I. Hay ocasiones en que un poema propone.
Hay ocasiones en que un poema propone. Y suele suceder que, en tales casos, la metáfora ceda su paso al contraste de una novedosa idea.
Reza un hermoso poema de Lawrence, traducido por Cadenas: "...los sentimientos que no tengo, no diré que los tengo...". Algo así. Un poema descarnado que propone o preconiza un develamiento, desenmascarar nuestros rostros y tirar al suelo las caretas para pisotearlas, tal cosa propone ese poema.
En ese poema la metáfora ha cedido su paso al contraste de una revelación.
Es un breve poema y creo que podemos citarlo completo:
A las mujeres por lo que a mí respecta
Los sentimientos que no tengo no los tengo.
Los sentimientos que no tengo, no diré que los tengo.
Los sentimientos que uno dice que tiene, no los tiene.
Los sentimientos que te gustaría que ambos tuviéramos ninguno de los dos los tenemos.
Los sentimientos que la gente debe tener, nunca los tiene.
Si la gente dice que tiene sentimientos, Ud. puede estar seguro de que no los tiene.
Si quieres, pues, que tú o yo sintamos algo
es mejor que abandones toda idea de sentimiento
Acaso sin proponérnoslo e, incluso, sin arteras intenciones, los seres humanos nos hemos cargado de patrones y nociones prestadas, colmando nuestras vidas de un palabrerío fingido en torno a un mundo que no sentimos y que no nos pertenece, encrucijada existencial que también nos legara Pessoa por boca de Alvaro de Campos en su canto "Al volante de un Chevrolet por la carretera de Siintra"; un canto de mayor aliento y en tono confesional (ese poema se encuentra publicado en este blog y en otra entrada). Mas, a pesar de las diferencias de estilo y extensión, el poema de Pessoa (o de Campos, como se prefiera) también propone algo en versos testimoniales: desde la confesión concluye que vivimos a préstamo, que todo en la vida es prestado:
"...Cuánto de lo prestado ¡ay de mí! yo mismo soy..."
En otras palabras el ser humano acostumbra a seguir patrones establecidos por la tradición y los ancestros. Es decir, nos incrustamos un discurso en la faz, como una careta, y eso impide un verdadero asomarse al otro.
En el caso del poema de Lawrence nos plantamos ante una enunciación que se aproxima al tono del sermón, pero es un sermón que se agradece, pues se libera -como un ave fénix- de los catecismos seculares.
Con lo anterior hemos querido sugerir que la poesía es no sólo un alado intento por acceder o, si se quiere, ascender a la belleza sino, también, una ruta alterna para compartir una visión, y ¿por qué no? también una revelación.
Me dirán que un poema también puede proponer hincándose en la metáfora. Por supuesto que sí, son casos alados, extremadamente hermosos. Y obviamente suelen ser más sutiles. Ejemplos de ello, muy logrados, los encontraremos en la poesía clásica China. Es cuestión de estilos y de propósitos o despropósitos. Querer decir algo y cómo decirlo es la clave o cifra del enigma ante el que se planta todo cultor del poema.
Dejemos en ofrenda, a manera de cierre y convite a la meditación, dos breves poemas de aquella cultura ancestral; el primero es del siglo I y el segundo del siglo IX.
FOSA COMUN
A la orilla del Huai la batalla ha terminado, de nuevo el camino se abre para los viajeros.
Atropelladamente los cuervos pasan y repasan graznando por el cielo frío. ¡Ay!, una sola tumba encierra los blancos huesos de todos los que han perecido por la gloria del general.
Chang Pung, Siglo IX
LA CANCION DE JANG
Trabajo cuando el sol se eleva. Cuando él se acuesta me acuesto. Para beber cabo mi pozo. Para comer trabajo mi campo...
¿Qué me importa el poderío del Emperador?
Anónimo, Siglo I.
(Editorial Quetzal, 1958, Buenos Aires.)
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