martes, 29 de septiembre de 2020

Correspondencias. Sobre los convites o las apuestas por las buenas causas (Diario del Planeta Tierra) /



                                              A Hector Berenguer

Un convite a un grupo que tiene por misión velar por los derechos de Gea o la Madre Tierra, extendido por el querido amigo poeta Hector Berenguer, dio pie a unas reflexiones que, a veces, llevo entre la cabeza y el pecho zumbando como un enjambre de abejas revoloteando en torno a una colmena. En primer término dejo unas palabras de Hector al reiterar las razones de su convite y, acto seguido, lo que con su invitación me puso a cavilar…

¡Salud!

lacl

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Creo que este espacio tan especial tiene la mayoría de edad y el patrocinio del querido Miguel Grinberg que es el primero en anticiparse a acontecimientos globales y defender el tema ambiental de todas las formas y a lo largo de toda una vida . Creo que sentirá que los artistas y poetas de muchas naciones lo acompañamos en esta empresa de sensibilidad planetaria . Es también una oportunidad para encontrar un foro decente que nos reuna en tiempos tan difíciles.

No represento a Miguel Grinberg en ninguna formalidad y siento que él sabe quiénes llegamos a la mayoría de edad para hacer algo por nuestra casa común. Sí , estoy muy honrado de participar con gente del arte y muchas disciplinas en esta tarea común como cualquiera de todos ustedes.. Invito a participar y difundir actividades para invitar a nuevos miembros responsables de este histórico momento planetario. Saludos a los amigos nuevos y a sumar ingenio y voluntades.

Hector Berenguer.

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Acompaño a pie juntillas tus palabras y siento que es perentorio darle cauce a las mismas para el rescate de Anima Mundi. No soy un activista organizado, pero hago todo lo que puedo por las buenas causas, siempre tan quijotescamente desamparadas. Todo lo que pueda hacer una persona algo sumará. Desde nuestra madriguera acaso podamos aportar alguna palabra de aliento pero, sobre todo, una palabra en torno a la imprescindible necesidad de un cambio en la tesitura espiritual de nuestro prójimo, la del ser humano anónimo que siente, como tantos de nosotros que, en lo colectivo, vamos por tan mala senda y, sin embargo, desde la desatendida esquina que representa el ser una individualidad, sienta igualmente que la tarea es titánica, colosal, kafkiana, cuasi imposible. Acaso no sea tan imposible, acaso la desesperanza se fundamenta precisamente en la ilusión de  que el adversario, ese basilisco extraordinario y demoledor que ha creado el propio ser humano con su culto a la barbarie, luzca como invencible, aunque no lo es.

El asunto es no cejar en los intentos de que cada vecino, prójimo, amigos o supuestos contrincantes, abran sus ojos a la soslayada realidad. Intentar, si cabe, uno a uno, que se haga conciencia de que la humana responsabilidad sobre su destino, como especie, no está divorciada de su milagroso entorno. La palabra responsabilidad debe ser asumida, como lo sugiriera Elias Canetti, como una responsabilidad no limitada. El ser humano ha sido -grosso modo- acostumbrado, por obra de las ilusorias instituciones rectoras de que se ha rodeado (el grandilocuente "Estado" y sus edictos, por ejemplo) de un patrón de conducta que le dicta que su responsabilidad frente al mundo y sus vecinos ha de ser limitada, esto es, se le induce a cada individuo a comportarse, no como si se tratara de una indivisa persona humana, sino como si se tratara de una desanimada figura jurídica, casi que una firma con sello y sin espíritu. Es menester que el ser humano -en general- realice, en su fuero interior, su acto de conciencia, su revisión de los “daños causados” para intentar un propósito de enmienda, casi podríamos llamarle un acto de mea culpa, sin que con ello pretenda yo introducir acá un elemento religioso, en el sentido tradicional del término. Se trata, eso sí, de defender religiosamente (y sin el culto de los ismos) las causas de la vida, las razones de nuestro efímero paso por el cosmos. Que la especie humana algún día desaparezca de la faz del universo, acaso sea algo que va más allá de nuestra entidad de seres vivos que andan buscando una respuesta a sus  indagaciones espirituales. Pero por algo se nos ha conferido ese espíritu. No podemos desmayar en el intento de que nuestro prójimo ausculte su pecho y constate, por sí mismo, que detrás de su fachada respira una maravilla, un regalo, un don, acaso un espejo de lo inconmensurable.

Un abrazo agradecido. Tú encarnas uno de esos regalos a que nos tiene acostumbrados la providencia, que suele -contra todo pronóstico- ser muy tozuda. Un abrazo mi querido Hector Berenguer.


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