Glosar no es una palabra de muy corriente uso. La utilizamos mayormente de manera literaria. Sin embargo, no nos resulta extraño toparnos con altísima frecuencia con la palabra glosario. Por lo tanto, glosar es casi como rezar un rosario o versar sobre el glosario. Vaya está innecesaria aclaratoria para divulgar una excelente glosa del poeta Ramón Ordaz.
(lacl)
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EXISTENCIAS VIRTUALES (*)
De la existencia se derivan problemas filosóficos y, junto con estos, las múltiples cosmovisiones que hacen valer esa otra distinción de lo humano: la conciencia, la que fue posible, según María Zambrano, gracias a la aparición de la pregunta en el hombre. Si la primera existencia es Dios, razón única y suficiente que explica el cosmos conocido, todo lo demás queda sujeto al precepto bíblico. La existencia explicada desde las moradas metafísicas, por lo general, nos cierran el paso; cuando no son los dogmas, son los sofismas que el hatajo de predicadores posee para “alumbrarle” el camino de salvación a pecadores y sumisos, a quienes, en estéril errancia, se les quiere rescatar para que, llegados al final de sus días, puedan disfrutar, garantías incluidas, de la trascendencia en el supramundo: el resort más completo y de larga vida en el reino de los justos. Después de haber hecho suyas toda Síbaris y toda Jauja, cualquier arrepentido en su letanía final tiene derecho todavía a un salvoconducto para arribar puro y angelical a los pies de la eternidad. Ninguna diferencia con quienes pagan desde ya un prometido viaje a la luna y a Marte en los próximos vuelos charter espaciales. Lo cierto es que cada ser humano se fabrica un paraguas virtual para estar más tranquilo con su conciencia, con el no quiero equivocarme después de la desajustada vida terrena, muy a tono con lo que solicitaba el poeta Robert Desnos: “Que sobre mi tumba pongan un paracaídas/ porque uno nunca sabe”. La virtualidad de esos modos de la existencia la vemos como normal, como un viaje inevitable a las esferas de purgación y absolución que el mismo hombre creó para no hacer tan insípido el último adiós.
Las lujosas casas de juegos, los bingos, amparan con sus noches y sus días a muchas existencias virtuales. Allí franquean sus vidas los reñidos con el peso de la cotidianidad; en esa cárcel en penumbras los ludópatas tiran a la suerte una imposible liberación. Gastan la vida allí porque se han divorciado del tiempo. Pero “El tiempo/ le hace la vida dura/ a los que quieren matarlo”, sentencia Jacques Prévert.
¿Qué decir de Internet, de las redes sociales en la que hacen vida también noche y día ensamblados varones y féminas cogitantes, qué decir de esos retratos de familia que en Facebook son la más patética expresión del kitsch de nuestro tiempo? Allí se cuece la mentira, la hipérbole y la grandilocuencia en forma desvergonzada. Allí pululan genios, sabihondos, caballeros de toda estofa, mujeres castas y puras, todos ellos, en un flirteo sin límites, con respuestas profundas e insustituibles como “Me gusta”. Otro techo virtual donde la ilusión consagra, donde la realidad de los vulgares seres de la calle es un estorbo. Objeto como somos de una existencia virtual, sin complejo ninguno, yo soy rata en el horóscopo chino. Me gusta.
(*) Ramón Ordaz.
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