Foto: MPS durante su discurso.
Luego de haber vivido y convivido (como meros partícipes
que somos de la ciudadanía que hace vida y se desvive en esta tierra de gracia)
unas fechas tan marcadas por lo lóbrego y lo lúgubre en el recientísimo “pasado
inmediato”; pasado inmediato tan colmado, de paso, de maquiavélico cinismo,
malas artes, dolo, matanza, crueldad e inmisericordia, decidimos tomarnos unos
pocos, muy pocos días de aislamiento y encuentro con el aire marino. Partimos
no con el ánimo del viajero que va en son de inadvertido y alborozado turista,
pues las referidas fechas y todo lo acontecido durante su decurso, su huella sombría
han dejado en el espíritu de todo ser que se precie de ser humano.
Pero, si bien es cierto que no partíamos con el espíritu
festivo (pues poco es lo que hay que celebrar allí, donde lo que prevalece es el
culto y la predicación mortuoria, un aniquilamiento que se expande hacia todos
los órdenes creativos de la vida; culto y predicación que se regodean en la
degollina del prójimo como práctica común), sumidos como estamos en una de las
horas más negras de nuestra historia, lo hicimos con pechos cargados de espacio
para darle bienvenida al sosiego que depara aquello que nos supera y no puede ser
mancillado por la mano humana: el solaz que depara el encuentro con la sencilla
naturaleza, así sea en el simple susurro de una brisa cargada de aroma marino o
con el solaz que nos depara el discurso de las aves al volar bajo las nubes.
En nuestras alforjas se fueron de acompañantes unos
cuantos libros, y con algunos de ellos estuvimos dialogando por las noches.
Cito algunos. Una colecta de poemas del incomparable y milagroso Rumi, el poeta
persa; la manida antología de poetas vaccana de la India, colecta de poemas que
secuestra almas; los “Fragmentos póstumos” del reverenciado y nunca debidamente
comprendido Nietzsche; uno de los libros académicos más hermosos que haya leído
en toda mi vida, libro de “scholar” que no deja de ser ameno y poético, no obstante
su intrincada naturaleza, intitulado “Paganos y cristianos en una época de
angustia”, de Dodds, y una colecta de discursos intitulada “El bien del intelecto”
recogida y publicada por una de las colecciones de bolsillo del diario El
Nacional. En las alforjas se quedaron reposando otros diez libros. Imposible me
era leerlos todos. Pero de lo que se trataba era de disponer de una posibilidad
de elegir, de tener a la mano una pequeña biblioteca itinerante que me permitiera
viajar al azar o al gusto de las letras a leer.
Lo cierto es que en el último de los libros citados
me topé con el discurso de Don Mariano Picón Salas, con motivo de la inauguración
de la Facultad de Filosofía y Letras (luego denominada de Humanidades y Educación).
Mención especial queremos hacer de este discurso, del que nos tomamos el
trabajo de editar y reproducir a continuación, toda vez que son palabras
escritas en lo que parece ser una perenne “hora undécima” u hora crítica.
No ha dejado de conmovernos honda, pero muy
hondamente, este discurso de ese gran venezolano, como lo ha sido Don Mariano. Uno
ve la fecha en que se da inicio, de un modo formal, a un espacio académico para
las humanidades, el pensamiento y las letras y se siente tentado a preguntarse:
¿es que acabamos de nacer? Pues es el año de 1946, recién acabada la segunda y
sangrienta conflagración mundial, en el meollo de una tierra que busca
identificarse precisamente como nación, cuando se da este paso, acaso
imperceptible pero inmenso, de crearle un espacio al país para que se vea en el
espejo.
Y luego de todas las décadas pasadas, al volver la
vista atrás y notar cómo el país terminó dando un giro en reversa, para vulgarizarse
y regodearse en una barbárica orfandad, la experiencia de leer o escuchar
palabras como las esbozadas por Don Mariano aquel día digno de conmemoración,
nos sirven no sólo de merecido acicate, sino de piedras miliares para la
impostergable reflexión que debemos emprender las gentes que conformamos esta comunidad,
en aras de comprender nuestra propia idiosincrasia.
A uno le provocaría, incluso (y sin ánimos de dárselas
de historiador), iniciar un estudio del por qué -o los por qué- nuestra índole comunal
sigue dando los mismos pasos que, cabría esperar, deberíamos haber superado en
el período posterior a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Tarea inmensa que
no podría intentarse quizás con una visión historicista en exclusiva, sino con
la visión de un poeta o visionario que
no le teme a los viajes en el tiempo, periplos en el tiempo de la memoria que
nos permitan enfrentarnos a nuestras propias úlceras y excrecencias que no
hemos sabido cauterizar ni depurar.
Rescato, antes de darle paso a este noble discurso, un
par de fragmentos del orar de MPS, por lo trascendente que me parecen dentro de
su disertación y porque me parece que son precisamente este tipo de síntomas sobre
los que, en nuestro perenne culto a la provisionalidad, jamás hemos prestado la
suficiente atención. Uno, porque atañe a un mal general, ese padecimiento
humano en que se ha transformado un incontinente amor por el materialismo, y el
segundo porque, apoyado en la siempre iluminadora cultura griega de la época clásica,
da con otros dos padecimientos que, si bien es cierto que también su culto se
ha generalizado a lo largo y ancho del orbe, creo que en Venezuela han sido las
verdaderas y muy pesadas causas de nuestra presente debacle: la falta de
templanza, moderación y equilibrio del alma (Sofrosine) y la pérdida de relajación
anímica (Eutimia), dos males que se han transformado en verdaderas enfermedades
del espíritu, a mi humilde parecer. Es menester que atendamos el alma colectiva
y nuestros propios jardines personales del ser. Sin ese paso a que nos invita dar
este llamado de MPS, que nos lleve a mirarnos nuevamente en el espejo, no nos
parece que haya posibilidad de alguna conciliación, ni en lo que toca a la fusión
social, ni en el ámbito de lo personal.
“…La dolencia de la época -como ustedes lo saben- es haber
hecho de la vida un maratón hacia el dinero, un pragmatismo esterilizador de
otras formas más altas de existencia, que acaso explique por qué hay en este
mundo de nuestros días tanto residuo de angustia, tanta nostalgia de felicidad
y auténtico equilibrio humano; tan estruendosa quiebra de valores, tanta
neurosis.
…
El hombre mira todo, menos el aseo y armonía de su alma.
Sofrosine y Eutimia, dos maravillosas virtudes griegas, huyeron de días en que
emerge, sin duda, con ruido de convulsión el perfil de una nueva edad, parece buscarse,
asimismo, la explicación integradora, el nuevo hilo de Ariadna que nos conduzca
por las tortuosas y contradictorias encrucijadas de nuestra alma individual y
de nuestra psique colectiva. No es un problema localizado en las latitudes
geográficas; es de todo el
universo…”
Y a continuación, las iluminadoras palabras de Don
Mariano.
Salud
lacl
Mariano Picón Salas, Discurso inaugural de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Central de Venezuela
Caracas, 12-X-1946
Trataré de decir en sencillas palabras que no pesen, rehuyendo
el discurso engalanado, los problemas que nos plantea y las finalidades que le
asignamos a la nueva Facultad de Filosofía y Letras. Una vez me atreví a
afirmar en un ensayo que en Venezuela acontecen las cosas mágicamente, y que de
pronto ese misterio numen, ese «Dios de Colombia» de que habló Bolívar resuelve
o nos lanza cuestiones de tan vívida urgencia que ya no es posible sino
enfrentarse a ellas, con rapidez que anhela el saldo de muchos años de olvido y
de postergación. Siempre hubo en la historia venezolana, a pesar de la prédica
derrotista y desengañada de los sembradores de cenizas, un impulso de ascenso
social y espiritual, y por ello lo que yo llamaría la «sorpresa del pueblo», la
voz y el reclamo de una patria olvidada y escondida, vino a refutar los
cálculos y previsiones mezquinas de quienes hubieran mantenido el país como en
eterna minoría de edad, ofreciéndole los bienes de la civilización con la usura
del cuentagotas.
Si los profesores que vamos a enseñar en la nueva escuela
mirásemos la cuestión desde nuestro solo ángulo, habríamos aconsejado de
inmediato la antigua fórmula de las antiguas universidades: limitar la
matrícula y sembrar de escollos y trámites el camino que conduce a la
inscripción universitaria.
Pero sin que tuviésemos que erogar, como la famosa
Universidad de Harvard, más de cien mil dólares para una encuesta previa sobre
las necesidades presentes de la educación superior, se nos reveló una realidad
que seguramente inspirará más de un trabajo y actitud universitaria en los días
que comienzan.
Por vocación yo soy cazador de pequeños hechos sociológicos,
me gusta ver saltar la liebre del problema y advertir cómo se resuelve, con
este «ahora o nunca» que debe ser el signo de toda generación decidida. Mucha
más gente de la que esperábamos llenó los formularios de la Facultad de
Filosofía por dos simples razones: primero, porque se siente hoy como nunca la deficiencia
de la Universidad puramente profesionalista y se requiere -por sobre la técnica
del médico o del ingeniero- lo que yo llamaría una inicial técnica humana que
si no ofrece beneficio económico aspira a lo que vale tanto como eso: un arte
de vivir y de comprender, un espíritu de fineza en el más estricto sentido pascaliano;
y, segundo, porque son estos días laberínticos que vive el mundo, de crisis y
socavamiento de costumbres y tradiciones, este estrépito sin finalidad, de este
no saber a dónde se marcha que es el terrible signo de la civilización
contemporánea. Cuando hablamos de que el excesivo profesionalismo universitario
debía corregirse con más amplia fundamentación cultural, y que era necesaria
esta Facultad de Filosofía, decíasenos que de surgir, ella, sólo sería el
refugio de algunas pocas gentes líricas y descentradas, o de escasos jóvenes a quienes
el turbulento entusiasmo de la edad y el gusto de las palabras nuevas, torna
-como es explicable un poco pedantes, y que el país tan urgido de técnicos, no
hallará mayor provecho social en auspiciarla.
Es decir, se miraba el problema de la formación del hombre
con el lente del más angosto positivismo; de un positivismo marchito en todas
partes, pero que en Venezuela podía aún esgrirnirse como viviente novedad. Hubo,
además, en algunos políticos la falsa creencia de que el proceso educativo era
separable y divisible en aisladas etapas, y que siendo cuestión primera la
lucha contra el analfabetismo de las grandes masas, podría pensarse en la
Filosofía y en las Letras cuando todos los venezolanos de todos los sitios escribiesen
y leyesen. Pero nadie se preguntaba si al abandonar un aspecto de la educación
para desenvolver otro, no se corría el riesgo de que al cabo de algunos años
habría más lectores que buena lectura venezolana.
Era exactamente lo mismo que si en el famoso día del Génesis
que abrió la historia de la humanidad de acuerdo con la tradición sacra, Jehová
se contentase con hacer los pies y el tronco de Adán, reservándose la cabeza
para otro sábado de mayor sosiego.
Pero el soplo de Jehová, el soplo de la cultura –podemos decir-
metafóricamente dirige a la vez, los pies y la cabeza del hombre. No se trata
de procesos aislados o sucesivos sino paralelos y simultáneos. Ala educación fragmentad
ora hay que oponer siempre la imagen de la educación integradora. Y que no era
un proyecto vago y nebuloso el de la Facultad, vino a enseñárnoslo con una de
sus habituales sorpresas, el pueblo venezolano.
La abundante matrícula, la cantidad de solicitudes, telegramas,
cartas que se han acumulado en estos días en nuestra mesa de trabajo, demuestra
que estos estudios obedecen a una necesidad nacional y tan auténtica, como
cualesquiera otras.
Y aquí rozamos el nervio vivo de un
asunto, cargado de especial problemática. ¿Qué es lo que se propone tanta gente
que se incorpora a los cursos humanísticos o que pide -cuando tiene sus títulos
y certificados en orden- que se le acepte, por lo menos, como oyentes de las
aulas? ¿Es que todos desean ser escritores o filósofos con mengua y descuido de
otras actividades urgentes en el país como las técnicas e industriales?
No fue menor la sorpresa -y sobre este asunto quiero
reflexionar hoy- que nos ha dado la Facultad de Filosofía y Letras. Pensando en
estos últimos años en el proceso de crecimiento económicode la nación, en el
desborde de negocios que nos trajo la explotación petrolera y la abundancia de
divisas, alguien observaba si no era tentativa quimérica hacer un sitio en los
estudios universitarios para el pensamiento puro, para las humanidades clásicas,
para aquellos altos goces de espíritu que no pueden expresarse en las
estadísticas de producción o en los índices de ganancia financiera. La dolencia
de la época -como ustedes lo saben- es haber hecho de la vida un maratón hacia
el dinero, un pragmatismo esterilizador de otras formas más altas de
existencia, que acaso explique por qué hay en este mundo de nuestros días tanto
residuo de angustia, tanta nostalgia de felicidad y auténtico equilibrio
humano; tan estruendosa quiebra de valores, tanta neurosis.
El hombre mira todo, menos el aseo y armonía de su alma.
Sofrosine y Eutimia, dos maravillosas virtudes griegas, huyeron de días en que
emerge, sin duda, con ruido de convulsión el perfil de una nueva edad, parece buscarse,
asimismo, la explicación integradora, el nuevo hilo de Ariadna que nos conduzca
por las tortuosas y contradictorias encrucijadas de nuestra alma individual y
de nuestra psique colectiva. No es un problema localizado en las latitudes
geográficas; es de todo el
universo.
Aun aquellos países como los Estados Unidos que gastaron
tanto dinero en educación y que parecían tan seguros de la opulencia material y
el rumbo de sus universidades, experimentan una igual crisis; se dan cuenta de
que frente a la Universidad que da títulos y ofrece profesiones remuneradas,
hay que injertar otra que atienda tanto como al adiestramiento económico a las grandes
incógnitas del hombre, a este «¿Cómo?» y a este «¿Para qué?» por el que se
clama con desgarrada angustia.
Leed -para que advirtáis lo profundo y universal del
problema- el informe de la Universidad de Harvard (<
Porque en estos años recientes de guerra, de fascismo, de
generales convulsiones, casi nos precipitamos en la inhumanidad y en la
infrahumanidad, en el colapso de todos los valores, volvemos a decir la vieja
palabra Humanitas buscándole el urgente sentido de completación estética
y moral del hombre.
Sabemos que acaso no cabrán en las aulas de la Facultad de Filosofía
y Letras todos los alumnos que se han inscrito. La propia técnica de un buen
trabajo docente nos obligará a dividirlos en grupos y a distinguir entre los
que tienen constancia y aptitudes para la investigación y aquellos que sólo se
satisfacen con las conferencias, las clases y las lecturas mínimas. En la más
democrática selección humana, los inconstantes deben dejar su sitio a los
esforzados; los tardos y perezosos, a los responsables y diligentes.
Pero ha aparecido en la Universidad de Caracas un alto
problema público que los directores universitarios no pueden ya sino considerar
a riesgo de no cumplir con la esperanza de nuestro pueblo: el de tanta gente que
pide al instituto una orientación espiritual, y el estudiantado que advierte
que el hombre no sólo vive para el usufructo de una profesión, sino también
para comprender el mundo en que se mueve, las ideas que orientan su época; para
tener acceso a aquellas altas formas de perfección y casi diría de suma
felicidad –la única felicidad que no engaña- que nos dan los grandes libros,
los grandes pensadores, las obras de arte.
Con fe en este pueblo venezolano, tan ágil, tan despierto,
eterno Anteo a quien no derribó definitivamente ninguna derrota; pueblo que
desde todos los rincones de nuestra patria está gritando su enorme anhelo de
mejorar y aprender; pueblo al que en los últimos años hemos visto ganar una
creciente epopeya de conciencia, iniciamos la tarea.
Nos acompañarán en ella; ofrecerán a la juventud venezolana
su mayor experiencia en este género de disciplinas, algunos ilustres maestros
españoles. Aquella España de la Junta de ampliación de estudios, de las promociones
magníficas que antes de estos diez últimos años de guerra y universal tribulación,
buscaban en todas las universidades de Europa: en Upsala como en Marburgo, en
Lieja como en Heidelberg, los nuevos métodos y las nuevas formas del
pensamiento contemporáneo, constituye para nosotros una obligada escala en el
camino de nuestra recuperación cultural.
Hombres como Juan David García Bacca y como Eugenio Imaz,
que ahora son nuestros huéspedes, nos han enseñado con edificante escolaridad,
que en la vieja lengua de nuestros padres, es posible decir y ordenar todo lo
que el angustiado hombre de hoy sabe acerca del universo.
Espero que así como hoy visitan nuestras cátedras maestros
españoles, mañana puedan hacerla -y es el desiderátum de toda universidad bien
organizada maestros de otras lenguas y latitudes. Ninguna nación, ningún
instituto de cultura pudo renovarse sin este intercambio de hombres, de
técnicas, de conocimientos.
Lo necesitó la Universidad de París de una fecha tan lejana
como el siglo XIII para ordenar los grandes monumentos de la escolástica
medieval, y el Salema de Federico II de Hohenstaufen para que el Occidente se incorporase
a la medicina y la matemática de los árabes; lo requirió la Rusia de Pedro el
Grande y el Berlín de los primeros Hohenzollern; lo requieren todavía -con la
más ejemplar diligencia-e-las universidades de los Estados Unidos.
El mejor nacionalismo, el más eficiente, no es el que queda
atado a los límites de las colinas o de la frontera acústica de las campanas
parroquiales, sino el que abre para los pueblos el camino de la Universidad.
Sabiendo qué hicieron y cómo aprendieron los otros, surge el espíritu de
emulación, sin el cual todo patriotismo sería narcisista y se ahogaría como el
joven del mito en el estanque inmóvil. Quien sólo se ve a sí mismo, ni siquiera
se ve, porque nuestro ser define su individualidad en el contacto con los
otros. Hasta el espejo es ya, una proyección; un salir de sí.
Amor y amistad, móviles del mundo según el verso dantesco, surgen
de este yo que encuentra a un tú con quien compartir y con quien dialogar; de esa
completación de nuestro propio ser que se nos había perdido, de acuerdo con el mito
platónico. Y como el amor y la amistad, la cultura es también colaboración,
debate y encuentro.
Quienes sin visión histórica se amurallan en su nacionalismo
cultural-que a veces parece tan sólo justificación de la propia pereza, porque
resulta naturalmente más fácil ser el primer matemático de Upata y el primer
metafísico de El Hatillo, que serlo de toda Venezuela- olvidan que hasta una
empresa tan entrañablemente cargada de nacionalidad como nuestra Revolución de
Independencia, se fecundó y fue posible porque a través de una ideología
mundial, descubrieron los hombres de entonces sus soterrados derechos.
¿Qué libros leyeron Sanz, Miranda y Bolívar; qué problemática
del mundo suscitaron en nuestro gran Precursor y nuestro gran Libertador, las
sociedades y el pensamiento de Europa; qué idiomas tuvo que aprender Palacio Fajardo
para alegar fuera de las fronteras nacionales, la justicia de nuestra causa?
Paradójicamente la primera batalla por nuestra libertad política: la de las ideas,
se ganaba en los periódicos de 1810 con citas de Rousseau y Montesquieu, con
frases de Locke y de David Hume. Un William Burke, escritor irlandés trasladado
a Caracas, era uno de los inspiradores de la Gazeta, primero de nuestros
grandes periódicos insurgentes; y en el equipaje de Miranda y en la cabeza
milagrosa de Bolívar había muchos planes de reforma social que les comunicara
en Londres, en 1810, aquel curioso utopista y legislador, enamorado a distancia
de nuestra América, que se llamaba Jeremías Bentham.
En mi pequeño libro de literatura venezolana traté de probar
que por conocer también a Maupassant y a
Daudet, y por haber hecho una previa excursión cosmopolita por las literaturas
de la generación de 1895, escribieron ya, con tan segura maestría, los primeros
cuentos criollos.
Ni siquiera el propio país o el pueblo en donde nacimos pueden
entenderse si no se compara con otros; si carecemos de paralelo o de
perspectiva. Desde este punto de vista, la «realidad venezolana» no es
precisamente la que mira el hombre desde el estrecho valle en que está
sumergida su aldea, sino la que resulta de cotejar muchos fenómenos venezolanos
con otros de la época y del universo entero.
Que en estos claustros se trabaje con fe y generosidad por
esa Venezuela universal; grande no tan sólo por su territorio y su ingente
riqueza promisoria y por su heroica historia vivida, sino grande asimismo, por
la cultura que debe crear y por la nueva historia que debe hacer, es el más
sencillo y también más ardiente voto que se me ocurre ahora. Recuerdo unas
frases de Hegel:
«La
edad florida, la auténtica juventud de un pueblo, es el período en que el
espíritu es todavía activo. Los individuos tienen entonces el afán de conservar
su patria, de revisar el fin de su pueblo. Cuando esto se consigue, comienza el
hábito de vivir. Así como el hombre perece con el hábito de vivir, así también
el espíritu del pueblo se agota en' la costumbre y el goce de sí mismo. Cuando
el espíritu del pueblo ha llevado a cabo toda su actividad, cesan la agitación
y el estímulo; se vive en el tránsito de la virilidad a la vejez, en el simple disfrute
de lo adquirido. Se inicia un opaco presente sin necesidades. El pueblo,
renunciando a diversos aspectos de su fin, se contenta con el ámbito menor; no
se inician nuevos propósitos, se estanca en la satisfacción del fin alcanzado,
se cae en la costumbre donde ya no hay vida alguna; se camina hacia la muerte
natural. La vida pierde su máximo y supremo interés, pues el interés sólo
existe donde hay lucha y antítesis.»
A la juventud que viene a estas aulas y a los profesores que
trabajamos en ellas nos incumbe, pues, la tarea de animar ese cotidiano
impulso, ese viviente hacer y rehacer; esa historia que no se empozó porque sigue
creciendo y circulando, que Hegel ha llamado la «edad florida de los pueblos».
La poeta Ida Gramcko y Mariano Picón Salas,1946
Polo Doliente (Antonio Estévez/Aquiles Nazoa) Canta: Morella Muñoz.
Polo
doliente, Aquiles Nazoa
Aquí viene el muerto de Marigüitar
cuatro pescadores lo van a enterrar
cuatro pescadores lo van a enterrar
aquí viene el muerto de Marigüitar.
Nació en un puerto, murió en el mar
y se llamaba Juan Salazar.
Anoche, anoche salió a pescar
cantando anoche se dio a la mar.
Partió cantando y al aclarar
volvía muerto Juan Salazar.
Lo amortajaron los del lugar
con su franela de parrandear.
Anoche, anoche salió a pescar,
cantando anoche se dio a la mar.
Y ya lo llevan a sepultar
en una caja sin cepillar.
Muda la gente lo ve pasar
luego se quedan mirando el mar.
Como un abrazo sin terminar
quedan los remos en altamar.
Anoche, anoche salió a pescar
cantando anoche se dio a la mar.
cuatro pescadores lo van a enterrar
cuatro pescadores lo van a enterrar
aquí viene el muerto de Marigüitar.
Nació en un puerto, murió en el mar
y se llamaba Juan Salazar.
Anoche, anoche salió a pescar
cantando anoche se dio a la mar.
Partió cantando y al aclarar
volvía muerto Juan Salazar.
Lo amortajaron los del lugar
con su franela de parrandear.
Anoche, anoche salió a pescar,
cantando anoche se dio a la mar.
Y ya lo llevan a sepultar
en una caja sin cepillar.
Muda la gente lo ve pasar
luego se quedan mirando el mar.
Como un abrazo sin terminar
quedan los remos en altamar.
Anoche, anoche salió a pescar
cantando anoche se dio a la mar.
Cantos de Pilón - Morella Muñoz (Antonio Estévez) /
https://www.youtube.com/watch?v=0t50Rl_T474
Arrunango (Antonio Estévez)
https://www.youtube.com/watch?v=qx0UcbGUT_Y
Canto de Ordeño. Canta Simón Díaz (Antonio Estévez)
https://www.youtube.com/watch?v=oLT3n6i6b0M
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