A Sebastián
A Yineska
Probablemente el aserto que antecede a estas palabras, a manera de título, no sea compartido por todo el mundo. Hay personas que no se conmueven con la música de ninguna manera; vibran en otro ritmo que supuestamente está alejado de la matemática musical. He conocido a poetas que tampoco se acercan mucho al abismo que propone la Musa de los ritmos y las melodías. Es algo que siempre me ha intrigado, pero sin críticas hacia nadie. Me intriga porque, en mi caso, poesía y música no pueden ir solas, no lo lograrían. A veces (y esto me sucede desde Infante) me he sentido como un Charlot parlanchín jugueteando con la música entre piruetas que celebran el mero regalo de ser. Recuerdo una composición que me hacía bailar siempre que tomaba un haragán y un coleto para limpiar un espacio de trabajo.
En el caso presente, esta composición sin que tenga el punch de la alegría caribeña, logra ponerme a bailar mientras cocino. Camino por la cocina como si fuera un Charlot, parándome en alguna nota que marca el pespunteo del alma y del ritmo del transitar, para inmediatamente arrancar con un paseo que me lleva de la cocina a la nevera, abro con ritmo la puerta y saco los tomates, que bailando van hasta la tabla. Y por allí sigue la cosa...
En el mero olvido de sí, en el celebrar la alegría mientras algo se hace, me parece que restalla una clave de ese enigma que nominamos suspirar, esa alada metáfora del ser y del estar.
El título de la pieza hace juego con esta interpretación que de la composición hacen Dave Brubeck y sus amigos, For all we know. Porque esa clave de jovialidad a la que hago referencia, me parece que es una clave de todos conocida cuando se abren nuestros ojos al mundo. Pero aún no hemos logrado descifrar, como tribu, dónde está la clave para mantener el secreto: el del suspirar -como metáfora del vivir- conservando la llama encendida...
Salud, lacl.
Nota Bene: si no puede disfrutar esta pieza en este espacio podrá hacerlo en el espacio donde está almacenada en la red You Tube...
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