jueves, 31 de marzo de 2022

Henry Miller, El prefacio vetado. Alucinación de Hollywood de Parker Tyler. / Henry Miller. Asleep & Awake.

 


Henry Miller  

PREFACIO ORIGINAL DE ALUCINACIÓN DE HOLLYWOOD (*)

SIEMPRE tuve la intención de escribir un libro sobre Hollywood, pero desde que leí el de Parker Tyler, sé que jamás he de escribirlo; lo ha hecho de una manera que supera todo lo que yo podría aspirar.

¿Por qué vamos al cine? La mayoría de las personas inteligentes se hacen esta pregunta alguna vez en su vida, a menudo reiteradamente y con disgusto, y siempre con una sensación de vergüenza. Esta es la versión moderna de la medieval interrogante: ¿Por qué peca el hombre? Y hay que esclarecerla, aunque la respuesta de ninguna manera afecte la propia conducta. Todos seguiremos yendo al cine, así como nuestros antepasados siguieron acumulando pecados.

¿Por qué vamos, entonces? Pues bien, me parece que el motivo por el cual vamos al cine, o no vamos pero nos emborrachamos; el motivo por el cual leemos novelas policiales, o de vez en cuanto echamos el ojo a Marcel Proust o Thomas Mann; el motivo por el cual tenemos International Business Machines y la Sociedad Bíblica; el motivo por el cual fabricamos gas venenoso y organizamos sociedades para la prevención de la crueldad con los animales; el motivo por el cual estamos en guerra, a pesar de que nunca en la historia hubo un periodo en que el pueblo en general estuviera menos interesado en hacer la guerra; el motivo de mil y un móviles, pensamientos y acciones contradictorios, es uno y el mismo. Hemos llegado a un punto donde el negro y el blanco son intercambiables. Para el hombre de la calle es indistinto que se hable de elefantes o escupideras: son idénticos. La tragedia que ha envuelto al mundo, tragedia inherente a nuestra evolución, es que ya no podemos dar significado ni importancia a los acontecimientos. La vida ha perdido el colorido, y con él su dramatismo. Sólo nos queda el ruido y la furia del vacío. En un mundo que se jacta de su progreso, existe la más asombrosa falta de inteligencia, existe una ausencia de voluntad como nunca se ha conocido. Obedeciendo a nuestros temores compulsivos exhibimos una notable habilidad para organizar nuestra propia destrucción, pero ninguna en absoluto para la creación.

No hay manera de combatir la perniciosa influencia de Hollywood si no estamos dispuestos y decididos a combatir todas las demás influencias perniciosas que hacen de Hollywood lo que es y lo que representa con la engañosa fidelidad de un espejo. Si Hollywood es la alucinación de Norteamérica, como pretende Parker Tyler, entonces el alma de Norteamérica –o quizás nos convenga más hablar solamente de psiquis– está en mal estado. ¿Queremos cambiar? Esa es la cuestión.

Hace poco leí un libro de Claude Houghton, que acababa de aparecer (All Change, Humanity! / ¡Todo cambia, humanidad!). En él uno de los personajes declara: "Todos vamos a cambiar, o pereceremos. Nos vamos a regenerar, o desapareceremos en el abismo. ¡Esto sí que está claro! O seremos personas de distintos deseos, distintos pensamientos, distintas emociones, o todos formaremos parte de un vasto club de suicidas... Habrá un mundo nuevo cuando suficiente gente quiera un mundo nuevo. Alguien dijo cierta vez que hay puertas que no se abrirán hasta que millones de personas se detengan ante ellas. Cuando suficiente gente quiera un nuevo mundo, ese mundo surgirá. No antes. Los ideales no habrán de crearlo, y tampoco los planes para una utopía utilitarista. Tampoco lo crearán las oraciones, ni la planificación. Lo que cuenta es lo que todos realmente queremos más. Lo que realmente queremos cuando estamos a solas. No los ideales que profesamos... eso es simple exhibicionismo moral.

Lo que suscitó mi admiración cuando leí la primera parte del libro de Tyler en las páginas de View, fue la forma casi espectral en que el autor ha logrado penetrar la matriz en que concibe toda la progenie de Hollywood, buena, mala o indiferente. Al comentar "El halcón maltés", Parker Tyler arroja un revulsivo rayo de luz sobre el mundo de crimen y castigo que tanto fascina al público norteamericano. En el capítulo de apertura de este libro hace una declaración que proyecta otro tipo de luz sobre el enfoque de la vida de Hollywood. Habla del cometa que aguarda su ocasión para brillar, iluminando más por su mal gusto y su falta de lógica que por sus triunfos aislados. Este fenomenal aspecto del cine es de un interés absorbente. Significa, más que nada, que cuando una película como "El delator" aparece en el horizonte, no se puede decir si tendremos que esperar diez o cien años para que surja otra producción de igual esplendor y magnitud. Significa que cuando se ve una película como "La noche toca a su fin", debe llegarse a la conclusión de que fue puro accidente y nada más. Nunca se debe permitir que nuestras esperanzas despierten, nunca debe incurrirse en el error de creer que por fin el cine está entrando en el cauce que le corresponde: hay que seguir siendo cínico, pesimista, desilusionado, dependiendo exclusivamente de la siempre creciente facultad de clarividencia para su goce y comprensión de las películas.

Va sin decirlo que, con un público compuesto por Parker Tyler el cine que conocemos hoy no existiría. Hay en juego aquí un tipo de crítica que rebasa el tema y no solamente sindica a los patrocinantes y productores de esta forma de entretenimiento, sino que plantea una incontestable condena a toda nuestra manera de vivir. Las alucinaciones son reales y provienen de una conciencia culpable o de una mente enferma, que en el fondo son una y la misma cosa. Hollywood, tal como lo veo, es exactamente tan culpable o inocente de delito como todos o cualquiera de nosotros. Y puede que sea eso lo que realmente nos enfurece cuando se plantea el tema. Nada puede hacerse al respecto, así como nada pudo hacerse para evitar que Sacco y Vanzetti fueran a la silla eléctrica. El juez que impuso esta monstruosa sentencia no era culpable; el culpable fue el pueblo norteamericano... y sigue siéndolo. Los jueces que perpetran estos crímenes son tan impotentes como las víctimas a las que condenan a muerte. Mientras escribo estas líneas los titulares proclaman a gritos la noticia de la puesta en libertad de Earl Browder. Ha sufrido suficiente, dice nuestro bondadoso y magnánimo presidente. ¡Arrogante hojarasca! Queremos saber por qué sufrió. Su oportuna liberación es una broma de mal gusto, así como lo fue su inoportuno encarcelamiento. . .

En un libro de Jakob Wassermann (The Maurizius Case / El caso Maurizius. Ed. Santiago Rueda.) hay un guardiacárcel llamado Klakush que hace declaraciones sencillas y llanas que encuentro muy a propósito. Una de ellas es más o menos así: "¡Detente, mundo de humanos, y ataca el problema desde un ángulo distinto!" Otra dice: "Entonces tendremos que destruir al mundo y crear gente que piense de otra manera".

¿Que todo esto parece rebuscado? No sé. O la situación es perfectamente clara e indiscutible, o se puede seguir siendo cortés, admitiendo las diferencias de opinión ad infinitum. Las opiniones ya no importan más un rábano. Lo cierto es que no se puede fiscalizar la situación. La carta de triunfo está ahora en manos del destino.

Cómo y por qué las cosas son como son, Hollywood nos lo muestra día tras día a un precio modesto ("precios de taquilla al alcance de todos", dice Will Hays) si tenemos en consideración la vasta importancia oculta detrás de esta forma de entretenimiento innocua en apariencia. ("La cinematografía ofrece entretenimiento, solaz, información e inspiración a millones de personas cada semana" - Will Hays.) Es mucho más instructivo, si usted tiene interés en estudiar su propia sentencia de muerte, ir al Cine que leer libros o escuchar discursos políticos. Se requiere apenas, el más elemental entrenamiento para adquirir la facultad de leer con la vista. Una vez que se posee esta facultad, el entretenimiento no tiene precio. Cómo interpretar la realidad, a eso equivale. Es el cometido metafísico más elevado que jamás se haya ofrecido a un público lisiado que no tiene sentido crítico. En términos de vida la gratificación es nula. Hay que gozarlo por sI mismo o renunciar a él por completo. Todas las verdades percibidas, toda realización lograda, todo impulso precipitado no lo lleva a uno a ninguna parte. Se sale de un mundo de sombras para entrar en otro, se sale de un sueño y se entra en otro, pero, el otro siempre es el mismo. Es como adquirir conciencia cuando todavía se está en el vientre y volver a la inconsciencia por pura desesperanza y futilidad. El mismo Cristo, si saliera del "Normandie" en Park Avenue y la calle 53 en Nueva York, no podría alterar la configuración en un cabello, aunque poseyera poderes cien veces más milagrosos de los que sus discípulos le atribuían. De alguna manera, cuando se sale de un lugar como el "Normandie" –y más todavía cuando se sale del "Grauman's Chinese Theatre" de Hollywood– se sabe como nunca que Cristo fue realmente crucificado, se levantó de entre los muertos y subió al cielo. "Hombre de congojas que conocía el dolor." (Cortesía de la International Biblie Machine Corporation, Park Avenue, N. Y.) Sí, usted lo sabe en lo profundo de sus intestinos. Usted sabe que la vida de él no solamente fue trágica y simbólica, sino que no produjo absolutamente ningún resultado. (De lo contrario usted no saldría del cine con aire triste y desamparado.) Y también sabe algo más. Sabe que todos los vivos serán crucificados sin excepción, no una sola vez como Cristo, sino un millón de veces. Sabe que no hay diferencia entre que usted arroje una bomba o reciba el premio Nóbel por contribuir y fomentar la más santa de las paces. Tiene usted la delirante sensación de ser foutu. Lo que agrava su delirio es que usted ha pagado buen (o mal) precio para ver cómo lo convertían en foutu. Jamás tendrá usted la oportunidad de contemplarse como el ángel que querría ser. Podrá llegar a héroe, podrá ganar el premio Guggenheim, hasta podrá ser presidente, ¡Dios no lo quiera!, pero nunca descubrirá la manera de salir de la ratonera. Las salidas están cerradas, las trampas están bajas. La mejor película del año sencillamente podría ser la peor. Ningún premio ni condena es capaz de alterar nada. Nada puede alterarse. Nadie, absolutamente nadie, es culpable; y tampoco se debe elogiar, criticar o condenar a nadie. Si esto lo enloquece, podrá usted romper el espejo, pero con eso no cambiará la faz de las cosas, y usted lo sabe.

"La cinematografía es el arte democrático del siglo veinte", dice Will Hays en nombre de los Productores y Distribuidores de Películas Cinematográficas de Norteamérica. Para apreciar la significación de esta declaración se deben leer algunos de los hechos concomitantes recopilados por este gran Sanhedrin de la industria cinematográfica. En 1941, según "Film Facts", el cine ha dado empleo regular a 282.000 personas, los sueldos pagados ascendieron a 400.000.000 de dólares anuales, y para la producción de películas se requirieron 276 artes, oficios y profesiones. Estos hechos van tomados de la mano con el Código de Producción, cuyos principios generales han sido formulados así:

1. No se producirá ninguna película que degrade las normas morales de las personas que la ven. En consecuencia, nunca debe volcarse la simpatía del auditorio hacia la delincuencia, las malas acciones, la perversidad o el pecado.

2. Se presentarán normas de vida correctas, solamente sujetas a los requisitos del drama y el entretenimiento.

3. No se ridiculizará a la ley, sea natural o humana, y tampoco se crearán simpatías por su violación.

Las "aplicaciones particulares" de estos principios generales, que son expuestos en detalle, merecen un serio estudio, es decir, por algún badulaque serio como Thorstein Veblen. Citaré apenas unas cuantas para indicar el tenor benévolo de estos altivos individuos que se erigen en custodios de la moral pública. . .

"La técnica del homicidio será presentada de una manera que no inspire imitación".

"No se justificará la venganza en los tiempos modernos."

"No se exhibirá el uso del alcohol en la vida norteamericana, cuando la trama o la caracterización correcta no lo requieran."

"Se mantendrá en alto la santidad de la institución del matrimonio y el hogar. Las películas no darán a. entender que las formas bajas de relación sexual son cosa común o aceptada."

"No deben introducirse escenas de pasión cuando no son esenciales para la trama."

"En general, la pasión debe ser encarada de manera que estas escenas no estimulen al elemento más bajo y degradado."

"La seducción y la violación nunca serán elementos convenientes para comedias.”

"Está prohibida la perversión o toda inferencia de ella.”

"Está prohibido el entrecruzamiento de razas (relaciones sexuales entre blancos y negros).”

"La higiene sexual y las enfermedades venéreas no son temas para la cinematografía.”

"Nunca se presentarán escenas de parto, reales o en silueta.”

"Nunca se expondrán los órganos sexuales de los niños.”

"El manejo de temas bajos, desagradables o repulsivos, aunque no necesariamente malos, siempre estará sujeto a los dictados del buen gusto y a la consideración de la sensibilidad del público.”

"Los religiosos, en su carácter de tales, no serán utilizados como personajes cómicos o villanos.”

"Las escenas de alcoba serán regidas por el buen gusto y la delicadeza.”

Bajo el encabezamiento de "Temas repelentes" aparece esto: "Los siguientes temas serán tratados dentro de los cuidadosos límites del buen gusto:

1. - Ahorcamientos o electrocuciones como castigos legales por crímenes.

2. - Métodos de crueldad.

3. - Brutalidad y posibles horrores.

4. - Marcado a fuego de personas o animales.

5. - Evidente crueldad a niños o animales.

6. - Venta de mujeres, o mujeres que venden su virtud.

7. - Intervenciones quirúrgicas.

Sigue a esto un código referente a "Regulaciones especiales sobre delincuencia en películas cinematográficas," obra maestra siniestra, escrita al parecer por el mismo genio que ideó lo que antecede, en la cual los tapujos y las revelaciones se suceden en una fuga a contrapunto.

Cuando en nuestros momentos seniles y débiles nos preguntamos por qué se producen tan pocas películas buenas, recordemos que los buenos padres que por su libre voluntad prepararon este código neo-hamurábico, tuvieron como principio rector la elevación del buen gusto, que es la apoteosis de la negación. Seamos indulgentes y perdonemos, dado que la suprema preocupación de ellos es aumentar los ingresos de taquilla. Representan a los elegidos espirituales de nuestro tiempo. Trabajan por la verdad, la justicia y la decencia sobre una fría base monetaria. Proveen entretenimiento, solaz, información e inspiración para todos a un precio tan modesto, tan razonable, que en vez de suicidarnos acudimos a sus lujosas salas de exhibición y nos masturbamos en sueños. ¡Que Dios os bendiga, queridos y providenciales ángeles de la piedad! Os agradecemos vuestros abundantes presentes. . .

Antes de dar la señal de que "no hay moros en la costa" arañemos unas cuantas dicotomías letales en la guitarra dialéctica. Están el autómata y el dirigente sindical, el pistolero y el juez políticamente acomodado, la prostituta y el cruzado combatiente del vicio. Toquémoslo en do menor en todos los ámbitos y estratos de la vida, y tendremos una concatenación casi tan perfecta como la mismísima justicia divina. Según Klakusch, "los iniciados sencillamente se ríen de la idea de protección o mejoramiento."

¿No hay moros en la costa? ¡Perfecto! Pues ahora hablemos de fetiches…

Los proletarios son los fetiches de la tierra. Sobre ellos están los crueles amos de la tierra, también fetiches, pero éstos, a diferencia del proletariado, están condenados a perpetuar su laya sin el beneficio de un Lincoln o un Lenin. Desde los albores de la historia apenas un puñado de hombres se ha ocupado de romper el hechizo. Tuvieron la originalidad de concebir un mundo sin fetiches. Es más, tuvieron la valentía de actuar como si ese hecho distante ya fuese verdad. Lo más sorprendente del advenimiento de estos precursores es que los fetiches, tanto el amo como el esclavo, siguieron siendo fetiches, sólo que desarrollaron un molde o marca espiritual, como usted quiera. Ninguno de ellos pensó en emular a los emancipados. Se dedicaron a rendir culto, nada más, y, dicho sea de paso, se hicieron más malignos.

Un superfetiche, aunque fuese impotente para liberar al mundo, por lo menos tendría la inteligencia necesaria para saber que la inteligencia no sirve para nada si solamente tenemos la ilusión de que somos libres. Bajo el yugo, la libertad y la esclavitud son fácilmente intercambiables. El superfetiche no querría ser millonario, así como no querría ser un mecánico muy bien remunerado en los talleres de Ford. No querría ser dictador ni querría ser intocable. Su único plan de acción consistiría en romper el molde, o sea salir del trance. Esto no sería una solución, porque no hay soluciones. Sería una liberación, sería la oportunidad de escapar a la maquinaria del reloj. ¡Salir de pronto y ver lo que sucede! Ese sería el santo y seña. Sencillamente rompería el dique y convertiría el sereno lago en torrente de espumosa energía. "Sereno lago" es un eufemismo. Charca estancada es mejor.

En la charca estancada de la vida los fetiches se crían como bacterias. Esto no tiene nada de malo en cuanto a las bacterias en sí. Tampoco hay nada de malo con los fetiches, cuando el mundo entero es un fetiche. Pero en nuestros gélidos corazones de fetiche sabemos que este estado de trance en que nos venimos reproduciendo como piojos desde milenios, es apenas un aspecto parcial de la vida. Una parte de nosotros es fetiche y la otra es indefinible, pero infinitamente libre por comparación. Este vasto ámbito de nuestro ser es lo que Hollywood no simplemente ignora, pues ello significaría que lo conoce y lo rechaza, sino que es ajeno a él. De vez en cuando un artista revela que tiene una remota noción de su existencia, pero preocuparse de este grande e inexplorado dominio equivaldría a arriesgar su suicidio como artista. Todo el vasto mundo cultural flota sobre nuestras cabezas como incienso que surge del sudor de esclavos. El arte es el bálsamo que aplicamos a nuestras contusiones. Es el estético colutorio de peleles constipados que no solamente han perdido su apetito por la vida, sino también los dientes para mascar sus desvitalizados productos alimenticios...

Mientras todos estemos atados a la cadena de la cuadrilla, mientras todos estemos engrillados y esposados, mientras siempre contestemos con un sí a un número y usemos el mismo uniforme a rayas, las artes culturales no dejarán de ser un jarabe expectorante. Por lo menos eso es lo que las almas cultas tratan de hacemos creer. Sin embargo por alguna razón no estamos convencidos del todo. Por alguna raz6n siempre hemos esperado de los espíritus creativos algo más, algo "liberador", diría. Parece existir un amplio malentendido en toda la línea en cuanto a la naturaleza de las dotes creativas. Nunca hemos decidido si se trata de un narcótico o de una vitamina que nos falta. En nuestra confusión e inquietud –porque los fetiches también dan vueltas de un lado a otro como víctimas de una pesadilla– crucificamos primero a nuestros genios y después tratamos en vano de resucitados. Si el "genio" tuviera la clave secreta para conocer el misterio de la vida nunca lo sabríamos, porque siempre que abre la boca caemos sobre él. Preferimos escuchar a los muertos, porque todo lo muerto suscita en nosotros una respuesta.

Es probable que el arte del cine sea un arte muy antiguo, pero en su forma actual llega a su apogeo. Nunca hubo una sincronización más perfecta de oferta y demanda que en estos dominios del "arte democrático". Superproducciones, de corto metraje o lo que fuere, todo es un consistente y deletéreo ectoplasma. Si fuésemos capaces de protestar, el Pato Donald habría sido asesinado con la misma rapidez que Hitler.

El libro de Tyler menciona películas extranjeras, actores extranjeros y directores extranjeros. Tocan sutiles diferencias, diferencias que todo ser sensible ha percibido y sentido antes de la proscripción. No cabe duda de que la labor de los artistas extranjeros contiene un elemento de arte más amplio, y también tiene más sentido humano. Hoy estas diferencias parecen mínimas. Cuando los casquetes de hielo comienzan a deslizarse hacia el ecuador, las diferencias cualitativas y cuantitativas entre una forma de vida y otra se tornan aún menores que una cuestión académica. El artista europeo no puede insuflarnos nueva vida, y, aunque lo lograse, de nada valdría. La forma de vida que nos permitiera arrellanarnos en un cómodo asiento para analizar estas sutiles diferencias está en un tobogán. Todo está condenado, inclusive la sa1a de proyecciones. Y a medida que nos acercamos al día fatal, Hollywood se convierte en la única y soberana fauce, en el implacable saltamontes para el cual todas las artes, nacionales y extranjeras, son simple harina para el molino. La alucinación se convierte en autoscope... Cuando se capta esta tendencia de las cosas, se comprende que hasta una figura inspiradora: como el Mahatma Gandhi no sea otra cosa que un fetiche espiritual. Y eso no entristece tanto como enferma el estómago.

Cierta vez leí en alguna parte que todo idioma comienza como poesía y termina como álgebra. Por lo tanto, puede considerarse que todo arte comienza con material surgido del alma y termina en celuloide y celofán. Cuando hace poco me sentí trasportado por los conmovedores pasajes sobre la catedral de Chartres en el último libro de André Malraux, experimenté después la extraña sensación de que este lenguaje tan humano era: algo así como un anacronismo. Mis pensamientos volvieron a las palabras de un francés menos conocido que, en vísperas de la catástrofe, escribió: "Es hora de abandonar el mundo de los hombres civilizados y su luz. Es demasiado tarde para tratar de ser razonable y culto: esto ha conducido a una vida que carece de interés. En secreto o no, por fuerza tendremos que ser totalmente distintos, o dejaremos de existir.". ("The Sacred Conspiracy (La conspiración sagrada), por Georges: Bataille. De "Vertical", editado por Eugene Golas)

Nos quejamos de la censura, de los nefastos poderes de la iglesia, de la humillante tiranía del sistema matriarcal, del ojo reluciente que está montado para siempre en la caja registradora. Decimos que los sultanes de Hollywood son maquiavélicos porque explotan con tanto éxito el bajo gusto de la turba. Pretendemos que existe una impía confabulaci6n entre iglesia, Estado, fábrica y cine, y la pretensión es justa. Pero examinemos de cerca a estos crueles y aviesos árbitros de nuestro destino, y obtendremos el cuadro de un hombre colectivo que ha surgido de su estado larval. Todos caminan en la noria, todos atormentados y asediados, y todos responden con automática inflexibilidad. Hay que tener la misma lástima por el Papa o un Rockefeller desdentado, que por el convicto de Georgia o Berta, la pobre costurera. Los astros de Hollywood y los hombres que los promueven, se debaten en su sueño con la misma pertinaz angustia que la prostituta y su chulo. Y mientras tanto todos hacemos con gracia el paso de ganso, todos excepto Mahatma Gandhi, quien, según la lógica fetiche, con toda seguridad tendría que estar fuera de sus cabales.

De Gandhi a Disney, o de heliotropos a los nudillos de los dedos, tenemos una interesante ensalada. Si hay misterio en torno a los poderes de la autopreservación de Hitler (Escrito antes de la guerra. Nota del Editor.), si hay alguna ambigüedad en la lógica de Gandhi, no hay otra cosa que claridad, sabiduría y justicia en el astronómico ascenso de Walt Disney a la fama. El dibujo animado, llevado a la perfección de taquilla por el cerebro maestro del inconsciente norteamericano, es el dramático y pujante epílogo del Ding an Sich. Es la escenificación del epiceno impulso del hombre pequeño hacia las bonanzas espirituales del universo. ¿Hasta cuándo, me pregunto, seguiremos molestándonos en preservar el convencionalismo, o la ficción de los actores y actrices vivientes, "aun en silueta"?

¿Por qué no simplificar? ¿Por qué no llegar hasta el lecho rocoso? De la poesía al álgebra, y del álgebra a los campos de concentración astrales. ¿Por qué detenernos a inventar la geometría no euclidiana? Ya hemos cruzado la línea: estamos en el mundo de lo abstracto. Arte no representativo galvanizado a soplete. Mundo de total pureza donde el censor, atado de lengua y con pies de telaraña, se ha sumergido para otro Manwantara por debajo del umbral subliminal. A veces, cuando contemplo este mundo, extraño las idioteces simples de los fetiches con los que solía jugar. Me siento como rodeado nada más que por Lennie Frankenstein, todos muy animados, ¿sabe?, y a menudo tan elocuentes de una manera muy repulsiva, pero todos tan ávidos de un bocado… pues bien, de lo que el encargado de la casa de juego habría sugerido a Lady Chatterley. Según Parker Tyler dice con tanta propiedad en el capítulo titulado "El sueño de día", "no se puede comparar a todos los monstruos de Hollywood con la luminosa y auténtica monstruosidad del dibujo de un niño de corta edad o de los cuadros pintados por los dementes."

La fábrica de arte de Hollywood tiene un aspecto que, según observo, el autor ha omitido: me refiero al noticiero. Particularmente la voz que acompaña a la marcha de los acontecimientos. Es la misma voz, por supuesto, que nos habla en la radio; la Voz anónima del rebaño anónimo. Es la voz fraguada que debería haber tenido Frankenstein. Si se permitiera a éste hablar con naturalidad –en carácter, por así decirlo– hablada como Raymond Swing o como ese otro melifluo pájaro que vengo escuchando desde hace mil años pero cuyo nombre no recuerdo en este momento. El rasgo característico de esta nueva Voz es que no importa –lo que narre, nunca pierde su monótono lustre. Si presenta avena, gorgojea sobre avena con suaves acordes de violoncelo; si es un partido de fútbol, ídem; si es un huracán, ídem; si es la caída de Singapur, ídem; si es una nueva malla de baño, ídem; si es el control de la natalidad, ídem; si es la segunda llegada de Cristo, ídem; si es un mercado de toros, ídem; si son las pildoritas Carter para el hígado, ídem. Si anduviera por aquí el fin del mundo, informada sobre el acontecimiento con el mismo tono dramáticamente dramático de voz…

Ninguna otra época fue capaz de darnos una realización como esta voz. Dice, en efecto, que X siempre es igual a Y. ¡Y hasta le pagan por hacerlo! Nunca se menciona Z, porque Z significa Zebra y otras cosas que no se pueden mencionar. Para un vuelo planeado desde la caída de París hasta el último brochecito de metal no se requiere la más mínima modulación. La caída de Berlín o la caída de Moscú –a la Voz no le importa qué– siempre se puede introducir prolijamente como un sandwich entre el último intento de linchamiento y b nueva marca de bebida gaseosa.

Todos han visto y oído hablar a Mussolini. También él es toda una amenaza. La gente se ríe o susurra, según su mecanismo glandular. Pero con Hitler es distinto, según he observado. Es difícil decir por qué, dado que de pies a cabeza es tan ridículo como Benito. Pero la gente lo toma con mayor seriedad... lo cual es mal signo, dicho sea de paso. Sin embargo dejemos de lado a Hitler: por ser una broma de mal gusto se ha derrochado un montón de palabras en él, por no hablar de municiones. Tomemos a Stalin, o a los empresarios chinos. Observo que solamente los idiotas de Park Avenue se ríen de Stalin, y en forma bastante histérica. Stalin parece hablar un lenguaje completamente nuevo, un lenguaje que aprendió él mismo por su cuenta. Hablar como un hombre que sabe lo que dice, lo cual es muy alarmante para la gente que toda su vida ha estado acostumbrada a ajustarse a mentiras y embrollos. En comparación Roosevelt y Churchill resultan totalmente inoperantes, porque parece que nos leyeran un libro... de un libro de himnos religiosos. La Piece de résistance es esa dinástica reina del mundo amarillo, Madame Chiang Kai-Shek. Nadie sabe lo que dice, por supuesto –probablemente ni siquiera los chinos–, pero es impresionante, absolutamente impresionante. (Hasta qué punto es impresionante se apreciará mejor escuchando a Eleanor Roosevelt.).

Esta mujercita, preciosa casi como la hermosa Nefertiti, parece decir con mucha pulcritud y mucho encanto, por supuesto, que todos los pueblos blancos son impotentes, y no sólo impotentes, sino cobardes, y no sólo cobardes, sino tontos, y no sólo tontos, sino aburridos. "Sólo tengo coolíes detrás de mí -es la forma en que traduzco sus palabras-, pero hago milagros con ellos. Muchas gracias por los tres aeroplanos que me enviaron el invierno pasado." Y entonces parece enviar un beso con la mano mientras recoge su ajustada falda y se arremanga para pasar el peine por la cabeza de algún huérfano pobre y despiojarlo. El generalísimo la aguarda embelesado. Si esperan un bombardeo, se los verá sentarse para jugar al ajedrez... esto es una excelente técnica noticiosa para salvar las apariencias... y así, mientras observamos la carrera de caballos O seguimos a los ejércitos británicos en retirada, la Voz nos persigue. Mientras nos explica lo ocurrido hace seis semanas –olvidando que también leemos los diarios- ninguno de los tenebrosos acontecimientos que sacuden al mundo nos perturba. La Voz elimina todo lo que empañe el acontecimiento principal, que es la superproducción que viene después, por supuesto. Así nos prepara para entrar en trance.

Muchas veces me pregunto qué hace la Voz en el ínterin de los noticieros. ¿Juega a la polla y isita los baños turcos? ¿O se queda sentada todo el día en su casa leyendo los diarios? ¿Y con qué clase de pasta dentífrica se alimenta? De todas maneras, para eso le pagan. Esto es importante recordado.

¡Esa voz interior de la cual desconfiaba Sócrates! Puede que ahora capte usted la idea... Nietzsche, con su crueldad, gustaba satirizar a Sócrates por esta debilidad. Nietzsche creía que el hombre interior tenía algo. Pero Sócrates fue más sabio. Ahora todos saben... es un secreto a voces.

¿Será que esta Voz, suave y consistente como la más refrescante de las pastas dentífricas, es la voz del monstruo? ¿Es la Voz que ni siquiera el zar de Hollywood puede dominar? Piense en Clifton Fadiman, en esa hermosa e .impersonal dialéctica suya que surge como el espectro de Oscar Hammerstein sobre el salpicón de hechos y cifras que nos traen información imperiosamente necesaria de una forma tan amena. O en Raymond Gram Swing cuando abre su trampa para llamar a su compañera... es decir, la taquilla. Un centenar de millones de jóvenes Lennie Frankenstein, escuchan boquiabiertos. ¡Una información tan deliciosa y emocionante!... ¡Y gratis! ¡Gratis como el aire! ¿Acaso estos amenos trovadores no hacen quedar como lánguidos canarios Harz a gente como Roosevelt y Wilkie? Pues bien, de todos modos lo que entregan es pura salsa hasta la última palabra. Pero de pronto, y con mucho misterio, a veces se oye a Elizabeth Bergner que llama... larga distancia. Parece una voz interplanetaria. ¿Trata de provocar histeria o qué? Algunos dicen que dentro de poco la harán representar a Serafita... ¿O era el limpiametales Bixby? De todas maneras qué importa... Ella sufre, y eso ya es algo. Por eso son tan extraterrenas... sus actuaciones. Llora por una cosita como un corazón destrozado, ¡se imaginan! ¡Y para eso le pagan! Aunque, para ser francos, no con tanta munificencia como al Pato Donald o al Ratón Mickey.

Una cosa hay que reconocerle a Hollywood: hace circular el dinero. Demuestra que se puede sacar rendimiento hasta de las cosas más horribles y huecas. ¡Qué agradable es hoy sentarse a mirar la sangrienta guerra civil tal como afectó a encantadoras criaturas como Leslie Howard y Vivian Leigh!

¿Es que se quiere algo más actualizado? Por supuesto. ¿Qué le parece la destrucción de Varsovia, Shanghai o Rotterdam? O quizás le guste más Chungking. ¡Maravilloso fotográficamente! Especialmente en ese momento de silencio después que pasaron los bombarderos japoneses. Y ese viaje en ferrocarril por un encantador paisaje hasta la carretera de Birmania… esos extraños monjes tibetanos fuera de la lamasería. ¿Los recuerda? ¿Recuerda al peregrino que anduvo unos pasos y cayó postrado? Se levantaba y caía... quizás mil kilómetros andando así. Curioso, ¿verdad? Como algo marciano. Edificante, sin embargo. Si no hubiese guerras es probable que nunca supiéramos cómo vive esa gente extraña. Por supuesto, en tiempos de paz tenemos películas documentales, educativas... eso no puede negarse. Pero nada como esto. Todo muy experto, hasta el mismo fondo musical. Me pregunto quién arreglará la partitura cuando muestren el bombardeo de Nueva York. De todas maneras ahora se ve lo que sucede en otras partes del mundo. ¿No le gusta vivir en los Estados Unidos de Norte América? No hace falta que se moleste en salir de donde está: Hollywood se lo trae en bandeja de plata. Deberíamos agradecerle a Hollywood –y también al señor y señora Roosevelt– por haberlo hecho todo tan impecable aquí en Norte América, mientras el resto del mundo está en llamas.

Y no piensen ni por un instante, porque parezco acusados de complacencia, que en Hollywood no quieren nuevas ideas. ¡Sí; por supuesto, las quieren! Quizás cueste creerlo en momentos en que el mundo entero está en tanta turbulencia y fermentación, pero, sinceramente, en Hollywood siempre escasea el material. Es como si la vida no se desplazara con suficiente rapidez. Y sin embargo, Cristo sabe, todos hacemos lo que podemos por acelerar la destrucción. Pero allá está. Hollywood siempre tiene sus exploradores que le consiguen nuevo material, humano o no. A veces huele un poco mal, algo así como a corral, si usted entiende lo que quiero decir. Pero si alguien tiene una idea, algo que sea original... alguna pequeña idea ingeniosa… algo de buen gusto y de normas correctas... como, por ejemplo, una mujer que se enamora de su tabla de planchar... algo original y entretenido como esto... Lo aceptan. Y es más: ¡hasta le pagan! No les ofrezca la historia de su propia vida. Ellos son capaces de inventar algo mucho mejor de lo que usted puede vivirlo. No tiene que ser algo "original".

(*) Escrito a pedido de Parker Tyler, pero rechazado por los editores de su libro.



Henry Miller.  Asleep & Awake. 

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