El leve movimiento de un brazo, acompasado con el gesto de la mano de un ser inopinado, al otro lado del mundo, puede generar resonancias y ecos en otras esquinas del orbe. Y viceversa. Para bien o para mal. Las nociones de espacio y tiempo poco cuentan en esta suerte de transmigración de sucesos de los que se compone el inmensurable coro de la creación. Pero los seres humanos, grosso modo hablando, no solemos reparar en tales experiencias, las cuales solemos considerar como menudencias sin importancia. Vivimos enfrascados, casi que podríamos decir imbuidos, en nuestros oficios y ocupaciones pero, sobre todo, en nuestras silentes obsesiones, las cuales hemos convertido en patrones de conducta que se repiten, jornada tras jornada, obstaculizando la armonía que, de suyo, viene inserta en nuestra sangre al abrir los ojos por primera vez al mundo.
Son estas unas reflexiones solapadas, acaso meta literarias, que surgen a un margen de la vereda, luego de haber leído "Todo fluye", la novela de Vasili Grossman, la que de manera milagrosa se salvó de la quema y pudo ser publicada unos 25 años después de la muerte del censurado escritor, gracias a la (infelizmente momentánea) política de apertura que significó el Glassnot y la Perestroika.
Reflexiones que, quizás, vengan al caso, cuando a lo largo y ancho del mundo conocido como civilización humana, trátese de la de tiempos pretéritos o de la de ahora, un simple y desprejuiciado observador puede notar que dicha civilización se ha caracterizado por aherrojar, subyugar, avasallar a la divina persona del ser humano que de ella forma parte, para cercenarle así todo derecho a su libertad como ser indiviso.
El hecho de que una persona que plasma en unas hojas lo que ve, sea en forma de narración o de canto poético, y que tenga que confiarlas a un tercero que ha de enterrarlas en el subsuelo para, en algún momento del futuro, quizás puedan ser ventiladas al ojo del público, nos revela el milagroso poder que encarna en esa orquestación de la casuística que, como un ángel de la guarda, ampara y protege la verdad.
Y tal cosa ha sucedido con dos obras postreras de Grossman: VIDA Y DESTINO y TODO FLUYE.
En lo que concierne a las vicisitudes y contingencias que tenemos que vivir como seres humanos a los que se les pretende coartar la libertad y, de hecho, se les coarta, este año tuve la fortuna de poder iniciarlo con muchas lecturas y entre ellas destaco la de TODO FLUYE, una novela contundente y conmovedora al respecto.
En su narración todo lo que fluye es definitivamente todo lo contrario a la propagación de la libertad: la conculcación de los derechos humanos, las expropiaciones, la hambruna programada, las delaciones, los arrestos, las torturas, las ejecuciones sumarias, y sin embargo, el libro es un canto a la libertad y a nuestro derecho de permanecer en los parajes del candor, en lugar de los de la defenestración del prójimo, todo ello expresado en el vivo retrato de un ser humano, el protagonista Iván Grigórievich.
Una de las sutilezas más susceptibles de destacar en esta elegía narrativa es la firmeza del candor, la pura inocencia que se planta ante el goce de vivir en libertad, el goce de vivir en sintonía con un entorno que va más allá de los humanos poderes temporales y sus seculares bajezas. Iván ha pasado tres décadas en Siberia por la delación de un señor que se mantuvo a flote a punta de ello: de delatar a inocentes para que se les imputase como enemigos de la revolución. Hay muchos capítulos conmovedores, entre ellos, ése en el que se encuentra con el señor que le delata, un burgués de izquierda y a quien Iván le considera como uno de sus amigos de juventud. Luego de su saludo en la calle cada quien sigue sus pasos, maravilla contemplar ese encuentro y lo que cada uno piensa para sí luego del encuentro...
Los rasgos de Lenin y de Stalin son maravillosamente retratados en los silenciosos pensamientos de Iván, rasgos que casi pasan a ser parte de un tratado sobre política o, mejor, sobre el abuso de quienes ingresan a la fiesta para pelearse la torta de la política.
Una brillante acotacion, que puede tomarse como parte de sus conclusiones, es aquella que señala la paradoja de querer instaurar una "Revolución en pro de la liberación del ser humano" en una nación o conglomerado de Naciones que ha vivido más de mil años en estado de servidumbre. La incontestable conclusión es que el pueblo ruso jamás ha sido libre; ha vivido siempre en estado de servidumbre. Y los hechos ocurridos con posterioridad a la muerte de Vasili Grossman parecen reconfirmar lo narrado.
En fin, no es recomendable contar parte del anecdotario; es preciso tomar el libro y leerlo; una vez que se comienza considero que no se le puede soltar. La verdad es que me ha dado placer leerlo, a pesar de que el tema no sea un elogio de la belleza o de la humana fraternidad, ello sería cuesta arriba, si no imposible, dentro de un mundo que la niega.
Salud, lacl.
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