jueves, 31 de agosto de 2023

MISTICISMO Y MORALIDAD Alan Watts (LA CULTURA DE LA CONTRACULTURA) / MISTICISM AND MORALS

 


MISTICISMO Y MORALIDAD, Alan Watts 

(LA CULTURA DE LA CONTRACULTURA)


Cuando empleo la palabra misticismo me estoy refiriendo a un tipo de experiencia —a un estado de conciencia, por así decirlo— que a mi entender es tan común entre los seres humanos como el sarampión. Es algo que sencillamente ocurre y no sabemos por qué. Todas las clases de técnicas afirman promoverla y tienen más o menos éxito en conseguirlo, pero hay algo curioso que le sucede a la gente. Es una experiencia que aunque se podría describir desde una serie de puntos de vista bastante distintos, estos también se podrían reunir bajo unas pocas características dominantes.

Uno normalmente siente que es un individuo separado en confrontación con un mundo extraño a sí mismo, eso que «no soy yo». Sin embargo, en la experiencia mística, ese individuo separado descubre que es uno y de la misma naturaleza o identidad que el mundo exterior. Es decir, el individuo ya no se siente un extraño en el mundo; más bien siente el mundo exterior como si fuera su propio cuerpo.

El siguiente aspecto del sentimiento místico es todavía más difícil de asimilar en nuestra inteligencia práctica ordinaria. Es la desbordante sensación de que todo lo que ocurre —todo lo que yo u otra persona hemos hecho— forma parte de un armonioso diseño y que no hay error alguno.

Ahora no estoy hablando de filosofía; no me estoy refiriendo a una racionalización o a algún tipo de teoría que haya fabricado alguien para explicar el mundo y hacer que parezca un lugar tolerable para vivir. Estoy hablando de una experiencia bastante caprichosa e impredecible, que de pronto alcanza a las personas, una experiencia que incluye este sentimiento de armonía total con todo.

Me doy cuenta de que estas palabras —la armonía total con todo—, pueden llevar una especie de carga sentimental o sentimiento de Pollyanna[3]. Hay varias religiones en nuestra sociedad actual que intentan inculcar la creencia de que todo es una armoniosa unidad. En cierto sentido quieren hacer proselitismo de esta creencia.

En mi opinión eso es una especie de pseudomisticismo. Es un intento de hacer que la cola mueva al perro o que el efecto produzca la causa, porque la auténtica sensación de la verdadera armonía de las cosas nunca se consigue insistiendo en que todo es armonioso. Cuando hacemos esto —cuando nos decimos «todas las cosas son luz, todas las cosas son Dios, todas las cosas son bellas»—, en realidad con ello estamos insinuando que no es así, porque no lo diríamos si supiéramos que es cierto.

De modo que la sensación de armonía universal no nos llega cuando la buscamos o cuando vamos tras ella para escapar de lo que sentimos realmente o para compensarlo. Llega como caída del cielo. Y cuando lo hace, es irresistiblemente convincente. Es la base de la mayor parte de las ideas profundas filosóficas, místicas, metafísicas y religiosas de la humanidad. Quien haya experimentado algo semejante ya no se puede callar. Se ha de levantar y decírselo a todo el mundo. Y, ¡ay de él!, sin darse cuenta se convierte en el fundador de una religión, porque la gente dice: «Mirad a esa persona, ¡qué feliz es!, ¡qué convicción tiene! No tiene dudas. Parece estar segura de todo».

Esto es lo maravilloso de un gran ser humano. Es como un animal o una flor. Cuando el capullo de una flor se abre, lo hace sin dudarlo.

Cuando una joven es presentada en sociedad, no sabe si va a tener éxito. Se presenta en el escenario social con algunas dudas en su mente. Por consiguiente, todo este tipo de apariciones en público son bastante enfermizas. Pero cuando el pájaro canta, se abre el huevo de la gallina o el capullo de una flor, no hay ninguna duda al respecto. Sencillamente ocurre.

Así, cuando alguien tiene una auténtica experiencia mística, sencillamente ocurre. Tiene que contárselo a todos porque observa que todos los que le rodean tienen un aspecto tremendamente serio. Parece como si tuvieran problemas. Como si para ellos el acto de vivir fuera extremadamente difícil. Pero desde el punto de vista de la persona que tiene esta experiencia, le resultan divertidos. No entienden que no hay ningún problema.

El místico ha descubierto que el sentido de estar vivo es sencillamente estarlo. Es decir, cuando miro el color de tu pelo y la forma de tus cejas, entiendo que su forma y color son su razón de ser. Y para eso es para lo que estamos todos aquí: para ser. Es así de fácil, obvio y sencillo. Sin embargo, las personas corren despavoridas como si fuera necesario conseguir algo fuera de ellas mismas. Lo más divertido es que ni siquiera están seguras de qué es lo que tienen que alcanzar, pero aun así lo intentan desesperadamente.

A la persona que se encuentra en el estado que yo denomino místico, esta frenética actividad le resulta muy extraña y absurda. No obstante, no es que pretenda hacer una crítica poco amable, sencillamente es una pena que las personas no sean conscientes de su propio absurdo.

Una de las cosas curiosas respecto a ellas es que no se den cuenta de que hay una dimensión, un aspecto en que su búsqueda es admirable. Jesús dijo: «Padre, perdónales porque no saben lo que hacen». Yo quiero darle a esta frase su sentido contrario. Quiero bendecirles —no perdonarles— por no saber lo que están haciendo. Quiero honrarles, porque las serias preocupaciones y ansiedades de la humanidad no solo parecen ser absurdas, sino también una especie de maravilla. Ellas son una maravilla, quizás de la misma forma que el color protector de la mariposa, que de algún modo ha conseguido que sus alas parezcan enormes ojos, es una maravilla. Cuando un pájaro que está a punto de devorarla se enfrenta a esos ojos que le miran, duda un poco, al igual que hacemos nosotros cuando alguien nos mira. Parece que la mariposa mire al pájaro y este fenómeno —las maravillosas alas que miran de la mariposa— parece ser el resultado de la ansiedad, de la angustia por sobrevivir a todos los problemas y luchas de la selección natural. Así, en nuestra intensa lucha, quizás todos seamos poetas desconocidos.

Una de las más grandes ideas que se han formulado es el concepto hinduista de que el mundo es un drama en el que el espíritu supremo y central que trasciende toda existencia se ha perdido y ha llegado a creer que no es ese espíritu supremo, sino todas las criaturas que existen. Ha llegado a creer en su propio talento artístico. Cuanto más involucrado, más ansioso, más finito, más limitado consigue sentirse el infinito, mayor es su arte, más profunda es la ilusión que ha creado.

En cierta manera, todo arte es ilusorio. El arte del mago es el arte de dirigir la ilusión, pero todo arte, ya sea pintura o teatro, confía en las ilusiones.

Por eso, cuanta más ansiedad hay, más incertidumbre y más éxito tiene el universo en su arte. Al igual que cuando leemos una novela, vemos una obra de teatro o una película, cuanto más intentan el autor o el actor persuadirnos de que la novela o la película son reales, más éxito tienen como artistas. En el fondo de tu mente puede que quede un vago recuerdo de que esa obra, por ejemplo, no es más que una obra. Pero cuando estás sentado en la punta de tu butaca sudando y tus manos agarran con fuerza los brazos del asiento porque la escena te sobrecoge, la obra se convierte en arte sublime.

Los hindúes creen que toda la disposición del cosmos es exactamente así: mientras en tu vida cotidiana te preguntas si tu médico es un cirujano competente o un charlatán, si has hecho una buena o mala inversión, los hindúes creen que todos esos sentimientos de crisis son exactamente lo mismo que los sentimientos que experimentas cuando estás sentado en la butaca del teatro. Tal como dirían los hindúes, eso en ti que es real y que te conecta bajo la superficie con todos los demás seres vivos, eso es el actor que interpreta todos los papeles. Es el creador de la ilusión. Es el origen del juego que te ha involucrado de esta manera. Y que lo está viviendo del mismo modo que lo viven los actores en el escenario y por la misma razón: para convencerte de que el juego es real.

A todo el mundo le gusta jugar al escondite, el juego de asustarse con la incertidumbre. Es humano. Esta es la razón por la que vamos al teatro o al cine y por la que leemos novelas. Y nuestra así denominada vida real, vista desde la perspectiva del místico, es una versión de la misma cosa. El místico es una persona que se ha dado cuenta de que el juego es un juego. Es un juego del escondite y todo lo que esté relacionado con el aspecto de «esconderse» está conectado con esos lugares en nuestro interior que, como individuos, hacen que nos sintamos solos, impotentes, decaídos, etc., es decir, el lado negativo de nuestra existencia.

En varios momentos he intentado demostrar que en realidad solo existe un sencillo principio que subyace a todas las cosas: todo lo interior tiene su homólogo exterior. No sabes lo que es lo interior, a menos que conozcas lo exterior. Ni sabes lo que es el exterior, salvo que exista un interior.

Tú —tal como te sientes a ti mismo normalmente— eres un interior. Eres un ser animado y sensible dentro de una piel. Si no hubiera un exterior de la piel, tampoco habría un interior. El exterior de la piel es todo el cosmos, las galaxias y todo lo demás. Ello va unido al interior, del mismo modo que la parte frontal va con la posterior. Si comprendes esto, entonces sentirás verdaderamente la armonía de todas las cosas. Esa es la visión del místico.

Alan Watts.


MISTICISM AND MORALS





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