lunes, 16 de octubre de 2023

Libro de sueños, Jorge Luis Borges, breve selección. / Separata: LOS SUEÑOS /


Jorge Luis Borges fue una persona desprendida. Quisiera destacar ese rasgo antes de señalar algo ya sabido, como lo es el de que fuera también un gran antólogo. Su pasión por ofrendar es, suelo pensar, poco rescatada de su humana condición. Una pasión acaso alimentada por otra, de raigambre más oculta. Aquella en la que un genuino don para el asombro busca agua de beber ante algo que nace en el seno de una psique: la vital curiosidad. Solemos menoscabar la importancia de semejante nacimiento en el rasgo personal de todo prójimo. Pero, si bien vamos a verlo, sin curiosidad es poco lo que hacemos, poco lo que intentamos, poco lo que captamos de nuestro entorno. La curiosidad es un rasgo esencial de aquello que está animado por el soplo de la vida. Sin embargo ese rasgo suele ser, a su vez, desestimado; pasamos o solemos pasar desapercibidos por la innata curiosidad. Creemos, de pronto, que algo pasó desapercibido a nuestro lado, sin reparar que -en la mayor parte de los casos- somos nosotros los desapercibidos. La velocidad, que tanto auge ha cobrado en nuestro encandilado presente, aunada a la costumbre de enfocarnos en aspectos, si se quiere, mecánicos o mecanizados, en los pormenores que nos sustraen de nuestro tiempo vital en medio de un entorno que con engañoso lustro denominamos  modernidad, logró copar la escena. Y con humana complicidad pareciera que no tiene la menor intención de abandonar el centro del entarimado. 

Tendría yo unos 15 años cuando en mis manos cayera un libro intitulado "Estudios sobre el amor", de aquellas páginas recuerdo algo que no se borró nunca más (espero que la memoria no me traicione), en ella un señor llamado Ortega y Gaset decía que si la que la sociedad española estaba muerta era porque su sentido por la curiosidad estaba  igualmente muerto y enterrado. Cuando seres como Borges ocupan su tiempo en seguir el rastro que otros -no muy distintos a uno o a nosotros- han dejado en la estela del tiempo, podemos percibir que lo que le mueve es un amor o una pasión y que ese amor o pasión nace de la vital curiosidad. 

Acerquemos el diapasón a nuestro oído, buscando afinación: ¿qué es lo que hace resplandecer nuestra mañana? ¿la competencia con la hora por dar un paso antes de cada tic tac o el extraño sueño que te ha compartido tu pareja o el que te escucha un hijo o un amigo al teléfono? A esos nimios detalles me refiero. Pero no por nimios es que su olvido termina por arrasar el genuino soplo de una vida. Valga este inusitado e inesperado deslinde para ensalzar esa labor de quien colecta enigmas y bellezas para compartirlos con el prójimo. 

Agregaré solamente algunos textos cortos invirtiendo, además, el orden, al incluir su prólogo al libro a pie de página...

Sslud, lacl.

***

Un sueño habitual


El Nilo sombreado

las bellas morenas

vestidas de agua

burlándose del tren

Fugitivos


Giuseppe Ungaretti, Primeras (1919).




***

Preparándose

En los procesos de sus sueños el hombre se ejercita para la vida venidera.

Friedrich Nietzsche


***

El reflejo

Todo en el mundo está dividido en dos partes, de las cuales una es visible y la otra invisible. Aquello visible no es sino el reflejo de lo invisible.


Zohar I, 39




***

¿Verdad o no?

Cuando era muchacho, Bertrand Russell soñó que entre los papeles que había dejado sobre la mesita del dormitorio del colegio, encontraba uno en el que se leía: «Lo que dice del otro lado no es cierto.» Volvió la hoja y leyó: «Lo que dice del otro lado no es cierto.» Apenas despertó, buscó en la mesita. El papel no estaba.

Rodericus Bartius, Los que son números y los que no lo son (1964).


Nota: Rodericus Bartius. Probablemente una colaboración con Roy Bartolomew o una recreación de Borges sobre un sueño o metatexto surgido de sus conversaciones con él. Rodericus Bartius sería una forma latinizada de su nombre.

***

«¡Entre mí y mí, qué diferencia!»

Hacia el año 400 el hijo de Mónica y obispo de Hipona, Aurelius Augustinus, conocido después por San Agustín, redactó sus Confesiones. No pudo disimular su asombro ante las deformaciones y excesos que asaltan en los sueños al varón que, durante la vigilia, se atiene a su concepción ético-filosófica y a la doctrina cristiana.

«No por mí, sino en mí ha ocurrido», dice. «¡Entre mí y mí, qué diferencia!» Y el obispo da gracias a Dios por no ser responsable del contenido de sus sueños. La verdad, sólo un santo puede quedar tranquilo de saberse irresponsable.

Rodericus Bartius, Los que son números y los que no lo son (1964).


***

Lo consciente y lo inconsciente

En su autobiografía, Jung narra un sueño impresionante. (Pero cuál no lo es.)

Hallábase frente a una casa de oración, sentado en el suelo en la posición del loto, cuando advirtió a un yogui sumido en meditación profunda. Se acercó y vio que el rostro del yogui era el suyo. Presa de terror, se alejó, despertó y atinó a pensar: es él el que medita; ha soñado y soy yo su sueño. Cuando despierte, ya no existiré.

Rodericus Bartius, Los que son números y los que no lo son (1964).


***

Etcétera

El sueño es el grano de trigo que sueña con la espiga, el antropoide que sueña con el hombre, el hombre que sueña con lo que vendrá.

Raymond de Becker.





***

Proverbios y cantares

XXI

Ayer soñé que veía

a Dios y que a Dios hablaba;

y soñé que Dios me oía…

Después soñé que soñaba.

XLVI

Anoche soñé que oía

a Dios, gritándome: ¡Alerta!

Luego era Dios quien dormía

y yo gritaba: ¡Despierta!

Antonio Machado.





***

El sueño del rey

Ahora está soñando. ¿Con quién sueña? ¿Lo sabes?

—Nadie lo sabe.

—Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti?

—No lo sé.

—Desaparecerías. Eres una figura de un sueño. Si se despertara ese rey te apagarías como una vela.

Lewis Carroll, A través del espejo (1871).




***


Prólogo

En un ensayo del Espectador (septiembre de 1712), recogido en este volumen, Joseph Addison ha observado que el alma humana, cuando sueña, desembarazada del cuerpo, es a la vez el teatro, los actores y el auditorio. Podemos agregar que es también el autor de la fábula que está viendo. Hay lugares análogos del Petronio y de don Luis de Góngora.

Una lectura literal de la metáfora de Addison podría conducirnos a la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios. Esa curiosa tesis, que nada nos cuesta aprobar para la buena ejecución de este prólogo y para la lectura del texto, podría justificar la composición de una historia general de los sueños y de su influjo sobre las letras.

Este misceláneo volumen, compilado para el esparcimiento del curioso lector, ofrecería algunos materiales. Esa historia hipotética exploraría la evolución y ramificación de tan antiguo género, desde los sueños proféticos del Oriente hasta los alegóricos y satíricos de la Edad Media y los puros juegos de Carroll y de Franz Kafka. Separaría, desde luego, los sueños inventados por el sueño y los sueños inventados por la vigilia. 

Este libro de sueños que los lectores volverán a soñar abarca sueños de la noche —los que yo firmo, por ejemplo—, sueños del día, que son un ejercicio voluntario de nuestra mente, y otros de raigambre perdida: digamos, el Sueño anglosajón de la Cruz.

El sexto libro de la Eneida sigue una tradición de la Odisea y declara que son dos las puertas divinas por las que nos llegan los sueños: la de marfil, que es la de los sueños falaces, y la de cuerno, que es la de los sueños proféticos. Dados los materiales elegidos, diríase que el poeta ha sentido de una manera oscura que los sueños que se anticipan al porvenir son menos precisos que los falaces, que son una espontánea invención del hombre que duerme.

Hay un tipo de sueño que merece nuestra singular atención. Me refiero a la pesadilla, que lleva en inglés el nombre de nigthmare o yegua de la noche, voz que sugirió a Víctor Hugo la metáfora de cheval noir de la nuit pero que, según los etimólogos, equivale a ficción o fábula de la noche. Alp, su nombre alemán, alude al elfo o íncubo que oprime al soñador y que le impone horrendas imágenes. Ephialtes, que es el término griego, procede de una superstición análoga.

Coleridge dejó escrito que las imágenes de la vigilia inspiran sentimientos, en tanto que en el sueño los sentimientos inspiran las imágenes. (¿Qué sentimiento misterioso y complejo le habrá dictado el Kubal Khan, que fue don de un sueño?) Si un tigre entrara en este cuarto, sentiríamos miedo; si sentimos miedo en el sueño, engendramos un tigre. Ésta sería la razón visionaria de nuestra alarma. He dicho un tigre, pero como el miedo precede a la aparición improvisada para entenderlo, podemos proyectar el horror sobre una figura cualquiera, que en la vigilia no es necesariamente horrorosa. Un busto de mármol, un sótano, la otra cara de una moneda, un espejo. No hay una sola forma en el universo que no pueda contaminarse de horror. De ahí, tal vez, el peculiar sabor de la pesadilla, que es muy diversa del espanto y de los espantos que es capaz de infligirnos la realidad. 

Las naciones germánicas parecen haber sido más sensibles a ese vago acecho del mal que las de linaje latino; recordemos las voces intraducibles eery, weird, uncanny, unheimlich. Cada lengua produce lo que precisa.

El arte de la noche ha ido penetrando en el arte del día. La invasión ha durado siglos; el doliente reino de la Comedia no es una pesadilla, salvo quizá en el canto cuarto, de reprimido malestar; es un lugar en el que ocurren hechos atroces. La lección de la noche no ha sido fácil. Los sueños de la Escritura no tienen estilo de sueño; son profecías que manejan de un modo demasiado coherente un mecanismo de metáforas. Los sueños de Quevedo parecen la obra de un hombre que no hubiera soñado nunca, como esa gente cimeriana mencionada por Plinio. Después vendrán los otros. El influjo de la noche y del día será recíproco; Beckford y De Quincey, Henry James y Poe, tienen su raíz en la pesadilla y suelen perturbar nuestras noches.

No es improbable que mitologías y religiones tengan un origen análogo. Quiero dejar escrita mi gratitud a Roy Bartholomew, sin cuyo estudioso fervor me hubiera resultado imposible compilar este libro.

Jorge Luis Borges



Los sueños... 

Pero antes un inciso sobre la amistad y el amor.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario