Ayer me ha dado por realizar un ejercicio que hace mucho tiempo que no emprendía: el de revisar algunos de mis añejos archivos escriturales. Realmente revisé uno solo, el cual atesora textos del 2017 o de fecha anterior pero recogidos a manera de siega y cosecha de ese año. Uno de los textos es un escrito que presumo yo, data unos 5 años antes, quizás de fines de 2012 o 2013. Fue, acaso, una nota publicada en mi página personal de Facebook, a modo de reflexión de fin de año... Rescato y estampo acá esas palabras pues, visto en retrospectiva, me parece que intentaba aludir a un estamento global que no ha cambiado un ápice en lo que concierne a la humanidad. De manera tácita se hace alusión al joven Siddharta que luego llamaríamos Buda o a aquel niño del pesebre que luego llamaríamos Jesús. Es un texto que no tiene, quizás, otra intención que la testimonial y sensible de un servidor.
Salud, lacl.
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Este diciembre ha sido azaroso y menesteroso, como lo ha sido todo el año y -digámoslo palmariamente- como lo han sido los tres o cinco o diez últimos lustros, para un enorme segmento de la población. La única diferencia, aunque es diferencia radical con respecto a años anteriores, es la aceleración y agudeza del tono que ha copado todos los compases de una partitura devastadora que se ha enseñoreado en nuestro fingimiento de nación. Pero en los últimos meses, el “agitato” y el “in crescendo” de esta bufa tragicomedia han marcado las marchas y contramarchas de un clan de sátrapas, cada vez más especializados en perjudicar a todo un colectivo. A pesar de ello, y por encima de las malas artes que el hombre obra en desmedro de sus hermanos, en el aire priva una armonía que jamás lograrán percibir quienes antepusieron la medranza a la dádiva. Seres así, jamás lograrán paladear el sosiego que donan las leyendas de hermandad entre los hombres; mirarán la estrella de Belén como quien mira una farola de luz fría; mirarán a Orión o a la Osa Mayor como quien se topa con un desalmado aviso de neón. Para seres así, toda virgen, como toda diosa, serán las pamplinas inventadas por seres ignorantes que no tenían nada valioso en qué ocupar su tiempo. Serán incapaces de pensar con el sentimiento que alienta en los cielos y que es parte de todo corazón. Porque andan con sus corazones yertos. Cuando, desde el fondo de los tiempos, nos llegan las leyendas de un ser que decidió abandonar todo el fasto y riqueza de su reino para vivir entre los mortales y percatarse de nuestra breve y humana indefensión, quien nos habla es el corazón del hombre que habita en todo hombre. Lo mismo sucede cuando, desde aquellas lejanías, nos llegan leyendas como la de una humilde familia que huye de alguna intolerancia para salvaguardar la vida de su hijo. ¿Qué cantan nuestras arcaicas canciones, creadas en el inicio de los tiempos? Cantan a las tres o cuatro raíces desde las que se levanta el árbol de la humanidad… Cantan a la creación, que siempre, en toda hora y lugar, nace como lo que es: una amorosa obra espontanea.
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