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domingo, 18 de agosto de 2013

"Sí, eso era una polilla real", dijo Whitman a Traubel















Hubo quienes tejieron la especie de que la imagen de Whitman sosteniendo a una mariposa sobre su mano era un trucado. Y llamaron infame a esta foto.

"Sí, eso era una polilla real", dijo Whitman a Traubel, "la imagen es sustancialmente fiel: éramos buenos amigos. Yo tenía la entrada y la salida de la domesticación o del fraternizar con algunos de los insectos, los animales...” Whitman dijo luego al historiador William Roscoe Thayer, "Siempre he tenido la habilidad de atraer a las aves y mariposas y a otras criaturas salvajes."

Al parecer, la mariposa de la foto es de papel o cartón. Foto elaborada para utilizarla en una edición de sus obras. Eso muy poco importa, pues ¿qué duda cabe que el viejo Walt andaba en comunión con el mundo natural?

Entablar amorosas relaciones con otros seres vivos no es un extraño prodigio. Si el ser humano no las cultiva es porque se considera un ser incomparable, ajeno o que no entra dentro del cuadro de la naturaleza. Ha cultivado el olvido y ha recogido la muerte en vida. Se ha confinado a sí mismo en una celda virtual, en la que no caben los seres “inferiores”. Pero en realidad lo que ha conseguido es marginarse a sí mismo del marco de la vida natural.

En mi infancia yo domestiqué cientos de chicharras (o, si lo prefieren, cigarras, pero en Venezuela les llamamos chicharras). No hacía lo que otros chicos, que les cortaban las alas por la mitad para que no pudieran volar lejos. La técnica era sencilla, pero requería de mucha paciencia. Ponías la chicharra en una esfera o cuenco formado por tus manos, con la chicharra adentro. Le dabas calor muy suavemente con la boca, por una abertura formada entre los dos pulgares; al cabo de un tiempo la chicharra se quedaba  abrazada a tu solapa y luego comenzaba a recorrerte la camisa por horas, hasta que se despedía en vuelo... 

Acompañamos la foto del archivo Walt Whitman de algunas imágenes de la diáspora de las mariposas Monarca, que se cumple en el Estado de Michoacán, México, uno de esos desatendidos milagros de la naturaleza.









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