sábado, 26 de octubre de 2024

Esther Meynell y Ana Magdalena Bach, más que una pequeña crónica, lacl /. Glenn Gould. J. S. Bach. El Clave Bien Temperado.

 


Familia Bach...



(Textos en redacción, que iré agregando)

Esto escribí yo hace algunos años:

“…Es uno de los pasajes que más vivamente conservo en el memorial de mis lecturas. Me refiero a aquel pasaje en que Ana Magdalena hace recuerdo del milagro de la música perdida, aquella epifanía de la creación que por las tardes Johann Sebastian, sentado ante el templo del órgano, regalaba a los cuatro vientos, en fugas, contrapuntos, cadencias y armonías. Milagro que nacía del matrimonio del alma con el redentor fuego del firmamento que baja de los cielos. Una música maravillosa que sólo se escucharía una vez en la vida y a la que servirían de cofres los aires y oídos de unos cuantos escuchas, puesto que era el arte del improvisar. He allí, creo, una de las claves de ese libro humilde y prodigioso. El arte regalado sin afanes de registro, ni culto a la posteridad. Siempre he albergado la intuición de que allí ha de haberse consumado una especie de misticismo dionisíaco, sin contradicción aparente para con las creencias religiosas. Todo músico (acaso todo poeta, todo artista) ha de contar con su Apolo y su Dionisio…”

Todo ello lo relata Esther Meynell en un libro magnífico, escrito en forma de memorias, un género literario de ficción, pero que no puede ser catalogado estrictamente como novela, sino como la ficción de una memoria. La primera vez que leí estas “memorias”, lo confieso, quedé arrobado y cuasi enamorado de esa mujer que narraba con tan atinada emoción sus años de convivencia con ese ángel encarnado en la persona de un humilde músico llamado Johann Sebastian. Años después, me tocó descubrir que lo que mucha gente tomaba (yo entre ellos) y sigue tomando como las revelaciones y desahogos de una esposa amorosa, no eran sino el fruto creativo de una escritora llamada Esther Meynell. Siempre me llamó poderosamente la atención el tono juvenil de estos amorosos recuerdos. Habla una mujer que, según el relato, sin haber cumplido aún los sesenta años, se considera ya una anciana, pero habla o, mejor, escribe con una lozanía que sólo hace pensar en una tensión amorosa perpetua o eternamente renovada, como si el amor más profundo y entregado pudiera contar con la virtud de reverdecer la vida en cuerpo y alma de quien lo goza y hasta, pudiéramos decir, lo padece, algo que para nada nos luce desatinado.

La señora Meynell era inglesa y escribió esta Pequeña crónica de Ana Magdalena Bach en su lengua madre. La confusión con respecto a la autoría de este hermoso libro corresponde por entero al editor de la novela, quien al lograr su traducción al alemán y su posterior publicación en la republica germana, le propuso a la autora “omitir” su nombre y publicar el libro simplemente como “La pequeña crónica de Ana Magdalena Bach”, propuesta con la que estuvo de acuerdo la señora Meynell; ello ha de haberlo planteado el editor con el objeto de lograr una mejor colocación del texto, pues mucha gente, como efectivamente ocurrió, tomaría estas memorias como las verdaderas confesiones de Ana Magdalena y sus años al lado del maestro Turingia.

Por mi parte debo decir que, más allá de la crítica que ha calificado a estas memorias como un desafío romántico, a este libro lo he tomado siempre como un intento de permitir que sea la propia música, el arte y milagro creador de un hombre llamado Johann Sebastian, los que gobernaran las peripecias de lo narrado.

Cuando, por poner un ejemplo, uno se detiene en alguno de los filmes de Tarkovski, en los que la música de Bach pasa a ser parte principalísima de un acontecimiento que no se puede narrar si no es desde el sentir, percibe acaso que hay un personaje más en el aire, en la memoria, en el alma y, de pronto, se haya sumido en un cuasi indescriptible acto de anagnórisis (reconocimiento).

Es el arte del sentir profundo, no sólo el arte de la mera técnica, el que toma la palabra y cobra cuerpo en el alma. La técnica es otro instrumento. Sin técnica, dedicación y trabajo continuo no se puede aspirar a una elevación que ande en busca de la perfección, ello, si se entiende que en toda vida la búsqueda de perfección será siempre una continua e inconclusa aspiración. Por mi parte, puedo decir que, con Esther Meynell, yo no dudo que cualquier escucha, no sólo Ana Magdalena, que haya podido contar con la fortuna de estar en los alrededores del templo en el que Johan Sebastian improvisara sus fugas, contrapuntos y corales en el órgano, haya sentido el ingobernable anhelo de volar entre las nubes, aún con la visión nublada por las lágrimas.  

Salud, lacl

   


Esther Meynell

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Glenn Gould. J. S. Bach. El Clave Bien Temperado.

Copiar y pegar en el buscador este enlace para escuchar y disfrutar de esta maravilla...

https://youtu.be/au7QkVg61VM?si=62_X4IFcKHFyyDvC



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