Es
domingo por la mañana bien temprano, y necesito unos momentos de cortejada soledad,
esto es, en medio del bullicio. Así que luego de dejar a Yineska en un curso de
Restauración Energética, decido irme a una arepera, con mi consuetudinaria
bolsa de libros. Pero tan sólo me entrego a la lectura de un libro, antes y después
de un salpimentado desayuno criollo. Se trata de una bella edición de la Utopía
de Tomás Moro, una edición crítica que agrega otros documentos de importancia,
por darle un corpus a ese tema tan esquivo como es la encantadora ciudad (o, más apropiadamente, isla) a la
que “no hay lugar”.
Cuando me disponía a cerrar mi soledosa sesión de viandas y
letras, decidí darle
una ojeada a una antología de poemas de Robert Graves. Unos minutos antes, un joven de voz un tanto desencajada había estado intentado obtener algún caudal a cambio de alguna de las estampas religiosas que acopiaba en un mazo. Es Domingo de Resurrección. Al ver que yo estaba comiendo cuando él pasó por mi lado, se aventuró con las mesas contiguas a la mía, ambas ocupadas por dos familias. En ninguna obtuvo dádivas, sino algo así como un par de férreas negativas. Merodeó por otras mesas. Nada. No es un joven con gracia en su manera de demandar ayuda, pero ¿cuántos logran serlo en medio del trance de una necesidad? Por alguna razón volvió a una de las mesas contiguas y se instaló a pedir infructuosamente. En su voz hay una junta de desesperanza con desesperación.
una ojeada a una antología de poemas de Robert Graves. Unos minutos antes, un joven de voz un tanto desencajada había estado intentado obtener algún caudal a cambio de alguna de las estampas religiosas que acopiaba en un mazo. Es Domingo de Resurrección. Al ver que yo estaba comiendo cuando él pasó por mi lado, se aventuró con las mesas contiguas a la mía, ambas ocupadas por dos familias. En ninguna obtuvo dádivas, sino algo así como un par de férreas negativas. Merodeó por otras mesas. Nada. No es un joven con gracia en su manera de demandar ayuda, pero ¿cuántos logran serlo en medio del trance de una necesidad? Por alguna razón volvió a una de las mesas contiguas y se instaló a pedir infructuosamente. En su voz hay una junta de desesperanza con desesperación.
Todo esto pasa mientras yo abro una página del libro de Graves y me toca un
poema que reza: The title of poet. Pero no puedo leerlo. Llamo al joven y le
digo que por qué no me da una estampita. No me entiende, piensa que lo he
llamado sólo para darle algo de dinero y que se vaya. Pero no, le digo, es que
quiero que me des esa estampita que acabo de ver en tu mano, la de José
Gregorio Hernández. Como cosa increíble, habiendo metido en el mazo esa estampa,
no hace más de cinco segundos, ahora no la consigue. Tranquilo -me dice- sé que
tengo más de una de José Gregorio. Y sigue buscando y no aparece ninguna. Pero
sale de su mano una estampa de “la última cena”. Lo tomo por señal y le digo, déjalo
así compadre, dame esa. Y le di un pequeño donativo. No puedo celebrar la limosna,
pero sé que el gesto dice más de la esperanza que lo que pueda hacer uno con un
par de billetes. Me da las gracias y se va… Me quedo unos minutos pensando en el
porqué de no haber yo interrumpido mi comida y levantado la mirada, como en el porqué
de no haber intentado él abordarme en ese momento. Me dije, “nos estamos muriendo
y nada nos importa”. Abro nuevamente el libro y obtengo estas palabras, de las
que más abajo dejo una primera aproximación.
(lacl)
THE
TITLE OF POET
Poets
are guardians
Of
a shadowy island
With granges and forest
Warmed by the Moon.
Come back, child, come back!
You have been far away,
Housed among phantoms,
Reserving silence.
Whoever loves a poet
Continues whole-hearted,
Her other loves or loyalties
Distinct and clear.
She is young, he is old
And endures for her sake
Such fears of unease
As distance provokes.
Yet how can he warn her
What natural disasters
Will plague one who dares
To neglect her poet?...
For the title of poet
Comes only with death.
EL
TÍTULO DE POETA
Los
poetas son los guardianes
De
una isla espectral
Con
huertas y forestas
Cobijadas
por la Luna.
¡Vuelve,
niña, vuelve!
Tú
has estado muy lejos,
Hospedada
entre fantasmas,
Acopiando
el silencio.
Quienquiera
ame un poeta
Continúa,
de todo corazón,
Sus
otros amores o lealtades,
Señalado
y claro.
Ella
es joven, él ya es viejo
Y
sostiene, por su bien,
Los
temores de desasosiego
Que
la distancia provoca.
Sin
embargo, ¿cómo puede él advertirle
Qué
desastres naturales
Azotarán,
cual plaga, a quien se atreva
A
descuidar a su poeta? ...
Porque
el título de poeta
Viene
sólo con la muerte.
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lacl ©
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lacl ©
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