Paraíso, Caracas

P.S. Los últimos tres días he estado acompañando a mi madre, pues cayó víctima de una peste de las que tumban al más pintado. Sírvame de excusa por no haber agregado algunas notas adicionales de los diarios de Mansfield y los ensayos de Lawrence, ambos libros verdaderamente apreciables, pues he estado como un gitano dejando mis libros en su casa cuando he venido a dar una vuelta por la mía…

María Calcaño, poema.




Andres Eloy Blanco



martes, 1 de noviembre de 2011

La vida cantada (I) María Calcaño, Katherine Mansfield, David Herbert Lawrence.

Letras contra Letras




La vida cantada (I)


Hace algunas jornadas tuve la fortuna de la entrega a lecturas dispersas, un gusto que cultivo desde que descubrí mi amor por ese íntimo bien del diálogo silente. Abrí al azar un poemario antológico de nuestra María Calcaño y me pareció que era mensaje de mi padre, pues lo abrí justo en la la página 131. El número 13, día de su nacimiento (que cayó Martes) lo tenía por número de honrosos dones, al igual que su hermano el 31; así que lo tomé pues por regalo suyo.

Lo cierto es que el poema de María Calcaño que aparece en esa página es, por su diafanidad, una sencilla convocatoria a desandar los trillados caminos del amor y todo un canto de rescate al amor puro. En la llaneza (que no puede más que ser franca) se corren los velos de la máscara para mostrarnos, en todo su esplendor, una epifanía que casi todos suponen encerrada en un arcaico baúl del que han perdido la llave.

Y tal poema vino a hacer juego con otras lecturas de gozosa ocasión, como lo fueron algunos pasajes del diario de Katherine Mansfield y un viejo ensayo de David Herbert Lawrence: Pan en América. Tales pasajes vinieron a hacerle juego a ese canto de la vida que se obstina en empinarse en los labios de quien se niega a dejarse a arrastrar por el olvido de la sangre y los permanentes achaques de una vieja señora que ve el mal hasta en las sinuosas sombras de las enramadas acariciadas por el viento. 

El poema de María Calcaño me hizo recordar, en general, lo que he leído de la obra de Lawrence, específicamente, ciertos pasajes ideados por ese minero del verbo, quien fue un maestro en plasmar o, acaso, más bien en develar el pensamiento profundo de mujeres y hombres, en lo que toca a las más elementales fuerzas e impulsos del ánima y de nuestra vitalidad interior, con sus instintos, con sus –tan en reiteradas ocasiones- desacralizadores procesos mentales de las primigenias premisas del vivir, tal como lo hizo en muchas de sus novelas (pienso, sobre todo, en esa saga elegíaca que nos regaló con sus novelas Mujeres enamoradas y El arco iris). También me trajo a la mente, algunos poemas del inglés, así como aquel hermoso relato que bautizara con un lacónico: Sun (Sol).

La declarada y escueta sencillez de ese poema de María, se nos abre como con cierta desfachatez, con cierto desplante ante los aherrojados patrones de conducta que rigen a todo mundo o “casi” a todo mundo. No se piense que porque el mundo moderno haya “aprendido” a desnudarse en público, que los seres humanos han superado ya los viejos achaques de la moralina. En líneas generales, el ser humano vive tan cargado de prejuicios como lo estuviera siglos atrás. Y es una gracia que tan sólo un poema logre hacernos volver la mirada a nuestro sol interior, tal como puede hacerlo una compleja novela.

Y porque en mis manos cayera, en esas noches, el diario de Mansfield y, porque no por obra de casuística, invocara ella el sol para la vida, a pocos meses de su preanunciada muerte y un poco antes de internarse en el Centro para el desarrollo armónico del hombre, creado por Gurdjieff en Fontainebleau, es que acá emplazaré algunos pasajes de Mansfield y Lawrence, para servir de acompañantes a María…



Salud!
lacl

 *   *   *   *   *

Si vamos a la ciudad
no vayas a tomarme del brazo.
No quiero parecerme

a esas mujeres
que llevan hombres aburridos.

Sin doctores,
ni iglesias

ni papeles.
Nosotros nos casamos

por amor.


¡Vamos!

¡Como en el campo!

Cogidos de la mano

retozando…

¡Como si fuera domingo!

Como un par de campesinos.
Como somos.

¡Vamos!

Que se rían de nosotros,

pero que se rían
con envidia.




 *  *  *  *  *
Katherine Mansfield


Octubre 10 de 1922


(Hablando consigo)


“…Bueno, Katherine, ¿qué entiendes por salud? ¿Y para qué la quieres?


Contestación: Por salud entiendo el poder llevar una vida plena, adulta, vivaz, el poder respirar en estrecho contacto con lo que amo: la tierra y sus maravillas, el mar, el sol. Todo lo que entendemos cuando decimos el mundo exterior. Quiero penetrar en él, ser parte de él, vivir en él, aprender de él, perder todo lo que es superficial y adquirido en mí, volverme un ser humano consciente y sincero. Al comprenderme a mí misma, quiero comprender a los demás. Quiero realizar todo lo que soy capaz de ser para poder ser (y aquí me he parado, he esperado inútilmente, una sola expresión dice lo que hay que decir) una hija del sol. Si uno habla del deseo de ayudar a los demás, de llevar una luz y otras aspiraciones semejantes, parece que uno mienta. Que baste esto. Ser una hija del sol.
 Y luego quisiera trabajar. ¿En qué? Quisiera vivir de manera que me fuera posible trabajar con mis manos, mi corazón y mi cabeza. Quisiera tener un jardín, una casita, la hierba, animales, libros, cuadros, música. Y que de todo eso sacar lo que quiero escribir, expresar todas estas cosas. (Aunque escriba sobre cocheros, eso no importa.)…"




 *  *  *  *  *




David Herbert Lawrence

Pan en América, ensayo aparecido en Fénix, libro póstumo.


“… Gradualmente, los hombres se trasladaron a las ciudades. Y amaban más la exhibición de la gente que la exhibición de un árbol. Les gustaba la gloria obtenida al vencerse unos a otros en la guerra. Y, sobre todo, amaban la vanagloria de sus propias palabras, el fausto de la discusión y la vanidad de las ideas. Por eso, Pan se tornó viejo y de barba gris y con patas de chivo, y su pasión fue degradada por la concupiscencia de la senilidad. Su fuera para marchitar y vivificar mermó. Hasta que, finalmente, el viejo Pan murió y fue convertido en el demonio de los cristianos, con sus pezuñas hendidas y los cuernos, la cola y la risa burlona. Satanás, el viejo señor culpable de todas nuestras maldades, pero más que nada de nuestros excesos sensuales… esto, es lo que quedó del Gran Dios Pan.
Eso es extraño. Es un fin muy extraño para un dios con semejante nombre. ¡Pan! ¡Todo! ¡Eso que es todo tiene patas de chivo y cola! …”

Bibliografía:

María Calcaño, Editorial de la Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela, 1983.

Katherine Mansfield, Diario 1910 – 1922, Parsifal Editores, Barcelona, España, 1994.

David Herbert Lawrence, Fénix (Phoenix), Ediciones Adiax, Barcelona, España, 1982.