Pájaros perdidos de verano vienen a mi ventana, cantan, y se van volando.
Y hojas amarillas de otoño, que no saben cantar, aletean y caen en ella, en un suspiro.
Vagabundillos del universo, tropel de seres pequeñitos, dejad la huella de vuestros pies en mis palabras.
Para quién lo sabe amar, el mundo se quita su careta de infinito. Se hace tan pequeño como una canción, como un beso de lo eterno.
Las lágrimas de la tierra le tienen siempre en flor su sonrisa.
Si de noche lloras por el sol, no verás las estrellas,
Tengo encendidas mis estrellas en el cielo, y ay de la lámpara apagada en mi casa !
Como se prenda en ti el polvo de las palabras muertas, lava tu alma en el silencio.
Traducción de Zenobia Camprubí de Jiménez, la esposa de Juan Ramón...
Editorial Lozada, Buenos Aires, 1948.
(Tan sólo he matizado un tanto la última de las anotaciones, lacl)
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