El santuario
A la luz de la llama de una vela
Frotas la cerilla
y la chispa,
el llano sonido
de la luz al encenderse,
abre en el aire una puerta.
No sabes cómo lo sabes,
pero sabes que entras
en un templo innominado.
Extiendes la cerilla
al encerado cordel de la vela.
Es la cuarta vez que lo intentas y ahora la llama tímidamente se insinúa en la cima de la vela,
incipiente,
cual todo canto que nace,
toda vida que despunta.
Todo lo que nace
cantando lo hace.
Quizás jamás aprendiste a orar,
nunca te enseñaron,
pero oras con la llama
porque su efluvio es canto
que ha nacido orando.
Y el resplandor te estremece,
vibra tu cuerpo en derredor;
tocado has sido en el aura
por una mano del aire.
Lo que es sabido no se aprende, aun nunca alcanzando a saber
cómo es sabido.
El silencio se empaña
con el roce de la luz
antes de fundirse en el abrazo.
Cuando sales del santuario,
te llevas el santuario.
Cuando te apartas de la llama,
la llama te llevas en silencio.
Y la cera en piedra o arcilla se convierte
en manos del escultor.
Y del fuego nace la figura del contemplador,
quien ha venido a mostrarte el retablo en un espejo,
acaso para insinuarte
que el santuario está a tus pies,
que el santuario es el sendero,
que ya caminas en él.
lacl, 10 de septiembre 2023; entre las horas del pulmón y del alba.
ESTAMPAS
Evolución de la llama, evolución de la cera.
PENTAGRAMA
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