martes, 31 de diciembre de 2019

Recuerdos de un país, III. Descubrir una bola de nieve en el Caribe, lacl - Tributo a Ignacio Villa (a) Bola de Nieve





Nadie dramatiza un bolero con tanta intensidad y con tan supremo arte (basta escuchar el matrimonio de voz y piano) como Ignacio Villa, Bola de Nieve... Yo vine a conocerlo, un poco mejor, por cosas del destino. El imberbe que se iniciaba en las calles citadinas se detuvo una vez en una tienda de licores del viejo Paraíso caraqueño, pues iba -si mal no recuerdo- para una fiesta. La tienda contaba con una vitrina de cassettes, algo un tanto inusual en las licorerías. Me detuve con curiosidad a ver la oferta musical. Me llamó mucho la atención ese cassette que promocionaba al grande de Ignacio Villa (no mencionaban su epíteto, tan conocido, de Bola de Nieve). Lo compré por impulso o intuición. Lo cierto es que, luego, al escuchar esa maestría al teclado (sus dedos son una orquesta sobre el piano) y esa entrega tan absoluta del corazón al interpretar letra y sentir, haciendo de cada pieza interpretada una inconcebible puesta en escena montada por el pecho, pues me dije: estaba escrito, era para mí, este señor es otra cosa. Y desde ese momento mi vida ha estado acompañada de su arte. El bolero es algo muy de estos aires y de estas luces tropicales, y con aires tan joviales como se presentan, pareciera imposible imaginar el caudal de esa brumosa pasión que se desborda también en el bolero. En el Caribe somos así, joviales y trágicos, capaces de bailar sobre una tumba una rumba, de alzarle voces a la luna para cantar sobre amores contrariados, pero siempre un poco andaluces, con un “cuchillito de palo” bien dispuesto a cercenar muñecas, como para redondear la escena: teatro del bueno, a todo pulmón y a do de pecho, con esa música que es capaz de darle expresión a nuestra vena. Sé que muchos le habrán escuchado una y mil veces, pero no está demás volver a escucharle. Y quienes no le hayan escuchado, pues aquí les dejamos con esa simpleza, tan compleja, de voz y piano.
Salud!

lacl























Recuerdos de un país, II. Memoria: Orfeón Lamas, Agunaldos del Siglo XIX Venezolano, lacl - Galería de imágenes





Dejo el hilo de las 28 grabaciones de Aguinaldos venezolanos del siglo XIX, realizada por el Orfeón Lamas bajo la batuta del maestro Vicente Emilio Sojo. El bajo solista de esta primera "Parranda" es Antonio Lauro. Las primeras composiciones que se escuchan en este hilo descendente (del surco 28 hasta llegar al surco 1) son del tono de parranda, en las que el espíritu festivo se manifiesta, aguinaldos tradicionales de quienes, itinerando de casa en casa, iban cantando sus villancicos. Una tradición que no se ha perdido del todo, por fortuna. A continuación agregamos la versión de "Si acaso algún vecino", con Teo Capriles cómo solista. Luego vienen otros villancicos más tradicionales colmados de lirismo, composiciones muy bellas, tanto en sus letras como en sus melodías.

Director: Vicente Emilio Sojo
Coral: Orfeón Lamas
Piano & Órgano: Evencio Castellanos
Cuatro: Antonio Lauro
Tambor: Inocente Carreño
Maracas: Julio Liendo
Charrasca: Manuel Piccinini
Solistas: Carmen Liendo (Soprano)
Teo Capriles (Tenor)
Julio Liendo (Tenor)
Vicente Emilio Sojo (Barítono)
Armando Barrios (Bajo)
Antonio Lauro (Bajo)

Grabaciones realizadas en la década de 1950
Salud y felices fiestas a todos los seres de bien.







Galería de imágenes 







domingo, 29 de diciembre de 2019

Recuerdos de un país, I. Libertad plena, lacl - Quinteto Contrapunto, Aguinaldos. - Cántico de Navidad - El Ángel Tuvo Razón (Mescoli / Antonio Lauro) - El Cuarteto - Aguinaldos clásicos venezolanos con MORELLA MUÑOZ - Simón Díaz (Aguinaldos y Tradiciones)


Caracas vista desde el Ávila (Guaraira Repano), San José subiendo por el camino real (o de los españoles)


Esta nota la he escrito hace varios días pero se me había quedado en el tintero o, mejor, en el borrador de estae blog... Salud!
lacl


Una vez nos montamos tres amigos con arpa, cuatro, guitarra y unas maracas, en un bus de la vieja estación del Nuevo Circo de Caracas. Íbamos para Campo Elías, un pueblito cafetero (o cafetalero) de Trujillo. Como éramos unos muchachos, de limpios bolsillos por demás, tuvimos que hacer el viaje en tres o cuatro trancos. Para no hacer el cuento largo, voy al grano, nos ubicamos al fondo del autobús, con el arpa colocada en el centro de los últimos asientos del colectivo. Puedo decir que pasamos toda la madrugada cantando, hasta llegar a Acarigua, pero también he de agregar que la noche se pasó muy bien surtida de viandas, tortas, pasapalos y botellas de anís, ron y otros menjurjes que los viajantes pusieron y/o compraron en las paradas del bus, las que ofrecieron a todo mundo, sin olvidar a los músicos...
Me recuerda a un país, con todo y sus simulacros.


lacl, 13 de Diciembre de 2018



Esta foto es de los años 90. Toma de 35 mm y puesta en papel fotográfico. Pasada por el Scan. Fue tomada con  exposición desde el techo de la casa de Elisa Maggi y Salvador Garmendia, en el litoral venezolano.


Quinteto Contrapunto, Aguinaldos.




Cántico de Navidad - El Ángel Tuvo Razón (Mescoli / Antonio Lauro) - El 


Cuarteto  Aguinaldos clásicos venezolanos con MORELLA MUÑOZ  



  Simón Díaz (Aguinaldos y Tradiciones)  




Foto nocturna, tomada con exposición...
Vía Galipán, antiguo camino real entre Caracas y el Puerto de La Guaira. 

jueves, 26 de diciembre de 2019

Nacimiento, lacl 25-12-2019 / John Lennon: So this is Christmas





Nacimiento

La noche todo lo aclara.
Su silencio estrellado
sobrecoge todo rumor.
Ya amanece 
y el repentino callar de lo humano
exalta la ofrenda.
Silente ha tendido
su manto sobre la marea
de nuestras palabras.
Lejos de ser fría,
ha cobijado con su ignoto candor
nuestras penas y alegrías.
Ella sabe
-y por ello sonríe-
que la noche se abre
al cerrar los ojos.


lacl, 25 de Diciembre, 2019.

La noche ha sido una mensajera real. Acaso este servidor pueda fungir como su heraldo. Resulta que me desperté a eso de las 3 o 4 am del día de Navidad. Me puse a apagar las luces que se habían quedado encendidas. Y, en el ínterín, se enmudeció la última rockola alborotada de la vecindad, un verdadero milagro... Salí a contemplar el cielo. Y su azul majestuoso era el lienzo perfecto para que cualquiera se refocilara en la mirada, lo que -por supuesto- hice... Con el alba el cielo se colmaría de cirros y de pájaros pero esto he querido agradecer.






John Lennon: So this is Christmas 

Una de las más hermosas baladas de ese gran compositor y poeta que ha sido John Lennon.
Nota: este blog no tiene fines de lucro con los contenidos publicados por terceros; los videos se publican por un interés artístico y cultural exclusivamente. 







miércoles, 18 de diciembre de 2019

Guarida de los poetas: Islandia (Eugenio Montejo, Algunas palabras) / Islandia, en la voz de Eugenio Montejo




Islandia. Fiordos occidentales, foto tomada de la red



Podría decir que amo ese libro por encima de todas las cosas y no me sentiría traidor, por nada, a mi fuero interior. Pues con "Algunas palabras" me sucedió trance similar al que me atacara cuando, años después, "se me descubriera" la palabra de D. H. Lawrence. Fue como conseguir, por fin, un pecho con el que compartir un sentir aparejado. Claro, tales experiencias me han sucedido muchas veces, tal como ha de haberle sucedido a todo hijo de estos cielos cuando se le revela una palabra iluminada. La clave o cifra del asunto fue la hora en que llegó a mi vida. Justo cuando mi ser, en pleno trance de querer desplegar las alas y no saber cómo ni hacia dónde hacerlo, cruzaba su propia línea de sombra, dubitando sobre el hecho de si ese llamado sería tan cabal e imperativo cómo para imbuirme de lleno en esas aguas que tan ansiosas me llamaban: el mar de las palabras o, mejor, el del sentir en las palabras. 

Siempre ha sido así. Toda mi vida he puesto a todo en duda, es una manera como de asegurarme el aislamiento, en la mayor medida posible, de toda mentira o auto engaño que pueda estar tramando ese señor cuyo amor propio tiende tantas tramas y cuenta con tantos artilugios para engañar a un cándido espíritu. 

Lo cierto es que cuando ese libro apareció yo cruzaba esa línea -eran mis 21-. Apareció justo en el año de haber dejado yo -cometa como he sido- la Escuela de Letras y la Universidad, colmado por la nausea, harto y sin respuestas ante tantos atavíos de falsía; esos espacios se me revelaron tan acartonados como el país que los ceñía, eran como unas pequeñas réplicas del mapa mayor; así que huí necesitado de respirar, a pleno pulmón, el aire del afuera, el del verdadero afuera, ese afuera sin bridas que se desata en las trenzas luminosas de los rayos solares o en las femeninas sonoridades de las noches estrelladas, ese afuera sin compromisos ni tabulaciones, sin orden ni cláusulas, sin horarios ni nada. 

Sin embargo, nunca perdí el sendero, a pesar de mis escarceos con la asfixiante esfera humana. Tampoco dejé mis lecturas. Y en buena hora cayó ante mis ojos ese libro, Algunas palabras, en el que la poesía que se canta es el cuadro. Donde los brillos de la literatura pasaron a un segundo plano. Donde la música que se respira es la del aire. En ese crucial momento de la vida me dije: por supuesto que la poesía, por supuesto que el ver, por supuesto que el cantar, por supuesto que el vivir. Y puedo dar fe de que ese libro fue para mí el hallazgo que no había sabido yo dónde buscar en esa hora de trance. Y cuado uno no encuentra, a uno lo encuentran. Ese libro fue para mí (y tomo la expresión prestada de un amado ser, Don Federico Cisneros Bertorelli, un caballero de la vieja guardia y un padre para mí) un fiel devocionario.

Hoy rescatamos uno de esos poemas en que la sencillez se decanta por sí sola, o se canta en su encanto. Un poema en el que, contrario a lo que pudiera pensarse al leer tan sólo el título, la realidad está tan cercana como la brisa que acaricia nuestra faz. Nada es irrealidad en este canto, ni siquiera la imaginación que sueña ansiosa con la vida en otros parajes, acaso inalcanzables...

Salud!
lacl




Islandia, (Eugenio Montejo, Algunas palabras)

Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).
¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.
Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.



Islandia




Islandia. Fiordos occidentales, foto tomada de la red




Ciprés de Barinas, no conozco el nombre del autor


Foto: lacl  


Foto: lacl  

martes, 17 de diciembre de 2019

Rilke, la conciliación posible, lacl / Guarida de los poetas: Rilke, lecturas, interpretaciones. / Calling You (Bagdad Cafe film) - Jevetta Steele - Estampas, Rilke (boceto de L Pasternak y otras)




El origen de este breve trabajo o aproximación a Rilke se remonta, probablemente, al año de 1979 o el de 1980. Era yo uno de los cursantes de una memorable “Lectura” sobre Rilke, su poética y sobre tópicos generales de la poesía moderna. A un servidor tales cursos, denominados como “Lecturas dirigidas” de la escuela de Letras de la UCV le parecieron siempre los más dignos de ser cursados, puesto que iban al meollo, a la médula o piedra miliar de una obra en cuestión. Permitían profundizar en un autor, a veces en una de sus obras, otras en una visión de varias de sus obras, algo que -con suma regularidad- no se conseguía con los seminarios, por estar estos casi siempre abocados a abarcar más que a profundizar, con la mira puesta en la cantidad antes que en la calidad. Y como dijera Borges en alguna ocasión (una de sus charlas), “la estadística no es un mérito”, tampoco lo es la sobreabundancia de la cantidad.

Esa lectura dirigida, de grata recordación, reitero, estuvo al cuidado de la admirada y querida poeta Hanni Ossott. Las conversas fueron, cada noche, más intensas. Uno salía vibrando de aquella sala, esperanzado en poder seguir rozando la poesía en las horas y días subsiguientes con esa misma intensidad. Recuerdo nuestros ruegos, casi que en tono de súplica, para que se embarcara en la tarea de traducir Los Sonetos a Orfeo, luego de haber leído su maravillosa traducción de las Elegías de Duino, en material multigrafiado. 

Y es en homenaje al afecto generado en aquellas noches que mantengo el introito que, en lugar de seguir la línea de un estudio académico, más bien cabalga entre sucesos reales acaecidos entre mis horas de vigilia y ensueño y lo que sucediera en un sueño de una de las noches previas a la presentación del ensayo, pues iba tácitamete dedicado, con nuestro agradecimiento, a Hanni. Dejo ese introito también en honor a la veracidad. El ensayo es, por supuesto, una breve acotación de sentires y reflexiones suscitados por la lectura de los poemas rilkeanos, especialmente las Elegías de Duino, los Sonetos a Orfeo, El Libro de Horas y algunos poemas de otros de sus libros. No es un trabajo exhaustivo. Lo que allí a duras penas se sugiere amerita de una mayor reflexión y, por supuesto, de un más detallado desarrollo. Pero en líneas generales apunta hacia un cuadro de detalles que me parecieron dignos de resaltar en su momento.  

Salud!

lacl



Rilke, la conciliación posible


“…Pero hay alguien que acoge esta caída
con suavidad inmensa entre las manos…”


A Hanni Ossott

Introito. Bogando entre ensueño y vigilia.

Factible es que, sentado, frente a la ventana, mientras el río del tiempo seguía su curso, me haya asaltado la quietud del no pensar, pues -entonces- la mente se entumece y los postigos del mirar y los de la ventana se disuelven en su apertura hacia el espectáculo del atardecer. Tan extraña sensación bordando el pecho, cuando el silencio de la tarde se verifica por encima del afán imposible que alienta bajo las fachadas…

Súbitamente, nos perturba el chispazo de una voz humana que, como un rayo, nos regresa del anonimato; y en nuestro ser queda vibrando una incertidumbre que se olvida. Y un pandemónium de voces raídas se instaura en nuestro recinto y desfigura el pálpito que nos habita.

¡Lo difícil! ¡Lo difícil!

Súbitamente me encuentro ante una mesa ahogada entre cientos de páginas que versan sobre Rilke; del misterio de su obra y de su vida (que en Rilke no son sino una sola y misma cosa). Y otros cientos de páginas más que retienen parte de lo que la voz de la naturaleza le ordenó escarbar en las entrañas de lo invisible.

Y pretendo yo glosar a Rilke.

Pero hay momentos en los que el decir -sobre todo el decir que pretende ser puntual- se torna abrupto, se nos forja inaccesible.

En lo particular, he sentido siempre mayor afección por las noches en las que, al llegar de la calle, madrugado en mi desvelo, me encuentro con la extrañeza del dolor y el gozo en un soneto a Orfeo.

Y me pongo a conversar con Orfeo y Rilke de lo que jamás podemos decir. Y los animales y las flores se incorporan a la charla simultánea. Y azuzamos al sol y nos metemos con la luna para que, curiosos, se sumen a nuestro séquito.

La luna se acerca a Orfeo, quien -a pesar de la divinidad de su cántico- muestra siempre una apenada faz (¡Eurídice!).

La luna le dice a Orfeo que no hay razón para ello, que tal postración no es digna de su música, que apunte que todos estamos muertos; por lo que Eurídice ha de andar rondando por algún lado.

Acto seguido, Rilke y yo nos aparecemos con Eurídice tomada de  nuestras manos. Entonces el sol, Eurídice, los animales, Rilke, la luna, Orfeo, las flores y demás invitados nos fundimos en un abrazo y comenzamos a danzar.

***


Siempre me ha parecido inútil que se haga un excesivo hincapié entre las sutiles relaciones de vida y obra, cuando nos referimos al papel del artista. Pues toda vida vivida en juego cónsono con la honestidad del corazón ha de dejar rastros, bien sean silenciosos o manifiestos, de la tela inextricable que cubre a piel y espíritu.

En un mundo en el que se tasa todo gesto y donde se pregona que sólo lo tangible (esto es, lo que puede ser sopesado y catalogado como un valor de cambio) haya de ser considerado como el añorado “bien” para el ser humano, quien alza sus velas para dirigir la nave de su mundo sutil hacia tierras ajenas al tedio instaurado por el automatismo humano, ha de ser considerado como un ser antisocial, cuando no un holgazán o un inútil.

Y eso es, en líneas generales, lo que a nuestro juicio “hace” un artista: no hacer lo que todos hacen. O no hacer lo que dictan las sanas costumbres. Porque un artista pone en tela de juicio (incluso a despecho de su más acendrada voluntad) el rumbo y sentido de la nave de locos en la que todos bogamos.

Pero, ¿por qué ha de ser distinta la vida de un artista de la vida de quien no se siente como tal? ¿Dónde está el lindero subdividiendo la vida de los hombres? Acaso hayamos de buscar la respuesta entre aquellos para quienes la vida es el arte. O entre aquellos quienes hacen de la vida un arte de vivir.

Rilke, nos parece, ha sido un digno caso de ello. Su verdadera nobleza, como hombre y artista, radica en el haberse abocado, con todos los aparejos de su espíritu, al desenmascaramiento de la historia de una farsa.

Empresa dolorosa, por lo arcaico y acendrado de la comedia humana y, sin embargo, virtuosa, heroica, por el simple hecho de haberla acometido en carne propia, con todos sus riesgos, desechando los soportes y muletas, que no son sino un rudimento más de la utilería de que se dispone para representar una obra ya demasiado larga, tediosa y sin substancia; virtuosa esa faena, además, porque tuvo el coraje de enfrentar a farsa tan afligida e intrincada con el genio creador, con todos sus riesgos y bendiciones, con los más insospechados sacrificios de sus derroteros.

¿Pero de qué farsa hablamos? ¿Qué historia inmemorial de quimeras es ésa? Pues, no otra que la que ha colocado “el camelo de la cultura” en el pináculo de la devoción, si se nos permite echar mano de un giro expresivo apuntado por Henry Miller en El Coloso de Marussi. (1)

No es que pretendamos impugnarle algo en específico al valor de la cultura como espejo del alma humana. Y tampoco creemos que Rilke lo haya pretendido, como un acto volitivo.

Pero albergamos la presunción de que sobre los valores del espíritu el hombre ha extendido -como un inmenso y  mullido tapete- una cultura de la farsa. Cultura que se ha prodigado en la modernidad, apuntalándose en un catecismo que roe las entrañas de la vida anímica, al ensalzar únicamente lo crematístico. Y el principio con que dicha “cultura” fundamenta el argumento de su farsa es el rechazo.

Un rechazo hacia todo lo que no pueda ser tasado y cotejado por la mente; un rechazo a reconocer la grandeza de nuestra pequeñez; un rechazo de todo lo que implique dolor -como si el sufrimiento no se agazapara como una bestia felina para saltar sobre su carcelero en el momento más impensado-. Un rechazo por aquello que suspira detrás de la muerte, “ese lado de la vida que no da hacia nosotros”, para decirlo en palabras de Rilke. (2) En suma, un profundo rechazo por las plenitudes de la vida y por los manantiales originarios del ser del hombre.  

Todo esto fue observado y develado por Rilke -un ser tocado como de visionaria facultad- en la depuración de una palabra que, enseñoreándose en lo humano, llegó a tocar el cielo.

Encaminó pasos y faenas a soltar las amarras y poder así partir de un puerto que, tras la aséptica sonrisa, escondía -y aún hoy esconde, para nuestro pesar- como en una cuarentena interminable, el duelo callado de la duda, la seducción enfermiza del engaño, el camino cómodo de una verdad tangible, esa verdad corrosiva y deleznable de los carteles que en las ciudades anuncian:

“Lo sin muerte”

Como si los devoradores de las “frescas diversiones” estuviesen eximidos de toparse en cualquier curva del camino con el final de su muy breve quehacer.

Ante el imperio de lo fácil, Rilke exhuma el imperio de lo difícil: acusar el golpe de la muerte y absolverlo (absorbiendo, en nuestro propio cuerpo, todo lo que hemos negado a la muerte); nutrirse de las migajas y de los inasibles tatuajes que se desprenden de lo invisible, así como de la experiencia de vivir en humildad, esto es: en la certera posibilidad de nuestro regreso hacia el ser originario, hacia el lecho de nuestra interioridad, para auscultar lo vital y lo superfluo de nuestro existir.

Y si algo se transpira es conciliación y reconciliación en la voz que palpita en la palabra que nos legara Rilke. Su palabra es el fruto de una reconciliación en el hombre, entre la vida y la muerte, entre la palpable realidad y la apariencia de lo real, entre el orgullo de la tierra y el orgullo del cielo, entre el dolor ancestral y “la fuente de la alegría”…

Reconciliación que encontramos en sus imágenes poéticas, como las de “la doble esfera” o las del “doble reino”, u otras acaso un tanto más arduas de percibir, como aquella del doble orgullo desplegado en el noveno de los Sonetos a Orfeo, en su  primera parte: el orgullo celeste y el orgullo terrestre…

Vayamos a ese soneto, alertando la necesaria salvedad de lo traidora que puede llegar a ser toda traducción:

“…Mira el cielo. ¿Hay una constelación llamada jinete?
Porque está extrañamente acuñado en nosotros
este orgullo de la tierra. Y aquel otro
que lo empuja y mantiene y al que él lleva…”  

Llevamos en nosotros el sello orgulloso de lo terrestre. Reinamos en la tierra. Pero esto no es sino la manifestación del orgullo divino que, como el terrestre, también llevamos acuñado. Y ese orgullo terrestre siempre retorna al seno del invisible orden divino. Pero los hombres no podemos saber, con saber de divinidad, qué es lo que nos espera tras el umbral de la muerte…

         “…No está acosada así y luego domada
esta naturaleza nostálgica del Ser…”

Ante la inminencia de la muerte nos sentimos acosados, pero no ya, únicamente, desde la perspectiva de nuestra angustiosa pregunta por lo incognoscible. No se nos versa aquí del acoso y la nostalgia que personalmente siente el ser humano, sino del acoso y la nostalgia que vibra en el Ser de las cosas, en el Ser de lo creado. Una nostalgia que es luego domada en la plenitud de lo invisible. Y así el poema, desplegando una extraordinaria ligazón interior, sigue enunciándose con numinosa voz, para hablarnos de una presión conciliadora, a la luz de la cual, lo visible y lo invisible se fusionan.

En el ultimo terceto, canta un verso: “También la ligazón estelar miente.” Con lo que vuelven a flote las reminiscencias de aquel “mundo interpretado” del que el poeta nos habla en  la primera de sus Elegías a Duino. Si la ligazón estelar nos miente es porque el poeta o el cantor quiere (por dictado o por hallazgo) dar cuenta de lo infructuoso que resulta la faena, para el conocimiento humano, de tratar de develar verdades transpiradas en comarcas de la creación que no están al alcance de nuestras manos, mientras vamos de paso, transitando el exiguo aunque milagroso camino de la vida. Un camino que, en medio de la incertidumbre, santifica como un pan la luz de cada día. Y que dándonos de beber de la copa de aquello que nos excede, nos lleva a vislumbrar que todo lo grande, sólo por inasible es que nos miente.

De allí 
“…que nos alegre, por ahora, de creer
      la figura. Lo suficiente…”                         


Luis Alejandro Contreras


Guarida de los poetas:
Rilke, lecturas, interpretaciones.







GALERÍA DE ORFEO

Calling You (Bagdad Cafe film) - Jevetta Steele
( la hermosa balada puede ser disfrutada en la red you_tube )



Rilke visto por L Pasternak


Con Lou Andreas Salomé


Con Lou Andreas Salomé y el poeta Spiridon Drozin, 1900

sábado, 14 de diciembre de 2019

Guarida de los poetas: Wallace Stevens, El hombre de nieve (Snow man) / Lectura de Wallace Stevens




                                                      A Matilde Daviú

Este registro de la voz de Wallace Stevens, un poeta que han denominado como poeta para poetas, fue una las voces seleccionadas para la primera edición de Guarida de los poetas (eso fue en Agosto 23 de 2007). Pero la verdad es que nunca intentamos una versión a nuestra lengua, pues, en su aparente sencillez, este poema reza frases que dejan rotando soledades en el aire. Aparte de estar escrito desde el sentir de una persona que ha vivido el duro invierno de las tierras del Norte o del Sur, algo que a un ser de la línea ecuatorial o del trópico no le genera las mismas emociones. Pero, mal que bien, todos conocemos el frío. Y bastan unas escuetas pinceladas para presentarnos al hombre de nieve, que está o va al lado del escucha, que -a su vez- puede de pronto tomar el puesto del hombre nieve, ver el entorno y el abismo de la nada. 

Es como siempre sostengo, una versión provisional, como lo es toda traducción. Podría pensarse que al apelar al término de cópula en la traducción de la palabra shagged, estamos tomándonos una licencia poética, pero yo no lo creo así. Etimológicamente, ese sentido de acoplación entre dos entidades es un sentido originario de ese vocablo en lengua inglesa y acaso no haría falta resaltar que en la cópula, tal como humanamente la entendemos, hay también ese enmarañamiento o entramamiento y vibración a que la palabra shagged convoca. Es algo que va más allá de lo sexual, sin bien no queda excluido. 
Salud!
lacl





El hombre de nieve, Wallace Stevens

Uno debe tener una mente de invierno
para mirar la escarcha y las ramas
de los pinos cubiertos de nieve;

Y haber tenido frío por mucho tiempo
para contemplar los enebros copulando con el hielo
y los ásperos abetos en el brillo distante

del sol de enero; y no pensar
de ninguna miseria en el sonido del viento,
en el sonido de unas pocas hojas,

que es el sonido de la tierra
pleno del mismo viento
que está soplando en el mismo desnudo lugar

Para el escucha, que ausculta en la nieve,
Y, uno mismo nada, atisba
la nada que allí no está y la nada que es.


The Snow Man BY WALLACE STEVENS

One must have a mind of winter
To regard the frost and the boughs
Of the pine-trees crusted with snow;

And have been cold a long time
To behold the junipers shagged with ice,
The spruces rough in the distant glitter

Of the January sun; and not to think
Of any misery in the sound of the wind,
In the sound of a few leaves,

Which is the sound of the land
Full of the same wind
That is blowing in the same bare place

For the listener, who listens in the snow,
And, nothing himself, beholds
Nothing that is not there and the nothing that is.