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miércoles, 16 de agosto de 2017

Mariano Picón Salas, Discurso inaugural de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela Caracas, 12-X-1946 / COMPOSICIONES DEL MAESTRO ANTONIO ESTEVEZ: Polo Doliente (Antonio Estévez/Aquiles Nazoa) Canta: Morella Muñoz. / Cantos de Pilón - Morella Muñoz (Antonio Estévez) / Arrunango (Antonio Estévez) / Canto de Ordeño. Canta Simón Díaz (Antonio Estévez)





Foto: MPS durante su discurso.


Luego de haber vivido y convivido (como meros partícipes que somos de la ciudadanía que hace vida y se desvive en esta tierra de gracia) unas fechas tan marcadas por lo lóbrego y lo lúgubre en el recientísimo “pasado inmediato”; pasado inmediato tan colmado, de paso, de maquiavélico cinismo, malas artes, dolo, matanza, crueldad e inmisericordia, decidimos tomarnos unos pocos, muy pocos días de aislamiento y encuentro con el aire marino. Partimos no con el ánimo del viajero que va en son de inadvertido y alborozado turista, pues las referidas fechas y todo lo acontecido durante su decurso, su huella sombría han dejado en el espíritu de todo ser que se precie de ser humano.

Pero, si bien es cierto que no partíamos con el espíritu festivo (pues poco es lo que hay que celebrar allí, donde lo que prevalece es el culto y la predicación mortuoria, un aniquilamiento que se expande hacia todos los órdenes creativos de la vida; culto y predicación que se regodean en la degollina del prójimo como práctica común), sumidos como estamos en una de las horas más negras de nuestra historia, lo hicimos con pechos cargados de espacio para darle bienvenida al sosiego que depara aquello que nos supera y no puede ser mancillado por la mano humana: el solaz que depara el encuentro con la sencilla naturaleza, así sea en el simple susurro de una brisa cargada de aroma marino o con el solaz que nos depara el discurso de las aves al volar bajo las nubes.

En nuestras alforjas se fueron de acompañantes unos cuantos libros, y con algunos de ellos estuvimos dialogando por las noches. Cito algunos. Una colecta de poemas del incomparable y milagroso Rumi, el poeta persa; la manida antología de poetas vaccana de la India, colecta de poemas que secuestra almas; los “Fragmentos póstumos” del reverenciado y nunca debidamente comprendido Nietzsche; uno de los libros académicos más hermosos que haya leído en toda mi vida, libro de “scholar” que no deja de ser ameno y poético, no obstante su intrincada naturaleza, intitulado “Paganos y cristianos en una época de angustia”, de Dodds, y una colecta de discursos intitulada “El bien del intelecto” recogida y publicada por una de las colecciones de bolsillo del diario El Nacional. En las alforjas se quedaron reposando otros diez libros. Imposible me era leerlos todos. Pero de lo que se trataba era de disponer de una posibilidad de elegir, de tener a la mano una pequeña biblioteca itinerante que me permitiera viajar al azar o al gusto de las letras a leer.

Lo cierto es que en el último de los libros citados me topé con el discurso de Don Mariano Picón Salas, con motivo de la inauguración de la Facultad de Filosofía y Letras (luego denominada de Humanidades y Educación). Mención especial queremos hacer de este discurso, del que nos tomamos el trabajo de editar y reproducir a continuación, toda vez que son palabras escritas en lo que parece ser una perenne “hora undécima” u hora crítica.

No ha dejado de conmovernos honda, pero muy hondamente, este discurso de ese gran venezolano, como lo ha sido Don Mariano. Uno ve la fecha en que se da inicio, de un modo formal, a un espacio académico para las humanidades, el pensamiento y las letras y se siente tentado a preguntarse: ¿es que acabamos de nacer? Pues es el año de 1946, recién acabada la segunda y sangrienta conflagración mundial, en el meollo de una tierra que busca identificarse precisamente como nación, cuando se da este paso, acaso imperceptible pero inmenso, de crearle un espacio al país para que se vea en el espejo.

Y luego de todas las décadas pasadas, al volver la vista atrás y notar cómo el país terminó dando un giro en reversa, para vulgarizarse y regodearse en una barbárica orfandad, la experiencia de leer o escuchar palabras como las esbozadas por Don Mariano aquel día digno de conmemoración, nos sirven no sólo de merecido acicate, sino de piedras miliares para la impostergable reflexión que debemos emprender las gentes que conformamos esta comunidad, en aras de comprender nuestra propia idiosincrasia.

A uno le provocaría, incluso (y sin ánimos de dárselas de historiador), iniciar un estudio del por qué -o los por qué- nuestra índole comunal sigue dando los mismos pasos que, cabría esperar, deberíamos haber superado en el período posterior a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Tarea inmensa que no podría intentarse quizás con una visión historicista en exclusiva, sino con la visión  de un poeta o visionario que no le teme a los viajes en el tiempo, periplos en el tiempo de la memoria que nos permitan enfrentarnos a nuestras propias úlceras y excrecencias que no hemos sabido cauterizar ni depurar.

Rescato, antes de darle paso a este noble discurso, un par de fragmentos del orar de MPS, por lo trascendente que me parecen dentro de su disertación y porque me parece que son precisamente este tipo de síntomas sobre los que, en nuestro perenne culto a la provisionalidad, jamás hemos prestado la suficiente atención. Uno, porque atañe a un mal general, ese padecimiento humano en que se ha transformado un incontinente amor por el materialismo, y el segundo porque, apoyado en la siempre iluminadora cultura griega de la época clásica, da con otros dos padecimientos que, si bien es cierto que también su culto se ha generalizado a lo largo y ancho del orbe, creo que en Venezuela han sido las verdaderas y muy pesadas causas de nuestra presente debacle: la falta de templanza, moderación y equilibrio del alma (Sofrosine) y la pérdida de relajación anímica (Eutimia), dos males que se han transformado en verdaderas enfermedades del espíritu, a mi humilde parecer. Es menester que atendamos el alma colectiva y nuestros propios jardines personales del ser. Sin ese paso a que nos invita dar este llamado de MPS, que nos lleve a mirarnos nuevamente en el espejo, no nos parece que haya posibilidad de alguna conciliación, ni en lo que toca a la fusión social, ni en el ámbito de lo personal.

“…La dolencia de la época -como ustedes lo saben- es haber hecho de la vida un maratón hacia el dinero, un pragmatismo esterilizador de otras formas más altas de existencia, que acaso explique por qué hay en este mundo de nuestros días tanto residuo de angustia, tanta nostalgia de felicidad y auténtico equilibrio humano; tan estruendosa quiebra de valores, tanta neurosis.


El hombre mira todo, menos el aseo y armonía de su alma. Sofrosine y Eutimia, dos maravillosas virtudes griegas, huyeron de días en que emerge, sin duda, con ruido de convulsión el perfil de una nueva edad, parece buscarse, asimismo, la explicación integradora, el nuevo hilo de Ariadna que nos conduzca por las tortuosas y contradictorias encrucijadas de nuestra alma individual y de nuestra psique colectiva. No es un problema localizado en las latitudes geográficas; es de todo el
universo…”

Y a continuación, las iluminadoras palabras de Don Mariano.
Salud
lacl


Mariano Picón Salas, Discurso inaugural de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela
Caracas, 12-X-1946

Trataré de decir en sencillas palabras que no pesen, rehuyendo el discurso engalanado, los problemas que nos plantea y las finalidades que le asignamos a la nueva Facultad de Filosofía y Letras. Una vez me atreví a afirmar en un ensayo que en Venezuela acontecen las cosas mágicamente, y que de pronto ese misterio numen, ese «Dios de Colombia» de que habló Bolívar resuelve o nos lanza cuestiones de tan vívida urgencia que ya no es posible sino enfrentarse a ellas, con rapidez que anhela el saldo de muchos años de olvido y de postergación. Siempre hubo en la historia venezolana, a pesar de la prédica derrotista y desengañada de los sembradores de cenizas, un impulso de ascenso social y espiritual, y por ello lo que yo llamaría la «sorpresa del pueblo», la voz y el reclamo de una patria olvidada y escondida, vino a refutar los cálculos y previsiones mezquinas de quienes hubieran mantenido el país como en eterna minoría de edad, ofreciéndole los bienes de la civilización con la usura del cuentagotas.

Si los profesores que vamos a enseñar en la nueva escuela mirásemos la cuestión desde nuestro solo ángulo, habríamos aconsejado de inmediato la antigua fórmula de las antiguas universidades: limitar la matrícula y sembrar de escollos y trámites el camino que conduce a la inscripción universitaria.

Pero sin que tuviésemos que erogar, como la famosa Universidad de Harvard, más de cien mil dólares para una encuesta previa sobre las necesidades presentes de la educación superior, se nos reveló una realidad que seguramente inspirará más de un trabajo y actitud universitaria en los días que comienzan.

Por vocación yo soy cazador de pequeños hechos sociológicos, me gusta ver saltar la liebre del problema y advertir cómo se resuelve, con este «ahora o nunca» que debe ser el signo de toda generación decidida. Mucha más gente de la que esperábamos llenó los formularios de la Facultad de Filosofía por dos simples razones: primero, porque se siente hoy como nunca la deficiencia de la Universidad puramente profesionalista y se requiere -por sobre la técnica del médico o del ingeniero- lo que yo llamaría una inicial técnica humana que si no ofrece beneficio económico aspira a lo que vale tanto como eso: un arte de vivir y de comprender, un espíritu de fineza en el más estricto sentido pascaliano; y, segundo, porque son estos días laberínticos que vive el mundo, de crisis y socavamiento de costumbres y tradiciones, este estrépito sin finalidad, de este no saber a dónde se marcha que es el terrible signo de la civilización contemporánea. Cuando hablamos de que el excesivo profesionalismo universitario debía corregirse con más amplia fundamentación cultural, y que era necesaria esta Facultad de Filosofía, decíasenos que de surgir, ella, sólo sería el refugio de algunas pocas gentes líricas y descentradas, o de escasos jóvenes a quienes el turbulento entusiasmo de la edad y el gusto de las palabras nuevas, torna -como es explicable un poco pedantes, y que el país tan urgido de técnicos, no hallará mayor provecho social en auspiciarla.

Es decir, se miraba el problema de la formación del hombre con el lente del más angosto positivismo; de un positivismo marchito en todas partes, pero que en Venezuela podía aún esgrirnirse como viviente novedad. Hubo, además, en algunos políticos la falsa creencia de que el proceso educativo era separable y divisible en aisladas etapas, y que siendo cuestión primera la lucha contra el analfabetismo de las grandes masas, podría pensarse en la Filosofía y en las Letras cuando todos los venezolanos de todos los sitios escribiesen y leyesen. Pero nadie se preguntaba si al abandonar un aspecto de la educación para desenvolver otro, no se corría el riesgo de que al cabo de algunos años habría más lectores que buena lectura venezolana.

Era exactamente lo mismo que si en el famoso día del Génesis que abrió la historia de la humanidad de acuerdo con la tradición sacra, Jehová se contentase con hacer los pies y el tronco de Adán, reservándose la cabeza para otro sábado de mayor sosiego.

Pero el soplo de Jehová, el soplo de la cultura –podemos decir- metafóricamente dirige a la vez, los pies y la cabeza del hombre. No se trata de procesos aislados o sucesivos sino paralelos y simultáneos. Ala educación fragmentad ora hay que oponer siempre la imagen de la educación integradora. Y que no era un proyecto vago y nebuloso el de la Facultad, vino a enseñárnoslo con una de sus habituales sorpresas, el pueblo venezolano.

La abundante matrícula, la cantidad de solicitudes, telegramas, cartas que se han acumulado en estos días en nuestra mesa de trabajo, demuestra que estos estudios obedecen a una necesidad nacional y tan auténtica, como cualesquiera otras.

Y aquí rozamos el nervio vivo de un asunto, cargado de especial problemática. ¿Qué es lo que se propone tanta gente que se incorpora a los cursos humanísticos o que pide -cuando tiene sus títulos y certificados en orden- que se le acepte, por lo menos, como oyentes de las aulas? ¿Es que todos desean ser escritores o filósofos con mengua y descuido de otras actividades urgentes en el país como las técnicas e industriales?

No fue menor la sorpresa -y sobre este asunto quiero reflexionar hoy- que nos ha dado la Facultad de Filosofía y Letras. Pensando en estos últimos años en el proceso de crecimiento económicode la nación, en el desborde de negocios que nos trajo la explotación petrolera y la abundancia de divisas, alguien observaba si no era tentativa quimérica hacer un sitio en los estudios universitarios para el pensamiento puro, para las humanidades clásicas, para aquellos altos goces de espíritu que no pueden expresarse en las estadísticas de producción o en los índices de ganancia financiera. La dolencia de la época -como ustedes lo saben- es haber hecho de la vida un maratón hacia el dinero, un pragmatismo esterilizador de otras formas más altas de existencia, que acaso explique por qué hay en este mundo de nuestros días tanto residuo de angustia, tanta nostalgia de felicidad y auténtico equilibrio humano; tan estruendosa quiebra de valores, tanta neurosis.

El hombre mira todo, menos el aseo y armonía de su alma. Sofrosine y Eutimia, dos maravillosas virtudes griegas, huyeron de días en que emerge, sin duda, con ruido de convulsión el perfil de una nueva edad, parece buscarse, asimismo, la explicación integradora, el nuevo hilo de Ariadna que nos conduzca por las tortuosas y contradictorias encrucijadas de nuestra alma individual y de nuestra psique colectiva. No es un problema localizado en las latitudes geográficas; es de todo el
universo.

Aun aquellos países como los Estados Unidos que gastaron tanto dinero en educación y que parecían tan seguros de la opulencia material y el rumbo de sus universidades, experimentan una igual crisis; se dan cuenta de que frente a la Universidad que da títulos y ofrece profesiones remuneradas, hay que injertar otra que atienda tanto como al adiestramiento económico a las grandes incógnitas del hombre, a este «¿Cómo?» y a este «¿Para qué?» por el que se clama con desgarrada angustia.

Leed -para que advirtáis lo profundo y universal del problema- el informe de la Universidad de Harvard (<

Porque en estos años recientes de guerra, de fascismo, de generales convulsiones, casi nos precipitamos en la inhumanidad y en la infrahumanidad, en el colapso de todos los valores, volvemos a decir la vieja palabra Humanitas buscándole el urgente sentido de completación estética y moral del hombre.

Sabemos que acaso no cabrán en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras todos los alumnos que se han inscrito. La propia técnica de un buen trabajo docente nos obligará a dividirlos en grupos y a distinguir entre los que tienen constancia y aptitudes para la investigación y aquellos que sólo se satisfacen con las conferencias, las clases y las lecturas mínimas. En la más democrática selección humana, los inconstantes deben dejar su sitio a los esforzados; los tardos y perezosos, a los responsables y diligentes.

Pero ha aparecido en la Universidad de Caracas un alto problema público que los directores universitarios no pueden ya sino considerar a riesgo de no cumplir con la esperanza de nuestro pueblo: el de tanta gente que pide al instituto una orientación espiritual, y el estudiantado que advierte que el hombre no sólo vive para el usufructo de una profesión, sino también para comprender el mundo en que se mueve, las ideas que orientan su época; para tener acceso a aquellas altas formas de perfección y casi diría de suma felicidad –la única felicidad que no engaña- que nos dan los grandes libros, los grandes pensadores, las obras de arte.

Con fe en este pueblo venezolano, tan ágil, tan despierto, eterno Anteo a quien no derribó definitivamente ninguna derrota; pueblo que desde todos los rincones de nuestra patria está gritando su enorme anhelo de mejorar y aprender; pueblo al que en los últimos años hemos visto ganar una creciente epopeya de conciencia, iniciamos la tarea.

Nos acompañarán en ella; ofrecerán a la juventud venezolana su mayor experiencia en este género de disciplinas, algunos ilustres maestros españoles. Aquella España de la Junta de ampliación de estudios, de las promociones magníficas que antes de estos diez últimos años de guerra y universal tribulación, buscaban en todas las universidades de Europa: en Upsala como en Marburgo, en Lieja como en Heidelberg, los nuevos métodos y las nuevas formas del pensamiento contemporáneo, constituye para nosotros una obligada escala en el camino de nuestra recuperación cultural.

Hombres como Juan David García Bacca y como Eugenio Imaz, que ahora son nuestros huéspedes, nos han enseñado con edificante escolaridad, que en la vieja lengua de nuestros padres, es posible decir y ordenar todo lo que el angustiado hombre de hoy sabe acerca del universo.

Espero que así como hoy visitan nuestras cátedras maestros españoles, mañana puedan hacerla -y es el desiderátum de toda universidad bien organizada maestros de otras lenguas y latitudes. Ninguna nación, ningún instituto de cultura pudo renovarse sin este intercambio de hombres, de técnicas, de conocimientos.

Lo necesitó la Universidad de París de una fecha tan lejana como el siglo XIII para ordenar los grandes monumentos de la escolástica medieval, y el Salema de Federico II de Hohenstaufen para que el Occidente se incorporase a la medicina y la matemática de los árabes; lo requirió la Rusia de Pedro el Grande y el Berlín de los primeros Hohenzollern; lo requieren todavía -con la más ejemplar diligencia-e-las universidades de los Estados Unidos.

El mejor nacionalismo, el más eficiente, no es el que queda atado a los límites de las colinas o de la frontera acústica de las campanas parroquiales, sino el que abre para los pueblos el camino de la Universidad. Sabiendo qué hicieron y cómo aprendieron los otros, surge el espíritu de emulación, sin el cual todo patriotismo sería narcisista y se ahogaría como el joven del mito en el estanque inmóvil. Quien sólo se ve a sí mismo, ni siquiera se ve, porque nuestro ser define su individualidad en el contacto con los otros. Hasta el espejo es ya, una proyección; un salir de sí.

Amor y amistad, móviles del mundo según el verso dantesco, surgen de este yo que encuentra a un con quien compartir y con quien dialogar; de esa completación de nuestro propio ser que se nos había perdido, de acuerdo con el mito platónico. Y como el amor y la amistad, la cultura es también colaboración, debate y encuentro.

Quienes sin visión histórica se amurallan en su nacionalismo cultural-que a veces parece tan sólo justificación de la propia pereza, porque resulta naturalmente más fácil ser el primer matemático de Upata y el primer metafísico de El Hatillo, que serlo de toda Venezuela- olvidan que hasta una empresa tan entrañablemente cargada de nacionalidad como nuestra Revolución de Independencia, se fecundó y fue posible porque a través de una ideología mundial, descubrieron los hombres de entonces sus soterrados derechos.

¿Qué libros leyeron Sanz, Miranda y Bolívar; qué problemática del mundo suscitaron en nuestro gran Precursor y nuestro gran Libertador, las sociedades y el pensamiento de Europa; qué idiomas tuvo que aprender Palacio Fajardo para alegar fuera de las fronteras nacionales, la justicia de nuestra causa? Paradójicamente la primera batalla por nuestra libertad política: la de las ideas, se ganaba en los periódicos de 1810 con citas de Rousseau y Montesquieu, con frases de Locke y de David Hume. Un William Burke, escritor irlandés trasladado a Caracas, era uno de los inspiradores de la Gazeta, primero de nuestros grandes periódicos insurgentes; y en el equipaje de Miranda y en la cabeza milagrosa de Bolívar había muchos planes de reforma social que les comunicara en Londres, en 1810, aquel curioso utopista y legislador, enamorado a distancia de nuestra América, que se llamaba Jeremías Bentham.

En mi pequeño libro de literatura venezolana traté de probar que por conocer también a  Maupassant y a Daudet, y por haber hecho una previa excursión cosmopolita por las literaturas de la generación de 1895, escribieron ya, con tan segura maestría, los primeros cuentos criollos.

Ni siquiera el propio país o el pueblo en donde nacimos pueden entenderse si no se compara con otros; si carecemos de paralelo o de perspectiva. Desde este punto de vista, la «realidad venezolana» no es precisamente la que mira el hombre desde el estrecho valle en que está sumergida su aldea, sino la que resulta de cotejar muchos fenómenos venezolanos con otros de la época y del universo entero.

Que en estos claustros se trabaje con fe y generosidad por esa Venezuela universal; grande no tan sólo por su territorio y su ingente riqueza promisoria y por su heroica historia vivida, sino grande asimismo, por la cultura que debe crear y por la nueva historia que debe hacer, es el más sencillo y también más ardiente voto que se me ocurre ahora. Recuerdo unas frases de Hegel:

«La edad florida, la auténtica juventud de un pueblo, es el período en que el espíritu es todavía activo. Los individuos tienen entonces el afán de conservar su patria, de revisar el fin de su pueblo. Cuando esto se consigue, comienza el hábito de vivir. Así como el hombre perece con el hábito de vivir, así también el espíritu del pueblo se agota en' la costumbre y el goce de sí mismo. Cuando el espíritu del pueblo ha llevado a cabo toda su actividad, cesan la agitación y el estímulo; se vive en el tránsito de la virilidad a la vejez, en el simple disfrute de lo adquirido. Se inicia un opaco presente sin necesidades. El pueblo, renunciando a diversos aspectos de su fin, se contenta con el ámbito menor; no se inician nuevos propósitos, se estanca en la satisfacción del fin alcanzado, se cae en la costumbre donde ya no hay vida alguna; se camina hacia la muerte natural. La vida pierde su máximo y supremo interés, pues el interés sólo existe donde hay lucha y antítesis.»

A la juventud que viene a estas aulas y a los profesores que trabajamos en ellas nos incumbe, pues, la tarea de animar ese cotidiano impulso, ese viviente hacer y rehacer; esa historia que no se empozó porque sigue creciendo y circulando, que Hegel ha llamado la «edad florida de los pueblos».




La poeta Ida Gramcko y Mariano Picón Salas,1946 




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COMPOSICIONES DEL MAESTRO ANTONIO ESTEVEZ


Antonio Estévez Antonio Lauro Teodoro Capriles


A MODO DE OFRENDA, COMPOSICIONES DEL MAESTRO ANTONIO ESTEVEZ 

Polo Doliente (Antonio Estévez/Aquiles Nazoa) Canta: Morella Muñoz. 

Polo doliente, Aquiles Nazoa


Aquí viene el muerto de Marigüitar
cuatro pescadores lo van a enterrar
cuatro pescadores lo van a enterrar
aquí viene el muerto de Marigüitar.

Nació en un puerto, murió en el mar
y se llamaba Juan Salazar.
Anoche, anoche salió a pescar
cantando anoche se dio a la mar.

Partió cantando y al aclarar
volvía muerto Juan Salazar.
Lo amortajaron los del lugar
con su franela de parrandear.

Anoche, anoche salió a pescar,
cantando anoche se dio a la mar.

Y ya lo llevan a sepultar
en una caja sin cepillar.
Muda la gente lo ve pasar
luego se quedan mirando el mar.

Como un abrazo sin terminar
quedan los remos en altamar.
Anoche, anoche salió a pescar
cantando anoche se dio a la mar.

https://www.youtube.com/watch?v=rAFeSxoV0gc

Cantos de Pilón - Morella Muñoz (Antonio Estévez) / 

https://www.youtube.com/watch?v=0t50Rl_T474


Arrunango (Antonio Estévez)

https://www.youtube.com/watch?v=qx0UcbGUT_Y

Canto de Ordeño. Canta Simón Díaz (Antonio Estévez)

https://www.youtube.com/watch?v=oLT3n6i6b0M





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