domingo, 13 de agosto de 2023

Hablemos de exilio: Ovidio, Las tristes, primera elegía. / Musicorum et Tibia

 


Restos de Tomis, lugar de exilio de Ovidio. Hoy, Constanza, Rumanía


La letra como compañera del alma. Incluso como un hijo con el que se dialoga permanentemente y al que se le llega a solicitar, en un momento dado, que vaya a hablar por uno.

El poder siempre se ha caracterizado por ser ejercido a capricho por parte de quienes lo detentan. 

Lo cierto es que Ovidio fue condenado a vivir en los confines del imperio, cuando tan acostumbrado estaba a vivir y tratar entre la corte. Acaso podamos comprender su melancolía ante el forzado desarraigo y sus intentos por obtener el perdón. Él mismo diría (o, mejor) escribiría que todo había partido de un canto y un error. Acaso el canto fuera su "Ars amatoria", pero del error lo único que se ha obtenido son conjeturas. Lo cierto es que canto y error se sumaron como para que el emperador tomase la decisión de expulsarlo de Roma y confinarlo en el rincón más apartado del imperio.  Innumerables son los ejemplos del capricho del poder a lo largo de la humana historia.

Exilios como el de Ovidio, en los que el castigo impuesto se traduce en una simple ordenanza de destierro ha habido y seguirá habiendo a millares. Y natural es que un desarraigo forzado cree un sentimiento de angustia y extrañamiento ante el lar querido. 

Pero uno a veces se pregunta si de una práctica como esa, no devino quizás otro capricho: el posterior refinamiento de convertir el exilio en una condena a la que se sumaran el maltrato, la tortura y los trabajos forzados hasta la muerte, refinamiento del que fue testigo el flamante siglo XX, el denominado siglo del "progreso".

Dejamos acá la primera de las tristes elegías de Ovidio.
Caso curioso, a Ovidio se le hacía cuesta arriba escribir en prosa; es decir, se le facilitaba escribir en dísticos, esto es, en cantos.


Salud, lacl.



Quidquid tentabam dicere, versus erat.

Ovidio, Tristia IV 10, 26.


(Y era verso, al final, cuanto intentaba escribir.

Ovidio, Tristes, IV 10, 26.)


OVIDIO LAS TRISTES LIBRO PRIMERO Primera Elegía

Pequeño libro, irás, sin que te lo prohíba ni te acompañe, a Roma, donde, ¡ay de mí!, no puede penetrar tu autor. Parte sin ornato, como conviene al hijo de un desterrado, y viste en tu infelicidad el traje que te imponen los tiempos. Que el jacinto no te hermosee con su tinte de púrpura: tal color es impropio de los duelos; que tu título no se trace con bermellón, ni el aceite de cedro brille en tus hojas, ni los extremos de marfil se destaquen de la negra página. Luzcan estos primores en los libros venturosos; tú debes recordar mi adversa fortuna. Que la frágil piedra pómez no pula tu doble frente, para que aparezcas erizado con los pelos dispersos. No te avergüences de los borrones; el que los vea, notará que los han producido mis lágrimas. Marcha, libro mío; saluda de mi parte aquellos gratos lugares, y al menos los visitaré del único modo que se me permite.

XII

Me escribes que mate con el estudio el tiempo calamitoso, no sea que la torpe desidia aniquile mis bríos. Difícil es, amigo, seguir el consejo que me das, porque los versos son hijos de la alegría, y reclaman un espíritu sosegado. Mi fortuna se ve combatida por furiosas borrascas, y peor que la mía no es la suerte de nadie. ¿Quieres que Príamo se regocije en los funerales de sus hijos, y que Níobe, huérfana de los suyos, guíe las festivas danzas? ¿Es el duelo o el trabajo lo que, a tu juicio, debe preocuparme solo y relegado a los últimos confines de los Getas? Aunque supongas mi ánimo con la fortaleza del duro roble, como la fama pregona en el acusado de Anito, toda mi ciencia caería aplastada por la mole de mi ruina, pues la cólera de un dios sobrepuja a las fuerzas humanas. Aquel viejo a quien Apolo llamó el sabio río acertaría a componer una obra en circunstancias semejantes.

Cuando me olvidase de la patria y de mí mismo, cuando perdiese el sentimiento de todo lo pasado, el temor me prohibiría entregarme a pacíficas tareas. Vivo rodeado de innumerables enemigos, y además el ingenio se embota en una larga inacción, y pierde sus bríos anteriores. El campo fértil, si no se remueve con surcos incesantes, no producirá más que grama y abrojos; el caballo largo tiempo sin ejercicio correrá mal, y llegará el último cuando se lance a la carrera; si alguna barca permanece meses y meses fuera de las aguas acostumbradas, la carcoma roe sus tablas y sus costados se entreabren. Yo, lo mismo, siendo ayer tan insignificante, desespero de llegar nunca a lo que fui. El continuo sufrimiento en los trabajos aniquila el ingenio, y ya me falta gran parte del antiguo vigor; lo que no obsta muchas veces a que torne las tablillas, como ahora mismo, y me afane en someter las palabras a los pies cabales, sin producir un solo verso, o produciéndolos tales como los que lees en consonancia con la situación de su autor y del lugar que habita.



 La Diosa Fortuna
Tomis
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Musicorum et Tibia 







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