Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Kafka ha sido un fabulador maravilloso. Su infatigable imaginación es capaz de crear en unos breves párrafos, un sinnúmero de derroteros o galerías de infinitas alternativas a un mito, una fábula o una leyenda. De sus especulaciones y de esa deductiva imaginación suelen surgir nuevos senderos, como caminos abiertos para el lector.
La fábula que hoy agregamos es ejemplo de ello.
Como por obra del albur me topo, mientras reviso la biblioteca, con mi añejo tomo de las tragedias de Esquilo, en la edición de Losada prologada por Henríquez Ureña. He de volver a esas lecturas, que tanto placer me concedieron en mis años mozos. Esquilo es imprescindible fuente de los mitos.
"...Por mí han dejado los mortales de mirar con terror a la Muerte..."
le dice Prometeo al coro, para luego agregar:
"...Hice habitar entre ellos la ciega Esperanza ... pues sobre esto, además, puse el fuego en sus manos..."
"...De voluntad erré, de voluntad..."
Salud,
lacl.
*******
PROMETEO
Hay cuatro leyendas referidas a Prometeo. Según la primera, fue encadenado al Cáucaso por haber revelado a los hombres los secretos divinos, y los dioses mandaron águilas a devorar su hígado, que se renovaba perpetuamente.
Según la segunda, Prometeo, aguijoneado por el dolor de los picos desgarradores, se fue hundiendo en la roca hasta hacerse uno con ella.
Según la tercera, la traición fue olvidada en el curso de los siglos. Los dioses la olvidaron, las águilas la olvidaron, él mismo la olvidó.
Según la cuarta, se cansaron de esta historia insensata. Se cansaron los dioses, se cansaron las águilas, la herida se cerró de cansancio.
Quedó el inexplicable peñasco.
La leyenda quiere explicar lo que no tiene explicación. Como nacida de una verdad, tiene que volver a lo inexplicable.
Franz Kafka
De La metamorfosis y otros relatos, Franz Kafka, Editorial Losada.
SIEMPRE tuve la intención de escribir un libro sobre Hollywood, pero desde que leí el de Parker Tyler, sé que jamás he de escribirlo; lo ha hecho de una manera que supera todo lo que yo podría aspirar.
¿Por qué vamos al cine? La mayoría de las personas inteligentes se hacen esta pregunta alguna vez en su vida, a menudo reiteradamente y con disgusto, y siempre con una sensación de vergüenza. Esta es la versión moderna de la medieval interrogante: ¿Por qué peca el hombre? Y hay que esclarecerla, aunque la respuesta de ninguna manera afecte la propia conducta. Todos seguiremos yendo al cine, así como nuestros antepasados siguieron acumulando pecados.
¿Por qué vamos, entonces? Pues bien, me parece que el motivo por el cual vamos al cine, o no vamos pero nos emborrachamos; el motivo por el cual leemos novelas policiales, o de vez en cuanto echamos el ojo a Marcel Proust o Thomas Mann; el motivo por el cual tenemos International Business Machines y la Sociedad Bíblica; el motivo por el cual fabricamos gas venenoso y organizamos sociedades para la prevención de la crueldad con los animales; el motivo por el cual estamos en guerra, a pesar de que nunca en la historia hubo un periodo en que el pueblo en general estuviera menos interesado en hacer la guerra; el motivo de mil y un móviles, pensamientos y acciones contradictorios, es uno y el mismo. Hemos llegado a un punto donde el negro y el blanco son intercambiables. Para el hombre de la calle es indistinto que se hable de elefantes o escupideras: son idénticos. La tragedia que ha envuelto al mundo, tragedia inherente a nuestra evolución, es que ya no podemos dar significado ni importancia a los acontecimientos. La vida ha perdido el colorido, y con él su dramatismo. Sólo nos queda el ruido y la furia del vacío. En un mundo que se jacta de su progreso, existe la más asombrosa falta de inteligencia, existe una ausencia de voluntad como nunca se ha conocido. Obedeciendo a nuestros temores compulsivos exhibimos una notable habilidad para organizar nuestra propia destrucción, pero ninguna en absoluto para la creación.
No hay manera de combatir la perniciosa influencia de Hollywood si no estamos dispuestos y decididos a combatir todas las demás influencias perniciosas que hacen de Hollywood lo que es y lo que representa con la engañosa fidelidad de un espejo. Si Hollywood es la alucinación de Norteamérica, como pretende Parker Tyler, entonces el alma de Norteamérica –o quizás nos convenga más hablar solamente de psiquis– está en mal estado. ¿Queremos cambiar? Esa es la cuestión.
Hace poco leí un libro de Claude Houghton, que acababa de aparecer (All Change, Humanity! / ¡Todo cambia, humanidad!). En él uno de los personajes declara: "Todos vamos a cambiar, o pereceremos. Nos vamos a regenerar, o desapareceremos en el abismo. ¡Esto sí que está claro! O seremos personas de distintos deseos, distintos pensamientos, distintas emociones, o todos formaremos parte de un vasto club de suicidas... Habrá un mundo nuevo cuando suficiente gente quiera un mundo nuevo. Alguien dijo cierta vez que hay puertas que no se abrirán hasta que millones de personas se detengan ante ellas. Cuando suficiente gente quiera un nuevo mundo, ese mundo surgirá. No antes. Los ideales no habrán de crearlo, y tampoco los planes para una utopía utilitarista. Tampoco lo crearán las oraciones, ni la planificación. Lo que cuenta es lo que todos realmente queremos más. Lo que realmente queremos cuando estamos a solas. No los ideales que profesamos... eso es simple exhibicionismo moral.
Lo que suscitó mi admiración cuando leí la primera parte del libro de Tyler en las páginas de View, fue la forma casi espectral en que el autor ha logrado penetrar la matriz en que concibe toda la progenie de Hollywood, buena, mala o indiferente. Al comentar "El halcón maltés", Parker Tyler arroja un revulsivo rayo de luz sobre el mundo de crimen y castigo que tanto fascina al público norteamericano. En el capítulo de apertura de este libro hace una declaración que proyecta otro tipo de luz sobre el enfoque de la vida de Hollywood. Habla del cometa que aguarda su ocasión para brillar, iluminando más por su mal gusto y su falta de lógica que por sus triunfos aislados. Este fenomenal aspecto del cine es de un interés absorbente. Significa, más que nada, que cuando una película como "El delator" aparece en el horizonte, no se puede decir si tendremos que esperar diez o cien años para que surja otra producción de igual esplendor y magnitud. Significa que cuando se ve una película como "La noche toca a su fin", debe llegarse a la conclusión de que fue puro accidente y nada más. Nunca se debe permitir que nuestras esperanzas despierten, nunca debe incurrirse en el error de creer que por fin el cine está entrando en el cauce que le corresponde: hay que seguir siendo cínico, pesimista, desilusionado, dependiendo exclusivamente de la siempre creciente facultad de clarividencia para su goce y comprensión de las películas.
Va sin decirlo que, con un público compuesto por Parker Tyler el cine que conocemos hoy no existiría. Hay en juego aquí un tipo de crítica que rebasa el tema y no solamente sindica a los patrocinantes y productores de esta forma de entretenimiento, sino que plantea una incontestable condena a toda nuestra manera de vivir. Las alucinaciones son reales y provienen de una conciencia culpable o de una mente enferma, que en el fondo son una y la misma cosa. Hollywood, tal como lo veo, es exactamente tan culpable o inocente de delito como todos o cualquiera de nosotros. Y puede que sea eso lo que realmente nos enfurece cuando se plantea el tema. Nada puede hacerse al respecto, así como nada pudo hacerse para evitar que Sacco y Vanzetti fueran a la silla eléctrica. El juez que impuso esta monstruosa sentencia no era culpable; el culpable fue el pueblo norteamericano... y sigue siéndolo. Los jueces que perpetran estos crímenes son tan impotentes como las víctimas a las que condenan a muerte. Mientras escribo estas líneas los titulares proclaman a gritos la noticia de la puesta en libertad de Earl Browder. Ha sufrido suficiente, dice nuestro bondadoso y magnánimo presidente. ¡Arrogante hojarasca! Queremos saber por qué sufrió. Su oportuna liberación es una broma de mal gusto, así como lo fue su inoportuno encarcelamiento. . .
En un libro de Jakob Wassermann (The Maurizius Case / El caso Maurizius. Ed. Santiago Rueda.) hay un guardiacárcel llamado Klakush que hace declaraciones sencillas y llanas que encuentro muy a propósito. Una de ellas es más o menos así: "¡Detente, mundo de humanos, y ataca el problema desde un ángulo distinto!" Otra dice: "Entonces tendremos que destruir al mundo y crear gente que piense de otra manera".
¿Que todo esto parece rebuscado? No sé. O la situación es perfectamente clara e indiscutible, o se puede seguir siendo cortés, admitiendo las diferencias de opinión ad infinitum. Las opiniones ya no importan más un rábano. Lo cierto es que no se puede fiscalizar la situación. La carta de triunfo está ahora en manos del destino.
Cómo y por qué las cosas son como son, Hollywood nos lo muestra día tras día a un precio modesto ("precios de taquilla al alcance de todos", dice Will Hays) si tenemos en consideración la vasta importancia oculta detrás de esta forma de entretenimiento innocua en apariencia. ("La cinematografía ofrece entretenimiento, solaz, información e inspiración a millones de personas cada semana" - Will Hays.) Es mucho más instructivo, si usted tiene interés en estudiar su propia sentencia de muerte, ir al Cine que leer libros o escuchar discursos políticos. Se requiere apenas, el más elemental entrenamiento para adquirir la facultad de leer con la vista. Una vez que se posee esta facultad, el entretenimiento no tiene precio. Cómo interpretar la realidad, a eso equivale. Es el cometido metafísico más elevado que jamás se haya ofrecido a un público lisiado que no tiene sentido crítico. En términos de vida la gratificación es nula. Hay que gozarlo por sI mismo o renunciar a él por completo. Todas las verdades percibidas, toda realización lograda, todo impulso precipitado no lo lleva a uno a ninguna parte. Se sale de un mundo de sombras para entrar en otro, se sale de un sueño y se entra en otro, pero, el otro siempre es el mismo. Es como adquirir conciencia cuando todavía se está en el vientre y volver a la inconsciencia por pura desesperanza y futilidad. El mismo Cristo, si saliera del "Normandie" en Park Avenue y la calle 53 en Nueva York, no podría alterar la configuración en un cabello, aunque poseyera poderes cien veces más milagrosos de los que sus discípulos le atribuían. De alguna manera, cuando se sale de un lugar como el "Normandie" –y más todavía cuando se sale del "Grauman's Chinese Theatre" de Hollywood– se sabe como nunca que Cristo fue realmente crucificado, se levantó de entre los muertos y subió al cielo. "Hombre de congojas que conocía el dolor." (Cortesía de la International Biblie Machine Corporation, Park Avenue, N. Y.) Sí, usted lo sabe en lo profundo de sus intestinos. Usted sabe que la vida de él no solamente fue trágica y simbólica, sino que no produjo absolutamente ningún resultado. (De lo contrario usted no saldría del cine con aire triste y desamparado.) Y también sabe algo más. Sabe que todos los vivos serán crucificados sin excepción, no una sola vez como Cristo, sino un millón de veces. Sabe que no hay diferencia entre que usted arroje una bomba o reciba el premio Nóbel por contribuir y fomentar la más santa de las paces. Tiene usted la delirante sensación de ser foutu. Lo que agrava su delirio es que usted ha pagado buen (o mal) precio para ver cómo lo convertían en foutu. Jamás tendrá usted la oportunidad de contemplarse como el ángel que querría ser. Podrá llegar a héroe, podrá ganar el premio Guggenheim, hasta podrá ser presidente, ¡Dios no lo quiera!, pero nunca descubrirá la manera de salir de la ratonera. Las salidas están cerradas, las trampas están bajas. La mejor película del año sencillamente podría ser la peor. Ningún premio ni condena es capaz de alterar nada. Nada puede alterarse. Nadie, absolutamente nadie, es culpable; y tampoco se debe elogiar, criticar o condenar a nadie. Si esto lo enloquece, podrá usted romper el espejo, pero con eso no cambiará la faz de las cosas, y usted lo sabe.
"La cinematografía es el arte democrático del siglo veinte", dice Will Hays en nombre de los Productores y Distribuidores de Películas Cinematográficas de Norteamérica. Para apreciar la significación de esta declaración se deben leer algunos de los hechos concomitantes recopilados por este gran Sanhedrin de la industria cinematográfica. En 1941, según "Film Facts", el cine ha dado empleo regular a 282.000 personas, los sueldos pagados ascendieron a 400.000.000 de dólares anuales, y para la producción de películas se requirieron 276 artes, oficios y profesiones. Estos hechos van tomados de la mano con el Código de Producción, cuyos principios generales han sido formulados así:
1. No se producirá ninguna película que degrade las normas morales de las personas que la ven. En consecuencia, nunca debe volcarse la simpatía del auditorio hacia la delincuencia, las malas acciones, la perversidad o el pecado.
2. Se presentarán normas de vida correctas, solamente sujetas a los requisitos del drama y el entretenimiento.
3. No se ridiculizará a la ley, sea natural o humana, y tampoco se crearán simpatías por su violación.
Las "aplicaciones particulares" de estos principios generales, que son expuestos en detalle, merecen un serio estudio, es decir, por algún badulaque serio como Thorstein Veblen. Citaré apenas unas cuantas para indicar el tenor benévolo de estos altivos individuos que se erigen en custodios de la moral pública. . .
"La técnica del homicidio será presentada de una manera que no inspire imitación".
"No se justificará la venganza en los tiempos modernos."
"No se exhibirá el uso del alcohol en la vida norteamericana, cuando la trama o la caracterización correcta no lo requieran."
"Se mantendrá en alto la santidad de la institución del matrimonio y el hogar. Las películas no darán a. entender que las formas bajas de relación sexual son cosa común o aceptada."
"No deben introducirse escenas de pasión cuando no son esenciales para la trama."
"En general, la pasión debe ser encarada de manera que estas escenas no estimulen al elemento más bajo y degradado."
"La seducción y la violación nunca serán elementos convenientes para comedias.”
"Está prohibida la perversión o toda inferencia de ella.”
"Está prohibido el entrecruzamiento de razas (relaciones sexuales entre blancos y negros).”
"La higiene sexual y las enfermedades venéreas no son temas para la cinematografía.”
"Nunca se presentarán escenas de parto, reales o en silueta.”
"Nunca se expondrán los órganos sexuales de los niños.”
"El manejo de temas bajos, desagradables o repulsivos, aunque no necesariamente malos, siempre estará sujeto a los dictados del buen gusto y a la consideración de la sensibilidad del público.”
"Los religiosos, en su carácter de tales, no serán utilizados como personajes cómicos o villanos.”
"Las escenas de alcoba serán regidas por el buen gusto y la delicadeza.”
Bajo el encabezamiento de "Temas repelentes" aparece esto: "Los siguientes temas serán tratados dentro de los cuidadosos límites del buen gusto:
1. - Ahorcamientos o electrocuciones como castigos legales por crímenes.
2. - Métodos de crueldad.
3. - Brutalidad y posibles horrores.
4. - Marcado a fuego de personas o animales.
5. - Evidente crueldad a niños o animales.
6. - Venta de mujeres, o mujeres que venden su virtud.
7. - Intervenciones quirúrgicas.
Sigue a esto un código referente a "Regulaciones especiales sobre delincuencia en películas cinematográficas," obra maestra siniestra, escrita al parecer por el mismo genio que ideó lo que antecede, en la cual los tapujos y las revelaciones se suceden en una fuga a contrapunto.
Cuando en nuestros momentos seniles y débiles nos preguntamos por qué se producen tan pocas películas buenas, recordemos que los buenos padres que por su libre voluntad prepararon este código neo-hamurábico, tuvieron como principio rector la elevación del buen gusto, que es la apoteosis de la negación. Seamos indulgentes y perdonemos, dado que la suprema preocupación de ellos es aumentar los ingresos de taquilla. Representan a los elegidos espirituales de nuestro tiempo. Trabajan por la verdad, la justicia y la decencia sobre una fría base monetaria. Proveen entretenimiento, solaz, información e inspiración para todos a un precio tan modesto, tan razonable, que en vez de suicidarnos acudimos a sus lujosas salas de exhibición y nos masturbamos en sueños. ¡Que Dios os bendiga, queridos y providenciales ángeles de la piedad! Os agradecemos vuestros abundantes presentes. . .
Antes de dar la señal de que "no hay moros en la costa" arañemos unas cuantas dicotomías letales en la guitarra dialéctica. Están el autómata y el dirigente sindical, el pistolero y el juez políticamente acomodado, la prostituta y el cruzado combatiente del vicio. Toquémoslo en do menor en todos los ámbitos y estratos de la vida, y tendremos una concatenación casi tan perfecta como la mismísima justicia divina. Según Klakusch, "los iniciados sencillamente se ríen de la idea de protección o mejoramiento."
¿No hay moros en la costa? ¡Perfecto! Pues ahora hablemos de fetiches…
Los proletarios son los fetiches de la tierra. Sobre ellos están los crueles amos de la tierra, también fetiches, pero éstos, a diferencia del proletariado, están condenados a perpetuar su laya sin el beneficio de un Lincoln o un Lenin. Desde los albores de la historia apenas un puñado de hombres se ha ocupado de romper el hechizo. Tuvieron la originalidad de concebir un mundo sin fetiches. Es más, tuvieron la valentía de actuar como si ese hecho distante ya fuese verdad. Lo más sorprendente del advenimiento de estos precursores es que los fetiches, tanto el amo como el esclavo, siguieron siendo fetiches, sólo que desarrollaron un molde o marca espiritual, como usted quiera. Ninguno de ellos pensó en emular a los emancipados. Se dedicaron a rendir culto, nada más, y, dicho sea de paso, se hicieron más malignos.
Un superfetiche, aunque fuese impotente para liberar al mundo, por lo menos tendría la inteligencia necesaria para saber que la inteligencia no sirve para nada si solamente tenemos la ilusión de que somos libres. Bajo el yugo, la libertad y la esclavitud son fácilmente intercambiables. El superfetiche no querría ser millonario, así como no querría ser un mecánico muy bien remunerado en los talleres de Ford. No querría ser dictador ni querría ser intocable. Su único plan de acción consistiría en romper el molde, o sea salir del trance. Esto no sería una solución, porque no hay soluciones. Sería una liberación, sería la oportunidad de escapar a la maquinaria del reloj. ¡Salir de pronto y ver lo que sucede! Ese sería el santo y seña. Sencillamente rompería el dique y convertiría el sereno lago en torrente de espumosa energía. "Sereno lago" es un eufemismo. Charca estancada es mejor.
En la charca estancada de la vida los fetiches se crían como bacterias. Esto no tiene nada de malo en cuanto a las bacterias en sí. Tampoco hay nada de malo con los fetiches, cuando el mundo entero es un fetiche. Pero en nuestros gélidos corazones de fetiche sabemos que este estado de trance en que nos venimos reproduciendo como piojos desde milenios, es apenas un aspecto parcial de la vida. Una parte de nosotros es fetiche y la otra es indefinible, pero infinitamente libre por comparación. Este vasto ámbito de nuestro ser es lo que Hollywood no simplemente ignora, pues ello significaría que lo conoce y lo rechaza, sino que es ajeno a él. De vez en cuando un artista revela que tiene una remota noción de su existencia, pero preocuparse de este grande e inexplorado dominio equivaldría a arriesgar su suicidio como artista. Todo el vasto mundo cultural flota sobre nuestras cabezas como incienso que surge del sudor de esclavos. El arte es el bálsamo que aplicamos a nuestras contusiones. Es el estético colutorio de peleles constipados que no solamente han perdido su apetito por la vida, sino también los dientes para mascar sus desvitalizados productos alimenticios...
Mientras todos estemos atados a la cadena de la cuadrilla, mientras todos estemos engrillados y esposados, mientras siempre contestemos con un sí a un número y usemos el mismo uniforme a rayas, las artes culturales no dejarán de ser un jarabe expectorante. Por lo menos eso es lo que las almas cultas tratan de hacemos creer. Sin embargo por alguna razón no estamos convencidos del todo. Por alguna raz6n siempre hemos esperado de los espíritus creativos algo más, algo "liberador", diría. Parece existir un amplio malentendido en toda la línea en cuanto a la naturaleza de las dotes creativas. Nunca hemos decidido si se trata de un narcótico o de una vitamina que nos falta. En nuestra confusión e inquietud –porque los fetiches también dan vueltas de un lado a otro como víctimas de una pesadilla– crucificamos primero a nuestros genios y después tratamos en vano de resucitados. Si el "genio" tuviera la clave secreta para conocer el misterio de la vida nunca lo sabríamos, porque siempre que abre la boca caemos sobre él. Preferimos escuchar a los muertos, porque todo lo muerto suscita en nosotros una respuesta.
Es probable que el arte del cine sea un arte muy antiguo, pero en su forma actual llega a su apogeo. Nunca hubo una sincronización más perfecta de oferta y demanda que en estos dominios del "arte democrático". Superproducciones, de corto metraje o lo que fuere, todo es un consistente y deletéreo ectoplasma. Si fuésemos capaces de protestar, el Pato Donald habría sido asesinado con la misma rapidez que Hitler.
El libro de Tyler menciona películas extranjeras, actores extranjeros y directores extranjeros. Tocan sutiles diferencias, diferencias que todo ser sensible ha percibido y sentido antes de la proscripción. No cabe duda de que la labor de los artistas extranjeros contiene un elemento de arte más amplio, y también tiene más sentido humano. Hoy estas diferencias parecen mínimas. Cuando los casquetes de hielo comienzan a deslizarse hacia el ecuador, las diferencias cualitativas y cuantitativas entre una forma de vida y otra se tornan aún menores que una cuestión académica. El artista europeo no puede insuflarnos nueva vida, y, aunque lo lograse, de nada valdría. La forma de vida que nos permitiera arrellanarnos en un cómodo asiento para analizar estas sutiles diferencias está en un tobogán. Todo está condenado, inclusive la sa1a de proyecciones. Y a medida que nos acercamos al día fatal, Hollywood se convierte en la única y soberana fauce, en el implacable saltamontes para el cual todas las artes, nacionales y extranjeras, son simple harina para el molino. La alucinación se convierte en autoscope... Cuando se capta esta tendencia de las cosas, se comprende que hasta una figura inspiradora: como el Mahatma Gandhi no sea otra cosa que un fetiche espiritual. Y eso no entristece tanto como enferma el estómago.
Cierta vez leí en alguna parte que todo idioma comienza como poesía y termina como álgebra. Por lo tanto, puede considerarse que todo arte comienza con material surgido del alma y termina en celuloide y celofán. Cuando hace poco me sentí trasportado por los conmovedores pasajes sobre la catedral de Chartres en el último libro de André Malraux, experimenté después la extraña sensación de que este lenguaje tan humano era: algo así como un anacronismo. Mis pensamientos volvieron a las palabras de un francés menos conocido que, en vísperas de la catástrofe, escribió: "Es hora de abandonar el mundo de los hombres civilizados y su luz. Es demasiado tarde para tratar de ser razonable y culto: esto ha conducido a una vida que carece de interés. En secreto o no, por fuerza tendremos que ser totalmente distintos, o dejaremos de existir.". ("The Sacred Conspiracy (La conspiración sagrada), por Georges: Bataille. De "Vertical", editado por Eugene Golas)
Nos quejamos de la censura, de los nefastos poderes de la iglesia, de la humillante tiranía del sistema matriarcal, del ojo reluciente que está montado para siempre en la caja registradora. Decimos que los sultanes de Hollywood son maquiavélicos porque explotan con tanto éxito el bajo gusto de la turba. Pretendemos que existe una impía confabulaci6n entre iglesia, Estado, fábrica y cine, y la pretensión es justa. Pero examinemos de cerca a estos crueles y aviesos árbitros de nuestro destino, y obtendremos el cuadro de un hombre colectivo que ha surgido de su estado larval. Todos caminan en la noria, todos atormentados y asediados, y todos responden con automática inflexibilidad. Hay que tener la misma lástima por el Papa o un Rockefeller desdentado, que por el convicto de Georgia o Berta, la pobre costurera. Los astros de Hollywood y los hombres que los promueven, se debaten en su sueño con la misma pertinaz angustia que la prostituta y su chulo. Y mientras tanto todos hacemos con gracia el paso de ganso, todos excepto Mahatma Gandhi, quien, según la lógica fetiche, con toda seguridad tendría que estar fuera de sus cabales.
De Gandhi a Disney, o de heliotropos a los nudillos de los dedos, tenemos una interesante ensalada. Si hay misterio en torno a los poderes de la autopreservación de Hitler (Escrito antes de la guerra. Nota del Editor.), si hay alguna ambigüedad en la lógica de Gandhi, no hay otra cosa que claridad, sabiduría y justicia en el astronómico ascenso de Walt Disney a la fama. El dibujo animado, llevado a la perfección de taquilla por el cerebro maestro del inconsciente norteamericano, es el dramático y pujante epílogo del Ding an Sich. Es la escenificación del epiceno impulso del hombre pequeño hacia las bonanzas espirituales del universo. ¿Hasta cuándo, me pregunto, seguiremos molestándonos en preservar el convencionalismo, o la ficción de los actores y actrices vivientes, "aun en silueta"?
¿Por qué no simplificar? ¿Por qué no llegar hasta el lecho rocoso? De la poesía al álgebra, y del álgebra a los campos de concentración astrales. ¿Por qué detenernos a inventar la geometría no euclidiana? Ya hemos cruzado la línea: estamos en el mundo de lo abstracto. Arte no representativo galvanizado a soplete. Mundo de total pureza donde el censor, atado de lengua y con pies de telaraña, se ha sumergido para otro Manwantara por debajo del umbral subliminal. A veces, cuando contemplo este mundo, extraño las idioteces simples de los fetiches con los que solía jugar. Me siento como rodeado nada más que por Lennie Frankenstein, todos muy animados, ¿sabe?, y a menudo tan elocuentes de una manera muy repulsiva, pero todos tan ávidos de un bocado… pues bien, de lo que el encargado de la casa de juego habría sugerido a Lady Chatterley. Según Parker Tyler dice con tanta propiedad en el capítulo titulado "El sueño de día", "no se puede comparar a todos los monstruos de Hollywood con la luminosa y auténtica monstruosidad del dibujo de un niño de corta edad o de los cuadros pintados por los dementes."
La fábrica de arte de Hollywood tiene un aspecto que, según observo, el autor ha omitido: me refiero al noticiero. Particularmente la voz que acompaña a la marcha de los acontecimientos. Es la misma voz, por supuesto, que nos habla en la radio; la Voz anónima del rebaño anónimo. Es la voz fraguada que debería haber tenido Frankenstein. Si se permitiera a éste hablar con naturalidad –en carácter, por así decirlo– hablada como Raymond Swing o como ese otro melifluo pájaro que vengo escuchando desde hace mil años pero cuyo nombre no recuerdo en este momento. El rasgo característico de esta nueva Voz es que no importa –lo que narre, nunca pierde su monótono lustre. Si presenta avena, gorgojea sobre avena con suaves acordes de violoncelo; si es un partido de fútbol, ídem; si es un huracán, ídem; si es la caída de Singapur, ídem; si es una nueva malla de baño, ídem; si es el control de la natalidad, ídem; si es la segunda llegada de Cristo, ídem; si es un mercado de toros, ídem; si son las pildoritas Carter para el hígado, ídem. Si anduviera por aquí el fin del mundo, informada sobre el acontecimiento con el mismo tono dramáticamente dramático de voz…
Ninguna otra época fue capaz de darnos una realización como esta voz. Dice, en efecto, que X siempre es igual a Y. ¡Y hasta le pagan por hacerlo! Nunca se menciona Z, porque Z significa Zebra y otras cosas que no se pueden mencionar. Para un vuelo planeado desde la caída de París hasta el último brochecito de metal no se requiere la más mínima modulación. La caída de Berlín o la caída de Moscú –a la Voz no le importa qué– siempre se puede introducir prolijamente como un sandwich entre el último intento de linchamiento y b nueva marca de bebida gaseosa.
Todos han visto y oído hablar a Mussolini. También él es toda una amenaza. La gente se ríe o susurra, según su mecanismo glandular. Pero con Hitler es distinto, según he observado. Es difícil decir por qué, dado que de pies a cabeza es tan ridículo como Benito. Pero la gente lo toma con mayor seriedad... lo cual es mal signo, dicho sea de paso. Sin embargo dejemos de lado a Hitler: por ser una broma de mal gusto se ha derrochado un montón de palabras en él, por no hablar de municiones. Tomemos a Stalin, o a los empresarios chinos. Observo que solamente los idiotas de Park Avenue se ríen de Stalin, y en forma bastante histérica. Stalin parece hablar un lenguaje completamente nuevo, un lenguaje que aprendió él mismo por su cuenta. Hablar como un hombre que sabe lo que dice, lo cual es muy alarmante para la gente que toda su vida ha estado acostumbrada a ajustarse a mentiras y embrollos. En comparación Roosevelt y Churchill resultan totalmente inoperantes, porque parece que nos leyeran un libro... de un libro de himnos religiosos. La Piece de résistance es esa dinástica reina del mundo amarillo, Madame Chiang Kai-Shek. Nadie sabe lo que dice, por supuesto –probablemente ni siquiera los chinos–, pero es impresionante, absolutamente impresionante. (Hasta qué punto es impresionante se apreciará mejor escuchando a Eleanor Roosevelt.).
Esta mujercita, preciosa casi como la hermosa Nefertiti, parece decir con mucha pulcritud y mucho encanto, por supuesto, que todos los pueblos blancos son impotentes, y no sólo impotentes, sino cobardes, y no sólo cobardes, sino tontos, y no sólo tontos, sino aburridos. "Sólo tengo coolíes detrás de mí -es la forma en que traduzco sus palabras-, pero hago milagros con ellos. Muchas gracias por los tres aeroplanos que me enviaron el invierno pasado." Y entonces parece enviar un beso con la mano mientras recoge su ajustada falda y se arremanga para pasar el peine por la cabeza de algún huérfano pobre y despiojarlo. El generalísimo la aguarda embelesado. Si esperan un bombardeo, se los verá sentarse para jugar al ajedrez... esto es una excelente técnica noticiosa para salvar las apariencias... y así, mientras observamos la carrera de caballos O seguimos a los ejércitos británicos en retirada, la Voz nos persigue. Mientras nos explica lo ocurrido hace seis semanas –olvidando que también leemos los diarios- ninguno de los tenebrosos acontecimientos que sacuden al mundo nos perturba. La Voz elimina todo lo que empañe el acontecimiento principal, que es la superproducción que viene después, por supuesto. Así nos prepara para entrar en trance.
Muchas veces me pregunto qué hace la Voz en el ínterin de los noticieros. ¿Juega a la polla y isita los baños turcos? ¿O se queda sentada todo el día en su casa leyendo los diarios? ¿Y con qué clase de pasta dentífrica se alimenta? De todas maneras, para eso le pagan. Esto es importante recordado.
¡Esa voz interior de la cual desconfiaba Sócrates! Puede que ahora capte usted la idea... Nietzsche, con su crueldad, gustaba satirizar a Sócrates por esta debilidad. Nietzsche creía que el hombre interior tenía algo. Pero Sócrates fue más sabio. Ahora todos saben... es un secreto a voces.
¿Será que esta Voz, suave y consistente como la más refrescante de las pastas dentífricas, es la voz del monstruo? ¿Es la Voz que ni siquiera el zar de Hollywood puede dominar? Piense en Clifton Fadiman, en esa hermosa e .impersonal dialéctica suya que surge como el espectro de Oscar Hammerstein sobre el salpicón de hechos y cifras que nos traen información imperiosamente necesaria de una forma tan amena. O en Raymond Gram Swing cuando abre su trampa para llamar a su compañera... es decir, la taquilla. Un centenar de millones de jóvenes Lennie Frankenstein, escuchan boquiabiertos. ¡Una información tan deliciosa y emocionante!... ¡Y gratis! ¡Gratis como el aire! ¿Acaso estos amenos trovadores no hacen quedar como lánguidos canarios Harz a gente como Roosevelt y Wilkie? Pues bien, de todos modos lo que entregan es pura salsa hasta la última palabra. Pero de pronto, y con mucho misterio, a veces se oye a Elizabeth Bergner que llama... larga distancia. Parece una voz interplanetaria. ¿Trata de provocar histeria o qué? Algunos dicen que dentro de poco la harán representar a Serafita... ¿O era el limpiametales Bixby? De todas maneras qué importa... Ella sufre, y eso ya es algo. Por eso son tan extraterrenas... sus actuaciones. Llora por una cosita como un corazón destrozado, ¡se imaginan! ¡Y para eso le pagan! Aunque, para ser francos, no con tanta munificencia como al Pato Donald o al Ratón Mickey.
Una cosa hay que reconocerle a Hollywood: hace circular el dinero. Demuestra que se puede sacar rendimiento hasta de las cosas más horribles y huecas. ¡Qué agradable es hoy sentarse a mirar la sangrienta guerra civil tal como afectó a encantadoras criaturas como Leslie Howard y Vivian Leigh!
¿Es que se quiere algo más actualizado? Por supuesto. ¿Qué le parece la destrucción de Varsovia, Shanghai o Rotterdam? O quizás le guste más Chungking. ¡Maravilloso fotográficamente! Especialmente en ese momento de silencio después que pasaron los bombarderos japoneses. Y ese viaje en ferrocarril por un encantador paisaje hasta la carretera de Birmania… esos extraños monjes tibetanos fuera de la lamasería. ¿Los recuerda? ¿Recuerda al peregrino que anduvo unos pasos y cayó postrado? Se levantaba y caía... quizás mil kilómetros andando así. Curioso, ¿verdad? Como algo marciano. Edificante, sin embargo. Si no hubiese guerras es probable que nunca supiéramos cómo vive esa gente extraña. Por supuesto, en tiempos de paz tenemos películas documentales, educativas... eso no puede negarse. Pero nada como esto. Todo muy experto, hasta el mismo fondo musical. Me pregunto quién arreglará la partitura cuando muestren el bombardeo de Nueva York. De todas maneras ahora se ve lo que sucede en otras partes del mundo. ¿No le gusta vivir en los Estados Unidos de Norte América? No hace falta que se moleste en salir de donde está: Hollywood se lo trae en bandeja de plata. Deberíamos agradecerle a Hollywood –y también al señor y señora Roosevelt– por haberlo hecho todo tan impecable aquí en Norte América, mientras el resto del mundo está en llamas.
Y no piensen ni por un instante, porque parezco acusados de complacencia, que en Hollywood no quieren nuevas ideas. ¡Sí; por supuesto, las quieren! Quizás cueste creerlo en momentos en que el mundo entero está en tanta turbulencia y fermentación, pero, sinceramente, en Hollywood siempre escasea el material. Es como si la vida no se desplazara con suficiente rapidez. Y sin embargo, Cristo sabe, todos hacemos lo que podemos por acelerar la destrucción. Pero allá está. Hollywood siempre tiene sus exploradores que le consiguen nuevo material, humano o no. A veces huele un poco mal, algo así como a corral, si usted entiende lo que quiero decir. Pero si alguien tiene una idea, algo que sea original... alguna pequeña idea ingeniosa… algo de buen gusto y de normas correctas... como, por ejemplo, una mujer que se enamora de su tabla de planchar... algo original y entretenido como esto... Lo aceptan. Y es más: ¡hasta le pagan! No les ofrezca la historia de su propia vida. Ellos son capaces de inventar algo mucho mejor de lo que usted puede vivirlo. No tiene que ser algo "original".
(*) Escrito a pedido de Parker Tyler, pero rechazado por los editores de su libro.
Henry Miller. Asleep & Awake.
Nota Bene: este blog de contenidos artísticos, humanísticos o culturales. Los derechos de autor de los videos que aquí se comparten pertenecen a su realizadores.
Vivimos sumergidos, cuando no ahogados, en nuestras propias abstracciones. Nos decimos: “el agua hierve a los 100 Grados Celsius”, como si los grados fueran parte inmanente de los elementos naturales. Y solemos pasar de largo sobre asuntos como: quién inventó el agua, quién inventó el grado o de dónde surge la fragua elemental.
lacl, 21 de Marzo, 2022
***
Lo invisible engloba lo visible. No vemos la membrana que recubre el útero del cosmos, pero podemos intuirla o, si se quiere, imaginarla.
lacl, 27/12/2016
*******
Jorge Luis Borges, individuo, estado.
Anticipamos a las imágenes de más abajo unas palabras sabias, a mi parecer, de Jorge Luis Borges:
"...No pertenezco a ningún partido político y no he hecho política activa. Descreo de las fronteras, y también de los países, ese mito tan peligroso. Sé que existen y espero que desaparezcan las diferencias angustiosas en el reparto de la riqueza. Ojalá alguna vez tengamos un mundo sin fronteras y sin injusticias. No voy a recepciones de la embajada soviética, donde sirven vodka o caviar. No sigo ese régimen. ¿El peronismo? Algo inverosímil. Yo no puedo hablar con imparcialidad; mi madre, mi hermana y mi sobrino estuvieron en la cárcel. A mi me echaron de un puesto mínimo que ocupaba en una biblioteca de las afueras. Me han enseñado a pensar siempre que el individuo deber ser fuerte y el Estado débil. No puede entusiasmarme una teoría en la que el Estado sea más importante que el individuo. Me acuerdo también que mi padre se definía cono un anarquista individualista. Y creo que yo también me defino como un anarquista individualista. Las dictaduras fomentan la opresión, las dictaduras fomentan el servilismo, las dictaduras fomentan la crueldad; más abominable es el hecho de que fomenten la idiotez. Combatir esas tristes monotonías es uno de los muchos deberes del escritor..."
Alan Watts, Capítulo IV de La cultura de la contra cultura.
A san Agustín de Hipona le preguntaron: «¿qué es el tiempo?». «Sé lo que es, pero cuando me lo preguntas, no lo sé», respondió. Curiosamente, él fue quien tuvo más que ver con la idea del tiempo que prevalece en Occidente.
En Grecia y en la India se creía que el tiempo era un proceso circular. Cualquiera que mire un reloj, evidentemente verá que el tiempo transcurre de forma circular. Pero los hebreos y los cristianos pensaron que el tiempo era algo que iba en línea recta. Esa es una poderosa idea que influye a todo aquel que vive en Occidente.
Todos tenemos nuestras mitologías. Cuando utilizo la palabra mitología o mito, no me estoy refiriendo a algo que es falso. Quiero decir una idea o una imagen a través de la cual la gente encuentra sentido al mundo.
El mito occidental con el que hemos nutrido a nuestro sentido común durante muchos siglos, considera que el mundo comenzó en el año -4000. Este mito se presenta en la Biblia del rey Jaime, según la cual fue transmitido por un ángel en el año 1611. En este mito, Dios, como es natural, había existido siempre, desde tiempos inmemoriales. El mundo fue creado y un día se destruirá. En algún momento en medio del tiempo, la segunda persona de la Trinidad se encamó en la forma de Jesucristo para salvar a la humanidad y establecer la verdadera iglesia. En algún momento del futuro, el tiempo tocará a su fin. Habrá un día que será el último, entonces la segunda persona de la Trinidad —Dios Hijo— reaparecerá en la gloria con sus legiones de ángeles y tendrá lugar el Juicio Final. Los que se salven vivirán eternamente contemplando a la bendita Trinidad. Los que no se portaron bien se retorcerán para siempre en el infierno.
Según esta exposición, el tiempo es unidireccional. Cada acontecimiento solo sucede una vez y jamás se podrá repetir. Según san Agustín, cuando Dios Hijo se encarnó en este mundo, se sacrificó para el perdón de todos los pecados. Esto fue algo que solo podía suceder una vez.
No sé por qué pensó eso, pero seguro que lo creyó así. De ahí la idea de que el tiempo es una historia única que tuvo un principio definido y que tendrá un final igualmente definido y eso es todo. La mayoría de los occidentales ya no creemos en esa historia, aunque muchos consideran que deberíamos creer en ella. Pero aunque no crean en ella, todavía conservan parte de su forma de pensar, una visión lineal del tiempo que nos dice que vamos por una carretera de un solo sentido. Nunca volveremos a recorrer el mismo camino y a medida que avanzamos por él pensamos que, con el tiempo, las cosas mejorarán.
Esta versión del tiempo difiere de una forma muy extraña y fascinante de la que tienen en otras partes del mundo. Veamos la visión hinduista por ejemplo. Los hinduistas no tienen una mente tan cerrada y provinciana como para creer que el mundo fue creado en una fecha tan reciente como el -4000. Ellos calculan las eras del universo en unidades de cuatro millones trescientos veinte mil años. Esa es su unidad básica para contar y se denomina kalpa. Su visión del mundo difiere bastante de la nuestra.
En Occidente vemos el mundo como un artefacto hecho por un gran técnico, el Creador. Pero los hinduistas no creen que el mundo fuera creado. Lo ven como un drama, no como algo que ha sido creado, sino como algo donde se actúa. Ven a Dios, al actor supremo o lo que denominan el Espíritu Cósmico, interpretando simultáneamente todos los papeles. En otras palabras, nosotros, los pájaros, las abejas, las flores, las rocas y los astros somos todos un acto puesto en escena por Dios, que a través de las múltiples eternidades simula que es todas esas cosas para divertirse. Finge que es todos nosotros. Al fin y al cabo no es una idea tan descabellada. Si te pidiera que pensaras qué harías en el caso de que fueras Dios, puede que descubrieras que ser omnisciente, omnipotente y eterno resultara extraordinariamente aburrido. Al final estarías deseando tener una sorpresa.
¿Qué es lo que intentamos hacer con la tecnología? Intentamos controlar el mundo. Intentamos ser omnipotentes y omniscientes. Imagina la satisfacción última de ese deseo. Cuando tuviéramos el control de todo y grandes paneles donde con tan solo apretar un botón se cumplieran todos los deseos, ¿qué querríamos entonces? Al final querríamos tener un botón rojo especial etiquetado como «sorpresa». Aprieta ese botón y ¿qué ocurrirá? De pronto perderemos nuestro estado de conciencia normal y nos encontraremos en una situación mucho más parecida a la que nos hallamos ahora, donde sentimos que estamos un poco fuera de control, sujetos a sorpresas y a los caprichos de un universo impredecible.
Los hindúes creen que Dios aprieta el botón «sorpresa» muy a menudo. Es decir, durante un período de cuatro millones trescientos veinte mil años, Dios sabe quién es. Entonces se aburre y decide olvidar quién es durante otro período semejante. Se va a dormir y tiene un sueño; a este sueño le llaman manvantara. El período en el que se despierta y no sueña se denomina pralaya, un estado de beatitud total. Pero cuando se vuelve a dormir y sueña, Él manifiesta el mundo.
Esta manifestación del mundo está dividida en cuatro eras. Se las denomina según las cuatro tiradas de los dados indios. La primera se conoce como krita, que corresponde a la tirada del cuatro, la tirada perfecta. Krita-yuga, o la primera era, dura mucho tiempo.
En ese período de manifestación del mundo, todo es absolutamente delicioso. Sería lo mismo, por ejemplo, que si tuvieras el privilegio de tener el sueño que quisieras cuando fueras a dormir por la noche. Durante al menos un mes vivirías todos tus deseos en sueños. Disfrutarías de banquetes, música y de todo aquello que desearas.
Pero luego, al cabo de unas pocas semanas, dirías: «Esto es un poco aburrido. Vamos a tener una aventura. Vamos a buscar problemas». Está bien buscarse problemas en sueños porque sabes que al final te vas a despertar. Así que lucharías contra dragones, rescatarías princesas y harías todo ese tipo de cosas.
Al cabo de un tiempo, cuando volvieras a aburrirte, podrías ir cada vez más lejos. Podrías planear olvidarte de que estás soñando. Creerías que realmente estás en peligro y ¡qué sorpresa si entonces te despertaras! Luego, una de esas noches, cuando estuvieras soñando cualquiera de esos sueños, te encontrarías justo donde estás ahora, con todos tus problemas particulares, preocupaciones, lecturas y compromisos, leyendo estas palabras. ¿Cómo sabes que esto no es lo que está sucediendo?
Luego, tras Krita-yuga, en la que todo es perfecto, viene una época algo más breve denominada Treta-yuga, que adopta su nombre de la tirada del tres en los dados indios. En Treta-yuga las cosas son algo más inseguras.
Cuando termina esa era, llega una tercera: un período más corto denominado Dvapara-yuga, cuyo nombre deriva de dva, la tirada del dos. En este período, las fuerzas del bien y del mal están equilibradas.
Cuando esa era toca a su fin, viene una época aún más breve denominada Kali-yuga. Kali significa la tirada del uno, o la peor de todas. En este período las fuerzas de la negación y de la destrucción son las que triunfan.
Kali-yuga se supone que empezó poco antes del -3000. Todavía nos quedan otros cinco mil años[5]. En este período todo se desmorona y las cosas van de mal en peor, hasta que al final, el Señor aparece en su disfraz de Kali, la destructora. Kali es negra, tiene cuatro brazos y lleva un collar de calaveras. En una mano sostiene una espada ensangrentada. En otra mano sostiene por los cabellos una cabeza cortada. Una tercera mano permanece abierta, con los dedos extendidos hacia delante en el gesto de concesión de los deseos. La cuarta mano también está abierta, con los dedos mirando hacia arriba y la palma extendida en el gesto que significa «no temáis», todo es un gran teatro. Después, todo el cosmos se destruye con el fuego y el Señor despierta a todas las almas, les revela quién es Él y luego vive durante un pralaya de 4 320 000 años en un estado de beatitud absoluta.
Esta secuencia de las eras se repite eternamente. Son las inhalaciones y exhalaciones de Brahmá, el Espíritu Supremo. Y estas equivalen a los años de Brahmá, que cada uno de ellos equivale a 360 kalpas. Y estas a su vez equivalen a siglos y así sucesivamente. Pero nunca llega a aburrirse porque cada vez que empieza un manvantara, Dios se olvida de todo lo que ha sucedido antes y queda totalmente absorto en la representación, al igual que cuando naciste y abriste los ojos en el mundo pensaste que era la primera vez. Todo el mundo era maravilloso y extraño. Lo veías con los ojos claros de la infancia.
Por supuesto, a medida que vas creciendo te vas acostumbrando a las cosas. Has visto el sol muchas veces y piensas que siempre es el mismo sol. Ves los árboles hasta que al final piensas que son los mismos viejos árboles. Empiezas a aburrirte, a venirte abajo y a desintegrarte hasta morir, porque te has cansado de todo. Pero después de tu muerte nace otro bebé, que por supuesto eres tú, porque todo bebé se denomina a sí mismo «yo», lo ve todo desde una perspectiva totalmente nueva y siente una emoción sin límites. Con esta perfecta organización para que jamás exista un aburrimiento del todo intolerable va pasando el tiempo, una y otra vez, de forma circular.
Este mito hindú es uno de los grandes mitos en el mundo sobre el tiempo. Nosotros, en nuestra era y tiempo, hemos de considerarlo muy seriamente. Como civilización con una alta tecnología que ejerce un tremendo poder sobre la naturaleza, hemos de considerar seriamente el tiempo. Por lo tanto, me permitiré formular la misma pregunta que le hicieron a san Agustín: «¿qué es el tiempo?». No voy a daros su respuesta. Sé lo que es el tiempo y cuando me lo preguntéis os lo diré. El tiempo es una medida de energía, una medida de movimiento.
Hemos acordado internacionalmente la velocidad del reloj. De modo que quiero que penséis en los relojes durante un momento. Nosotros, como todos sabemos, somos sus esclavos. Observaréis que vuestro reloj tiene una esfera circular y que está calibrado. Cada minuto o segundo está señalado con una fina línea, dibujada lo más estrecha posible, pero que resulta visible. Cuando pensamos en lo que queremos decir con la palabra «ahora», pensamos en el instante más corto posible que está aquí y que inmediatamente ha pasado, porque ese momento corresponde con la imagen de las delgadas calibraciones del reloj.
A raíz de ello, somos personas que creemos que no tenemos ningún presente, porque pensamos que el presente siempre se desvanece al instante. Este es el problema del Fausto de Goethe. Consigue su gran momento y le dice: «¡oh, retrásate más, eres tan hermoso…!». Pero el momento nunca permanece. Siempre se disuelve en el pasado.
Por consiguiente tenemos la sensación de que nuestras vidas se nos están escapando a cada momento. Por eso tenemos ese sentido de urgencia: no se ha de perder el tiempo, el tiempo es oro. Debido a la tiranía de los relojes, creemos que tenemos un pasado y que sabemos quiénes éramos —nadie te puede decir quién es ahora, solo te puede decir quién era— también creemos que tenemos un futuro. Esa creencia es terriblemente importante, porque tenemos la ingenua esperanza de que el futuro nos deparará todo aquello que estamos buscando.
Si vives en un presente que es tan corto que en realidad no existe, siempre te sentirás algo frustrado. Cuando le preguntas a una persona: «¿qué hiciste ayer?», te explicará una sucesión histórica de una secuencia de acontecimientos. Te dirá: «Me desperté a eso de las siete de la mañana. Me levanté y me hice un café, luego me cepillé los dientes y me duché, me vestí, desayuné y me marché a la oficina». Te hace un resumen histórico del curso de los acontecimientos. La gente realmente piensa que eso es lo que ha hecho.
En realidad eso es solo una explicación esquemática de lo que hicieron. Las personas viven una vida mucho más rica que todo eso, pero no se dan cuenta de ello. Solo prestan atención a una pequeña parte de la información que reciben a través de sus cinco sentidos. Se olvidan de que al levantarse y prepararse el café, su mirada se dirigió a la ventana y vio los pájaros. Se olvidan de la luz en las hojas de los árboles y de que su nariz jugueteó con el aroma del café. Se olvidan porque no eran conscientes de ello. Porque tenían prisa. Se tomaron el café muy rápido para poder ir a la oficina a hacer algo que pensaban que era muy importante.
Quizás lo era, porque de algún modo les sirvió para producir dinero. Pero como estaban tan absortas en el futuro, no utilizaron el dinero que ganaron. No pudieron disfrutarlo. Quizás lo invirtieron para poder tener un futuro donde puede que algo llegue a sucederles, ese algo que siempre han estado buscando. Pero, como es natural, nunca les sucederá, porque el mañana nunca llega. La verdad del asunto es que el tiempo no existe. El tiempo es una alucinación. Solo existe el hoy. Nunca habrá otra cosa que el hoy y si no sabes cómo vivir hoy es que estás demente.
Este es el gran problema de la civilización occidental, de todas las civilizaciones. La civilización es un sistema muy complejo donde usamos símbolos —palabras, números, figuras y conceptos— para representar el verdadero mundo de la naturaleza. Empleamos el dinero como símbolo de riqueza. Utilizamos el reloj para representar el tiempo. Usamos los kilómetros y los centímetros para representar el espacio. Todas ellas son medidas muy útiles. Pero también puedes abusar de una cosa buena. Es fácil confundir la medida con lo que estás midiendo, al igual que confundir el dinero con la riqueza. Es como confundir el menú con la cena. Puedes quedarte tan embelesado con los símbolos que los confundas por completo con la realidad. Esta es la enfermedad que padecen casi todos los pueblos civilizados. Por lo tanto, nosotros nos encontramos en la situación de comernos el menú en lugar de la cena, de vivir en un mundo de símbolos y palabras. Esto hace que nos relacionemos mal con nuestro entorno material.
Los Estados Unidos de América, como el país más progresista de Occidente, es un gran ejemplo de esto. Somos un pueblo que nos consideramos grandes materialistas y nos avergonzamos un poco de ello. Pero esta reputación no nos la merecemos en absoluto. Un materialista es una persona a la que le gusta lo material y por lo tanto lo venera, respeta y disfruta. Nosotros no hacemos eso. Nosotros odiamos lo material. No dedicamos a abolir sus limitaciones. Queremos abolir las limitaciones del tiempo y del espacio. No queremos ir de San Francisco a Nueva York en algo que vaya por tierra y estamos procurando que así sea. No nos damos cuenta de que el resultado será que San Francisco y Nueva York serán lo mismo y que no valdrá la pena ir de un sitio a otro.
Cuando te vas de vacaciones quieres ir a un sitio que sea diferente. Puede que pienses en ir a Hawai, donde imaginas que habrá playas de arena, un maravilloso océano azul y arrecifes de coral. Pero los turistas cada vez preguntan más: «¿ya se ha estropeado el lugar?». Con esto quieren decir: «¿ya es exactamente como Dallas?». Y la respuesta es «sí». Entonces cuanto más rápido se pueda llegar desde Dallas a Honolulú, más pronto esta última será como la primera y menos razón habrá para hacer el viaje. Tokyo se ha vuelto como Los Ángeles. Cuanto más deprisa te desplazas de un lugar a otro del planeta, todos los lugares se vuelven lo mismo. Este es el resultado de abolir las limitaciones del tiempo y el espacio.
Tenemos prisa por hacer demasiadas cosas. Volviendo a mi resumen de lo que hace una persona durante el día: la persona se levanta por la mañana y se prepara café, supongo que sería un café instantáneo, porque tendría demasiada prisa como para preocuparse en preparar una deliciosa taza de café. El café instantáneo es un castigo para las personas que tienen demasiada prisa.
Eso pasa con todas las cosas instantáneas. Hay algo de farsa en todo ello. ¿Adónde corrías hacia el futuro? ¿Qué creías que el futuro te iba a aportar? En realidad no lo sabes. Siempre me había parecido una excelente idea asignar a los alumnos universitarios de primero la tarea de escribir una redacción sobre cómo les gustaría que fuese el cielo. Es decir, hacerles reflexionar sobre lo que realmente quieren en esa abstracción del futuro, puesto que la verdad del asunto —tal como ya he dicho— es que no existe el futuro. El tiempo es una abstracción, al igual que el dinero y que los centímetros.
Pensemos en la Gran Depresión. Un día todo iba bien —todo el mundo era bastante rico y tenía abundancia de alimentos— y, de pronto, al día siguiente, todos estaban en la pobreza. ¿Qué pasó? ¿Habían desaparecido las granjas? ¿Se desvanecieron las vacas en el aire? ¿Dejaron de existir los peces del mar? ¿Perdieron los seres humanos su energía, habilidades y cerebros? No, esto es lo que sucedió: una mañana, después del comienzo de la Depresión, un carpintero se fue a trabajar y su capataz le dijo: «Lo siento, chico, no puedes trabajar hoy. Ya no hay centímetros».
—¿Qué quieres decir con que no hay centímetros? —dijo el carpintero.
—Sí —dijo el capataz—. Tenemos tablas, tenemos metal, pero no tenemos centímetros.
—Estás loco —le respondió el carpintero.
—Tu problema es que no entiendes de negocios —replicó el capataz.
Lo que sucedió en la Gran Depresión es que los seres humanos confundieron el dinero con la riqueza. No se dieron cuenta de que el dinero es una medida de riqueza, del mismo modo que los centímetros son una medida de longitud. Creen que es algo valioso de por sí. A raíz de ello tienen increíbles problemas.
Del mismo modo, el tiempo no es otra cosa que una medida abstracta de movimiento. Pero seguimos contando el tiempo. Tenemos la sensación de que el tiempo se nos acaba y nos hacemos la vida imposible con esto. Supongamos que estás trabajando. ¿Estás mirando el reloj? Si es así, ¿a qué esperas? A que sea la hora, las cinco en punto. Ya te puedes ir a casa y divertirte. ¿Qué vas a hacer cuando llegues? ¿Divertirte o vas a mirar la televisión —que es una reproducción electrónica de la vida que ni siquiera huele a nada— y tomarás una cena típica de estar mirando la tele —que es una especie de basura recalentada como la de los aviones— hasta que te entre sueño y te vayas a dormir?
Este es nuestro problema. No estamos vivos. No estamos despiertos. No vivimos en el presente. Recibimos una educación. ¡Vaya trampa! De niño nos envían a una guardería. En la guardería nos dicen que te estás preparando para ir a la escuela de párvulos. Luego ya llega el primero, el segundo y el tercer grado. Te dicen que estás subiendo gradualmente la escalera, que estás progresando. Cuando llegas al final de la enseñanza básica, te dicen: «ya estás preparado para ir al instituto». En el instituto te dicen que ya estás preparado para ir a la universidad. En la universidad te dicen que ya estás preparado para meterte en el mundo de los negocios con tu traje y tu diploma. Después acudes a tu primera reunión comercial y te dicen: «ya puedes salir a la calle a vender». Te prometen que ascenderás por la escalera de los negocios si vendes y quizás tengas un ascenso. Si vendes te suben el sueldo. Al final, a eso de los cuarenta y cinco años, un día llegas a ser el vicepresidente de una compañía y te dices a ti mismo: «He llegado. Pero me han engañado. Falta algo. Ya no tengo un futuro». «No es así —te dice el agente de seguros—. Yo tengo un futuro para ti, esta póliza te permitirá retirarte cómodamente a los sesenta y cinco y ahora ya puedes pensar en eso». Estás encantado. Contratas el seguro y a los sesenta y cinco te jubilas, pensando que ese es el gran logro de tu vida. El problema es que tienes trastornos de próstata, dientes postizos y arrugas. Y eres un materialista, un fantasma, una abstracción. Estás en ninguna parte, porque nunca te dijeron y nunca te diste cuenta de que la eternidad es ahora. No existe el tiempo.
¿Qué harás entonces? ¿Puedes recuperar el sonido de un tapón de botella de champán que saltó la noche pasada? ¿Puedes darme un ejemplar del Dallas Morning Herald de mañana? Sencillamente todavía no está impreso. No existe el tiempo. El tiempo es una fantasía. Es una fantasía útil, al igual que las líneas de latitud y longitud. Pero en realidad no existen. Nunca vas a atar un paquete con la línea del ecuador. El ecuador y el tiempo son lo mismo, meramente abstracciones. El tiempo es una convención. Nos permite que podamos reunirnos en la esquina de tal sitio a las cuatro en punto. ¡Estupendo! Pero no nos dejemos engañar por la convención. No es real.
Para las personas que viven en el presente no tiene sentido hacer planes. Las personas que creen en el tiempo y que viven hacia el futuro hacen muchos planes. Pero cuando estos maduran, ya no están allí para disfrutarlos. Están planificando otra cosa. Son como burros corriendo detrás de una zanahoria que cuelga de un palo delante de su hocico. Nunca están en el momento presente. Nunca llegan a donde quieren ir. Nunca están vivas. Siempre están frustradas. Por lo tanto siempre están pensando, el futuro es su preocupación. Algún día pasará, piensan. Pero como nunca llega, se desesperan. Quieren más y más tiempo. Les aterra la muerte, porque esta detiene el futuro. Y nunca llegan a su meta, sea cual fuere. Siempre hay algo más al doblar la esquina.
Por favor, ¡despierta!
No te estoy diciendo que no seas previsor, que no debas contratar una póliza de seguros, que no te hayas de preocupar por cómo vas a pagar los estudios de tus hijos. Lo que quiero decir es que no tiene sentido enviar a tus hijos a la universidad y proporcionarles un futuro si no sabes cómo vivir en el presente, porque lo único que harás es enseñarles a no vivirlo. Acabarás arrastrándote por la vida alegando que lo haces en beneficio suyo, y estos a su vez se arrastrarán por la vida aburridamente alegando que lo hacen por sus hijos.
Todos nos cuidamos de todos tan maravillosamente que nadie se divierte en absoluto. Decimos de un loco que no está del todo aquí. Nuestra enfermedad colectiva es no estar del todo aquí.
Al principio del régimen comunista en Rusia, tenían un plan de cinco años, todo iba a ser estupendo al cabo de esos cinco años, salvo que cuando llegó la fecha, tuvieron que hacer otro plan de cinco años. Estaban transformando a los seres humanos en pistas de baile para la próxima generación. Pero, por supuesto, la siguiente generación no podría bailar; tendría que convertirse en la pista de baile de la siguiente generación y así sucesivamente. Cada generación sostiene la pista para la siguiente, pero nadie llega a bailar jamás.
Como veréis la filosofía comunista y la nuestra son idénticas. De hecho, nuestro sistema también es el suyo. Cada vez nos parecemos más, debido a nuestra mala interpretación de la realidad del tiempo. Estamos obsesionados con el tiempo. Siempre ha de llegar. Mao Tse-Tung puede decir a todos los chinos: «vivid una vida aburrida, llevad la misma ropa y un pequeño libro rojo, y un día, quizás todo será estupendo».
Nosotros nos encontramos en la misma situación. Somos el país más rico del mundo y la mayoría de nuestros ejecutivos van vestidos con trajes oscuros y parecen enterradores. Comemos «Wonder Bread» (una marca de pan), al que le han inyectado espuma de poliestireno con algunos productos químicos que se supone que son nutritivos. Ni siquiera sabemos comer. Dicho de otro modo, vivimos en lo abstracto, no en lo concreto. Trabajamos por dinero, no por la riqueza. Esperamos el futuro y no disfrutamos el hoy. Estamos destruyendo nuestro entorno. Estamos Los Angelizando el mundo, en lugar de civilizarlo. Estamos convirtiendo el aire en gases tóxicos y el agua en veneno. Estamos destruyendo la vegetación de las colinas. Y ¿para qué? Para imprimir periódicos.
En nuestras universidades valoramos más lo que ha sucedido que lo que está sucediendo. Los informes de la secretaría están en cajas fuertes bajo llave, pero los libros de la biblioteca no. Por supuesto, lo que hacemos es mucho más importante que lo que hemos hecho. No comprendemos esto. Nos vamos de merienda al campo y alguien dice: «Está haciendo un día maravilloso. ¡Qué pena que nadie haya traído una cámara!». La gente se va de viaje con sus pobres cajitas alrededor del cuello y, en lugar de vivir la escena, sea cual sea, empiezan a hacer clic, clic, clic con sus cajitas, para al llegar a casa poder enseñar las fotos a sus amigos y decir: «Mirad, eso es lo que pasó. Por supuesto, yo no estuve realmente allí, solo estaba haciendo fotos».
Cuando el registro se vuelve más importante que el acontecimiento, estamos remontando el río sin remos. De modo que la necesidad más grande de la civilización es vivir el presente. Piensa en todos los problemas que nos evitaríamos. Lo tranquilas que serían las cosas. No nos estaríamos interfiriendo mutuamente. No estaríamos haciendo el bien a todos, como el general que destruyó una aldea en Vietnam por la seguridad de la misma. Esta fue su explicación. «Deja que te ayude amablemente o perecerás —dijo el mono poniendo al pez a salvo en la copa de un árbol».
El ahora es el significado de la vida eterna. Jesús dijo: «yo soy, antes que Abraham». No dijo «yo fui», sino «yo soy». Llegar a esto, saber que eres y que no existe el tiempo salvo el presente, es alcanzar de pronto el sentido de la realidad.
La meta de la educación debería ser enseñar a la gente a vivir en el presente, a estar aquí. En su lugar, nuestro sistema educativo es bastante abstracto. Rechaza los fundamentos de la vida y en vez de ello nos enseña a ser burócratas, banqueros, contables y agentes de seguros. Descuida por completo nuestra relación con los cinco aspectos del mundo material: cosechar, cocinar, vestirse, tener un hogar y hacer el amor. Estos aspectos se pasan por alto. Por eso el Congreso de los Estados Unidos puede promulgar una ley que dicte una grave penalización para aquel que queme una bandera en público. Sin embargo esos congresistas mediante actos de comisión o de omisión son los responsables de quemar lo que representa la bandera y de la erosión de los recursos naturales de esta tierra. Aunque dicen que aman a nuestro país, no es verdad. Su país es una realidad. Ellos aman a su bandera, que es una abstracción. De modo que creo que es el momento de volver a la realidad, de regresar del tiempo a la eternidad, de volver al eterno ahora, que es lo que tenemos, lo que siempre hemos tenido y lo que en realidad siempre tendremos.
Alan Watts. Sobre el despertar.
Nota Bene: este blog comparte estos contenidos únicamente movido por un interés humanístico. Los derechos de autor de los videos que aquí se incluyen pertenecen a sus realizadores.
Esta glosa que, si bien se intitula Los herejes y versa sobre los desatinos del hombre enfrentado con el hombre, acrisola su visión sobre la fuerza silente de lo femenino que busca atemperar toda exacerbación reñida con la templanza, signo característico del ancestral culto masculino por la fuerza bruta.
Vaya fineza la de Ramos Sucre para pintar, en tan pocas frases, una silueta de la humanidad. Siempre he pensado que un director de cine como Andrei Tarkovski se hubiese deleitado en estas parábolas de JARS para armar, en su creadora imaginación, escenas filmicas como las que hilvanó en su maravillosa obra Andrei Rubliov.
Salud, lacl
Post scriptum.
Agrego acá un breve texto, redactado ante el comentario de un amigo sobre la esquiva argumentación de esta fábula, en la página de José Antonio Ramos Sucre.
...
Post scriptum.
Agrego acá un breve texto, redactado ante el comentario de un amigo sobre la esquiva argumentación de esta fábula, en la página de José Antonio Ramos Sucre.
...
JARS es un fino cultor de la sugerencia. Y acaso no hay argumento sino sugerencia del mismo. No hay que olvidar el contexto de los tiempos en que escribió sus fábulas poéticas. La dictadura como statu quo, la burocracia y su silente funcionariado que él bien conoció.
Esta apretada fábula, de apenas seis párrafos, me luce como una sutil alegoría.
La doncella tiene una visión.
En esa visión aparecen algunos de los males que debemos, única y exclusivamente, a la mano del hombre: una civilización que todo lo resuelve manu militari, con sus guerras y matanzas, con su política y sus arlequines dictadores de arbitrios.
Y cierra esa visión en la oscuridad y, acaso, en la impotencia, con ese párrafo en el que ella, el alma quiere guiar a la multitud hacia un derrotero, hacia el escape, pero infructuosamente.
(lacl)
*******
LOS HEREJES, EL CIELO DE ESMALTE, JOSE ANTONIO RAMOS SUCRE
La doncella se asoma a ver el campo, a interrogar una lontananza trémula.
Su mente padece la visión de los jinetes del exterminio, descrita en las páginas del Apocalipsis y en un comentario de estampas negras.
La voz popular decanta la lluvia de sangre y el eclipse y advierte la similitud con las maravillas de antaño, contemporáneas del rey Lear.
Un capitán, desabrido e insolente con su rey, fija la tienda de campaña, de seda carmesí, en medio de las ruinas. Los soldados, los diablos de la guerra, dejan ver el tizne del incendio o del infierno en la tez árida y su roja pelambre.
Un arbitrista, usurpador del traje de Arlequín, los persuade a la licencia y los abastece de monedas de similor y de papel.
La doncella aleja la muchedumbre de los enemigos, prodigando las noches de oración. Se retiran delante de una maleza indeleble, después de fatigarse vanamente en la apertura de un camino. El golpe de sus hierros no encontraba asiento y se perdía en el vacío.
El cielo de esmalte 1929 José Antonio Ramos Sucre.
Carl Gustav Jung, Fragmentarias.
Rosario de sus expresiones.
Nota Bene: Colocamos este enlace acá por el interés que suscita el pensamiento de Jung y el bien que puede generar a aquel que lo reciba. Y reconocemos que los derechos de autor pertenecen a los creadores del mismo.