Arte y poesía: vigencia de toda expresión lúdica, gesto o acto non servil en tiempos tan obscuros como los actuales. Disertaciones sobre el culto añejo de ciertos antagonismos: individuo vs estado, ocio y contemplación vs labor de androides, dinero vs riqueza. Ensayos de libre tema, sección sobre ars poética, un muestrario de literatura universal y una selección poética del editor. Luis Alejandro Contreras Loynaz.
Nadie dramatiza un bolero con tanta intensidad y con tan
supremo arte (basta escuchar el matrimonio de voz y piano) como Ignacio Villa,
Bola de Nieve... Yo vine a conocerlo, un poco mejor, por cosas del destino. El
imberbe que se iniciaba en las calles citadinas se detuvo una vez en una tienda
de licores del viejo Paraíso caraqueño, pues iba -si mal no recuerdo- para una
fiesta. La tienda contaba con una vitrina de cassettes, algo un tanto inusual
en las licorerías. Me detuve con curiosidad a ver la oferta musical. Me llamó
mucho la atención ese cassette que promocionaba al grande de Ignacio Villa (no
mencionaban su epíteto, tan conocido, de Bola de Nieve). Lo compré por impulso
o intuición. Lo cierto es que, luego, al escuchar esa maestría al teclado (sus
dedos son una orquesta sobre el piano) y esa entrega tan absoluta del corazón
al interpretar letra y sentir, haciendo de cada pieza interpretada una
inconcebible puesta en escena montada por el pecho, pues me dije: estaba
escrito, era para mí, este señor es otra cosa. Y desde ese momento mi vida ha
estado acompañada de su arte. El bolero es algo muy de estos aires y de estas
luces tropicales, y con aires tan joviales como se presentan, pareciera
imposible imaginar el caudal de esa brumosa pasión que se desborda también en
el bolero. En el Caribe somos así, joviales y trágicos, capaces de bailar sobre
una tumba una rumba, de alzarle voces a la luna para cantar sobre amores
contrariados, pero siempre un poco andaluces, con un “cuchillito de palo” bien
dispuesto a cercenar muñecas, como para redondear la escena: teatro del bueno,
a todo pulmón y a do de pecho, con esa música que es capaz de darle expresión a
nuestra vena. Sé que muchos le habrán escuchado una y mil veces, pero no está
demás volver a escucharle. Y quienes no le hayan escuchado, pues aquí les dejamos con esa simpleza, tan compleja, de voz y piano.
Salud! lacl
Dejo
el hilo de las 28 grabaciones de Aguinaldos venezolanos del siglo XIX,
realizada por el Orfeón Lamas bajo la batuta del maestro Vicente Emilio Sojo.
El bajo solista de esta primera "Parranda" es Antonio Lauro. Las
primeras composiciones que se escuchan en este hilo descendente (del surco 28
hasta llegar al surco 1) son del tono de parranda, en las que el espíritu festivo
se manifiesta, aguinaldos tradicionales de quienes, itinerando de casa en casa,
iban cantando sus villancicos. Una tradición que no se ha perdido del todo, por
fortuna. A continuación agregamos la versión de "Si acaso algún vecino", con Teo Capriles cómo solista. Luego vienen otros villancicos más tradicionales colmados de lirismo,
composiciones muy bellas, tanto en sus letras como en sus melodías.
Director: Vicente Emilio Sojo
Coral: Orfeón Lamas
Piano & Órgano: Evencio
Castellanos
Cuatro: Antonio Lauro
Tambor: Inocente Carreño
Maracas: Julio Liendo
Charrasca: Manuel Piccinini
Solistas: Carmen Liendo
(Soprano)
Teo Capriles (Tenor)
Julio Liendo (Tenor)
Vicente Emilio Sojo (Barítono)
Armando Barrios (Bajo)
Antonio Lauro (Bajo)
Grabaciones realizadas en la
década de 1950
Salud
y felices fiestas a todos los seres de bien.
Caracas vista desde el Ávila (Guaraira Repano), San José subiendo por el camino real (o de los españoles)
Esta nota la he escrito hace varios días pero se me había quedado en el tintero o, mejor, en el borrador de estae blog... Salud!
lacl
Una vez nos montamos tres amigos con arpa, cuatro, guitarra
y unas maracas, en un bus de la vieja estación del Nuevo Circo de Caracas.
Íbamos para Campo Elías, un pueblito cafetero (o cafetalero) de Trujillo. Como
éramos unos muchachos, de limpios bolsillos por demás, tuvimos que hacer el
viaje en tres o cuatro trancos. Para no hacer el cuento largo, voy al grano,
nos ubicamos al fondo del autobús, con el arpa colocada en el centro de los
últimos asientos del colectivo. Puedo decir que pasamos toda la madrugada
cantando, hasta llegar a Acarigua, pero también he de agregar que la noche se
pasó muy bien surtida de viandas, tortas, pasapalos y botellas de anís, ron y
otros menjurjes que los viajantes pusieron y/o compraron en las paradas del
bus, las que ofrecieron a todo mundo, sin olvidar a los músicos...
Me recuerda a un país, con todo y sus simulacros.
lacl, 13 de Diciembre de 2018
Esta foto es de los años 90. Toma de 35 mm y puesta en papel fotográfico. Pasada por el Scan. Fue tomada con exposición desde el techo de la casa de Elisa Maggi y Salvador Garmendia, en el litoral venezolano.
Quinteto Contrapunto, Aguinaldos.
Cántico de Navidad - El Ángel Tuvo Razón (Mescoli / Antonio Lauro) - El
Cuarteto Aguinaldos clásicos venezolanos con MORELLA MUÑOZ
Simón Díaz (Aguinaldos y Tradiciones)
Foto nocturna, tomada con exposición...
Vía Galipán, antiguo camino real entre Caracas y el Puerto de La Guaira.
La noche ha sido una mensajera real. Acaso este
servidor pueda fungir como su heraldo. Resulta que me desperté a eso de las 3 o 4 am del
día de Navidad. Me puse a apagar las luces que se habían quedado encendidas. Y,
en el ínterín, se enmudeció la última rockola alborotada de la vecindad, un verdadero milagro... Salí
a contemplar el cielo. Y su azul majestuoso era el lienzo perfecto para que
cualquiera se refocilara en la mirada, lo que -por supuesto- hice... Con el alba el cielo se colmaría de cirros y de pájaros pero esto he
querido agradecer.
John Lennon: So this is Christmas
Una de las más hermosas baladas de ese gran compositor y poeta que ha sido John Lennon.
Nota: este blog no tiene fines de lucro con los contenidos publicados por terceros; los videos se publican por un interés artístico y cultural exclusivamente.
Islandia. Fiordos occidentales, foto tomada de la red
Podría decir que amo ese libro por encima de todas las cosas y no me sentiría traidor, por nada, a mi fuero interior. Pues con "Algunas palabras" me sucedió trance similar al que me atacara cuando, años después, "se me descubriera" la palabra de D. H. Lawrence. Fue como conseguir, por fin, un pecho con el que compartir un sentir aparejado. Claro, tales experiencias me han sucedido muchas veces, tal como ha de haberle sucedido a todo hijo de estos cielos cuando se le revela una palabra iluminada. La clave o cifra del asunto fue la hora en que llegó a mi vida. Justo cuando mi ser, en pleno trance de querer desplegar las alas y no saber cómo ni hacia dónde hacerlo, cruzaba su propia línea de sombra, dubitando sobre el hecho de si ese llamado sería tan cabal e imperativo cómo para imbuirme de lleno en esas aguas que tan ansiosas me llamaban: el mar de las palabras o, mejor, el del sentir en las palabras. Siempre ha sido así. Toda mi vida he puesto a todo en duda, es una manera como de asegurarme el aislamiento, en la mayor medida posible, de toda mentira o auto engaño que pueda estar tramando ese señor cuyo amor propio tiende tantas tramas y cuenta con tantos artilugios para engañar a un cándido espíritu. Lo cierto es que cuando ese libro apareció yo cruzaba esa línea -eran mis 21-. Apareció justo en el año de haber dejado yo -cometa como he sido- la Escuela de Letras y la Universidad, colmado por la nausea, harto y sin respuestas ante tantos atavíos de falsía; esos espacios se me revelaron tan acartonados como el país que los ceñía, eran como unas pequeñas réplicas del mapa mayor; así que huí necesitado de respirar, a pleno pulmón, el aire del afuera, el del verdadero afuera, ese afuera sin bridas que se desata en las trenzas luminosas de los rayos solares o en las femeninas sonoridades de las noches estrelladas, ese afuera sin compromisos ni tabulaciones, sin orden ni cláusulas, sin horarios ni nada. Sin embargo, nunca perdí el sendero, a pesar de mis escarceos con la asfixiante esfera humana. Tampoco dejé mis lecturas. Y en buena hora cayó ante mis ojos ese libro, Algunas palabras, en el que la poesía que se canta es el cuadro. Donde los brillos de la literatura pasaron a un segundo plano. Donde la música que se respira es la del aire. En ese crucial momento de la vida me dije: por supuesto que la poesía, por supuesto que el ver, por supuesto que el cantar, por supuesto que el vivir. Y puedo dar fe de que ese libro fue para mí el hallazgo que no había sabido yo dónde buscar en esa hora de trance. Y cuado uno no encuentra, a uno lo encuentran. Ese libro fue para mí (y tomo la expresión prestada de un amado ser, Don Federico Cisneros Bertorelli, un caballero de la vieja guardia y un padre para mí) un fiel devocionario. Hoy rescatamos uno de esos poemas en que la sencillez se decanta por sí sola, o se canta en su encanto. Un poema en el que, contrario a lo que pudiera pensarse al leer tan sólo el título, la realidad está tan cercana como la brisa que acaricia nuestra faz. Nada es irrealidad en este canto, ni siquiera la imaginación que sueña ansiosa con la vida en otros parajes, acaso inalcanzables... Salud! lacl
Islandia, (Eugenio Montejo, Algunas palabras)
Islandia y lo lejos que nos queda,
con sus brumas heladas y sus fiordos
donde se hablan dialectos de hielo.
Islandia tan próxima del polo,
purificada por las noches
en que amamantan las ballenas.
Islandia dibujada en mi cuaderno,
la ilusión y la pena (o viceversa).
¿Habrá algo más fatal que este deseo
de irme a Islandia y recitar sus sagas,
de recorrer sus nieblas?
Es este sol de mi país
que tanto quema
el que me hace soñar con sus inviernos.
Esta contradicción ecuatorial
de buscar una nieve
que preserve en el fondo su calor,
que no borre las hojas de los cedros.
Nunca iré a Islandia. Está muy lejos.
A muchos grados bajo cero.
Voy a plegar el mapa para acercarla.
Voy a cubrir sus fiordos con bosques de palmeras.
Islandia
Islandia. Fiordos occidentales, foto tomada de la red
El origen de este breve trabajo o
aproximación a Rilke se remonta, probablemente, al año de 1979 o el de 1980.
Era yo uno de los cursantes de una memorable “Lectura” sobre Rilke, su poética y
sobre tópicos generales de la poesía moderna. A un servidor tales cursos, denominados
como “Lecturas dirigidas” de la escuela de Letras de la UCV le parecieron
siempre los más dignos de ser cursados, puesto que iban al meollo, a la médula
o piedra miliar de una obra en cuestión. Permitían profundizar en un autor, a
veces en una de sus obras, otras en una visión de varias de sus obras, algo que
-con suma regularidad- no se conseguía con los seminarios, por estar estos casi siempre abocados a abarcar más que a profundizar, con la mira puesta en la
cantidad antes que en la calidad. Y como dijera Borges en alguna ocasión (una
de sus charlas), “la estadística no es un mérito”, tampoco lo es la sobreabundancia
de la cantidad.
Esa lectura dirigida, de grata recordación,
reitero, estuvo al cuidado de la admirada y querida poeta Hanni Ossott. Las
conversas fueron, cada noche, más intensas. Uno salía vibrando de aquella sala,
esperanzado en poder seguir rozando la poesía en las horas y días subsiguientes
con esa misma intensidad. Recuerdo nuestros ruegos, casi que en tono de súplica, para que se embarcara en la tarea de traducir Los Sonetos a Orfeo, luego de haber leído su maravillosa traducción de las Elegías de Duino, en material multigrafiado.
Y es en homenaje al afecto generado en aquellas noches
que mantengo el introito que, en lugar de seguir la línea de un estudio académico,
más bien cabalga entre sucesos reales acaecidos entre mis horas de vigilia y ensueño
y lo que sucediera en un sueño de una de las noches previas a la presentación
del ensayo, pues iba tácitamete dedicado, con nuestro agradecimiento, a Hanni. Dejo ese introito también en honor a la veracidad. El ensayo es,
por supuesto, una breve acotación de sentires y reflexiones suscitados por la
lectura de los poemas rilkeanos, especialmente las Elegías de Duino, los
Sonetos a Orfeo, El Libro de Horas y algunos poemas de otros de sus libros. No
es un trabajo exhaustivo. Lo que allí a duras penas se sugiere amerita de una
mayor reflexión y, por supuesto, de un más detallado desarrollo. Pero en líneas
generales apunta hacia un cuadro de detalles que me parecieron dignos de
resaltar en su momento.
Salud!
lacl
Rilke, la conciliación posible
“…Pero hay alguien que acoge esta caída
con suavidad inmensa entre las manos…”
A Hanni Ossott
Introito. Bogando entre ensueño y vigilia.
Factible es que, sentado, frente a la ventana, mientras el
río del tiempo seguía su curso, me haya asaltado la quietud del no pensar, pues
-entonces- la mente se entumece y los postigos del mirar y los de la ventana se
disuelven en su apertura hacia el espectáculo del atardecer. Tan extraña sensación
bordando el pecho, cuando el silencio de la tarde se verifica por encima del
afán imposible que alienta bajo las fachadas…
Súbitamente, nos perturba el chispazo de una voz humana
que, como un rayo, nos regresa del anonimato; y en nuestro ser queda vibrando
una incertidumbre que se olvida. Y un pandemónium de voces raídas se instaura
en nuestro recinto y desfigura el pálpito que nos habita.
¡Lo difícil! ¡Lo difícil!
Súbitamente me encuentro ante una mesa ahogada entre
cientos de páginas que versan sobre Rilke; del misterio de su obra y de su vida
(que en Rilke no son sino una sola y misma cosa). Y otros cientos de páginas
más que retienen parte de lo que la voz de la naturaleza le ordenó escarbar en
las entrañas de lo invisible.
Y pretendo yo glosar a Rilke.
Pero hay momentos en los que el decir -sobre todo el decir
que pretende ser puntual- se torna abrupto, se nos forja inaccesible.
En lo particular, he sentido siempre mayor afección por las
noches en las que, al llegar de la calle, madrugado en mi desvelo, me encuentro
con la extrañeza del dolor y el gozo en un soneto a Orfeo.
Y me pongo a conversar con Orfeo y Rilke de lo que jamás
podemos decir. Y los animales y las flores se incorporan a la charla
simultánea. Y azuzamos al sol y nos metemos con la luna para que, curiosos, se
sumen a nuestro séquito.
La luna se acerca a Orfeo, quien -a pesar de la divinidad
de su cántico- muestra siempre una apenada faz (¡Eurídice!).
La luna le dice a Orfeo que no hay razón para ello, que tal
postración no es digna de su música, que apunte que todos estamos muertos; por
lo que Eurídice ha de andar rondando por algún lado.
Acto seguido, Rilke y yo nos aparecemos con Eurídice tomada
denuestras manos. Entonces el sol,
Eurídice, los animales, Rilke, la luna, Orfeo, las flores y demás invitados nos
fundimos en un abrazo y comenzamos a danzar.
***
Siempre me ha parecido inútil
que se haga un excesivo hincapié entre las sutiles relaciones de vida y obra,
cuando nos referimos al papel del artista. Pues toda vida vivida en juego
cónsono con la honestidad del corazón ha de dejar rastros, bien sean
silenciosos o manifiestos, de la tela inextricable que cubre a piel y espíritu.
En un mundo en el que se tasa
todo gesto y donde se pregona que sólo lo tangible (esto es, lo que puede ser
sopesado y catalogado como un valor de cambio) haya de ser considerado como el
añorado “bien” para el ser humano, quien alza sus velas para dirigir la nave de
su mundo sutil hacia tierras ajenas al tedio instaurado por el automatismo
humano, ha de ser considerado como un ser antisocial, cuando no un holgazán o
un inútil.
Y eso es, en líneas generales,
lo que a nuestro juicio “hace” un artista: no hacer lo que todos hacen. O no hacer
lo que dictan las sanas costumbres. Porque un artista pone en tela de juicio
(incluso a despecho de su más acendrada voluntad) el rumbo y sentido de la nave
de locos en la que todos bogamos.
Pero, ¿por qué ha de ser
distinta la vida de un artista de la vida de quien no se siente como tal? ¿Dónde está el lindero subdividiendo la vida de
los hombres? Acaso hayamos de buscar la respuesta entre aquellos para quienes
la vida es el arte. O entre aquellos quienes hacen de la vida un arte de vivir.
Rilke, nos parece, ha sido un
digno caso de ello. Su verdadera nobleza, como hombre y artista, radica en el
haberse abocado, con todos los aparejos de su espíritu, al desenmascaramiento
de la historia de una farsa.
Empresa dolorosa, por lo
arcaico y acendrado de la comedia humana y, sin embargo, virtuosa, heroica, por
el simple hecho de haberla acometido en carne propia, con todos sus riesgos,
desechando los soportes y muletas, que no son sino un rudimento más de la
utilería de que se dispone para representar una obra ya demasiado larga, tediosa
y sin substancia; virtuosa esa faena, además, porque tuvo el coraje de
enfrentar a farsa tan afligida e intrincada con el genio creador, con todos sus
riesgos y bendiciones, con los más insospechados sacrificios de sus derroteros.
¿Pero de qué farsa hablamos?
¿Qué historia inmemorial de quimeras es ésa? Pues, no otra que la que ha
colocado “el camelo de la cultura” en el pináculo de la devoción, si se nos permite
echar mano de un giro expresivo apuntado por Henry Miller en El Coloso de
Marussi. (1)
No es que pretendamos impugnarle algo en específico
al valor de la cultura como espejo del alma humana. Y tampoco creemos que Rilke
lo haya pretendido, como un acto volitivo.
Pero albergamos la presunción de
que sobre los valores del espíritu el hombre ha extendido -como un inmenso ymullido tapete- una cultura de la farsa. Cultura
que se ha prodigado en la modernidad, apuntalándose en un catecismo que roe las
entrañas de la vida anímica, al ensalzar únicamente lo crematístico. Y el
principio con que dicha “cultura” fundamenta el argumento de su farsa es el
rechazo.
Un rechazo hacia todo lo que
no pueda ser tasado y cotejado por la mente; un rechazo a reconocer la grandeza
de nuestra pequeñez; un rechazo de todo lo que implique dolor -como si el
sufrimiento no se agazapara como una bestia felina para saltar sobre su
carcelero en el momento más impensado-. Un rechazo por aquello que suspira
detrás de la muerte, “ese lado de la vida que no da hacia nosotros”, para
decirlo en palabras de Rilke. (2) En suma, un profundo rechazo
por las plenitudes de la vida y por los manantiales originarios del ser del
hombre.
Todo esto fue observado y
develado por Rilke -un ser tocado como de visionaria facultad- en la depuración
de una palabra que, enseñoreándose en lo humano, llegó a tocar el cielo.
Encaminó pasos y faenas a
soltar las amarras y poder así partir de un puerto que, tras la aséptica
sonrisa, escondía -y aún hoy esconde, para nuestro pesar- como en una
cuarentena interminable, el duelo callado de la duda, la seducción enfermiza
del engaño, el camino cómodo de una verdad tangible, esa verdad corrosiva y
deleznable de los carteles que en las ciudades anuncian:
“Lo sin muerte”
Como si los devoradores de las
“frescas diversiones” estuviesen eximidos de toparse en cualquier curva del
camino con el final de su muy breve quehacer.
Ante el imperio de lo fácil,
Rilke exhuma el imperio de lo difícil: acusar el golpe de la muerte y absolverlo
(absorbiendo, en nuestro propio cuerpo, todo lo que hemos negado a la muerte);
nutrirse de las migajas y de los inasibles tatuajes que se desprenden de lo
invisible, así como de la experiencia de vivir en humildad, esto es: en la certera
posibilidad de nuestro regreso hacia el ser originario, hacia el lecho de
nuestra interioridad, para auscultar lo vital y lo superfluo de nuestro
existir.
Y si algo se transpira es conciliación
y reconciliación en la voz que palpita en la palabra que nos legara Rilke. Su
palabra es el fruto de una reconciliación en el hombre, entre la vida y la
muerte, entre la palpable realidad y la apariencia de lo real, entre el orgullo
de la tierra y el orgullo del cielo, entre el dolor ancestral y “la fuente de
la alegría”…
Reconciliación que encontramos
en sus imágenes poéticas, como las de “la doble esfera” o las del “doble
reino”, u otras acaso un tanto más arduas de percibir, como aquella del doble
orgullo desplegado en el noveno de los Sonetos a Orfeo, en suprimera parte: el orgullo celeste y el
orgullo terrestre…
Vayamos a ese soneto,
alertando la necesaria salvedad de lo traidora que puede llegar a ser toda
traducción:
“…Mira
el cielo. ¿Hay una constelación llamada jinete?
Porque
está extrañamente acuñado en nosotros
este
orgullo de la tierra. Y aquel otro
que
lo empuja y mantiene y al que él lleva…”
Llevamos en nosotros el sello
orgulloso de lo terrestre. Reinamos en la tierra. Pero esto no es sino la
manifestación del orgullo divino que, como el terrestre, también llevamos
acuñado. Y ese orgullo terrestre siempre retorna al seno del invisible orden
divino. Pero los hombres no podemos saber, con saber de divinidad, qué es lo
que nos espera tras el umbral de la muerte…
“…No está acosada así y luego domada
esta
naturaleza nostálgica del Ser…”
Ante la inminencia de la
muerte nos sentimos acosados, pero no ya, únicamente, desde la perspectiva de
nuestra angustiosa pregunta por lo incognoscible. No se nos versa aquí del
acoso y la nostalgia que personalmente siente el ser humano, sino del acoso y
la nostalgia que vibra en el Ser de las cosas, en el Ser de lo creado. Una
nostalgia que es luego domada en la plenitud de lo invisible. Y así el poema, desplegando
una extraordinaria ligazón interior, sigue enunciándose con numinosa voz, para
hablarnos de una presión conciliadora, a la luz de la cual, lo visible y lo
invisible se fusionan.
En el ultimo terceto, canta un
verso: “También la ligazón estelar miente.” Con lo que vuelven a flote las
reminiscencias de aquel “mundo interpretado” del que el poeta nos habla en la primera de sus Elegías a Duino. Si la
ligazón estelar nos miente es porque el poeta o el cantor quiere (por dictado o
por hallazgo) dar cuenta de lo infructuoso que resulta la faena, para el
conocimiento humano, de tratar de develar verdades transpiradas en comarcas de
la creación que no están al alcance de nuestras manos, mientras vamos de paso,
transitando el exiguo aunque milagroso camino de la vida. Un camino que, en
medio de la incertidumbre, santifica como un pan la luz de cada día. Y que
dándonos de beber de la copa de aquello que nos excede, nos lleva a vislumbrar
que todo lo grande, sólo por inasible es que nos miente.
De allí
“…que nos alegre, por
ahora, de creer
la figura. Lo suficiente…”
Luis Alejandro Contreras
Guarida de los poetas:
Rilke, lecturas, interpretaciones.
GALERÍA DE ORFEO
Calling You (Bagdad Cafe film) - Jevetta Steele
( la hermosa balada puede ser disfrutada en la red you_tube )
Rilke visto por L Pasternak
Con Lou Andreas Salomé
Con Lou Andreas Salomé y el poeta Spiridon Drozin, 1900
Este registro de la voz
de Wallace Stevens, un poeta que han denominado como poeta para poetas, fue una las voces seleccionadas para la primera edición de Guarida de los poetas (eso fue en Agosto 23 de 2007). Pero la
verdad es que nunca intentamos una versión a nuestra lengua, pues, en su aparente sencillez, este
poema reza frases que dejan rotando soledades en el aire. Aparte de estar
escrito desde el sentir de una persona que ha vivido el duro invierno de las
tierras del Norte o del Sur, algo que a un ser de la línea ecuatorial o del trópico no le genera las
mismas emociones. Pero, mal que bien, todos conocemos el frío. Y bastan unas escuetas pinceladas para
presentarnos al hombre de nieve, que está o va al lado del escucha, que -a su
vez- puede de pronto tomar el puesto del hombre nieve, ver el entorno y el
abismo de la nada. Es como siempre sostengo, una versión provisional, como lo es toda traducción. Podría pensarse que al apelar al término de cópula en la traducción de la palabra shagged, estamos tomándonos una licencia poética, pero yo no lo creo así. Etimológicamente, ese sentido de acoplación entre dos entidades es un sentido originario de ese vocablo en lengua inglesa y acaso no haría falta resaltar que en la cópula, tal como humanamente la entendemos, hay también ese enmarañamiento o entramamiento y vibración a que la palabra shagged convoca. Es algo que va más allá de lo sexual, sin bien no queda excluido.
Salud!
lacl
El hombre de nieve,
Wallace Stevens
Uno debe tener una
mente de invierno
para mirar la escarcha
y las ramas
de los pinos cubiertos
de nieve;
Y haber tenido frío por
mucho tiempo
para contemplar los
enebros copulando con el hielo
y los ásperos abetos en
el brillo distante
del sol de enero; y no
pensar
de ninguna miseria en
el sonido del viento,
en el sonido de unas
pocas hojas,
que es el sonido de la
tierra
pleno del mismo viento
que está soplando en el
mismo desnudo lugar
Para el escucha, que ausculta
en la nieve,
Y, uno mismo nada, atisba
la nada que allí no está
y la nada que es.
The Snow Man BY WALLACE
STEVENS
One must have a mind of
winter
To regard the frost and
the boughs
Of the pine-trees
crusted with snow;
And have been cold a
long time
To behold the junipers
shagged with ice,
The spruces rough in
the distant glitter
Of the January sun; and
not to think
Of any misery in the
sound of the wind,
In the sound of a few
leaves,
Which is the sound of
the land
Full of the same wind
That is blowing in the
same bare place
For the listener, who
listens in the snow,
And, nothing himself,
beholds
Nothing that is not
there and the nothing that is.